Subversión contra Cuba: ¿Un cambio de política o un ajuste en su forma? Por Reydel Reyes Torres
Tan
temprano para la naciente Revolución cubana como el 6 abril de 1960, el
Subsecretario de Estado para Asuntos Iberoamericanos de los Estados
Unidos, Lester D. Mallory, redactó el contenido de un memorándum secreto, desclasificado en 1991, donde afirmó:
“La
mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) No existe una oposición
política efectiva (…) el único medio posible para hacerle perder el
apoyo interno (al gobierno) es provocar el desengaño y el desaliento
mediante la insatisfacción económica y la penuria (…) Hay que poner en
práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida
económica (…) negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de
reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar
hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.
Bajo esa
filosofía, once administraciones estadounidenses consecutivas han
tratado de asfixiar por la fuerza al proceso revolucionario cubano y
para ello, han empleado todo tipo de subterfugios, recursos y agresiones
hasta llegar al actual contexto donde han planteado que los anteriores
métodos fracasaron. Perciben que es hora de implementar otros más
sutiles y solapados para, de diversas maneras, penetrar la conciencia
del individuo, tratar de influir y llevar adelante sus planes. No es un
problema de cambiar contenidos en la política hacia la Isla, es la
“necesidad” de modificar la forma de instrumentarla.
Volviendo a
la historia que el presidente Obama conminó a olvidar en el “edulcorado”
discurso pronunciado en el Gran Teatro de La Habana durante su visita a
Cuba, debemos traer a este artículo un fragmento del libro publicado en
1963 de quien fuera uno de los primeros jefes de la CIA, Allan Dulles
Allí hace referencia de manera cínica al diseño subversivo instrumentado
por Estados Unidos contra la Unión Soviética y el resto de los países
del desaparecido campo socialista.
Después de
leídos los conceptos de ese “ilustre” protagonista de la Guerra Fría, se
podría llegar a la conclusión de que ese mismo esquema la Casa Blanca
lo ha aplicado contra Cuba durante más de 50 años. Tras un análisis de
las declaraciones y acciones concretas de su actual inquilino y los
asesores más cercanos, no cabe dudas que incrementarán los esfuerzos por
impulsar esos objetivos con el propósito de hundir la obra social de
una Revolución que continúa afrontando desafíos y amenazas.
En aquel texto, Allan Dulles planteó:
“Gracias
a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos debe
imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto
del mundo, en un contexto internacional donde nuestras grandes
corporaciones trasnacionales contarán siempre con el despliegue
inmediato de las fuerzas armadas, en cualquier zona geográfica, aún las
más distantes, sin que les asista a ningún país agredido el derecho
natural a defenderse.
“Debemos
lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos, pero
estamos hablando de ciencia, de una ciencia para ganar en un nuevo
escenario, a la mente de los hombres. Antes de los portaviones y los
misiles llegarán los símbolos, los que venderemos como universales,
glamorosos, modernos, heraldos de la eterna juventud y la felicidad
ilimitada”.
A 53 años de
publicada “la teoría” de Dulles, el contenido y la forma de esa
estrategia, de marcado carácter imperial y anticomunista, se implementa
tal cual contra Cuba y en la actualidad se sustenta en cientos de
proyectos subversivos orientados, con sus particularidades, a todos los
sectores sociales. La prioridad son los jóvenes y el emergente sector de
las formas de gestión no estatal, a los cuales consideran que pueden
manipular, porque están cada vez más distanciados del proyecto político,
económico y social de la Revolución, cuando en la práctica son
importantes segmentos del pueblo cubano que acompañan activamente las
transformaciones socioeconómicas de la nación.
En la
veterana estrategia anticubana, el gobierno de los Estados Unidos, en
complicidad con sus aliados ideológicos, emplea cientos de entidades,
agencias y organizaciones no gubernamentales, enclavadas en territorio
estadounidense y en terceros países. Acerca de esto, el periodista
norteamericano Tracey Eaton, en una entrevista concedida al colega Iroel Sánchez el 26 de junio del 2015, comentó:
“Yo
vi un informe que decía que entre 1996 y 2012 la USAID y el
Departamento de Estado dieron 111 premios y contratos a 51 socios, el
promedio es de 12 subcontratistas por cada contratista, entonces en ese
caso si multiplicas 111 por 12 puede ser que hubo en ese tiempo 1 332
programas relacionados con Cuba. Para tratar de saber qué están haciendo
la USAID, el Departamento de Estado y la NED es muy difícil saber,
porque hay muchos programas a la vez y tocan todo tipo de sector de la
sociedad cubana y esa es la idea para lograr construir una “sociedad
civil amplia”.
Tracey
enmarca ese análisis hasta el 2012; sin embargo, acerca de los fondos
destinados para los denominados programas de democracia en Cuba, solo se
necesita acudir a las propias informaciones públicas que registran la
asignación por el Congreso norteamericano de 284 millones de dólares en
los últimos 20 años para programas subversivos orientados a “promover la
democracia en Cuba”.
Entre el
2009 y 2012, durante el actual gobierno Obama, cada año fueron asignados
20 millones. En el 2013 bajó a 13 millones; mientras en el 2014 y 2015,
en pleno inicio y desarrollo del proceso de restablecimiento de las
relaciones bilaterales, destinaron otra vez 20 millones, cifra que se ha
sostenido para el año en curso. A esto se suman los dineros dedicados a
las trasmisiones ilegales de Radio y Televisión Martí, que desde 1984 a
2015, cinco administraciones estadounidenses han dedicado cerca de 797
millones de dólares.
¿Acaso, tras
esos análisis Cuba puede darse el lujo de pasar la página de la
historia como solicitó el presidente Obama, ante una maquinaria diseñada
para fabricar permanentemente proyectos subversivos orientados a un
“cambio de régimen” que no logran materializar?
Algunos
piensan que el restablecimiento de las relaciones entre ambas naciones,
la apertura de Embajadas, la reciente visita del presidente de Estado
Unidos a Cuba y las conversaciones bilaterales, obedecen a una especie
de acontecimiento extraordinario donde todo ha cambiado y que ya el
pueblo cubano no tiene enemigo ideológico. Nada más lejos de la
realidad. Sólo tres días después de que Barack Obama se fue de Cuba, el Departamento de Estado anunció un programa de orientación de prácticas comunitarias
por más de 750 mil dólares para “jóvenes líderes emergentes de la
sociedad civil cubana”, sobre el cual organizaciones sin ánimo de lucro e
instituciones educativas están invitadas a presentar propuestas y la
Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado
apoyaría en su gestión. Conclusión: más subversión.
Ante esos
acontecimientos, el pueblo cubano, sus jóvenes, intelectuales,
académicos, campesinos y obreros, no se han dejado engañar con
ambigüedades ni frases diseñadas para intentar confundir. A cada hecho
concreto, se ha brindado una respuesta inteligente y firme, porque están
convencidos que todo lo que se intenta ejecutar contra Cuba en el plano
de la subversión político-ideológico está concebido dentro del entorno
de la llamada Guerra No Convencional que desarrolla Estados Unidos
contra gobiernos de izquierda, que les resulta incómodos por el carácter
revolucionario de la obra social que desarrollan.
Al respecto, algunos analistas del diferendo histórico entre Cuba y EE.UU.
han planteado que la estrategia de la Casa Blanca por la cual accedió a
restablecer los vínculos con la Isla, no solo obedece al desplome de su
desgastada agresividad contra la Revolución cubana. Subyace otra
intención orientada a garantizar que con el proceso de normalización de
las relaciones entre Washington y La Habana, se “abre una posibilidad”
para influir en Latinoamérica y restablecer el neoliberalismo en la
región. El objetivo es mostrar una Cuba que “cede” ante el nuevo
escenario y se distancia del apoyo histórico a los pueblos del llamado
Tercer Mundo, a los movimientos o gobiernos de progresistas y
revolucionarios.
Esta es una
teoría que no se puede descartar. Durante más de cinco décadas ha sido
imposible para las administraciones estadounidenses desacreditar los
vínculos solidarios de la Revolución cubana con las mayorías de las
naciones; desmontar su historia y la autoridad de Cuba en la arena
internacional, específicamente en América Latina.
Lo cierto es
que para Washington es necesario continuar los intentos de subversión
contra la Revolución cubana a la vez que, en complicidad con la
ultraderecha latinoamericana, despliega una compleja operación contra
Venezuela y Brasil, cumpliendo con los postulados de la Circular de
Entrenamiento 18-01 del Ejército de EE.UU., documento doctrinal básico de la Guerra No Convencional, cuyas definiciones promulgan “actividades
dirigidas a posibilitar el desarrollo de un movimiento de resistencia o
la insurgencia, para coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno o
tomar el poder (…)”, la cual acompañan con una intensa campaña
mediática donde muestran el empleo de botellas incendiarias, disturbios
callejeros, cifras sobre supuestos heridos y muertos, familiares
sufriendo las pérdidas, el drama, la tragedia humana y el horror.
Esos
episodios de la Guerra No Convencional, que el propio gobierno de los
Estados Unidos ha bautizado con varios nombres, desde Guerra Híbrida, de
Cuarta Generación, Irregular, Conflicto de No Guerra, Poder Blando,
Poder Inteligente, Huella Ligera, entre otros términos, son la manera de
tergiversar el lenguaje, empleando conceptos engañosos que pretenden
dar la apariencia de fenómenos “benignos”, con la intención de que esas
guerras, a diferencia de las otras, no se vean de igual forma y que sean
aceptadas por todo tipo de públicos.
Resulta que
en la caso de nuestro país, también se intenta edulcorar engañosamente
los términos para dar la impresión de que se ha cambiado una política.
Como planteara la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde, en su artículo
titulado: “Ningún analista serio en EEUU apoya los programas de
“promoción de la democracia” para Cuba:
“El
concepto de promoción de la democracia, que el gobierno de Estados
Unidos ha utilizado para Cuba, solo sustituyó otro término cargado de
resonancia peyorativa, como un conjuro mágico por el que se deseaba
exorcizar la realidad. Promoción de la democracia suena menos peligroso
que subversión o intervención en los asuntos internos de otro país, pero
llámese como se llame, los fines no dejan lugar a la ambigüedad”.
Hoy como
nunca antes, contra la Revolución cubana y las revoluciones sociales en
países de América Latina se teje, de manera muy refinada, las doctrinas
de Allan Dulles surgidas en pleno auge de la Guerra Fría. El gobierno de
Estados Unidos procura alcanzar sus objetivos estratégicos mediante una
guerra en la que predomina la subversión político-ideológica. Es una
guerra en el plano psicológico, ideológico y cultural. Ante esas
circunstancias, enfrentarla es un asunto de máxima prioridad para todo
el pueblo cubano, que como dijera el General de Ejército “(…) no renunciará a los principios e ideales por los que varias generaciones de cubanos han luchado.”
A esta Isla,
con una historia inmensa, le corresponde continuar defendiendo a
ultranza la obra de la Revolución, que trasciende las fronteras de un
país soberano, sin aceptar presiones, ni injerencias externas, bajo las
premisas del Apóstol de plan contra plan, para no permitir nunca que
prosperen en la mayor de las Antillas los intentos por introducir
sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración del
capitalismo neocolonial, enfiladas contra las esencias mismas de la
nación y su sistema socialista.
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