Testimonio desgarrador sobre Ana Belén Montes, puertorriqueña y presa política en los Estados Unidos desde hace 16 años
Recordemos quién es Ana Belén Montes
Ana Belén Montes fue analista superior de inteligencia en la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) de los Estados Unidos. Arrestada el 21 de septiembre de 2001, diez días después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y acusada del delito de “conspiración para cometer espionaje” a favor del Gobierno cubano.
Condenada en el año 2002 por “entregar a Cuba información que le permitiera conocer los planes de agresión de Estados Unidos contra la Isla”, se declaró culpable de los cargos que se habían levantado contra ella, los cuales le podrían haber valido la pena de muerte, pero finalmente fue sentenciada a 25 años de prisión en octubre de ese año, luego de haber llegado a un acuerdo con la fiscalía.
Declaración de Ana Belén Montes durante el juicio sumario en su contra ante un tribunal federal de Washington DC, el 16 de octubre de 2002
“Existe un proverbio italiano que quizás sea el que describe de la mejor forma en lo que yo creo: Todo el Mundo es un solo país. En ese “país mundial” el principio de amar al prójimo tanto como se ama a uno mismo resulta una guía esencial para las relaciones armoniosas entre todos nuestros “países vecinos”.
Este principio implica tolerancia y entendimiento para las diferentes formas de actuar de los otros. El establece que nosotros tratemos a otras naciones en la forma en que deseamos ser tratados, con respeto y consideración. Es un principio que, desgraciadamente, yo considero nunca hemos aplicado a Cuba.
Honorable, yo me involucré en la actividad que me ha traído ante usted porque obedecí mi conciencia más que obedecer la ley. Yo considero que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa, me consideré moralmente obligada de ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político.
Nosotros hemos hecho gala de intolerancia y desprecio hacia Cuba durante cuatro décadas. Nosotros nunca hemos respetado el derecho de Cuba a definir su propio destino, sus propios ideales de igualdad y justicia. Yo no entiendo cómo nosotros continuamos tratando de dictar como Cuba debe seleccionar sus líderes, quienes no deben ser sus dirigentes y que leyes son las más adecuadas para dicha nación. ¿Por qué no los dejamos decidir la forma en que desean conducir sus asuntos internos, como Estados Unidos ha estado haciendo durante más de dos siglos?
Mi mayor deseo sería ver que surja una relación amistosa entre Estados Unidos y Cuba. Espero que mi caso, en alguna manera, estimule a nuestro gobierno para que abandone su hostilidad en relación con Cuba y trabaje conjuntamente con La Habana, imbuido de un espíritu de tolerancia, respeto mutuo y entendimiento.
Hoy vemos más claro que nunca que la intolerancia y el odio –por individuos o gobiernos– lo único que disemina es dolor y sufrimiento. Yo espero que Estados Unidos desarrolle una política con Cuba fundamentada en el amor al vecino, una política que reconozca que Cuba, como cualquier otra nación quiere ser tratada con dignidad y no con desprecio.
Una política como esa llevaría nuevamente a nuestro gobierno a estar en armonía con la compasión y la generosidad del pueblo estadounidense. Ella permitiría a los cubanos y estadounidenses el aprender como compartir unos con los otros. Esto permitiría que Cuba abandone sus medidas defensivas y experimente cambios más fácilmente. Y esto permitiría que los dos vecinos trabajen conjuntamente y con otras naciones para promover la amistad y cooperación en nuestro “país mundial” y en nuestra única “patria mundial”.”
Carta de su prima Miriam Montes Mock (publicada el pasado día 20 de diciembre en el diario Claridad de Puerto Rico)
Una noticia devastadora: cáncer del seno derecho. Una mastectomía. El trauma físico y emocional. La soledad. Las visitas al hospital, encadenada, adolorida. El descubrimiento de la solidaridad en sus compañeras de celda. La incertidumbre. Otra vez el dolor. La añoranza de su familia. Y recientemente, la noticia que le sacó lágrimas cada vez que advirtió, a través de la cadena CNN en español que transmite la prisión Carswell, el destrozo de Puerto Rico tras el paso del huracán María.
Así entiendo que fue el año 2017 para mi prima.
Se llama Ana Belén Montes. Es una prisionera puertorriqueña que extingue una condena de veinticinco años por obedecer su conciencia y solidarizarse con el pueblo cubano ante las políticas de agresión del gobierno estadounidense.
Este año, Ana Belén cumplió dieciséis años encarcelada.
Aún está sujeta a las medidas administrativas especiales, las cuales limitan su acceso al mundo fuera de la prisión. Lleva dieciséis años silenciada y aislada. Sólo se le permite comunicarse con un puñado de familiares y amigos que la hayan conocido antes de su arresto. Nadie puede citar las palabras que Ana ha hablado a partir de su encarcelamiento. Nadie puede hacerse eco de su dolor, ése que experimenta cualquier mujer ante la mutilación de su cuerpo y la incertidumbre de su futuro. Nadie. Sólo imaginarlo.
El cáncer es una enfermedad debilitante para todo ser humano, mucho más cuando se sufre dentro de una prisión. Me duele pensar que Ana enfrenta esa condición de salud sin el apoyo de sus seres queridos, sin la posibilidad de escoger un médico de su confianza, tratamientos alternos o paliativos, una dieta rica en vegetales y frutas frescas, o al menos alguien con quien desahogarse. Por el contrario, a Ana le ha tocado enfrentarse al cáncer en un ambiente de constante vigilia. En un lugar donde impera el ruido, la violencia, la hostilidad emocional…y la soledad. En medio de ese caos, Ana convaleció de su cirugía.
Los carceleros la llevaban de la prisión al hospital, encadenada de manos y pies, con una cadena gruesa amarrada a la cintura, de la cual cuelga un grillete pesado donde se unen las cadenas de la cintura con las de los pies. Y una herida en el pecho.
Durante este año tormentoso, Ana se dedicó a recuperar sus fuerzas.
Su meta a corto plazo: estar viva y libre de cáncer por los próximos cinco años. A pesar de las condiciones en las cuales vive.
Su meta a largo plazo: regresar a la libre comunidad, si no antes, al menos el primero de julio de 2023.
Ana es fuerte. Al menos, eso es lo que pienso. Durante casi cuatro meses estuvo imposibilitada de escribir cartas. Luego comenzó de a poco: media página, una página, dos… mientras soportaba la punzada que le provocaba un nervio pinchado en su brazo derecho. Le volvieron los dolores de espalda. Sus compañeras en la prisión la cuidaron. Fue, tal vez, un abrazo del cielo.
Reinició sus lecturas. “Conoció” a Pedro Albizu Campos y su sacrificio a favor de la independencia de Puerto Rico. Se acercó a las gestas nacionalistas puertorriqueñas. “Viajó por el mundo” con el Papa Francisco y se dejó impregnar de su espíritu compasivo. Sonrió al “escuchar” los diálogos entre el Dalai Lama y el Arzobispo Desmond Tutu. Se ha interesado en estudiar, con su usual minucia, la Carta Autonómica del 1897, el Tratado de París, y otros documentos que evidencian la trayectoria política de la Isla. Pero a Ana tampoco se le permite articular públicamente sus reflexiones sobre el trayecto político de Puerto Rico; ni sobre las corrientes ideológicas a nivel mundial; ni sobre filosofías o religiones.
Hoy día, Ana Belén resiste la muerte, ésa que muestra sus rostros de fealdad dentro de cualquier prisión. Día a día. Con la mente alerta. Con el corazón sensible ante el mundo que ella percibe desde sus rejas. Con la esperanza viva.
Imagino a Ana Belén durante estos últimos tres meses, mientras contemplaba, a través de las transmisiones televisivas, los destrozos perpetrados por los huracanes Irma y María. Me la imagino con el pesar que produce advertir una fatalidad y no poder hacer nada para remediarlo. No, el pueblo puertorriqueño nunca escuchará sus palabras de aliento y solidaridad luego de la devastación que experimenta el país.
De seguro, si estuviera en tierra boricua, Ana Belén trabajaría sin descanso para ayudar al que sufre. Es lo que le nace hacer. Como si estuviera entre nosotros, la Mesa de trabajo por Ana Belén Montes en Puerto Rico ha hecho un paréntesis en su labor educativa para ofrecer su solidaridad a los damnificados del país. Como si ella lo hiciera. En el nombre de Ana Belén.
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