Que la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein, en la Alemania de Angela Merkel, socia y amiga de Mariano Rajoy, haya puesto en libertad a Carles Puigdemont al no apreciar que haya cometido delito de rebelión, es una bofetada a dos manos para la justicia española, que, vista esta nueva pifia, se está convirtiendo en una aliada muy eficaz de los independentistas.
Sí, porque sobreactuar, calibrar mal, armar una acusación sobre un delito inexistente, emitir una euroorden judicial sin atarla previamente, es no cumplir como Dios manda con el deber constitucional, es simple y llanamente hacerlo mal.
Puede que el juez Pablo Llarena y la jueza Carmen Lamela reciban a la vuelta de los años una de esas órdenes pomposas que ilustran los CV de los juristas y magistrados célebres.
Es posible que alguna ONG de la derecha extrema les reconozca como los patriotas del año. No es descartable que Aznar, firme defensor de la mano dura y dos huevos duros contra la rebelión, les premie con unos versos a lo Nerón.
Pero dudo muy mucho que pasen a los anales de la jurisprudencia española por su finura e independencia.
Brocha gorda, demasiada brocha gorda, cuando la situación necesitaba de manos de cirujano y de un pincel para dibujar un puente de planta entre las rejas del talego.
Ya puestos, a Puigdemont se le podía haber acusado de casi todo. Ahí va la retahíla: de ser un friki en toda regla, de un corte de pelo criminal, de tener menos luces que Celia Villalobos en la Feria de Cártama, de ser políticamente un cobarde de la pradera, de estar emparentado con Islero -y por tanto formar parte de la familia que mató a Manolete-, de haber estado detrás del atraco al tren de Glasgow, de haber provocado la tocata y fuga de cienes y cienes de empresas de Cataluña (incluida la productora de la auténtica crema catalana), de haber mandado a la economía catalana a la Segunda b europea, de ser uno de los principales artífices de la ruptura social más grave de Cataluña, de destilar un cierto supremacismo en su nacionalismo a ninguna parte.
Pero sobre todo de malversación de caudales por la utilización de fondos públicos en el procés. Una acusación que facilitará que los tribunales alemanes lo extraditen a España, donde podrá ser condenado un máximo de 12 años de cárcel.
Pero la acusación de rebelión nunca ha tenido mucho sentido; principalmente, porque la violencia más notoria la pusimos los constitucionalistas el 1-O, cuando nuestro Gobierno, impotente al no poder abortar la proliferación de urnas chinas, dio órdenes a las Fuerzas de Seguridad del Estado de leña al independentista, que es de goma (sin distinciones de ningún tipo). La imagen internacional que se trasladó fue de república bananera. El ‘¡a por ellos!’ a la Guardia Civil puso la guinda al esperpento.
Otra patriota que está en horas bajas es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que después de las últimas revelaciones –la falsificación de la firma de la presidenta del tribunal de su máster- debería está recogiendo su despacho en la Puerta del Sol. Atrincherarse no le va a valer para nada.
¿Que ahora el PP va a poner en marcha el ventilador? Que cada palo aguante su vela.
La última patriota de capa caída es la Reina Letizia. Respecto mucho a quienes, como Pablo Iglesias, no entran en el incidente de la susodicha con la Reina Sofía, pero yo no aspiro a un marquesado ni creo sinceramente que los actos públicos de la Familia Real sean privados.
Además, la Monarquía, como principal institución del Estado, se sustenta en dos pilares: la familia y la institución. Los gestos familiares, que forman parte de su forma de comunicación, tienen trascendencia política porque sirven para escrutar el estado de salud de la propia institución.
Aparte, los 230.000 euros de vellón de los españoles pagan las críticas, ya sean magnificadas o no; van, en definitiva, incluidas en el sueldo.
En fin, lo dicho: muy feo el gesto de la Reina con mando en plaza hacia la Reina jubilada, ya que no deja de ser una desconsideración de la nuera hacia la abuela que solo pretendía hacerse una foto –hecha por el fotógrafo real para másinri– con sus dos nietas.
Leti, que escuchó música de viento y algún insultillo en el primer acto tras el pantallazo real, debe ser consciente de que se ha creado un gravísimo problema de imagen ante los españoles, que, por lo general, tienen más aprecio a las abuelitas que a las nueras. Lo peor de todo es que doña Sofía no es la única damnificada, casi se podría constituir ya el Colectivo de Afectados por Letizia (CAL). Y alguien se lo debería advertir.
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