Mientras era extraído a la fuerza de la
embajada ecuatoriana en Londres Julian Assange portaba en sus manos un
libro de Gore Vidal. No se trataba de un libro “escrito” por Vidal, sino
de una compliación de entrevistas en que el autor
de novelas como Burr denuncia con su característico sarcasmo el funcionamiento de lo que denominó “los Estados Unidos de Amnesia”.
Buena parte de la obra narrativa de Vidal
gira -directa o indirectamente- alrededor de cómo Estados Unidos dejó de
ser una república para convertirse en un imperio. Washington D.C. y la
Roma de los césares son escenario de muchas
de sus novelas. Cuando con el pretexto del atentado a las Torres
Gemelas el Congreso estadounidense aprobó la
Patriot Act, el célebre escritor declaró que el estado de
derecho había muerto en su país. A ese país es el que con casi absoluta
seguridad será trasladado Assange para ajustarle cuentas por develar las
pruebas que muestran los crímenes cometidos por
Washington fuera de sus fronteras.
Contra lo que muchos anunciaron, luego de la
implosión soviética y el mundo que la circundaba, la época
contemporánea no se ha visto caracterizada por el triunfo definitivo de
la democracia liberal que haría innecesario el irrespeto
a la ley y el uso de la fuerza dentro y entre las naciones. Los que
Barack Obama solía llamar “valores universales” han sido violados
sistemáticamente por sus propios promotores desde el Oriente Medio a
América Latina y hasta en su propio territorio por todas
las administraciones norteamericanas que sucedieron a la caída del Muro
de Berlín. El debido proceso, el libre comercio y acceso a la
información, los derechos humanos, las libertades de expresión y de
palabra, la libre movilidad de los ciudadanos, el respeto
de los organismos armados a las instituciones electas, aspectos
presentes en todos los discursos de los gobernantes occidentales durante
la Guerra Fría se han venido violando de manera creciente con
protagonismo estadounidense sobre todo en lo que, tanto el
Secretario de Estado de Barack Obama, John Kerry, como los de Donald
Trump, coinciden en llamar su “patio trasero”.
Desde que en 2009 el Presidente hondureño
Manuel Zelaya fuera sacado de su casa en pijama por los militares, que
después ametrallaron a la multitud que lo esperaba en un intento de
regreso aéreo, hasta hoy varios presidentes latinoamericanos
han sufrido golpes de estado, un seguro vencedor electoral como Lula ha
sido encarcelado en un procesos arbitrario, conducido por jueces
adiestrados en Estados Unidos, y se ha llamado abierta y reiteradamente
desde Washington a derrocar el gobierno venezolano,
electo con mayor votación y más participación que el de Donald Trump,
por solo citar algunos hitos.
El intento de poner al alcance de todos
información científica, obtenida con fondos públicos, costó al joven
informático Aaron Swartz la amenaza por el gobierno de Obama con treinta
años de cárcel y un millón de dólares de multa
que lo hicieron suicidarse. Edward Snowden informó al mundo que la
privacidad de todos, de los jefes de estado a los ciudadanos más
simples, es violada por el gobierno estadounidense. Pero el resultado no
es que Snowden es condecorado por los autores de los
discursos más elevados sobre la libertad en los medios de comunicación
de mayor alcance sino que debe vivir escondido bien lejos de Occidente,
en Moscú, mientras el derecho de asilo -reconocido en su momento hasta
por las más feroces dictaduras latinoamericanas-
es violentado para poner en manos de sus perseguidores a Assange, el
hombre que más ha hecho por denunciar violaciones masivas y flagrantes
de los Derechos Humanos.
China, que en buena lid ha venido ganando
espacio como potencia económica global con las que hasta ahora eran las
reglas de juego del comercio mundial, es atacada con aranceles y medidas
que usan el poder de un estado en contra del
sacrosanto espíritu de libre empresa, y los muros en Palestina y
México convierten en minimalista el que dividía a Berlín.
Con el aval del voto (casi 80% del padrón
electoral) y la voz (1,7 millones de opiniones), los dos medidores de la
democracia aceptados en Occidente desde Pericles, se ha proclamado una
nueva Constitución en Cuba pero la respuesta
de quienes llevan sesenta años exigiendo a la Isla ser democrática es
arreciar el bloqueo económico e imponer nuevas sanciones en nombre de la
libertad de empresa y competencia.
Ese “dictador” que es el Comandante Fidel
Castro dijo que a Wikileaks “habría que hacerle una estatua”. ¿Dónde
está la democracia y dónde la dictadura? Al responder a las nuevas
agresiones norteamericanas, el Presidente cubano Miguel
Díaz-Canel Bermúdez
recordó ante la Asamblea Nacional de Cuba una frase Fidel:
“sólo podrá decirse que aquí se organizó una sociedad donde todos los
pueblos del mundo pudieron venir a aprender lo que era justicia, lo que
era democracia, y que supo defenderla y supo
sostenerla”. Y tanto Gore Vidal como Assange supieron ver con claridad
lo que significa Fidel “¿Quién no lo admira?”
se preguntó el primero, mientras
Assange agregaría después: “Estoy
altamente impresionado por cómo ustedes han resistido estos 50 años a
90 millas de Estados Unidos… La autenticidad de Fidel Castro se mantiene
en todo lo que el país va a continuar haciendo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario