sábado, 26 de abril de 2014

Ecología sin metáforas


Ecología sin metáforas. Eduardo Sanguinetti. Rebelión

Hace un par de años, en Río de Janeiro se llevó a cabo la Cumbre de la Tierra: Eco, donde asistieron representantes oficiales de 179 países así como de organizaciones no gubernamentales. Lo tratado en dicha Cumbre se dio a conocer en todo el mundo por las grandes agencias de noticias del mundo, de las cuales surgieron los siguientes resultados:
Ochocientos millones de hambrientos, 1.700 millones de personas en pobreza extrema, 954 millones de adultos analfabetos y 2.900 millones de personas sin saneamiento básico, son una prueba. Cincuenta millones de enfermos o contagiados por el virus del sida, tre millones de muertos por tuberculosis, dos millones por malaria cada año y millones de adolescentes que acuden a la droga y se prostituyen a instancias del poder político-mafioso, son otra prueba. Quinice millones de niños menores de 5 años morirán este año por causas evitables, lo que además de una prueba adicional es un crimen, a no dudarlo estimados lectores. Esto está relacionado con la ecología y el medio ambiente para que todos tengamos el derecho a vivir en una Tierra para todos en salud mental y física, y no en una Tierra contaminada por toda la basura acumulada, la que emerge de las fábricas contaminantes y las que surgen de los negociados a favor de la droga, la prostitución y el hambre de millones de seres en este mundo.
Denunciar únicamente el vertido de desechos es no querer ir a la raíz del problema, es una pantalla del real conflicto en el proceso industrial-contaminador. Para la Ecología Social, el análisis transita por otro andarivel, porque no es lo mismo desarrollo que calidad de vida. El círculo de la contaminación es infinitamente más amplio, donde las responsabilidades y complicidades políticas-empresariales se amalgaman. Por esta razón observo con espíritu crítico, y mantengo distancia, con los aspectos cosmetológicos de personas o grupos dentro y fuera de la Argentina, acomodados cada uno en su pequeño espacio de poder, haciendo creer que se están ocupando por un ambiente sano, cuando en realidad lo estructural no se quiere modificar. Es que el tema ambiental es un buen negocio para muchos. Así como los presos son necesarios para dar sentido a jueces, abogados, policías, servicio penitenciario. Los residuos, el reciclado, estudios de impacto, las consultoras, dejan pingües utilidades a sus actores. La ecología social no ingresa al negocio de la conservación del planeta.
La Argentina tiene 40 millones de habitantes. Una superficie de tierra donde una sola provincia albergaría a Holanda e Italia. Suelo ­en líneas generales­ no demasiado contaminado. Mucha agua y energía. Riquezas naturales renovables y no renovables para envidia del mundo. Que 15 millones estén en la línea de pobreza, que haya entre un 25 y 60% de desocupación y subocupación, que 60 niños se mueran diariamente por enfermedades producidas por la pobreza, que los viejos tengan una doble muerte: la cronológica y la social, que los jóvenes incurran en la droga y el alcohol por desesperanza y falta de amor. Que miles de mujeres mueran por abortos clandestinos y que la deserción escolar llegue al 50%. ¿No les parece que son cosas muy pesadas para dejar de lado cuando algunos se autotitulen ecológicos porque despetrolaron un ave, o plantaron un cartel denunciando que tal empresa contamina? ¿Es factible salvar las ballenas colocando solamente una calcomanía en los autos o aportando una cuota a una institución ambientalista?
En tal sentido no dudo en afirmar que hablar de ecología a secas, sin la variable social, es el lenguaje de quienes viven de su renta. Estar sano es ser feliz, señalé hace unos años ante representantes de la OMS en un congreso en la ciudad de Sydney. La salud, ha quedado bien demostrado, no se mide por la ausencia de las enfermedades. La salud es un perfecto ecosistema en el que intervienen variables bien definidas. Para mí la medición de esas variables se determina por las condiciones materiales de existencia, la relación armoniosa del sujeto para consigo mismo y su vinculación con los demás miembros de la comunidad. Y necesariamente debemos hablar del perfecto equilibrio que se da en un ecosistema. Si el pueblo disfrutara plenamente, y el placer reinara en todo lo cotidiano, no serían necesarios dioses, ni el deseo de perpetuidad, ni la contracción al trabajo alienado. No es muy difícil comprender entonces, por qué la Iglesia Católica desde sus inicios, combate y reprime al placer como instrumento de control ideológico. ¿Amar produce a veces sufrimiento? ¡Claro que sí! Pero ¿quién quisiera la existencia sin esa “neurosis” excitante y vital? Y en este devenir, es posible que en el sistema sin jerarquías ni clases sociales, que irremediablemente deberemos construir hacia el logro de una sociedad justa e igualitaria, podamos volver a la naturaleza, sin desechar la computadora o la televisión, desde una tecnología con rostro humano, para intentar reconstruir la felicidad que a lo mejor, en tiempos remotos, los humanos supimos tener.
Eduardo Sanguinetti, Filósofo Rioplatense

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