Manuel Monereo
Empiezo, como empezaría Txomin, con la autocrítica y pidiendo perdón. Me ha faltado valor para escribir un artículo como este hace un año. Lo pensé y no me atreví. ¿Por qué? Por no perjudicar a mi formación política, IU, en momentos de muchas dificultades y, debo decirlo, por no generar más problemas a mi amigo de siempre, Pablo Iglesias. Hoy sé que me equivoqué y no tengo disculpa.
Mi admiración por Arnaldo Otegi viene de viejo. Estilo directo, modestia y claridad de ideas. Sobre todo, valor, valor cívico para poner fin a una etapa de la historia, dura y terrible, del movimiento abertzale. Nunca, desde aquí, podríamos estarle más agradecido: poner fin a la violencia armada, plantearse en serio la lucha por la liberación social y nacional de Euskadi desde una democracia a reconstruir, no era y nunca será fácil, además, hay que subrayarlo, estando él en prisión.
Hay que entenderlo. Un movimiento armado, centenares de presos en las cárceles, detenciones continuas de dirigentes de ETA y ganar el debate. Sí, se ganó el debate, lo ganamos todos con Arnaldo Otegi, para situar la política en el centro, discutir las posibles salidas democráticas y apostar por una nueva Euskadi reconciliada, libre y socialista.
El encarcelamiento de Otegi es injusto y políticamente guiado. Todos lo sabemos. Tener al hombre de la paz, su mayor instigador, en prisión, es apostar por el conflicto y por el enfrentamiento.Arantza Quiroga, secretaria del PP en el País Vasco, lo ha podido comprobar en primera persona: el llamado conflicto vasco, atizarlo, agravarlo, sigue siendo un elemento central de la política de la derecha. Las “razones” las sabemos todos y todas: justificar la restricción de las libertades, criminalizar cualquier relación, acuerdo, alianza, entre la izquierda abertzale y la izquierda federalista, fortalecer un discurso “nacional” en momentos donde la corrupción y las políticas de ajuste provocan una drástica disminución de apoyos electorales.
La crisis de la Unión Europea, la dictadura de los acreedores dirigida por el todopoderoso Estado alemán y el agravamiento de la situación económica, social y política de los países del Sur, obligan, creo, a un cambio de perspectiva histórica. Con cierto asombro vemos cómo la burguesía catalana y vasca, sus diversas clases políticas, aprueban, junto con el gobierno “enemigo” de Rajoy, unos memorandos de austeridad que suprimen derechos sociales, restringen libertades sindicales, precarizan las relaciones labores y, sobre todo, degradan la democracia en cualquiera de sus acepciones. El Estado español, mejor dicho, el Reino de España, no es un Estado soberano y se va convirtiendo, poco a poco, en un “protectorado” económicamente dependiente y políticamente cada vez más subalterno.
Esta no es una cuestión menor. Plantear las diversas “cuestiones nacionales” del Estado español como si la globalización capitalista no existiera, como si la UE no determinara el marco real de nuestra vida pública, es, a mi juicio, un inmenso error. Los que sufren esta situación son nuestras clases trabajadoras, nuestros pueblos, la ciudadanía en general. Necesitamos urgentemente un cambio de política; será muy difícil que esto se pueda hacer en el marco de una UE que se ha organizado como un poderoso sistema de dominación al servicio de los poderes económicos, insisto, hegemonizada por un Estado Nacional: Alemania.
El Estado español, la Constitución surgida en la Transición, se encuentra en crisis. La fase está marcada por un enfrentamiento radical entre una enésima restauración borbónica y la ruptura democrática. En el centro, desde abajo y a la izquierda, la necesidad de un proceso constituyente que haga real lo que dicen los textos constitucionales, es decir, que el soberano es el pueblo, nuestros pueblos, los ciudadanos y las ciudadanas; que nuestro principal derecho es al autogobierno, a dirigirnos colectivamente y tomar en nuestras manos nuestro destino. Se trata de construir un nuevo Estado, un nuevo patrón productivo y un nuevo modelo social, comenzando por el reconocimiento del derecho a la autodeterminación.
Hay una posibilidad real de unidad de las izquierdas del Estado, de una convergencia real entre fuerzas nacionalistas y de izquierdas para cambiar esta realidad plural que se llama España. En muchos sentidos, el cese de la violencia en Euskadi, el proceso de paz iniciado, ha propiciado que la política con mayúsculas aparezca de nuevo en nuestras sociedades y que el cambio pueda ser posible. No es poca cosa.
Arnaldo Otegi sigue injustamente en la cárcel. Su libertad ayudará a la paz y a la reconciliación; será un interlocutor crucial para asegurar que la crisis del régimen monárquico tenga una salida democrática y progresiva. Su libertad será la nuestra.
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