Cambio libertad por seguridad.
O sea que la solución contra el terrorismo es cambiar las intocables constituciones, limitar el derecho de reunión, permitir allanamientos y detenciones indiscriminadas, bombardear países más o menos lejanos, cantar La Marsellesa todo el tiempo y otras lindezas. Resulta que somos una gran potencia geoestratégica continental y ocho fulanos con bombas nos obligan a cambiar las leyes. A recortar nuestras libertades. Francia ya había derogado el tratado de Schengen durante un mes para que las multinacionales contaminantes celebraran su cumbre del clima sin miedo a muyahidines exaltados, hipsters y otras gentes peligrosas.
Los gobernantes europeos, con gran pompa y ceremonia, nos advierten de que este recorte de libertades es temporal y necesario. Grandes políticos de grandes partidos rivales se dan la mano y se hacen selfies en palacios comunes (como cualquier paleto sabe, lo común es lo que antes era de todos). Y nos lanzan el inequívoco e indiscutible mensaje de que cercenan nuestra libertad para garantizar nuestra libertad. Yo, a pesar de ser un muy hondo opinador, os juro que me hago un lío con tanta libertad. O sea, que no lo acabo de entender muy bien. Quitar libertad para garantizar libertad es como cortarte la cabeza para que parezcas más alto. Por tu bien. Yo no lo veo, aunque soy hombre de mente abierta. Me parece que, a la gente sencilla como quien esto suscribe, este axioma conviene explicarlo mejor. Quitar para dar siempre me ha parecido argumento algo trilero.
Esta gran potencia militar llamada Europa lleva años desmontando los estados que la componen. Creo que eso es de todos bien sabido. Lo que olvidan nuestros armagedones es que ellos mismos son los que recortaron el Estado y nos dejaron sin policía para combatir el terrorismo islámico ni ningún terrorismo que se precie. Pongamos por caso nuestro Gobierno del PP, este que tanta seguridad siempre nos garantiza. En solo 20 meses –desde que llegó al poder hasta otoño de 2013–, redujo nuestra plantilla policial en 2.500 agentes y a la Guardia Civil la mermó en 2.000. No parece medida demasiado lógica en plena escalada del terrorismo, y menos en un país que nunca más celebrará festivos un 11 de marzo.
La seguridad era un derecho antes, tengo entendido. Y el recorte de los derechos básicos nos ha llevado a jubilar masivamente a médicos, profesores y policías. De los policías nunca nadie se acuerda. Hasta hoy. A mí no me preocupan los terroristas. A mí me preocupan más los gobernantes que solo se acuerdan de protegerme de los terroristas el día después. Cuando me llevan, al cementerio, preciosas flores oficiales. Que paga el contribuyente. O sea, entre otros, el muerto.
Esos mismos dirigentes, cual Fraçoise Hollande o Mariano Rajoy, que nos ofrecen un recorte de nuestras libertades a cambio de seguridad, son aquellos que hasta ayer desmantelaron o privatizaron la seguridad pública e hicieron inseguros nuestros estados. Antes del 11-M, la policía nacional española solo tenía un traductor de árabe en el cuerpo. Hoy la cosa más o menos sigue igual. Luego otorgan medallas a los polícías y militares muertos por su heroicidad y patriotismo. Cuando para luchar contra el terror solo les presupuestaron media docena de tirachinas y un becario.
Hollande, por ejemplo, anunció este lunes como medida de choque contra la Muerte la incorporación de 5.000 nuevos policías. ¿Qué pasa, colega? ¿Que el 12 de noviembre no hacían falta? Los designios de la alta política son inescrutables.
Nos han desprotegido y nos hemos dejado. Nos quitarán libertades para protegernos y nos dejaremos. Y es que los votantes (que no es lo mismo que los demócratas) no sabemos ni dónde ni con quién caernos muertos.
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