Acaba una legislatura colmada de ataques contra la clase trabajadora y los derechos democráticos, pero también de luchas que han trastocado la correlación de fuerzas en la sociedad. La rebelión social con la que hemos respondido a la ofensiva del PP alcanzó una envergadura no vista desde las grandes movilizaciones contra el franquismo de mediados de los años setenta. Sólo mencionar las luchas más destacadas nos da la medida de lo que hablamos: la explosión del 15M en 2011 y las huelgas generales de marzo y noviembre de 2012; la oleada huelguística en el sector educativo, el gran movimiento estudiantil de estos años, y las movilizaciones constantes contra la privatización de la sanidad pública; las Mareas Sociales,
el levantamiento del barrio de Gamonal y la Marcha de la Dignidad en marzo de 2014 con más de un millón de asistentes; las manifestaciones de los trabajadores del sector público contra la supresión de las pagas y los despidos, las marchas mineras, o los conflictos de los trabajadores de la limpieza viaria de Madrid, de Panrico, Coca Cola, de las subcontratas de Movistar, sin olvidar las masivas diadas por el derecho a decidir en Cataluña.
Nos dejamos muchos más ejemplos en el tintero, pero en todos ha destacado una gran autoorganización y participación desde la base, una iniciativa y audacia extraordinaria, y un desbordamiento de los aparatos políticos y sindicales empeñados en mantener a toda costa una paz social fracasada.
Crisis del régimen
Cuando en junio de 2014 se anunció la dimisión de Rubalcaba y la meteórica sucesión de Juan Carlos I por su hijo Felipe, todos los observadores políticos coincidieron en señalar la movilización social y la irrupción de Podemos como la causa decisiva. Y es que en las elecciones europeas del 25M, la formación encabezada por Pablo Iglesias obtuvo más de un millón de votos y 5 eurodiputados, asestando un golpe muy duro al bipartidismo. En los meses siguientes, miles de círculos se organizaron por todo el Estado, desatando el entusiasmo y la participación de decenas de miles de jóvenes y trabajadores. Esta fuerza catapultó a Podemos por delante del PSOE y del PP en la encuesta del CIS de enero de 2015 (con una estimación de voto de un 28%), respaldo que se vio confirmado en la gran Marcha por el Cambio del 31 de ese mismo mes, cuando más de 300.000 personas abarrotaron el centro de Madrid.
Este era el panorama hace tan sólo diez meses. Y no obstante, la situación actual es de gran incertidumbre. ¿Qué ha pasado en este intervalo de tiempo? ¿Cómo se explica que la burguesía haya podido recomponer parcialmente sus opciones y se ponga en cuestión la posibilidad de un vuelco profundo del tablero político?
¿Ni izquierdas ni derechas?
El sistema capitalista mundial, y en el caso del Estado español más acusadamente, arrastra una profunda crisis desde 2008. Millones de trabajadores han sido arrojados a la cuneta del desempleo y los salarios se han reducido drásticamente, mientras los recortes sociales, las privatizaciones, la precariedad y la desigualdad arrasan las conquistas del pasado. La burguesía actúa de manera implacable en la guerra de clases que ha declarado, sin importarle lo más mínimo el sufrimiento que provoca con su política. Por esta misma razón, cualquier intento de mejorar las condiciones de vida de las familias trabajadoras exige una lucha decidida contra los grandes capitalistas y sus instituciones —se llamen gobierno, parlamento, FMI, Banco Mundial o Banco Central Europeo—. Las urnas, como demuestra el caso de Grecia, no bastan: hace falta una política revolucionaria y la movilización más decidida, si queremos vencer la resistencia de la clase dominante y cambiar la sociedad.
Millones de personas miraron con entusiasmo a Podemos. Pero el fenómeno también atrajo a todo tipo de arribistas y oportunistas que reforzaron el discurso interclasista de la dirección y su giro a la derecha. No es ningún secreto que los dirigentes de Podemos insisten, desde hace meses, en diferenciarse cada vez menos de las organizaciones tradicionales, o en parecerse cada vez más a la formación emergente creada por la clase dominante (Ciudadanos), al tiempo que no regatean esfuerzos en despreciar los sentimientos de cientos de miles que nos identificamos con la izquierda, con la lucha de clases y el socialismo.
Pablo Iglesias, Errejón, Bescansa, Pascual y otros miembros de la dirección, han afirmado hasta la saciedad que pretenden trascender a la izquierda y a la derecha, que sus medidas son trasversales porque están llenas de sentido común, como si la política de Rajoy estuviera dictada por la locura y la sinrazón, y no por los intereses del gran capital. Renunciando a un programa de clase y nítidamente de izquierdas, se han puesto de perfil cuando la reacción atacaba la revolución venezolana, o peor aún, han votado resoluciones en ayuntamientos y parlamentos a favor de dejar en libertad a golpistas confesos. También justificaron vehementemente la capitulación de Tsipras ante la troika, dejando claro que en su lugar hubieran actuado exactamente igual. Se podría tener la tentación de considerar estos hechos como algo superficial y sin trascendencia, pero no es así.
Lamentablemente, las renuncias políticas se han multiplicado a medida que se acercan las elecciones: al abandono del “no pago de la deuda ilegítima” y de las nacionalizaciones de los sectores estratégicos, se suma ahora su ambigüedad respecto a la reducción de la edad de jubilación, la afirmación de que la enseñanza concertada continuará siendo subvencionada con dinero público, o que se mantendrán hasta la última coma de los acuerdos militares con EEUU y la OTAN. En palabras de Pablo Iglesias, Podemos se ha quedado sin compañía en el territorio de la socialdemocracia, como si eso fuera un orgullo o un desafío al sistema. Pero nada más lejos de la realidad.
Es precisamente esta deriva política lo que explica su caída en los sondeos. Si cuesta tanto diferenciar el programa de Podemos de lo que plantea Ciudadanos o del discurso de Pedro Sánchez, es natural que muchos se inclinen por apoyar al original y no la fotocopia. El crecimiento vertiginoso de la formación de Albert Rivera es directamente proporcional al giro de Podemos al centro político. Si se trata de ser serio y fiable, de ofrecer Pactos de Estado al resto de las formaciones, o recoger “lo mejor del espíritu de la transición” —cuando no hace tanto se hablaba de acabar con el régimen del 78—, el programa de Ciudadanos o del PSOE ofrece todo eso y más.
Renunciando voluntariamente a lo mejor que tenía, Pablo Iglesias no calibra suficientemente las consecuencias de sus actos. Parece dispuesto a quemar su proyecto político igual de rápido que lo hizo Tsipras, aunque sin ni siquiera llegar al gobierno.
Necesitamos una izquierda a la ofensiva y un programa socialista
Es innegable que la conciencia de millones ha experimentado un gran salto adelante en estos años, un proceso al que acompaña el descrédito del parlamentarismo y las organizaciones tradicionales, anegadas por los escándalos de corrupción. Pero si el cuestionamiento del capitalismo se ha convertido en un sentimiento mayoritario, entre miles de activistas crece la necesidad de levantar una izquierda que ponga fin a las concesiones en el programa y en la acción. Una izquierda que reate el hilo del marxismo revolucionario.
Las condiciones para avanzar en este objetivo existen, vaya que si existen. Las elecciones municipales del pasado 24 de mayo lo dejaron claro: en una mayoría de grandes ciudades las candidaturas de unidad popular obtuvieron resultados formidables y desalojaron a la derecha. Lo que prevaleció entonces fue el rechazo a décadas de opresión y latrocinio, llevando a los ayuntamientos las demandas de la rebelión social: cero desahucios, cero privatizaciones, defensa de los servicios sociales y remunicipalización de los mismos, sanidad y educación pública, memoria histórica...
Caben pocas dudas de que el mandato de la clase obrera y la juventud era lograr la unidad de la izquierda que lucha, que se expresa no en el espíritu de la transición sino en las grandes movilizaciones por el techo, el pan y el trabajo. Este era el sentir mayoritario, pero la dirección de Podemos ha hecho todo lo que estaba en su mano para frustrar esta posibilidad. Resulta ridículo escuchar a sus dirigentes decir que el voto a Podemos es fundamental para obligar al PSOE a formar parte del “cambio político”, mientras se niegan en redondo a un acuerdo con Izquierda Unida. ¿Quién está más cerca del cambio que queremos? ¿Pedro Sánchez, Susana Díaz… o los miles de activistas sociales y militantes de Izquierda Unida, de la PAH, de las Mareas? La respuesta es de cajón.
El hecho de que Podemos tenga que ir a las elecciones junto a Izquierda Unida y otras formaciones a la izquierda del PSOE en territorios como Cataluña, Galicia o País Valenciano, indica que detrás de la decisión adoptada solo hay un cálculo electoral cicatero y, posiblemente, muy equivocado. En numerosas ocasiones Pablo Iglesias ha intentado justificar su posición alegando que no son la tabla de salvación de IU. Pero no se trata de eso. Si se quiere combatir los errores de la dirección de Izquierda Unida, sus incongruencias políticas y sus prácticas burocráticas, lo mejor hubiera sido tender la mano a la militancia y la base social de IU con un programa consecuentemente de izquierdas. Pero es obvio que lo único que se pretende es copar un espacio electoral a costa de lo que sea.
El último sondeo de Metroscopia para El País muestra las diferentes tendencias que hemos comentado. Por un lado, el batacazo del PP, que pierde 20 puntos y pasa de un 44,6% al 23,5%. También la persistencia de la crisis del PSOE, que reduce aún más su apoyo después de cuatro años de oposición y de un gobierno de pesadilla: cae del 28,7% en 2011 al 21%. Ciudadanos recoge gran cantidad de votos fugados del bipartidismo por las razones que hemos mencionado, y alcanza el 22,5%. Pero lo más significativo de esta encuesta, realizada a cincuenta días de las elecciones, es que la suma de votos de Podemos e Izquierda Unida los colocaría casi en primera posición: un 17% y un 6,3% respectivamente, esto es un 23,3%. Si se hubiera logrado una candidatura unitaria, el efecto multiplicador hubiera sido mucho mayor como ya demostraron las elecciones municipales.
Pase lo que pase el 20D es evidente que la lucha de clases no va a tener tregua. La ofensiva del aparato del Estado y del gobierno del PP contra los derechos democráticos de Cataluña es un anticipo. La burguesía va a utilizar la cuestión nacional catalana para recomponer sus fuerzas, y desviar la atención del desastre que ha supuesto la legislatura que termina. Por eso es tan importante la oposición tanto de Podemos como de Izquierda Unida a integrar un frente españolista contra los derechos democráticos del pueblo catalán, apostando por un referéndum de autodeterminación. Pero es necesario dar más pasos, más enérgicos y audaces. Las declaraciones de las últimas semanas de Alberto Garzón, candidato de IU y que encabezará una lista con el nombre probable de Unidad Popular, son un paso adelante y han tenido el efecto de remontar el apoyo a Izquierda Unida.
De todos estos acontecimientos se deduce una conclusión: el parlamentarismo ya ha demostrado de sobra sus límites, mucho más si las instituciones no se utilizan para impulsar la movilización de los trabajadores y la juventud, para organizar la lucha contra el capitalismo. Para derrotar al PP, para cerrar el paso a la nueva derecha de Ciudadanos y hacer realidad el cambio político para la mayoría social, necesitamos una izquierda a la ofensiva con un programa socialista. Esta es la tarea más importante y a la que los marxistas dedicaremos todo nuestro empeño.
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