Lo de ponerle letra a nuestro chunda, chunda tachunda era una necesidad nacional, y no sólo para evitar el bochorno a los futbolistas de la selección, que disimulaban a lo Massiel antes de los partidos. Era algo inaplazable para un nacionalismo que ha resurgido ondeante en los balcones pero que se sentía un poco castrado y muy envidioso frente a sus competidores. Hasta los chicos de Tabarnia, que están en todo, lejos de conformarse con hacer presidente a Boadella y ministro de Hacienda al dueño la Bruja de Sort, ya se han dotado de varios himnos con letra por falta de uno.
Dar a las masas algo heroico que cantar es un empeño antiguo. Lo intentó Marquina, el de Las hijas del Cid, hubo una versión carlista que daba vivas a España por ser “madre de naciones” y declaraba la guerra “al perjuro traidor y masón”, e, incluso, Aznar, antes de ser estadista, encargó unos ripios a Juaristi y Luis Alberto de Cuenca, aunque su “Patria mía que guardas la alegría de la antigua edad” no llegara a prosperar. La iniciativa más reciente fue la del concurso del Comité Olímpico español, declarado finalmente desierto tras seleccionar la versión de un parado manchego, al que ahora cabe suponerle enrolado en ERC de tantas humillaciones que tuvo que soportar el pobre hombre.
La letra de Marta Sánchez ha convencido a los tirios del PP y a los troyanos de Ciudadanos, cuyo líder Albert Rivera se ha deshecho en elogios a Martísima por su valentía. Rivera, como se ha dicho aquí en alguna ocasión, es bastante veleta y ha olvidado que hace unos años adoptó como suya una versión de Sabina y hasta la utilizó en alguna campaña, quizás porque empezaba por “Ciudadanos” y lo de “ni súbditos ni años/ ni resignación/ ni carne de cañón” no le parecía entonces excesivamente revolucionario. Claro que eran los tiempos en los que los de naranja se decían socialdemócratas y no liberal-progresistas como ahora.
Los unánimes elogios de la derecha se producen en medio de la gresca que mantienen ambos partidos a cuenta de quién es más español y mucho español, una pelea que debe determinar quién es el verdadero baluarte del nacionalismo hispano y quién el sucedáneo a la hora de hacer frente a la perfidia del independentismo catalán. No es descartable que el “hoy te canto para decirte cuánto orgullo hay en mí, por eso resistí” amanse a las fieras y todo acabe en un hermanamiento o en un partido de solteros contra casados en el que Marta Sánchez interprete el himno en el centro del campo como si de la Super Bowl se tratase.
El año pasado el historiador Joan Lluís Marfany sorprendía a todos con un ensayo en el que afirmaba que el nacionalismo español fue creado por catalanes, que su padre fue el filólogo Manuel Milà i Fontanals, y que el invento obedecía a la necesidad de la burguesía catalana de modernizar y regenerar el Estado para justificar un proteccionismo industrial que amparara el intercambio comercial con otras zonas de España. En alguna entrevista Marfany fue más allá, hasta proclamar que la conversión sin titubeos de los catalanes en patriotas españoles se produjo cuando derrotaron a los franceses en la guerra de la independencia.
Así que si quieren echar la culpa a los catalanes de este resurgir del monstruo que es el nacionalismo español háganlo pero con datos históricos. “Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin” ha entonado nuestra musa. Hacen falta otros soldados para esta batalla. Los del amor se han licenciado.
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