Las marchas de la dignidad y la legítima defensa
- Escrito por Redacción
Antonio José Gallardo Rodrigo
A muchos nos gustaría que todo fuera un poco más sencillo, que no hubiera que estar siempre a contracorriente y que actuásemos en un bloque, en una plataforma o en una marcha (como ésta misma de la dignidad) sin más, dejándonos llevar por el entusiasmo mismo de la acción en curso aún reconociendo que el camino es largo, mucho más que el de la distancia geográfica, el de la conciencia colectiva de clase. Pero esto no es así ni puede serlo.
Hace unos días leí un extraordinario artículo de un compañero (Manuel
Navarrete, El egorrevisionismo: teoría y praxis) donde, entre otras
cosas, desmenuzaba sin paliativos la función de ciertos personajes, en
concreto al encumbrado Pablo Iglesias. Personaje mediático que utiliza
un discurso que “llega a la gente” pero que en ningún caso explica como
llevar a la práctica su recetario, que por otra parte no es diferente a
otras organizaciones en activo. Es lo que tiene el ego en mayúsculas.
(Echa para atrás saber que este personaje ha ocupado una plaza en la
mesa de oradores de las marchas, o quizás sirve de aliciente para poner
en evidencia su inconsistencia real, a pesar de presumir de “responsable
y posibilista” el muy listo). En cierto modo hay que decir en su favor
que sí explica cómo conseguir sus propósitos: “con el apoyo de mucha
gente” y todo con el pretexto de presentarse a las elecciones europeas
“porque se lo piden”. Como sabemos en ese parlamento europeo el
engranaje democrático brilla por su ausencia, o simplemente brilla como
decoro de una dictadura encubierta del capital, donde ordena y manda la
troika. Menos mal que tenemos a turriones y talegonas con nuevas
posibilidades: las de siempre. ¿De hacer qué? De hacer nada, de hacernos
perder el tiempo a los demás con un nuevo engaño. Y no será el último.
¿Alguien recuerda al besancenot francés? Su mecha mediática desapareció y
con ella, él. ¿Por qué? Porque su proyecto no tenía una base real, ni
tan siquiera un apoyo social como querían hacer creer los medios
interesados en ello.
En las marchas de la dignidad del día 22 de Marzo vamos a alzar un grito de protesta desde todos los rincones del país.Es un error fatal llevar la bandera blanca, no de la rendición en este caso, sino de la resignación ante las posibles agresiones policiales.
El origen de estas marchas está marcado por el hartazgo general de una sociedad que recoge el lema 15m del “no nos representan”, dejando claro, por tanto, que si esa camarilla de supuestos representantes no cumplen con su función nominal, sí representan los intereses de los banqueros, constructoras y multinacionales (e incluso los suyos propios muy generalmente entrelazados).
Estas marchas, por tanto, suponen, además de un grito de protesta, la constatación de la angustia y el sufrimiento latente en una sociedad donde una parte importante de ella no se resigna y busca una salida justa a esta situación.
La constatación de que este ataque contra derechos fundamentales (añadido a la injusticia inherente al sistema) tiene como responsables a prácticamente todo el arco político: PP, PSOE, IU, CiU, PNV, ERC..etc,etc….al servicio de los intereses de los que ostentan el verdadero poder, nos deja, a los que hacemos este camino tan opuesto al de Santiago en devoción (es más bien la necesidad), huérfanos de referentes políticos institucionales, más allá de algunos guiños y a pesar de la militancia de algunos de los que emprendemos esta lucha.
En los actos que se están celebrando para informar y fomentar el apoyo y la solidaridad se están dando consignas contraproducentes y totalmente antagónicas con el significado de las marchas. No es de recibo escuchar desde la mesa de interlocutores esto: “…siempre de forma pacífica. No queremos una carnicería. Si nos quieren reventar que nos revienten. Las manos levantadas”; “…nos vino muy bien la no violencia activa. Si nos revientan la espalda y nos quieren pegar, ¡las manos levantadas!, por que queremos llegar al corazón de la gente. Esto lo cambiamos si llegamos al corazón de la gente”.
Cuando nadie tiene duda del significado de las marchas, no se puede aceptar que desde la mesa de oradores e informadores se ponga en duda su carácter pacífico. Y esa declaración es una forma de hacerlo, pretendiendo otro menester, claro. Las únicas armas que llevamos en el camino hacia Madrid es la razón y nuestro anhelo de justicia. Evidentemente no somos un ejército ni llevamos artillería. ¿Es necesario hacer referencia a lo obvio? Pero en todo caso somos un ejército desarmado y sin preparación, pero sin interés por entregarnos. La solidaridad es el arma más eficaz que pretendemos conseguir por el camino y en la llegada.
Pero (amigo José Coy), no somos nosotros los que queremos una carnicería ni tampoco los que podemos provocarla. Sabemos muy bien quienes son los carniceros, como sabemos muy bien que es una patraña lamentable diferenciar dentro de un cuerpo represor, como las UIP, entre buenos y malos. Lamentable.
Las marchas son una “simulación” importante para la concepción de nuevas acciones, o esa es mi interpretación al menos. Y si las marchas en sí son modestas en sus objetivos reales, el llamamiento “a la no violencia activa” es el desarme y la humillación total a los que se van a poner en marcha.
El paro, la precariedad laboral legalizada, los desahucios, el terrorismo patronal, la miseria de las pensiones, y en definitiva, la exclusión social es la mayor y (de momento) única violencia que sufrimos el pueblo trabajador. Decir que, por si no teníamos bastante, también “tenemos que levantar las manos ante los que nos pegan y revientan” es un insulto a la dignidad de los caminantes que quieren convertirlo en dignidad.
Si ningún participante de las marchas hace un llamamiento a la violencia (ya he dicho que no somos un ejército y en todo caso, estaríamos desarmados ante el enemigo) ya que sería un suicidio, nadie tiene derecho y mucho menos desde dentro, a poner en duda el carácter pacífico.
Pero previendo las posibles cargas policiales, la legítima defensa no solo es un derecho sino también una obligación, en la medida de las posibilidades. Ya adelantamos que vamos desarmados, aunque armados de dignidad. Llevamos a nuestras espaldas una injusticia impuesta por un Estado represor y ante esto se hace insoportable ese llamamiento temerario “a la no violencia activa” mucho más después de avisar de que “cuando lleguemos a Madrid van a haber sorpresas”. ¿Si esas sorpresas desembocan en cargas policiales, qué hacemos? Y en todo caso, si se llevan a cabo esas cargas policiales por las acciones sorpresas (que valoraré en su momento) ¿cómo considerar a los que las promueven y hablan de “no violencia activa”? Si en las marchas hay masoquistas ¿tenemos los demás la obligación de disfrutar de esa orientación?
La única respuesta digna acorde a las marchas…de la dignidad, es no soportar, también, la represión en un acto legítimo.
Ante los golpes policiales, la legítima defensa.
https://www.youtube.com/watch?v=lIoiIdYWXIY
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