La verdad sobre el arsenal nuclear secreto de Israel
Julian Borger, ICH/The Guardian
Traducido para Rebelión por Germán Leyens |
La exótica historia de la bomba oculta en el desierto, sin embargo, es verdadera. Solo se aplica a otro país. Mediante un extraordinario conjunto de subterfugios, Israel logró juntar todo un arsenal nuclear subterráneo –estimado ahora en 80 ojivas, a la par con India y Pakistán– e incluso probó una bomba hace casi medio siglo, con un mínimo de protesta internacional o incluso mucha percepción pública de lo que estaba haciendo.
A pesar del hecho de que el programa nuclear de Israel ha sido un secreto a voces desde que un técnico descontento, Mordechai Vanunu, lo delató en 1986, la posición oficial de Israel sigue siendo ni confirmar ni negar su existencia.
Cuando el ex presidente de la Knéset [parlamento israelí], Avraham Burg, terminó con el tabú el mes pasado, declarando la posesión israelí de armas nucleares y químicas y describiendo la política oficial de reserva absoluta como “obsoleta e infantil”, un grupo derechista pidió formalmente una investigación policial por traición.
Mientras tanto, gobiernos occidentales han seguido el juego con la política de “opacidad” al evitar toda mención del tema. En 2009, cuando una veterana periodista en Washington, Helen Thomas, preguntó a Barack Obama en el primer mes de su presidencia si sabía algo de algún país en Medio Oriente con armas nucleares, éste esquivó el tema diciendo solo que no quería “especular”.
Los gobiernos del Reino Unido han actuado generalmente de la misma manera. Preguntada en la Cámara de los Lores en noviembre sobre armas nucleares israelíes, la baronesa Warsi se fue por la tangente. “Israel no ha declarado un programa de armas nucleares. Tenemos discusiones regulares con el gobierno de Israel sobre una serie de temas en relacionados con el problema nuclear”, dijo la ministro. “El gobierno de Israel no tiene dudas sobre nuestros puntos de vista. Alentamos a Israel a convertirse en un Estado parte del Tratado de No Proliferación Nuclear [TNP].”
Pero a través de las grietas en este muro de piedra, siguen emergiendo más y más detalles sobre cómo Israel construyó sus armas nucleares con componentes contrabandeados y tecnología robada.
La historia sirve como contrapunto histórica a la actual prolongada lucha respecto a las ambiciones nucleares de Irán. Los paralelos no son exactos – Israel, a diferencia de Irán, nunca firmó el TNP de 1968, de modo que no podría violarlo. Pero es casi seguro que violó un tratado que prohíbe ensayos nucleares, así como innumerables leyes nacionales e internacionales que restringen el tráfico en materiales y tecnología nucleares.
La lista de naciones que vendieron en secreto a Israel el material y la experticia para hacer ojivas nucleares, o que hicieron la vista gorda ante su robo, incluyen más acérrimos enemigos de la proliferación: EE.UU., Francia, Alemania, Gran Bretaña e incluso Noruega.
Mientras tanto, agentes israelíes encargados de comprar material fisible y tecnología avanzada llegaron a formar parte de algunos de los establecimientos industriales más impenetrables del mundo. Este atrevido y notablemente exitoso grupo de espías, conocido como Lakam, el acrónimo hebreo para el Buró de Relación Científica de resonancia inocua, incluía a personajes tan pintorescos como Arnon Milchan, el multimillonario productor de Hollywood de éxitos como Pretty Lady, LA Confidential, y 12 Years a Slave, quien terminó por admitir su rol el mes pasado.
“¿Sabéis lo que significa ser un muchacho de veintitantos años [y] su país lo deja ser James Bond? ¡Caray! ¡La acción! Fue excitante”, dijo en un documental israelí.
La historia de la vida de Milchan es pintoresca, y es bastante improbable que sirva de tema de uno de los éxitos que financia. En el documental, Robert de Niro recuerda haber discutido el papel de Milchan en la compra ilícita de disparadores para ojivas nucleares. “En algún momento le pregunté algo al respecto, al ser amigos, pero no de un modo acusador. Solo quería saber,” dice de Niro. “Y me dijo: sí, lo hice. Israel es mi país.”
Milchan no se muestra tímido respecto al uso de conexiones en Hollywood para apoyar su tenebrosa segunda carrera. En un determinado momento, admite en el documental, utilizó el señuelo de una visita a la casa del actor Richard Dreyfuss para lograr que un importante científico nuclear estadounidense, Arthur Biehl, se uniera al consejo de una de sus compañías.
Según la biografía de Milchan, de los periodistas israelíes Meir Doron y Joseph Gelman, fue reclutado en 1965 por el actual presidente de Israel, Shimon Peres, a quien encontró en un club nocturno de Tel Aviv (llamado Mandy’s, bautizado por la anfitriona y esposa del dueño, Mandy Rice-Davies, célebre por su papel en el escándalo sexual Profumo). Milchan, quien entonces dirigía la compañía familiar de fertilizantes, nunca se arrepintió, jugando un rol central en el programa clandestino de adquisición de Israel.
Fue responsable de conseguir tecnología vital de enriquecimiento de uranio, fotografiar planos de centrífugas “abandonados” temporalmente en su cocina por un ejecutivo alemán sobornado para hacerlo. Los mismos planos, pertenecientes al consorcio de enriquecimiento de uranio europeo Urenco, fueron robados por segunda vez por un empleado paquistaní, Abdul Qadeer Khan, quien los utilizó para fundar el programa de enriquecimiento de uranio de su país y establecer un negocio global de contrabando nuclear, vendiendo el diseño a Libia, Corea del Norte e Irán.
Por ese motivo, las centrífugas de Israel son casi idénticas a las de Irán, una convergencia que permitió que los israelíes probaran un gusano informático, conocido como Stuxnet, en sus propias centrífugas antes de introducirlo en Irán en 2010.
Posiblemente las hazañas de Lakam fueron aún más arriesgadas que las de Khan. En 1968, organizó la desaparición de todo un carguero lleno de mineral de uranio en medio del Mediterráneo. En lo que llegó a ser conocido como el affaire Plumbat, los israelíes usaron una red de compañías de fachada para comprar un envío de óxido de uranio, conocido como “torta amarilla” o urania, en Amberes. La torta amarilla estaba oculta en tambores con la etiqueta “plumbat”, un derivado del plomo, y fue cargada en un barco de carga alquilado por una supuesta compañía liberiana. La venta fue camuflada como una transacción entre compañías alemanas e italianas con ayuda de funcionarios alemanes, según se dice a cambio de una oferta israelí de ayudar a los alemanes con tecnología de centrífugas.
Cuando el barco, el Scheersberg A, atracó en Rotterdam, toda la tripulación fue despedida usando el pretexto de que la nave había sido vendida y una tripulación israelí tomó su lugar. El barco partió hacia el Mediterráneo donde, bajo guardia naval israelí, la carga fue transferida a otra nave.
Documentos estadounidenses y británicos desclasificados el año pasado revelaron también una compra israelí previamente desconocida de unas 100 toneladas de torta amarilla de Argentina en 1963 o 1964, sin las salvaguardias típicamente utilizadas en transacciones nucleares para impedir que el material sea utilizado en armas.
Israel tuvo pocos escrúpulos al proliferar know-how y materiales para armas nucleares, y ayudó al régimen del apartheid en África del Sur en el desarrollo de su propia bomba en los años setenta a cambio de 600 toneladas de torta amarilla.
El reactor nuclear de Israel también necesitaba óxido de deuterio, también conocido como agua pesada, para moderar la reacción físil. Para ello, Israel, se volvió hacia Noruega y Gran Bretaña. En 1959, Israel logró comprar 20 toneladas de agua pesada que Noruega había vendido al Reino Unido pero que era excedente respecto a los requerimientos para el programa nuclear británico. Ambos gobiernos sospechaban que el material sería utilizado para hacer armas, pero decidieron hacer la vista gorda. En documentos vistos por la BBC en 2005 funcionarios británicos argumentaron que sería “exceso de celo” imponer salvaguardias. Por su parte, Noruega realizó solo una visita de inspección, en 1961.
El proyecto de armas nucleares de Israel nunca hubiera podido empezar a funcionar, sin embargo, sin una enorme contribución de Francia. El país que adoptó la línea más dura en la contraproliferación cuando se trató de Irán ayudó a crear los fundamentos del programa de armas nucleares de Israel, impulsado por un sentimiento de culpa por haber dejado plantado a Israel en el conflicto de Suez de 1956, simpatía de científicos franceses-judíos, intercambio de inteligencia sobre Argelia y un impulso por vender experticia francesa en el extranjero.
“Había una tendencia a tratar de exportar y un sentimiento general de apoyo a Israel”, dijo a Avner Cohen, historiador nuclear israelí-estadounidense, Andre Finkelstein, ex vicecomisionado del Comisariado de Energía Atómica de Francia y vicedirector general del Organismo Internacional de Energía Atómica.
El primer reactor de Francia ya fue puesto en marcha en 1948 pero la decisión de producir armas nucleares parece haber sido tomada en 1954, después que Pierre Mendès France hizo su primer viaje a Washington como presidente del consejo de ministros de la caótica Cuarta República. En camino a casa dijo a un asistente: “Es exactamente como una reunión de gángsteres. Cada cual coloca su pistola sobre la mesa, si no tienes una pistola no eres nadie. Por lo tanto debemos tener un programa nuclear.”
Mendès France dio la orden de comenzar a producir bombas en diciembre de 1954. Y al construir su arsenal, París vendió ayuda material a otros Estados aspirantes a tener armas, no solo Israel.
“Esto continuó durante muchos, muchos años hasta que hicimos algunas exportaciones estúpidas, incluyendo a Iraq y la planta de reprocesamiento en Pakistán, lo que fue una locura”, recordó Finkelstein en una entrevista que ahora puede ser leída en una colección de documentos de Cohen en el think-tank Wilson Centre en Washington. “Hemos sido el país más irresponsable en la no proliferación”.
En Dimona, llegaron en masa ingenieros franceses para ayudar a construir un reactor nuclear para Israel y una planta mucho más secreta de reprocesamiento capaz de separar plutonio de combustible de reactor gastado. Esta fue la verdadera revelación involuntaria de que el programa nuclear de Israel apuntaba a producir armas.
A fines de los años cincuenta, había 2.500 ciudadanos franceses viviendo en Dimona, transformándola de ser una aldea a una ciudad cosmopolita, completa con liceos franceses y calles llenas de Renaults, y a pesar de ello todo el proyecto fue realizado bajo un denso velo de secreto. El periodista investigativo estadounidense Seymour Hersh escribió en su libro The Samson Option: “A los trabajadores franceses en Dimona se les prohibía escribir directamente a parientes y amigos en Francia y otros sitios, pero enviaban su correo a una falsa casilla de correo en Latinoamérica”.
Los británicos fueron mantenidos fuera de la operación, y se les dijo en diferentes ocasiones que la inmensa construcción era un instituto de investigación en tierra no cultivada y una planta de procesamiento de manganeso. Los estadounidenses, tampoco fueron informados por Israel y Francia, e hicieron volar aviones espía U2 sobre Dimona en un intento de descubrir lo que estaban haciendo.
Los israelíes admitieron que tenían un reactor pero insistieron que era para fines enteramente pacíficos. El combustible gastado era enviado a Francia, para ser reprocesado, afirmaron, e incluso suministraron grabaciones filmadas de su carga en cargueros franceses. Durante todos los años sesenta negaron directamente la existencia de la planta subterránea de reprocesamiento en Dimona que producía plutonio para bombas.
Israel se negó a autorizar visitas por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), de modo que a principios de los años sesenta, el presidente Kennedy exigió que aceptara inspectores estadounidenses. Físicos estadounidenses fueron enviados a Dimona pero fueron llevados de paseo desde el principio. Las visitas nunca tuvieron lugar dos veces por año como había sido acordado con Kennedy y fueron objeto de repetidas postergaciones. No se permitió que los físicos estadounidenses enviados a Dimona llevaran su propio equipo o recolectaran muestras. El principal inspector estadounidense, Floyd Culler, experto en la extracción de plutonio, señaló en sus informes que en uno de los edificios había murallas recién enmasilladas y pintadas. Resultó que antes de cada visita estadounidenses, los israelíes habían construido murallas falsas alrededor de una serie de ascensores que descendían seis pisos hasta la planta subterránea de reprocesamiento.
A medida que emergía más y más evidencia del programa de armas de Israel, el papel de EE.UU. progresó de crédulo involuntario a cómplice renuente. En 1968, el director de la CIA Richard Helms dijo al presidente Johnson que Israel había ciertamente logrado producir armas nucleares y que su fuerza aérea había realizado vuelos para practicar su lanzamiento.
La oportunidad no podía haber sido peor. El TNP, previsto para impedir que demasiados genios nucleares escaparan de sus botellas, acababa de ser redactado y si surgía la noticia de que uno de los supuestos Estados sin armas nucleares, había hecho su propia bomba en secreto, se convertiría en letra muerta que muchos países, especialmente Estados árabes, se negarían a firmar.
La Casa Blanca de Johnson decidió no decir nada, y la decisión fue formalizada en una reunión en 1969 entre Richard Nixon y Golda Meir, en la cual el presidente de EE.UU. aceptó no presionar a Israel para que firmara el TNP, mientras la primer ministro de Israel aceptó que su país no sería el primero en “introducir” armas nucleares en Medio Oriente y que no haría nada para que su existencia fuera conocida públicamente.
De hecho, la participación de EE.UU. fue más lejos que el simple silencio. En una reunión en 1976 que recién llegó a conocimiento público recientemente, el director adjunto de la CIA, Carl Duckett, informó a una docena de funcionarios de la Comisión Regulatoria Nuclear de EE.UU. que la agencia sospechaba que parte del combustible fisible en las bombas de Israel era uranio de grado de armas robado bajo la nariz de EE.UU. de una planta de procesamiento en Pensilvania.
No solo faltaba una cantidad alarmante cantidad de material fisible en la compañía, Nuclear Materials and Equipment Corporation (Numec), pero había sido visitada por un verdadero grupo de eminencias de la inteligencia israelí, incluyendo a Rafal Eitan, descrito por la firma como un “químico” del ministerio de defensa israelí, que era, de hecho, un alto agente del Mossad que posteriormente dirigió Lakam.
“Fue un choque. Todos se quedaron con la boca abierta”, recuerda Victor Gilinsky, quien fue uno de los funcionarios nucleares estadounidenses informados por Duckett. “Fue uno de los casos más evidentes de material nuclear desviado, pero las consecuencias parecieron tan terribles a los involucrados y para EE.UU. que nadie quería realmente establecer lo que estaba sucediendo”.
La investigación fue archivada y no se acusó a nadie.
Unos pocos años después, el 22 de septiembre de 1979, un satélite de EE.UU., Vela 6911, detectó el doble destello típico de un test de arma nuclear frente a la costa de África del Sur. Leonard Weiss, matemático y experto en proliferación nuclear, estaba trabajando como asesor del Senado y después de ser informado sobre el incidente por agencias de inteligencia de EE.UU. y los laboratorios de armas nucleares del país, se convenció de que un ensayo nuclear había tenido lugar, en contravención del Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares.
Solo después que el gobierno de Carter y después el de Reagan intentaron silenciar el incidente y de blanquearlo con un panel de investigación poco convincente, se le ocurrió a Weiss que fueron los israelíes, en lugar de los sudafricanos, los que habían realizado la detonación.
“Se me dijo que crearía un problema muy serio de política exterior para EE.UU., si decía que fue un ensayo. Alguien había revelado algo que EE.UU. no quería que nadie supiera”, dice Weiss.
Fuentes israelíes dijeron a Hersh que el destello registrado por el satélite Vela fue en realidad el tercero de una serie de ensayos nucleares en el Océano Índico que Israel realizó en cooperación con África del Sur.
“Fue un lío”, le dijo una fuente. “Hubo una tormenta y pensamos que bloquearía Vela, pero hubo una brecha en el tiempo –una ventana– y Vela fue cegado por el destello”.
La política de silencio de EE.UU. continúa hasta la fecha, a pesar de que Israel parece seguir comerciando en el mercado negro nuclear, aunque a volúmenes muy reducidos. En un documento sobre el comercio ilegal en material y tecnología nuclear publicado en octubre, el Institute for Science and International Security (ISIS) basado en Washington señaló: “Bajo presión de EE.UU. en los años ochenta y principios de los noventa, Israel… decidió detener en gran parte su obtención ilícita para su programa de armas nucleares. Hoy en día, existe evidencia de que Israel puede seguir haciendo adquisiciones ilícitas – operaciones policiales estadounidenses y casos legales lo prueban.”
Avner Cohen, autor de dos libros sobre la bomba de Israel, señaló que una política de opacidad en Israel y Washington es mantenida ahora sobre todo por inercia. “En el ámbito político, nadie quiere encarar el caso por temor a abrir una caja de Pandora. De muchas maneras se ha convertido en un lastre para EE.UU., pero la gente en Washington, llegando hasta Obama, no lo tocan por el temor de que podría comprometer la base misma del entendimiento Israel-EE.UU.”
En el mundo árabe y más allá, hay creciente impaciencia con el sesgado status quo. Egipto en particular ha amenazado con retirarse del TNP a menos que haya progreso hacia la creación de una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente. Las potencias occidentales prometieron realizar una conferencia sobre la propuesta en 2012, pero fue cancelada, en gran parte a pedido de EE.UU., para reducir la presión por la participación de Israel y la declaración de su arsenal nuclear.
“De alguna manera el kabuki continúa”, dice Weiss. “Si se admite que Israel tiene armas nucleares por lo menos se puede tener una discusión honesta. Me parece muy difícil que se tenga una solución del tema de Irán, sin ser honesto al respecto.”
Julian Borger es editor diplomático del Guardian. Previamente fue corresponsal en EE.UU., Medio Oriente, Europa Oriental, y los Balcanes.
© 2014 Guardian News and Media Limited.
Fuente: http://www.informationclearinghouse.info/article37380.htm
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