Este país -- escribe TOMÁS F. RUIZ - se prepara a celebrar unas elecciones que, posiblemente, puedan ser consideradas las más carentes de libertad desde que se llevó a cabo la farsa política de la denominada "transición democrática" (...).
Este país se prepara a celebrar unas elecciones que, posiblemente, puedan ser consideradas las más carentes de libertad desde que se llevó a cabo la farsa política de la denominada "transición democrática".
En los cuatro años que el PP lleva en el poder, España ha experimentado el mayor retroceso político desde que la segunda república fue aplastada en 1.939. El presidente Rajoy se ha ganado a pulso el título de nuevo caudillo en la historia contemporánea de España. La destrucción sistemática de la economía, la privatización -a precios de saldo- de los más imprescindibles servicios públicos, el aplastamiento de las libertades ciudadanas, la supresión del derecho a disentir del nuevo régimen totalitario, el encarcelamiento de sindicalistas, las torturas de la policía, los asesinatos a sangre fría de inmigrantes, el apoyo más descarado a las tramas institucionales de corrupción política, la negación de los más elementales derechos laborales a millones de obreros… La lista sería interminable. Al señor Rajoy la historia lo recordará como el mayor canalla que ha gobernado España desde la muerte de Franco. El presidente de este país puede estar orgulloso de haber convertido a este país en un patético esclavo de los intereses políticos y económicos más aberrantes, en una nación devorada por todo tipo de multinacionales y centros de poder financiero de la Europa rica y de sus cómplices.
Un panorama electoral desolador
Participar en unas elecciones que se celebran en estas condiciones y pretender que se impongan unos resultados políticos que correspondan al rechazo visceral que el pueblo español siente contra este humillante sistema político resulta ilusorio. Aun así, el derecho a votar está ahí, para todo aquel que considere que aun queda una salida no violenta a esta insostenible situación que vivimos.
El panorama electoral que se nos presenta no es menos desolador: una gran derecha -representada por la alianza del PP y PSOE para apuntalar el insostenible sistema monárquico-, un partido de talante "contestatario" que intenta arreglar un país al borde del caos (Podemos) y que, desmarcándose del rechazo a la monarquía que protagonizó toda la izquierda española, se reúne con el rey en Bruselas para homenajear su reinado… Aun así, las elecciones se llevarán a cabo y los sondeos parecen reflejar un grado de participación más elevado que en anteriores comicios.
La pregunta que está en el aire es… ¿Qué opción política resulta mínimamente digna ante este desolador panorama?
Es aquí donde debería salir a la luz la honestidad de aquellos partidos políticos que no hayan pactado con el régimen para mantener sus abyectos privilegios. Este principio es la reivindicación, absoluta e irrenunciable, de la república como único sistema digno de gobierno que le corresponde a España. Éste debería ser el primero y fundamental punto que encabezara las promesas de cualquier partido democrático en las próximas elecciones. Éste, y no otro, el principal caballo de batalla que fusione las expectativas de cambio pacífico que aun mantiene una parte nada despreciable de la sociedad española.
¿Dónde está ese Frente Popular?
Desde esta óptica, resulta incomprensible que no se haya formado ya un amplio frente popular con esa bandera tricolor como principal estandarte. A principios de 1.936 las cosas no eran muy diferentes de cómo son ahora. El Estado estaba en manos de mafiosos que utilizaban a la policía para aplastar cualquier conato de reivindicación obrera; por si esto no fuera poco, Estado y empresarios subvencionaban a grupos nazis (la Falange española era el principal de ellos) para que asesinaran impunemente a los líderes obreros que se destacaban en la huelgas y manifestaciones; el Ejército había ya demostrado su complicidad en el asesinato de obreros que osaban reclamar sus derechos (Asturias 1.934); las cárceles habían vuelto a llenarse de presos políticos… Aun así, la izquierda española logró agruparse para conseguir una plataforma básica de reivindicaciones que devolviera al pueblo todos los derechos que los sucesivos gobiernos conservadores de la república les habían arrebatado.
Cuando los votos entregaron el poder al Frente Popular, esta coalición se esforzó en cumplir fielmente sus promesas electorales. La sublevación armada de los militares y la entrada en el conflicto civil de los beligerantes ejércitos alemán e italiano, dio al traste con todas las buenas intenciones que este frente tenía para cambiar pacíficamente un país ya republicano, pero hasta entonces aun en manos de fuerzas, más que fascistas, feudales.
La única opción digna ahora es volver a aquella legitimidad que salió de las urnas en febrero de 1.936; el único camino factible para que este país deje de ser sodomizado por la Europa rica y sometido por la terrorista USA, es reivindicar la legitimidad, única e innegociable, de la república como sistema de gobierno.
El referéndum ha perdido su sentido Atrás queda ya el intento fallido de llevar a cabo un referéndum por la república, donde se diera voz y voto al pueblo español para aceptar o rechazar la continuidad de la ilegítima monarquía que se nos ha impuesto. El propio monarca Felipe VI se ocupó de aplastar este voluntarioso deseo de cambio pacífico el día que optó por la farsa de coronarse rey de España. Su policía política, sus agentes antidisturbios, sus camisas pardas y su particular Gestapo, se ocuparon de arrestar, apalear y aplastar en las calles de este país todo intento pacífico de demostrar el rechazo a la monarquía. Con ese gesto de represión contra todo aquel que se opusiera a su coronación, solo atribuible a los tiranos más abyectos que ha tenido la historia, Felipe VI se reveló como el mismo monarca antidemocrático, absolutista y fascista que fueron su padre y todos sus antepasados en la historia de España.
Ahora la opción de elegir entre monarquía o republica en un referéndum ya no tiene sentido; ahora sólo cabe que el impresentable monarca tenga un último gesto digno: el de abdicar motu proprio. Si no lo hace, no habrá otra salida que derrocarlo. El pueblo español dispone de las armas más eficaces en estos momentos: huelgas revolucionarias, manifestaciones multitudinarias, bloqueo de los centros de poder, ocupación de las instituciones, barricadas en las calles… No hay otra opción o esta corrupta y deleznable monarquía o una república que restablezca todos los derechos que han sido pisoteados.
Sin embargo, en estas elecciones autonómicas y locales que se nos avecinan, no existe ninguna plataforma básica que, junto a todas las medidas económicas urgentes que hay que tomar en este país, ponga como primer e irrenunciable principio la derogación de la monarquía y el retorno a la república como único camino valido para que las cosas empiecen a arreglarse. La opción de cambiar esta corrupta monarquía, símbolo y salvaguarda de los negocios más sucios, se limita a algunas opciones de izquierda que, lamentablemente, no darán los frutos deseados ante un pueblo chantajeado por el bipartidismo.
De cara a las elecciones generales, partidos políticos, coaliciones y plataformas democráticas de todo tipo, están aun a tiempo de aliarse para hacer posible una opción republicana factible. Sin embargo, seamos realistas, las posibilidades de conseguir parlamentarios electos siguen siendo muy improbables… Y eso no cabe duda que desanima a muchos parlamentarios "de izquierdas", especialmente a todos aquellos que han hecho de la política su modus vivendi y que se han acostumbrado al generoso sueldo que reciben y a los muchos privilegios de que su corrupta clase política goza hoy en día en España.