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La cooperativa, que desde 1974 ayuda a personas con distintas capacidades psíquicas, abre sus puertas.
Mariana Vilnitzky⎮Alternativas económicas – El Diario⎮28/04/2015
L’Olivera no es una utopía. Lo era, pero ha conseguido su propósito. Es una realidad, aparentemente imposible, que crece y mejora cada día. La cooperativa de vinos y aceite de Vallbona de les Monges (Lleida) nació hace ya 40 años. Entonces, un grupo de personas comprometidas con la tierra y los fines sociales decidieron instalarse allí, trabajar en la promoción social de las personas con discapacidades psíquicas, y ofrecer alternativas económicas desde y para la zona.
Hoy, además de vender vino y aceite, ofrecen visitas guiadas, catas de esos dos productos y una comida entre viñedos ecológicos.
“Estamos a 125 kilómetros de la ciudad. Es la Catalunya pobre”, explica Carles de Ahumada, director de la cooperativa y enólogo. “Cuando nos instalamos, el modelo de agricultura intensiva había ido expulsando a los locales del campo. Nosotros, por el contrario, nos planteamos ir allí, y vivir en una comunidad donde todos fuéramos iguales”.
De Ahumada habla frente a un grupo de gente en Bruselas, en la presentación de Cooproute, la ruta de las cooperativas de Europa. La experiencia de estos 40 años ha sido ejemplar, y por eso van explicando el trayecto en conferencias.
Llegar hasta donde llegaron no fue fácil. La crisis económica de 1980 hizo tambalear la cooperativa. “Después de unos cuántos estudios vimos que debíamos invertir, ser capaces de generar recursos, con viñas y olivos, con valor añadido”.
Invirtieron en la bodega, la primera vio la luz en 1988. Optaron por invertir todos los beneficios en generar empleo; por favorecer el crecimiento local, a pesar de que las colinas aterrazadas hicieran difícil competir con la producción intensiva.
En 2004 ya se dieron cuenta de que necesitaban más que una actividad económica. La gente con discapacidad iba envejeciendo, así que debían tener un hogar.
“En 2005, el Ayuntamiento de Barcelona nos ofreció una masía, Can Calopa, donde se elaboran los vinos de protocolo de la ciudad”, agrega De Ahumada. “Entonces nos preguntamos: ¿qué crecimiento queremos? ¿Perderemos la horizontalidad? Finalmente aceptamos este reto. Es una casa antigua que brinda servicios sociales a unas doce personas con discapacidad”.
TURISMO SOCIAL
El interés ha hecho que en L’Olivera se plantearan el aspecto turístico. El lugar, de 262 habitantes, nunca fue interesante a ojos de los turistas, a no ser por un monasterio de hace 900 años, con vida monástica.
El turismo entró en la cooperativa de la mano de las redes que se iban armando para ayudar a que la cooperativa saliera adelante. “Viajábamos a ver otros proyectos y recibíamos gente”, agrega De Ahumada. “Inicialmente, lo nuestro sólo era agricultura social: alimentos, buenos, justos y limpios; unidos al territorio. Pero nos dimos cuenta de que no sólo dábamos respuesta a cuestiones terapéuticas, sino que nuestra actividad estaba vinculada a la vida comunitaria. Ahí entró el turismo como idea. Pasamos de las visitas de las redes al turismo social”.
En poco tiempo la actividad se volvió económicamente interesante. Hoy reciben entre unas 2000 visitas de oleoturismo y enoturismo cada año (aunque no todas hacen el recorrido, sino que simplemente compran). Esto hizo posible que creciera la venta de sus productos, y que volvieran a invertir para adaptar un antiguo caserío, hacer actividades culturales para escuelas y otros grupos. Hoy tienen más proyectos en marcha. Esperan que en el programa de SmartCities de Barcelona se mencione el abastecimiento de alimentos o la inclusión de la agricultura. Can Calopa , ubicado en Collserola, un parque periurbano en la provincia de Barcelona, es un ejemplo de ello.
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