jueves, 30 de abril de 2015

¿Podemos o no podemos? Miguel Riera Editorial El Viejo Topo


Hace solo unos meses parecía clara la posibilidad de que que la situación política española evolucionara hacia una ruptura con el régimen de la Transición y que se produjera la entrada en un proceso constituyente que permitiera afrontar los grandes retos que tiene este país ante sí. Retos que la aristocracia política que ha gobernado hasta ahora ha eludido abordar.

La debacle del PP y el PSOE, una firme posición, aunque minoritaria, de IU y la irrupción de Podemos auguraban, si no el asalto a los cielos que Pablo Iglesias prometía, al menos una mayoría favorable a dejar atrás las décadas perdidas del neoliberalismo rampante que nos ha conducido a donde estamos.

Sin embargo, ahora las cosas parecen haber cambiado. IU ha sido arrasada al haber visto ocupado buena parte de su espacio natural por Podemos, a lo que hay que agregar un cúmulo de errores imperdonables que no ha sido todavía capaz de enmendar. Dicho de otra forma: Podemos desnudó a IU, que mostró sus lacras, sus incoherencias, a pesar de que alguno de sus miembros, como Alberto Garzón, ha escapado –pero a título personal– de la hoguera en la que algunos dirigentes han decidido inmolar a la organización, tarea funesta en la que IU-Madrid se ha llevado la palma.

Pero también a Podemos las cosas han dejado de irle tan bien como parecía que iban a irle; en parte debido a la inteligente y perversa campaña mediática de desacreditación que el poder real puso en marcha; en parte debido a errores propios derivados de la inexperiencia y de la propia naturaleza de un proyecto de aluvión que pretendió llegar al poder sin antes haber procedido a una decantación de elementos oportunistas y a una clarificación de sus procedimientos internos, que a veces han entrado en franca contradicción con los postulados con los que Podemos consiguió atraer a tantísima gente. Hoy puede palparse un cierto desencanto –todavía no cristalizado en rechazo– en muchos de los que acudieron, entusiastas, a integrarse en una formación que se decía radicalmente democrática y cuya imagen era fresca, desenfadada, radical en el mejor sentido de la palabra.

Sea como sea, la sensación de que los de arriba van a salirse finalmente con la suya empieza a hacerse un hueco en muchas conciencias, y aunque el bipartidismo está realmente amenazado, el poder económico-mediático-político está sabiendo encontrar los recambios adecuados para perpetuarse en el manejo de los resortes clave del país.

Entonces, ¿podemos o no podemos? ¿Podremos?

Una respuesta adecuada a esa pregunta estriba en negarla de entrada. No hay que preguntarse si podemos o no: es necesario que podamos.

La situación del país es tan mala, el futuro tan sombrío para los de abajo (que por si alguien no lo sabe somos la inmensa mayoría, incluidos muchos que se autocalifican de clase media por aquello de sentirse un pelín superiores a los otros), la corrupción ha invadido de tal modo todos los estamentos, lo que queda de democracia está tan amenazado, que la ruptura es necesaria. Imprescindible.

De modo que hay que poder. Hay que poder. Aunque ello represente aceptar de mala gana que no hay formación política perfecta, que todos cometemos errores, que todos hemos de aprender, que en todas partes hay villanos y aprovechados, que las cosas nunca suceden como nos gustaría que sucedieran.

Y tenemos herramientas para el cambio. Algunas incipientes, como las plataformas de unidad popular al estilo de Barcelona en comú, por poner un ejemplo. Otras con mayor o menor peso político, como Podemos e IU, que tienen aún mucho que decir. Y, sobre todo, tenemos la percepción –rotunda, diáfana– de que el cambio es necesario, y sabemos que ese cambio no puede alcanzarse limitándonos a ver debates televisivos en el sofá de casa.

Hace poco vislumbramos una oportunidad. No dejemos que se escape.

Podemos, si queremos. El Viejo Topo / 328 / mayo 2015

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