El director David Marrades realiza el documental “23 30 Una historia cautiva”
Los CIE, el rincón oscuro de la democracia
A partir de dos informes en los que se evidenciaba la violación de los derechos humanos, el primero sobre el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Zapadores en Valencia y otro de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) sobre los CIE, el director David Marrades (Valencia, 1978) tuvo la idea de realizar el documental “23 30 Una historia cautiva”, todavía no estrenado en las salas cinematográficas pero sí proyectado durante 2015 en festivales, donde ha recibido dos premios y ha sido objeto de 14 selecciones. El realizador leyó los informes y buscó material audiovisual, pero encontró muy poco. Había una enorme desproporción entre la profundidad de los documentos y la falta de imágenes y audios sobre los CIE, centros en los que permanecen encerradas personas inmigrantes en situación administrativa “irregular”.
Marrades es autor, productor y guionista de la película de 70 minutos, de la que también ha realizado dos versiones más cortas. Para la fase final de postproducción y la distribución del audiovisual, ha logrado recursos a través de una campaña de micromecenazgo. “Se trata de un trabajo independiente”, apunta, ya que David Marrades no forma parte de la Campaña por el Cierre de los CIE ni otras organizaciones de derechos humanos que denuncian la existencia de estos centros.
¿Por qué el título del documental comienza con un guarismo, “23 30”? Precisamente porque la idea que pretendía trasladar el realizador es que el inmigrante interno en un CIE no es un simple número, sino “una persona con sus circunstancias y motivaciones; creo que con el recurso emocional podemos lograr más empatía que con números o estadísticas”, explica David Marrades. Es un planteamiento distinto el de los relatos oficiales, donde no se dan nombres ni se habla de motivaciones personales, “por lo que se establece una barrera entre ellos y nosotros”. Los medios de comunicación presentan en muchas ocasiones a las personas inmigrantes cruzando el mar en un cayuco, encaramados a una valla o con el calificativo de “irregulares”.
David Marrades explica que el caso de Mourtada Seck “es muy especial, ya que tuvo la suerte de contar con una asistencia legal muy eficiente”. Sobre todo en la segunda fase del procedimiento, cuando se encargó de su caso la abogada especializada en Extranjería, Ana Taboada. La letrada presentó una “cautelarísima” justo en el momento en que el inmigrante era trasladado al aeropuerto de Barajas. El procedimiento de expulsión se suspendió cuando Mourtada se disponía a subir por las escalerillas del avión. Finalmente ha podido “regularizar” su situación, y hoy reside en Oviedo.
Samuel (nombre ficticio) es otro de los protagonistas del documental. Llegó al estado español en un avión procedente de Senegal, con recursos económicos y buena formación. Nada más arribar a España entró en contacto con diferentes abogados, con el fin de “regularizar” su situación. Les pagó a los letrados grandes sumas, pero resultó víctima de una estafa. Tampoco retornó a su país porque consideraba que su familia había invertido mucho capital en el viaje (vendieron las vacas y tierras del patrimonio familiar) y sentía la obligación de corresponderles. Además el objetivo de la emigración, de trasladarse a otro continente, era enviar recursos económicos a sus allegados. “Pero en España tampoco encontró salidas”, explica David Marrades. Después de su detención, pasó 60 días en los CIE de Zapadores (Valencia) y Aluche (Madrid). El 14 de febrero de 2014 estaba previsto que Samuel se subiera en un vuelo de “deportación” programado a Senegal, aunque tuvo la fortuna de que se completaran antes las plazas. Dado que pasó el tiempo máximo de permanencia en los CIE, Samuel fue puesto en libertad, pero se quedó en la calle, en el barrio madrileño de Aluche, sin dinero.
Las organizaciones de derechos humanos no consideran los Centros de Internamiento para Extranjeros como un elemento aislado, sino que los insertan en un “proceso represivo”. El documental “23 30 Una historia cautiva” mantiene el mismo esquema. De hecho, se inicia con imágenes de la valla de Melilla, explica a continuación cómo los protagonistas (Mourtada Seck y Samuel) llegan a un CIE, pero también se adentra en las redadas por perfil racial, o en los estados y empresas que se benefician de los vuelos de “deportación” de inmigrantes. Según David Marrades, “es un proceso que se inicia en la frontera”. Los CIE son “un instrumento para generar miedo, un eslabón más; hay un estructura policial y coercitiva que ve al inmigrante irregular como a un delincuente, de hecho, en ocasiones viven peor que las personas ingresadas en cárceles”, añade el documentalista.
El realizador se planteó contar el documental desde un punto de vista plural, que incluyera a todos los actores relacionados con un CIE. Pero directores de los centros, empresas dedicadas a los vuelos de “deportación” y responsables políticos se negaron a hacer declaraciones. Aun así, aparecen en el filme. Por ejemplo, a través de las palabras del ministro del Interior, Fernández Díaz, recogidas en los medios de comunicación, o de las notas policiales en las que se insta a practicar detenciones por motivos raciales. “23 30 Una historia cautiva” incluye el testimonio de un policía que defiende la existencia de los CIE como instrumentos de represión (“si no fuera por los CIE, no se expulsaría a nadie en España”), pero también se hace eco de las denuncias. “Son el símbolo más fuerte del racismo institucional”, afirma Andrés García, abogado del colectivo Arrels y miembro del Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universidad de Barcelona. Según Patricia Orejudo, profesora de Derecho en la Universidad Complutense, “en los CIE yo creo que casi la pregunta es qué derechos no se vulneran”. Uno de los jueces de vigilancia del CIE de Aluche, Ramiro García de Dios, informa en el documental de que ha recibido denuncias de malos tratos policiales “y algunos de tortura”.
Los abogados del inmigrante denunciaron irregularidades durante el proceso de internamiento y expulsión, y la Campaña por el Cierre de los CIE informó de maltratos físicos durante el vuelo. Austin Johnson permaneció hospitalizado tres días en Laos, donde los facultativos certificaron “múltiples hematomas en la cara, marcas en las muñecas y contusiones múltiples en el pecho”. Tras una entrevista con Peggy en Zelzate (Bélgica) y diez conversaciones telefónicas, David Marrades subraya las consecuencias del drama: “Austin aún no conocía a su hija un año y medio después que naciera, es decir, se trata de una familia destruida”.
El director confiesa apelar a “ese lado emocional de las historias”. En la película, Peggy Abiemwense cuenta los hechos entre sollozos. Pero el realizador valenciano considera también importante “ceñirse al rigor, tratar de contar las historias como son”. Y el resultado es un documental de denuncia, en el que no cabe la equidistancia. Pensaba inicialmente en una película de análisis, sobre las consecuencias morales de la existencia de los CIE. “Es una aberración encerrar a personas que no han cometido un delito”, reitera. Plantea, en resumen, un filme polifónico, en el que la voz principal es el de los internos en un CIE. A partir de esas premisas, la película cobra forma.
Marrades es autor, productor y guionista de la película de 70 minutos, de la que también ha realizado dos versiones más cortas. Para la fase final de postproducción y la distribución del audiovisual, ha logrado recursos a través de una campaña de micromecenazgo. “Se trata de un trabajo independiente”, apunta, ya que David Marrades no forma parte de la Campaña por el Cierre de los CIE ni otras organizaciones de derechos humanos que denuncian la existencia de estos centros.
¿Por qué el título del documental comienza con un guarismo, “23 30”? Precisamente porque la idea que pretendía trasladar el realizador es que el inmigrante interno en un CIE no es un simple número, sino “una persona con sus circunstancias y motivaciones; creo que con el recurso emocional podemos lograr más empatía que con números o estadísticas”, explica David Marrades. Es un planteamiento distinto el de los relatos oficiales, donde no se dan nombres ni se habla de motivaciones personales, “por lo que se establece una barrera entre ellos y nosotros”. Los medios de comunicación presentan en muchas ocasiones a las personas inmigrantes cruzando el mar en un cayuco, encaramados a una valla o con el calificativo de “irregulares”.
“23 30” es también el número que se le asignó a uno de los protagonistas del documental, Mourtada Seck, cuando ingresó en el CIE de Aluche (Madrid). Era la manera de dejar a este inmigrante senegalés desposeído de su identidad, reducido a una cifra de un expediente administrativo. “De ese modo aumentan las posibilidades de que se le aplique un trato no humano”, subraya el realizador valenciano, quien mantuvo tres reuniones y varias conversaciones telefónicas con el inmigrante. Mourtada Seck entró en España en patera. Se dedicó a la venta ambulante de CD, pulseras y relojes en las calles, hasta que trabajando como panadero conoció a su actual mujer. Una noche en Oviedo, a la salida de un bar, fue detenido y conducido a Madrid, donde se le recluyó en el CIE de Aluche. Allí permaneció interno varias semanas, hasta que fue trasladado al aeropuerto de Barajas para proceder a su expulsión.
David Marrades explica que el caso de Mourtada Seck “es muy especial, ya que tuvo la suerte de contar con una asistencia legal muy eficiente”. Sobre todo en la segunda fase del procedimiento, cuando se encargó de su caso la abogada especializada en Extranjería, Ana Taboada. La letrada presentó una “cautelarísima” justo en el momento en que el inmigrante era trasladado al aeropuerto de Barajas. El procedimiento de expulsión se suspendió cuando Mourtada se disponía a subir por las escalerillas del avión. Finalmente ha podido “regularizar” su situación, y hoy reside en Oviedo.
Samuel (nombre ficticio) es otro de los protagonistas del documental. Llegó al estado español en un avión procedente de Senegal, con recursos económicos y buena formación. Nada más arribar a España entró en contacto con diferentes abogados, con el fin de “regularizar” su situación. Les pagó a los letrados grandes sumas, pero resultó víctima de una estafa. Tampoco retornó a su país porque consideraba que su familia había invertido mucho capital en el viaje (vendieron las vacas y tierras del patrimonio familiar) y sentía la obligación de corresponderles. Además el objetivo de la emigración, de trasladarse a otro continente, era enviar recursos económicos a sus allegados. “Pero en España tampoco encontró salidas”, explica David Marrades. Después de su detención, pasó 60 días en los CIE de Zapadores (Valencia) y Aluche (Madrid). El 14 de febrero de 2014 estaba previsto que Samuel se subiera en un vuelo de “deportación” programado a Senegal, aunque tuvo la fortuna de que se completaran antes las plazas. Dado que pasó el tiempo máximo de permanencia en los CIE, Samuel fue puesto en libertad, pero se quedó en la calle, en el barrio madrileño de Aluche, sin dinero.
Pensaba volver a Valencia, donde vivía y se dedicaba a la venta ambulante, cuando la policía le detuvo en una redada y se inició el procedimiento represivo. Además, los agentes le engañaron: le dijeron que tenían que dirigirse a la comisaría de Zapadores para cumplir con un trámite administrativo, pero le internaron en el CIE valenciano. Después pasó por el CIE de Aluche, por un vuelo de expulsión no consumado y, ya en la calle, se desplazó caminando de Aluche a Lavapiés, donde los compañeros senegaleses le dieron algo de dinero para tomar el autobús, comprarse un bocadillo y volver a Valencia.
Las organizaciones de derechos humanos no consideran los Centros de Internamiento para Extranjeros como un elemento aislado, sino que los insertan en un “proceso represivo”. El documental “23 30 Una historia cautiva” mantiene el mismo esquema. De hecho, se inicia con imágenes de la valla de Melilla, explica a continuación cómo los protagonistas (Mourtada Seck y Samuel) llegan a un CIE, pero también se adentra en las redadas por perfil racial, o en los estados y empresas que se benefician de los vuelos de “deportación” de inmigrantes. Según David Marrades, “es un proceso que se inicia en la frontera”. Los CIE son “un instrumento para generar miedo, un eslabón más; hay un estructura policial y coercitiva que ve al inmigrante irregular como a un delincuente, de hecho, en ocasiones viven peor que las personas ingresadas en cárceles”, añade el documentalista.
El realizador se planteó contar el documental desde un punto de vista plural, que incluyera a todos los actores relacionados con un CIE. Pero directores de los centros, empresas dedicadas a los vuelos de “deportación” y responsables políticos se negaron a hacer declaraciones. Aun así, aparecen en el filme. Por ejemplo, a través de las palabras del ministro del Interior, Fernández Díaz, recogidas en los medios de comunicación, o de las notas policiales en las que se insta a practicar detenciones por motivos raciales. “23 30 Una historia cautiva” incluye el testimonio de un policía que defiende la existencia de los CIE como instrumentos de represión (“si no fuera por los CIE, no se expulsaría a nadie en España”), pero también se hace eco de las denuncias. “Son el símbolo más fuerte del racismo institucional”, afirma Andrés García, abogado del colectivo Arrels y miembro del Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universidad de Barcelona. Según Patricia Orejudo, profesora de Derecho en la Universidad Complutense, “en los CIE yo creo que casi la pregunta es qué derechos no se vulneran”. Uno de los jueces de vigilancia del CIE de Aluche, Ramiro García de Dios, informa en el documental de que ha recibido denuncias de malos tratos policiales “y algunos de tortura”.
El tercer eje de “23 30 Una historia cautiva” son las explicaciones de Peggy Abiemwense, quien no fue ingresada en un CIE, pero sí su marido, el ciudadano nigeriano Austin Johnson. Tras la detención y paso por el centro de internamiento de Zapadores, Johnson fue deportado a su país en junio de 2012. Ambos vivían en el municipio de Torrent (Valencia). El inmigrante nigeriano vivió durante un tiempo de manera “regular” en el estado español, pero después perdió esta condición. Así, la policía le detuvo en el momento en que comenzaba su jornada laboral. Se da la circunstancia que Peggy Abiemwense se encontraba embarazada de seis meses cuando los agentes detuvieron a su marido, y de ocho cuando éste fue deportado; además, su hija nació sólo unos días después de la expulsión a Nigeria.
Los abogados del inmigrante denunciaron irregularidades durante el proceso de internamiento y expulsión, y la Campaña por el Cierre de los CIE informó de maltratos físicos durante el vuelo. Austin Johnson permaneció hospitalizado tres días en Laos, donde los facultativos certificaron “múltiples hematomas en la cara, marcas en las muñecas y contusiones múltiples en el pecho”. Tras una entrevista con Peggy en Zelzate (Bélgica) y diez conversaciones telefónicas, David Marrades subraya las consecuencias del drama: “Austin aún no conocía a su hija un año y medio después que naciera, es decir, se trata de una familia destruida”.
El director confiesa apelar a “ese lado emocional de las historias”. En la película, Peggy Abiemwense cuenta los hechos entre sollozos. Pero el realizador valenciano considera también importante “ceñirse al rigor, tratar de contar las historias como son”. Y el resultado es un documental de denuncia, en el que no cabe la equidistancia. Pensaba inicialmente en una película de análisis, sobre las consecuencias morales de la existencia de los CIE. “Es una aberración encerrar a personas que no han cometido un delito”, reitera. Plantea, en resumen, un filme polifónico, en el que la voz principal es el de los internos en un CIE. A partir de esas premisas, la película cobra forma.
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