La enseñanza de Fidel. Por Carlos Luque Zayas Bazán .
Como
era de esperar se ha escrito y hablado mucho sobre la visita del
presidente norteamericano al país. Muy valiosos intelectuales,
periodistas y estudiosos de prestigio y talento han desmontado hasta la
minucia el significado del evento. también mucha gente común, dentro y
fuera del país anfitrión, han coincidido con los análisis especializados
que han separado la paja del grano. Se han señalado las diferencias
entre lo que Cuba puede esperar y lo que el visitante se propuso. Pero
también abundan opiniones que proceden de personas de las que se
esperaría una mayor sagacidad en los temas en que son especialistas y
una mayor agudeza política. Nos referimos a los que han evaluado la
ocasión como la propicia para hacer mucho más énfasis en lo que Cuba
debe mejorar, en sus deficiencias, precisamente en el momento álgido y
un nuevo capítulo de una guerra cultural. Si existe el oportunismo
político, también existe la evaluación de la oportunidad política. Esos
han visto la oportunidad política propicia para subrayar errores
internos, más que para contribuir a la unidad de los cubanos en torno a
su gobierno.
El pueblo,
el gobierno y el Partido cubanos de mucho tiempo atrás vienen
transformando y mejorando las vías de participación democrática en la
conducción del país. Lo que no se ha podido mejorar – a más de tener en
cuenta que un proceso agredido es un proceso que cuenta con menos
condiciones para minimizar los errores y vencer las dificultades – se ha
debido en mayor medida a la accidentada historia de Cuba, una vez sea
por el continuo asedio económico y las amenazas militares, otras por los
derrumbes del campo económico a que pertenecía.
Sin embargo,
en medio de la visita del presidente norteño, y aunque no era difícil
ni para el más simple vecino adivinar cuál era el objetivo principal de
la que fue una injerencia diplomáticamente tolerada, se han escuchado
algunos muy enfáticos señalamientos de los problemas de casa, cuando lo
que se le dice a cualquier niño que se pretende educar es que en el
momento de la visita de un extraño tolerado, la familia no debe hacer
relieve de sus diferencias internas. Es algo que se debe discutir
después. Algo elemental, sobre todo cuando la visita es un encuentro entre contrarios, como muy bien se ha dicho.
Es algo
sumamente preocupante que mucha gente común en Cuba y de otros lares,
con sólo su inteligencia natural y sus estudios regulares, haya visto el
verdadero rostro del imperialismo detrás de la rutilante sonrisa del
grácil y juvenil Obama, y que, en cambio, personas con estudios y altas
especialidades curriculares, se confundan tan a fondo y con sus escritos
públicos intenten confundir a los demás. Parecería como que se quisiera
destacar en medio de una ocasión que da visibilidad, como si el ego de
la personal sapiencia y gesto de rebeldía y el lumbre de la inteligencia
tuviera que brillar mucho más que los intereses de una nación, o fuera
lo más importante.
Sólo quiero referirme a un tema entre varios.
Un
comentarista cubano habla de los “alaridos” “que nos han avisado de los
engaños de Obama”. Como efectivamente existieron esos engaños, las
advertencias, considerada despectivamente gritería, no habrá estado de
más, porque siempre será mucho más ético y necesario denunciar o
advertir los engaños y mentiras de un enemigo disfrazado, que los
susurros educados, encantados y sibilinos de la abyecta admiración de
los que confunden y se dejan engañar por los rasgos personales
supuestamente simpáticos e inteligentes de un presidente, que por
definición, nunca dejará de representar los intereses imperiales de su
élite, utilice los métodos que utilice, sea cual sea su personalidad o
sobre todo cuando lo que dice de sí mismo lo desmiente su actuación
local y mundial, antes e inmediatamente después.
¿Que no es
Obama un imperialista ni un neocolonialista? Vaya, si no fuera algo tan
grave se podría tomar hasta como un chiste, que ahora sí nos enteremos
que una actuación política y diplomática de conveniencia, transforma por
encanto la esencia del pensamiento imperialista, que es precisamente
ser neocolonialista.
El poder
inteligente no es más que un disfraz de ocasión: hasta la ocasión en que
sea necesario desnudar el rostro, dejar caer la máscara, descubrir la
mueca fascista debajo de la hermosa dentadura y bombardear pueblos
enteros en cualquier lugar del mundo. ¿O cómo le llamamos a eso? Si no
es un procedimiento en su esencia fascista y genocida señalar con el
trazo digno de un mandarín en un listado el nombre del hombre que debe
morir mañana fuera de la jurisdicción de su país, ¿qué nombre
tiene?¿Acaso no es homicidio legitimado por leyes ilegítimas y, además,
aplicadas por doquier? Si el terrorismo practicado por un estado, que es
millones de veces más mortífero que cualquier otro atentado terrorista,
y es además, la causa madre de todos los terrorismos, ¿qué nombre le
damos?
¿Cómo es posible no considerar que no hay nada diferente– en su esencia imperialista- en un presidente de ese país?
¿Còmo no
considerar que no hay nada diferente– en su esencia imperialista – entre
los dos partidos norteamericanos que se alternan el poder?
¿Cómo es
posible olvidar que son más los presidentes demócratas que han iniciado
guerras desastrosas para la humanidad, que sus mismos aparentes
opositores republicanos?¿Cómo es posible confundir las esencias con las
apariencias?
A alentar y
sostener la ofensiva contra los gobiernos latinoamericanos que se le
oponen, ¿qué nombre darle? ¿No es el fascismo sólo un grado más – cuando
es necesario – de la violencia del capital? La actitud de una
administración norteamericana sólo es un grado, o cuantos grados se
quiera, inferior al fascismo, asumido en esa dosis menos visible cuando
le es necesario en determinada coyuntura y con países seleccionados. Un
presidente norteamericano no es fascista ni colonial o neocolonial, que
también son gradaciones de una misma esencia, porque no acuda en un país
a los métodos fascistas, cuando sí lo hace en otros.
Obama ha
confundido a mentes inteligentes, a personas que parecen bien
intencionadas, quizás más preocupadas por sus individuales talentos, y
en eso sí ha tenido éxito su inteligente proceder. Sus tácticas se
dirigen principalmente a los jóvenes y a los intelectuales. Pero hay que
decir, que la inteligencia que se engaña es una inteligencia que estaba
apta para dejarse engañar, o no es inteligencia. Ahora se alaban las tecnologías de la manipulación y
hasta se aconseja que se estudien y adopten en el país. Ahora se les
pide a nuestros gobernantes que salgan en la TV con sus familias para
adoptar los mismos maquillajes y procedimientos de manipulación de la
imagen, para que den una hipócrita sensación de familiaridad y cercanía
con los “humildes”, para que hagan las mismas funciones circenses. Pero
creo que son muchos más los cubanos ue han aprendido de la dignidad de
Fidel, que de la falsedad de Cutting.
El día que
los dirigentes de la Revolución hagan uso de uno solo de esos
procedimientos que obnubilan las entendederas de alguna gente, sí que ya
será el principio del fin de la Revolución y por cierto, de lo mejor de
la cubanía. Y si eso ocurriera hay cubanos que no lo aceptarán y por
eso siempre habrá Revolución. Esa ha sido la penúltima enseñanza de
Fidel.
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