Desde
que se encontró con el presidente cubano, Raúl Castro, en Panamá en
abril de 2015, Barack Obama ha insistido todo el tiempo en que él defiende valores universales y Cuba no,
a pesar de que el gobierno de La Habana es signatario de más del doble
de tratados internacionales sobre Derechos Humanos que el de EEUU y de
que si ambos países están en el mismo universo y asisten a los mismos
foros internacionales no hay que sacar muchas cuentas para saber cuál
de los dos representa mejor los valores universales. Sin embargo, ni ese
análisis ni la información que lo sustenta han logrado abrirse paso
entre las principales agencias de prensa, televisoras y periódicos
internacionales.
Y he aquí
que a menos de un mes de haber abandonado La Habana, a donde viajó con
la misión autoasignada de defender esos valores, Barack Obama aterriza
en Riad, la capital de Arabia Saudita, el principal aliado de Washington
en el mundo árabe, un aliado tan cercano que el primer presidente
afroamericano lo visita por cuarta vez en apenas ocho años.
En este
privilegiado país, bendecido con frecuencia por la visita del Air Force
One, existe una monarquía absoluta, donde el Rey concentra en sí el
poder legislativo, ejecutivo y judicial, nunca han ocurrido elecciones y
el Consejo de Ministros está formado solo por hombres miembros de la
familia real. Arabia Saudita es de los lugares del planeta donde más se
aplica la pena de muerte, incluidos menores, las mujeres tienen
prohibido salir sin permiso de sus maridos o padres y no pueden manejar.
Pero ni
ahora ni antes Obama abogó en Riad por los “valores universales”, la
democracia, los derechos humanos, las libertades civiles, ni se reunió
con opositores ni habló a la sociedad civil como hizo en La Habana.
En un país donde la centralización es tan alta que su economía es
prácticamente propiedad de la familia real y la línea entre los bienes
del estado y la fortuna de la realeza es tan delgada que se vuelve
invisible, el presidente de EEUU no ha tenido la idea de encontrarse
allí con “emprendedores” locales al estilo de la sesión que sostuvo en
una cervecera del puerto habanero.
Lejos de
intentar alentar a los ciudadanos saudíes para que cambien su país de
acuerdo a los valores que EEUU dice defender, la presencia del
presidente Obama en la capital de Arabia Saudita buscó otros objetivos:
Aplacar la ira saudí por el pacto nuclear que Washington ha suscrito con
Irán, prometer a las monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo,
al cual asistió Obama en Riad, la venta de armamento que representa un
alto ingreso para empresas estadounidenses y neutralizar la amenaza
saudita de retirar 700 000 millones de dólares de los mercados
estadounidenses si avanza en el Congreso estadounidense la aprobación de
una Ley que permitiría a las familias víctimas de los atentados del 11
de septiembre demandar en tribunales norteamericanos al gobierno saudí
con base en una parte censurada de la investigación sobre esos
hechos que se dice señalaría la responsabilidad del gobierno de Riad en los ataques.
No caben
dudas. Los valores que defendió el presidente de EEUU en el Gran Teatro
de La Habana, se vuelven otra cosa cuando se cotizan en bolsa y se
llaman petrodólares. Es que si usted tiene mucho petróleo, le compra
armas a EEUU y funciona como un portaaviones de Washington en una zona
estratégica los valores pasan de su acepción espiritual a la otra que
tiene que ver con la contabilidad.
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