Si tratamos la plutocracia como democracia, la democracia fenece
Hay muchas semejanzas entre el Brexit y Trump. Ambos son movimientos autoritarios, en los que la autoridad reside en un solo individuo o en un solo voto: el voto que les liga a todos ellos. Esta autoridad expresa la identidad del movimiento. Son movimientos irracionales, entendiendo por ello que dejan a un lado el conocimiento experto allí donde entra en conflicto con los deseos del movimiento. Por consiguiente, se encontrará su base de apoyo entre las personas de menor formación, y toma a las universidades como enemigos. Ambos grupos son intensamente nacionalistas: los dos quieren hacer de nuevo grandes a Norteamérica y Gran Bretaña.
Resulta fácil emparentar cada grupo con conceptos familiares: clase, raza, o lo que sea. Pero creo que en esta clasificación se pierde algo importante. Se echa en falta lo que sustenta a estos grupos en sus creencias, lo que les permite mantener su visión del mundo, la cual contradice la realidad tan a menudo. Ambos grupos obtienen su información sobre el mundo de un sector de los medios que ha convertido las noticias en propaganda. En los Estados Unidos es la cadena Fox y en el Reino Unido los tabloides de derechas y el Daily Telegraph.
Es un error profundo considerar estos medios como síntoma en lugar de causa. Como demuestra el estudio acerca del que hablaba el pasado 14 de septiembre en mi “blog” Mainly Macro (“Los economistas muestran cómo las noticias de la Fox cambian el voto”) [un estudio de la American Economics Review: Bias in Cable News: Persuasion and Polarization, “Sesgo en las noticias por cable: persuasión y polarización”, de 5 de abril de 2017], la actividad de la cadena Fox no está destinada a maximizar su público sino a maximizar la repercusión de su propaganda entre su público. Creo que se podría decir exactamente lo mismo acerca del Sun y el Daily Mail en el Reino Unido. La Fox y el Sun son propiedad de la misma persona.
Hasta quienes logran quitarse de encima la idea de que estos medios de comunicación sin regular no reflejan más que la actitud de sus lectores, piensan generalmente en estos medios como apoyo de los partidos políticos. En el Reino Unido hay prensa que apoya a los conservadores y prensa que apoya a los laboristas, y algo semejante sucede en los EE.UU. En mi opinión esta idea lleva anticuada diez o veinte años, e incluso en ese caso subestima la independencia de los entes mediáticos. (Como es bien sabido, The Sun apoyó a Blair in 1997). Cada vez más es la prensa la que lleva la voz cantante, y los partidos políticos los que la siguen.
El Brexit no habría tenido lugar si hubiera seguido siendo el deseo de una minoría de parlamentarios conservadores. Sucedió debido a la prensa derechista del Reino Unido. El Brexit se produjo porque esta prensa derechista se dio cuenta de que una parte importante de su público lector se mostraba desafecta respecto a la política convencional, y empezó a servirle historias de emigrantes de la UE que se quedaban con empleos, hacían bajar los salarios y se llevaban las prestaciones (y a veces algo mucho peor). Estas historias no eran (siempre) falsas, pero como toda buena propaganda, elevaban una media verdad al rango de firme creencia. Por supuesto, esta presentación jugaba con inseguridades seculares, pero las magnificaba hasta crear un movimiento político. El nacionalismo hace lo mismo. No sólo reflejaba los puntos de vista existentes de los lectores sino que más bien jugaba con sus dudas y temores y esperanzas y convertía esto en votos.
Esto no significa dejar de lado algunos de los agravios que llevaron a votar por el Brexit, o el racismo que condujo a la elección de Trump. Este análisis del populismo de hoy es importante, siempre y cuando no se desvíe a debates sobre la identidad versus la economía. Acentuar las causas económicas del populismo no devalúa las cuestiones de identidad (como la raza o la inmigración), pero es la economía la que provoca los vaivenes que contribuyen a llevar a los populistas al poder. Fue crucial, por ejemplo, en lo que respecta al truco que emplearon los medios a la hora de convencer a muchos de que votaran a favor del Brexit: que los inmigrantes de la UE y las contribuciones a la misma estaban reduciendo el acceso a los servicios públicos, cuando en realidad la verdad es la contraria.
Pero si bien las cuestiones económicas pueden haber creado una mayoría ganadora tanto para el Brexit como para Trump, las cuestiones de identidad alimentadas por los medios hacen difícil que disminuya el apoyo en favor de ambos. El Brexit y Trump son expresiones de identidad, y a menudo de lo que se ha perdido, que resultan muy difíciles de quebrar cuando las sustentan los medios del grupo. Por añadidura, tanto Trump como el Brexit mantienen, porque sus defensores quieren que se mantenga, la idea de que representan a los habitualmente ignorados, que le devuelven el golpe a la maquinaria gubernamental de la ciudad capital con todos sus expertos.
Pero centrarse en lo que algunos llaman la ‘demanda’ del populismo corre el peligro de no ver la mitad de la historia. Cualesquiera que fuesen los legítimos agravios que puedan haber tenido los partidarios del Brexit y de Trump, se les utilizó y serán traicionados. Nada hay en el hecho de dejar la UE que vaya a ayudar a las ciudades olvidadas de Inglaterra y Gales. Aunque pueda intentarlo, Trump no va a recuperar muchos empleos manufactureros en el “cinturón de la herrumbre”, y sus payasadas con el TLCAN (NAFTA) pueden empeorar las cosas. Identificar a los que se quedan atrás es solo la mitad de la historia, porque no te cuenta por qué se tragaron el cuento de los remedios de los vendedores de crecepelo.
Tal como escribí en mi “blog” inmediatamente después del referéndum en una anotación [“El triunfo de los tabloides”] muy leída, el Brexit fue primero y antes que nada un triunfo de la prensa derechista británica. Esa prensa fomentó primero un partido, el UKIP, que encarnaba los puntos de vista que impulsaba la propia prensa. La amenaza de ese partido y las deserciones hacia el mismo obligaron al primer ministro a ofrecer el referéndum que quería la prensa. Fue la prensa derechista la que vendió la inmensa mentira acerca de la economía británica, mentira que compraron los medios radiotelevisivos para garantizar que los conservadores ganaran las siguientes elecciones. Cuando llegó el referéndum, fue esta prensa de derechas la que se aseguró de conseguir suficientes votos y de ese modo le dio la vuelta al gobierno.
Igualmente, Donald Trump fue antes y primero que nada el candidato de Fox News. Tal como ha escrito Bruce Bartlett de modo tan elocuente, puede que la Fox empezara como una cadena que apoyaba a los republicanos, pero su poder fue creciendo de modo ininterrumpido. Mostrarse partidista en la Fox se convirtió en lo mismo que desinformar a sus espectadores, de modo que los que ven la Fox están claramente menos informados que los espectadores de otros proveedores de noticias. Un análisis de MintPress News Desk de mayo de 2015 sugiere que más de la mitad de las informaciones aparecidas en la Fox son falsas: los lectores del Reino Unido bien pueden acordarse de cómo informaban de que Birmingham era una zona de riesgo para los no musulmanes.
Fox se convirtió en una máquina para mantener enojada y enardecida a su base, al creer que no podía haber nada peor que votar a un demócrata. Fue Fox News la que impidió que los votantes republicanos vieran que votaban a un demagogo, la que ocultó que mentía abiertamente todo el tiempo, la que incita al odio contra otras religiones y grupos étnicos y la que hace que sus espectadores crean que hay que encerrar a [Hillary] Clinton. No está reflejando la visión de sus espectadores sino moldeándola. Tal como han mostrado los economistas, la producción de la Fox no optimiza a su público, pero optimiza el poder propagandístico de su producción. Pese a riñas ocasionales, Trump fue el candidato de Fox en las primarias. .
Tenemos un ente mediático de derechas que ha derrocado al establishment político republicano. Cómo pueden seguir analizando esto ciertos especialistas de ciencias políticas como si los medios fueran simplemente pasivos, serviciales o invisibles cuando echan abajo gobiernos o subvierten partidos políticos, es cosa que no me explico.
La plutocracia
Trump y el Brexit son creaciones de una suerte de plutocracia. La política de los EE.UU ha tenido fuertes elementos plutocráticas desde hace ya algún tiempo, debido a la forma en que el dinero puede hacer oscilar las elecciones. Eso otorgó a las finanzas una potente influencia sobre el Partido Demócrata, e hizo que los republicanos se mostraran obsesivos con rebajar las tasas impositivas más altas. En el Reino Unido la plutocracia casi no ha existido por comparación y ha funcionado principalmente por medio de la financiación de los partidos y los escaños de la Cámara de los Lores, aunque todavía estamos averiguando de dónde salió el dinero de la campaña del Brexit.
Si nos concentramos en lo que podríamos llamar el lado de la demanda del populismo, más que en el lado de la oferta, no llegamos a ver tanto a Trump como al Brexit primordialmente como expresiones de poder plutocrático. La administración Trump es la plutocracia personificada, y tal como sostiene Paul Pierson, su agenda substancial constituye un respaldo a pleno pulmón de la veterana agenda de la élite económica del Partido Republicano. Los partidarios del Brexit quieren convertir al Reino Unido en Singapur, una suerte de neoliberalismo que recalca que los mercados deberían estar libres de interferencias gubernamentales, en lugar de ser libres de trabajar para cualquiera, y que el comercio debería verse libre de regulaciones, en lugar de que se armonicen las regulaciones para que las empresas sean libres de comerciar.
También es un error considerar esta plutocracia como algo diseñado para dar su apoyo al capital. Esto debería ser una vez más evidente partiendo del Brexit y de Trump. Va en interés del capital mantener abiertas las fronteras en lugar de levantar barreras y erigir muros. Lo que hará una plutocracia es asegurar que se mantenga o incluso aumente la enorme desigualdad, en términos del 1% o del 0.1% etc. Ciertamente, muchos plutócratas amasaron su riqueza extrayendo grandes sumas de las empresas para las que trabajaban, una riqueza que podría haber ido, si no, a los inversores en forma de dividendos. En este sentido, son parásitos del capital. Y esta plutocracia se asegurará que la movilidad social se mantenga baja para que se sostenga la pertenencia a la plutocracia: la movilidad social acompaña a la igualdad, tal como demuestran Pickett y Wilkinson.
Es un error asimismo considerar lo que está pasando como resultado de algún modo de una suerte de comité invisible del 1% (o del 0.1% y así sucesivamente). Los intereses de los hermanos Koch no son necesariamente los intereses de Trump (no es accidental que los primeros quieran ayudar a comprar la revista Time). Los intereses de Arron Banks [empresario británico y uno de los donantes principales de la campaña a favor del Brexit] no son los de Lloyd Blankfein [presidente de Goldman Sachs]. Por el contrario, nos estamos encontrando con que determinados magnates de los medios se asocian con ciertos políticos a fin de presionar no sólo a favor de sus intereses empresariales sino también de sus puntos de vista políticos personales. Y en esa asociación queda a menudo claro quién depende de quién. Al fin y al cabo, la competencia de los medios es exigua, mientras que hay un montón de políticos.
¿Qué tiene esto que ver con el neoliberalismo que se supone que es la cultura dominante de la derecha política? Tal como he argumentado aquí, constituye un error considerar el neoliberalismo como un tipo de ideología unificada. Puede tener un núcleo común en términos de primacía del mercado, pero cómo se interpreta eso no es algo uniforme. ¿Están los neoliberales a favor del libre comercio o en contra? Parece que pueden estar en ambas posiciones. Por el contrario, el neoliberalismo es un conjunto de ideas que se basan en una creencia en el mercado que han utilizado e interpretado diferentes grupos en su beneficio, mientras sufrían a la vez el influjo de esta ideología. Tanto los intereses como las ideas importan. Aunque algunos neoliberales ven la competencia como el rasgo más valioso del capitalismo, otros tratarán de sofocar la competencia para conservar un poder monopolista. Los partidarios del Brexit y sus respaldos de la prensa son neoliberales, igual que el gobierno de Cameron que derribaron se componía de neoliberales.
Creo que contiene cierta verdad el argumento, enunciado por Philip Mirowski entre otros, de que creer en el neoliberalismo puede entrañar fácilmente una creencia antiilustrada en el sentido de que hay que convencer a la gente de que se someta plenamente al Mercado. Desde luego, quienes están en la derecha neoliberal se ven más fácilmente persuadidos de invertir tiempo y esfuerzos en las obscuras artes de la manipulación que quienes están en la izquierda. Pero sería ir demasiado lejos sugerir que todos los neoliberales son antidemócratas: como he dicho, el neoliberalismo es diverso y está dividido. Lo que argumentaba en un artículo de julio de 2017 sobre los límites del neoliberalismo era que el neoliberalismo, tal como se formuló en el Reino Unido y los EE.UU., había hecho posible que la plutocracia que ahora vemos se convirtiera en dominante.
Debido a la naturaleza de una plutocracia desorganizada, qué tipos de neoliberalismo vayan a dominar puede ser cosa en buena medida aleatoria, y depende mucho de de quién es propietario de los medios de comunicación. Conduce a una forma de política que en buena medida es imprevisible e irracional, con una tendencia siempre presente a la autocracia. De esto es de lo que estamos siendo testigos, ahora mismo, en el Reino Unido y los EE.UU. No es la política normal a la que está acostumbrado cualquiera de estos países, aunque pueda ser familiar a quienes están en semidictaduras.
Todos sabemos cómo el proyecto de ley de recorte de impuestos de los republicanos resulta que favorece a los magnates inmobiliarios que heredan su dinero, igual que lo heredó Trump. Esto es sencillamente corrupción, llevada a la práctica de un modo corrupto. No es normal que el presidente de los EE.UU. retuiteara un mensaje de un grupo de extrema derecha británico que inspiró a un individuo que asesinó a una diputada británica. Cuando los diputados que apoyan el Brexit responden al problema fronterizo irlandés afirmando que ‘no vamos a pasar por ahí’, esto no debería pasar por una respuesta: debería ser objeto de risas como el sinsentido que es.
Cuando la política se convierte en los antojos y enloquecidas maquinaciones de una pequeña minoría que solo se escucha a sí misma, inalterada por los controles y equilibrios de una democracia que funciona, los medios no partidistas deberían tratarla como lo que es, y no normalizarla como más de lo mismo. Si tratamos la plutocracia como democracia, la democracia muere. No debería engañarnos que esta plutocracia parezca una política normal sólo porque los plutócratas se hayan apoderado del principal partido de la derecha.
Un punto de división
Estamos muy cerca del punto en el que el neoliberalismo se convierte en algo que es mucho peor. El presidente de los EE.UU. está siguiendo una estrategia fascista de demonización de una minoría religiosa. Si las investigaciones de Mueller proceden según lo esperado, pero se le despide y/ o los republicanos bloquean cualquier intento de “impeachment”, puede que hayamos rebasado un punto crítico. Si los partidarios del Brexit tienen éxito en apartarnos de la union aduanera y el Mercado Único de la UE, puede que el Reino Unido no tenga ningún otro lugar en el que caer sino en los brazos de una Norteamérica permanentemente republicana.
Si hay una forma de eludir este destino, y rescatar la democracia tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos, ha de entrañar una derrota democrática de los partidos derechistas que permitieron que surgiera esta plutocracia, y que desde luego la alentaron y la saldaron cuando se creía todavía controlada. La derrota ha de ser abrumadora y total. Los que nos trajeron el Brexit y respaldaron o toleraron a Trump han de ser deshonrados como precursores del desastre. Su control de los partidos Republicano y Conservador ha de acabar.
Sólo eso permitirá a la izquierda, y creo que ha de ser la izquierda, acabar con un sistema mediante el cual elementos de la plutocracia pueden controlar tanto de los medios de información. En el Reino Unido, eso significa ampliar las reglas que se aplican a la radiodifusión, convenientemente adaptadas, a la prensa. En los EE.UU., eso significa no sólo recuperar la doctrina de imparcialidad de los medios, revocada con Reagan, sino también introducir controles sobre gastos electorales similares a los que existen en el Reino Unido (y hay que reforzar los controles del Reino Unido). En resumen, tenemos que sacar el dinero de la política para garantizar que la democracia sobreviva. Y dar libertad a los periodistas para que escriban o retransmitan las noticias tal como las ven, en lugar de cómo quiere que las vean sus patronos.
¿Por qué la izquierda más que el centro? El centro se desesperará sobre lo que esto significa para la libertad de expresión o la libertad de prensa y, por tanto, no sucederá gran cosa, como nada sucedió con Clinton or Blair. Esto puede parecer un poco injusto con ambos líderes, porque el peligro de plutocracia puede haber parecido menos evidente entonces y los medios de información, más contenidos. Pero con el Brexit y Trump no hacen falta más pruebas. La izquierda debería ver más claramente de qué modo en la práctica esta libertad no es más que libertad para sustentar la plutocracia. Sólo ella tendrá valor para revertir radicalmente el poder y la riqueza de del 1 %. Me temo que el centro no tenga la voluntad de hacerlo. Aunque el centro de atención de Anthony Barnett [escritor y activista fundador of openDemocracy] difiere del mío, ha dejado bien sentado su argumento: si todo lo que se quiere conseguir es detener el Brexit y a Trump y volver a lo que se considera normal, perderíamos de vista que lo que era normal condujo al Brexit y a Trump.
Eso hará que mucha gente sabia y sensata mueva la cabeza, pero la alternativa no funciona. Derrotar o impugnar [con “impeachment”] a Trump y dejar que el Partido Republicano sobreviva en su forma actual no es conseguir mucho, porque continuarán a su labor de rediseñar los distritos electorales y Fox News seguirá envenenando mentes. La energía de los demócratas se agotará tratando de remediar los daños causados por Trump, y el siguiente autócrata procedente de las filas republicanas que se haga con el poder porque vaya a ‘drenar el pantano’ será más listo que Trump. En el Reino Unido, si los conservadores sobreviven en su actual forma, sus envejecidos afiliados corren el peligro de seleccionar a otros chalados del Brexit que abrumarán a la menguante cifra de diputados conservadores razonables. Nos encontraremos con que la BBC, si es que llega a sobrevivir, se convertirá cada vez más en vocera de una prensa dominada por los plutócratas (esta es la razón por la cual fallan los argumentos que afirman que la prensa británica está convirtiéndose en algo menos poderoso debido a que está cayendo su público lector. Si la prensa domina el orden del día de las noticias de los comunicadores, no necesitan muchos lectores. En cualquier caso, se habrá rebasado un punto crítico).
Sé por muchas conversaciones que he tenido que hay un profundo temor a la izquierda entre mucha gente en posiciones de liderazgo. En esto el Reino Unido va por delante de los EE.UU. La historia en el Reino Unido solía ser que la izquierda no podía ganar nunca, y era una historia plausible, pero los acontecimientos recientes han arrojado grandes dudas sobre ello. Esa sigue siendo la historia en los EE.UU. pero hay buenas razones para dudar de ello también allí. No hay razón para que todos estos desencantados que cayeron en las mentiras de los vendedores de crecepelo no puedan apoyar remedios radicales de la izquierda: la identidad y los medios son fuertes, pero es la economía la que dicta los vaivenes.
Hoy en el Reino Unido la historia parece mucho más elemental: que de algún modo la izquierda amenaza la existencia del capitalismo y la democracia. La verdad es que no hay modo de que Corbyn pudiera persuadir al Partido Laborista para que abandonara el capitalismo democrático, de la misma forma que no hay modo de que Sanders o Warren pudieran hacer otro tanto en los EE.UU. Todo o que estamos hablando consiste en hacer retroceder muchos de los resultados del neoliberalismo. Pero resulta difícil convencer de modo lógico a alguien de que no existen los fantasmas que ve. Por contraposición a esos fantasmas de la izquierda, la dinámica de la plutocracia que he descrito aquí resulta muy real, y requiere un cambio radical para acabar con esta dinámica.
profesor de Economía en la Universidad de Oxford.
Social Europe Journal, 18 de diciembre de 2017
Traducción:
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