Si algo está mostrando esta pesadísima etapa de elaboración de las listas electorales de los partidos es que se mantiene intacta la dictadura de los pastores frente a los rebaños, de los líderes frente a los militantes, y que la supuesta democracia interna que se predica es, por lo general y en el mejor de los casos, un inconveniente que se sortea para que las supuestas preferencias de los guiñoles coincidan con la de los titiriteros que mueven sus hilos. Es el atado y bien atado que en su día popularizó la momia ferrolana a la que ahora se quiere desahuciar de su pirámide.
En este sentido, es de agradecer la sinceridad sin miramientos de algunas fuerzas como el PP, cuyo presidente hereda con el cargo un índice portentoso que determina sin posibilidad de error quiénes han de ser los designados. El dedo de Casado, como antes el de Rajoy o el de Aznar, sabe lo que interesa al partido. Sus falanges, dicho sea sin doble intención, prescriben que Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casa Fuerte y de contrastado linaje de defensores de la unidad de España, sea la candidata del PP por Barcelona. ¿Quién mejor? O que uno de sus periodistas de cabecera abandone el “lado oscuro” y se presente por Málaga, una decisión que, como ha resaltado el presidente provincial de la cosa, “no es una imposición sino todo lo contrario”. Y ello aunque sea a costa de Carolina España, que aunque fuera por su apellido ya merecería un respeto. O que Juan José Cortés encabece la de Huelva, un hombre con tanta iniciativa que fundó su propia Iglesia Evangélica y desde donde podrá proseguir su cruzada a favor de la cadena perpetua con más comodidad.
A falta de dedos mágicos, otros han improvisado con la informática, que es una ciencia exacta salvo que te pillen en un bucle de votos a favor del candidato de Rivera y haya que atribuirlo al famoso error 404 o esa democracia a cascoporro que consigue que haya más votos que votantes. Para todo lo demás queda la propia lista del líder, donde uno puede colocar al heroico abogado del Estado que sostuvo el delito de rebelión en Cataluña frente a la felonía gubernamental o a esa chispa de la vida llamada Marcos de Quinto, que tras dejar Coca-Cola se había centrado en el vino y en la miel que tienen menos gases.
Luego están los que han hecho bandera de la militancia, los de todo el poder para el pueblo pero dentro de un orden y que se traduce en lo siguiente: voten ustedes lo que quieran que yo haré lo que me salga de la Moncloa. Y lo que sale es una brigada de paracaidistas desde el Gobierno que van aterrizando en diferentes provincias con precisión milimétrica. Si los afiliados aprecian la acrobacia, bien; y si no tampoco pasa nada porque para algo existe un comité federal de listas que es mucho más receptivo a esta manera de llegar y besar el santo o a la de cambiar un santo por otro. La hazaña ha tenido cronistas de excepción, como la depuesta sultana de Andalucía, que ha dicho que toma nota, quizás para perfeccionar las purgas que ella misma había ejecutado con anterioridad.
Quedan los previsores, capaces con meses de antelación de prever elecciones y celebrar unas primarias de diseño, de tal manera que sólo los afines sean los elegidos ya sea por incomparecencia de los críticos o porque los requisitos de avales individuales y orgánicos sean desalentadores. El resultado es que en el reino del sí se puede hay cosas que no se pueden o que ni siquiera se intentan.
Todos estos sistemas eminentemente ‘democráticos’ deberían dar que pensar a una militancia que creía haber trascendido su función decorativa y que en algún momento tendría que dejar de ser cooperadora necesaria de estos enjuagues. Y también a las propias estructuras de los partidos, donde habitan esos cargos intermedios cuya promoción se ve cercenada por el desembarco de los fichajes estelares de sus líderes. Entre la endogamia partidaria y el desprecio a los fogoneros de la democracia representativa hay lugares intermedios que se olvidaron porque no atraen visitas.
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