Los partidos
“constitucionalistas”, Vox y Venezuela
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La anomalía histórica que supone el
Reino de España significa que aquí el fascismo a lo franquista nunca dejó de
tener unas importantes dosis de control socioeconómico y de relevancia
política. Encastrado hasta ahora en el partido que se conformó en torno a la
vieja guardia franquista (AP, después PP), ha decidido hoy salir de nuevo a la
luz (Vox), como un engendro de los partidos que se autoproclaman
“constitucionalistas”. Pero como todo monstruo tiene también su función: hacer
que en tiempos de crisis esos partidos del orden del capital parezcan, a pesar
de todo, la “opción más razonable”.
Tal engendro
político, en su función de tirar hacia la derecha de todo el espectro
electoral, ha querido ir un poco más allá en la competencia por la agresión
contra Venezuela y por boca de su simplista y maniqueo responsable de
relaciones exteriores, Iván Espinosa de los Monteros, se declara partidario de
una intervención militar en Venezuela tras reunirse en Washington con dos
miembros de la administración Trump. De modo que Vox ya no sólo representa al
sector más abiertamente franquista de la clase dominante española, sino también
al sector más reaccionario del Partido Republicano norteamericano llamado Tea
Party. Es decir, estamos ante un fascismo del siglo XXI originado en la
Fundación FAES y en lo más extremista del Partido Popular español, que es al
tiempo subalterno de uno de los sectores dominantes del capitalismo
estadounidense (nos retrotraemos así a los años 30 en los que la Falange
joseantoniana no sólo representaba a lo más conservador de los círculos
financieros y terratenientes españoles -que consideraban demasiado blanda a la
CEDA de Gil Robles-, sino también al nazismo alemán).
Obviamente,
esta posición invalida toda pretensión del citado grupo de representar a un
sector conservador pero “nacionalista” español, partidario de anteponer los
intereses españoles y la independencia del país frente a potencias extranjeras.
En realidad, entre los autoproclamados “nacionalistas” españoles, que vienen a
ser los mismos que se dicen “constitucionalistas”, dicho sector o no existe o
carece de toda representación política. Una prueba más la dio Pedro Sánchez
cuando se apresuró a ir detrás de los designios de Trump para reconocer a un
impostor como presidente venezolano. Tanto como cuando cada día cede a los
dictados del capital extranjero.
Cabe
preguntarse ¿qué gana Vox con esta posición extemporánea, guerrerista, que ni
siquiera es asumida por la mayoría de los círculos de poder
estadounidenses? Probablemente recibir
financiación y apoyo político de los sectores más reaccionarios del gran
capital norteamericano y transnacional, como ya ha ocurrido con el turbio y
peligroso exilio iraní que ha entregado a ese partido una suculenta subvención.
En general los partidos “constitucionalistas” y su engendro corren a respaldar
la ofensiva actual del régimen estadounidense para recuperar control sobre su
tradicional “patio trasero”. Extraño nacionalismo que se subordina a la última
potencia que venció militarmente a España y se hizo luego dueña de sus antiguas
colonias. Ni tan sólo representa los intereses de las grandes compañías
españolas que hacen negocios en esa región, ya que obviamente, de reinstalarse
el pleno dominio estadounidense en Venezuela, dichas compañías quedarían
relegadas a una posición secundaria.
El respaldo
directo que además dan los partidos “constitucionalistas” y su engendro a lo
más extremista de la diáspora derechista venezolana en España no augura nada
bueno para el orden público en los próximos tiempos, conociéndose la manera
agresiva, intolerante y provocadora en que se muestra en los espacios públicos
españoles y la brutalidad con la que se ha comportado en su propio país. Si en
el Reino de España por demandar un referéndum te acusan de “golpismo”, “sedición”,
“malversación”, “desobediencia grave”, “promoción de desórdenes públicos” y
otras extravagancias como esas, qué haríamos aquí con una oposición que como
buena parte de la venezolana provoca motines callejeros, quema vivas a
personas, llama abiertamente a la rebelión, a desconocer al jefe de Estado e
incluso a liquidarle (no vemos a nuestro pobre Felipe VI, tan ultra contra la
democracia en Cataluña y tan acérrimo de que nadie le pueda votar en territorio
estatal, tomándose bien esa cuestión). La oposición venezolana pide sin tapujos
la intervención militar extranjera en su propio país, absolutamente frustrada
por no poder hacer del ejército el instrumento de su golpe interno, como ha
ocurrido tantas veces en casi todo el resto de la Patria Grande americana
cuando algún país intentó iniciar un proceso de auténtica independencia o al
menos una parte importante de la población estaba movilizada para ello.
Apoyando a esa oposición todos esos que se envuelven en la bandera rojigualda,
los partidos “constitucionalistas” y su engendro Vox, muestran cuál es su idea
del “nacionalismo”: vender el país (más todavía) a las transnacionales y, en su
caso, pedir a la OTAN o a saber quién, que nos invada.
La sociedad
española debería preguntarse qué de bueno está haciendo Venezuela que todos los
grandes poderes y las extremas derechas quieren liquidar su proceso
bolivariano. Pero claro, quizás para ello deberíamos tener la posibilidad de
contar con una información mínimamente independiente y veraz. Si algo ha demostrado
toda la farsa circense del presidente “autoproclamado”, la escenificación de la
“ayuda humanitaria” por parte de los mismos que asedian al país y le roban sus
riquezas en el extranjero, los sabotajes eléctricos y demás movimientos de
guerra de cuarta generación contra Venezuela, es que los grandes media
mundiales (los españoles entre ellos, sean privados o públicos) forman también
parte de esa guerra, y ofrecen sin pudor la única versión de los hechos que
viene dictada desde Washington, como si de un cuartel general de campaña se
tratara (da lástima pensar que la actual directora de RTVE prometió que su guía
iba a ser la objetividad). Si hay hoy un caso claro de falta de verdadera
pluralidad mediática en nuestras sociedades, ahí está el tratamiento que se le
da a Venezuela.
Pero si hay
algo también que se está evidenciando hasta la fecha es que ese país y su
proceso en pro de una auténtica soberanía, a pesar de su inicial inmadurez, sus
errores y carencias, ha gestado una unión cívico-militar, un compromiso y
movilización populares que se han convertido en un hueso extremadamente difícil
de roer para la oposición entreguista y el imperio que está detrás de ella. A
éste, si quiere seguir por ese camino, le va quedando cada vez más como única
opción recurrir a la fuerza bruta, explícita, sin tapujos. Ese, no obstante,
sería el más grave de sus errores. Muy probablemente supondría el principio del
fin de su hegemonía en la que Marti y otros libertadores, para distinguirla de
la anglosajona, llamaron Nuestra América.
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