El "chavismo sin Chávez" vapulea a la oposición, Íñigo Errejón, Diagonal
Las elecciones regionales, a gobernadores y consejos legislativos, del pasado domingo 16 de diciembre han modificado sustancialmente el mapa político venezolano. Los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) han revalidado las 15 gobernaciones que ya controlaban y han conquistado cinco que estaban hasta ahora en manos de la oposición. Algunas de ellas de importancia fundamental, como Táchira y Zulia, tradicionalmente conservadoras y ambas fronterizas con Colombia, lo que no deja de tener implicaciones geopolíticas, toda vez que candidatos afines al Gobierno nacional controlan todos los estados de esa porosa y compleja frontera. En el caso del Zulia, además, su pérdida por parte de la oposición cobra un significado nacional evidente, porque en ella nunca había ganado un candidato bolivariano y se había configurado como contrapoder regional conservador –de alguna manera en la senda de Santa Cruz en Bolivia– frente al Gobierno central, gracias a la hegemonización del ‘sentido de lugar’, como lo llama el geógrafo político John Agnew, por las élites económicas.
La oposición ha conseguido retener tres estados de los 23 del país: Amazonas, Lara con un tránsfuga del PSUV, y su bastión de Miranda, que comprende parte importante del Gran Caracas. Este último estado es clave para la disputa política nacional. Henrique Capriles, el candidato presidencial que consiguió aglutinar a la fragmentada oposición tras la imagen de que podía derrotar a Chávez en octubre, ha vencido al expresidente Elías Jaua y logra atrincherarse de nuevo en la Gobernación mirandina para desde ahí preparar su nuevo intento presidencial. Paradójicamente, la debacle opositora refuerza la proyección nacional de Capriles, librándole de competidores en sus propias filas y convirtiéndole en referente por eliminación. De hecho, el discurso que pronunció la noche del domingo no era el de un gobernador electo sino el de un candidato presidencial.
Estas elecciones llegaban marcadas por la ausencia de Chávez, que anunció el sábado 8 de diciembre que debía someterse a su cuarta operación en un año por la reaparición de células cancerígenas, y procedió a designar un ‘sucesor’ por si él no pudiese asumir el próximo 10 de enero y hubiese que convocar elecciones como establece la constitución. Se generaba desde ese momento una ola de emotividad popular, pero también de desmovilización de ambos bloques políticos, que se ha reflejado en una alta abstención. La oposición todavía se resiente de sus expectativas frustradas en las presidenciales, y el chavismo suele mostrar menos interés en las elecciones en las que no participa el Presidente. Ambos han experimentado también una cierta ‘saturación democrática’, tras 17 elecciones en 14 años de proceso de cambio.
Los resultados del domingo pueden ser leídos como el primer acto de una disputa política y electoral que no tiene fecha fija pero está nítidamente situada en el horizonte: la que se librará en torno al relevo del presidente. Con la reaparición de su enfermedad, la derecha se apresuró a certificar que no habría ‘chavismo sin Chávez’ y los candidatos bolivarianos pidieron el voto en términos inversos pero dentro del mismo marco discursivo: como apoyo al proceso y demostración de fuerza en un momento sensible. Los resultados, medidos en términos cuantitativos y territoriales, parecen haber dado la razón a estos últimos: el chavismo es la identidad política mayoritaria del país, con capacidad además para ordenar la escena política y marcar la agenda, desplazándola sustancialmente a la izquierda en estos 14 años. Está articulado en torno a la figura de Chávez, porque todas las identidades cristalizan en torno a símbolos, y los nombres propios presentan a menudo –como señala el politólogo Ernesto Laclau- las mejores condiciones de amplitud, ambivalencia y novedad necesarias para construir todo un campo político a partir de escenarios de extrema fragmentación ideológica y social, como aquel que precedió al proceso destituyente y constituyente en Venezuela.
Esto no afecta al carácter democrático del movimiento político –aunque ciertamente está en tensión con el liberalismo- pero sí supone un riesgo llegado el momento del traspaso de legitimidad a nuevos liderazgos, necesariamente colegiados, y de sistematización de una narrativa propia que catalice, incluso más allá de Chávez, el caudal de pasión, participación y energía política que ha permitido, con errores y límites, 14 años de expansión de la soberanía popular y centralidad política de las clases subalternas en Venezuela. Se trata probablemente, junto con el esfuerzo ya asumido de eficacia en las políticas públicas, del mayor reto para el proceso de transformación política en marcha.
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