domingo, 2 de diciembre de 2012



La filosofía de la praxis en el pensamiento de Rosa Luxemburg, La chispa prende en la acción
Michael Löwymediapart.fr,
Traducción de Viento Sur.

En la presentación de las Tesis sobre Feuerbach (1845) de Marx, que publicó a título póstumo en 1888, Engels las calificó como “primer documento que registra el germen genial de una nueva concepción del mundo”. Así es, en este pequeño texto Marx supera dialécticamente –la famosa Aufhebung: negación/conservación/elevación– el materialismo y el idealismo anteriores, y formuló una nueva teoría, que podría llamarse filosofía de la praxis.
Mientras los materialistas franceses del siglo 18 insistían en la necesidad de cambiar las circunstancias materiales para que se transformaran los seres humanos, los idealistas alemanes aseguraban que la sociedad sería cambiada gracias a la formación de una nueva conciencia entre los individuos. En contra de estas dos percepciones unilaterales, que conducían a un callejón sin salida –y a la búsqueda de un “Gran Educador” o un “Supremo Salvador”–, Marx afirmó en la Tesis III:
La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o autotransformación, sólo puede ser considera y comprendida racionalmente en tanto que práctica (praxis) revolucionaria/1.
En otras palabras: en la práctica revolucionaria, en la acción colectiva emancipadora, el sujeto histórico –las clases oprimidas– transforma al mismo tiempo las circunstancias materiales y su propia conciencia. Marx volvió a esta problemática en La Ideología Alemana (1846), al escribir:
Esta revolución se ha hecho necesaria no sólo por ser el único medio de derribar a la clase dominante, sino también porque sólo una revolución permitirá a la clase que derriba a la otra barrer toda la podredumbre del viejo sistema que se le ha quedado pegada y volverse capaz de fundar la sociedad sobre bases nuevas/2 .
Esto quiere decir que la autoemancipación revolucionaria es la única forma posible de liberación: sólo por su propia praxis, por su experiencia en la acción, pueden las clases oprimidas cambiar su conciencia, al mismo tiempo que subvierten el poder del capital. Es verdad que en textos posteriores –por ejemplo, la famosa introducción de 1857 a la Crítica de la Economía Política– encontramos una versión mucho más determinista, considerando la revolución como el resultado inevitable de la contradicción entre fuerzas y relaciones de producción; pero como lo demuestran sus principales escritos políticos, el principio de la autoemancipación de los trabajadores continúa inspirando su pensamiento y su acción.
Fue Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de Prisión de los años 1930, quien utilizó por primera vez la expresión “filosofía de la praxis” para referirse al marxismo. Algunos pretenden que era sólo de un ardid para engañar a sus carceleros fascistas, recelosos de cualquier referencia a Marx; pero esto no explica por qué Gramsci escogió esta fórmula y no otra, como podría ser “dialéctica racional” o “filosofía crítica”. En realidad, con esta expresión definió, de manera precisa y coherente, lo que distingue al marxismo como visión específica del mundo, y se disocia, de manera radical, de las lecturas positivistas y evolucionistas del materialismo histórico.
Pocos marxistas del siglo 20 fueron más cercanos que Rosa Luxemburg al espíritu de esta filosofía marxista de la praxis. Ciertamente, ella no escribía textos filosóficos ni elaboraba teorías sistemáticas; como observa con razón Isabel Loureiro, “sus ideas, dispersas en artículos periodísticos, folletos, discursos, cartas (...) son respuestas inmediatas a la coyuntura más que una teoría lógica e internamente coherente/3. Eso no quita para que la filosofía de la praxis marxiana, que interpretó de forma original y creadora, fuera el hilo conductor –en el sentido eléctrico de la palabra– de su obra y de su acción como revolucionaria. Pero su pensamiento no era estático: era una reflexión en movimiento, enriquecida con la experiencia histórica. Intentaremos reconstruir aquí la evolución de su pensamiento por medio de algunos ejemplos.
Es verdad que sus escritos están atravesados por una tensión entre el determinismo histórico –la inevitabilidad del derrumbamiento del capitalismo– y el voluntarismo de la acción emancipadora. Esto se aplica en particular a sus primeros trabajos (antes de 1914). Reforma o Revolución (1899), el libro por el que es conocida en el movimiento obrero alemán e internacional, es un ejemplo claro de esta ambivalencia. En contra de Bernstein, proclamaba que la evolución del capitalismo llevaba necesariamente al derrumbamiento (Zusammenbruch) del sistema, y que este hundimiento era la vía histórica que llevaba a la realización del socialismo. En último instancia era una variante socialista de la ideología del progreso inevitable que dominó el pensamiento occidental desde la Filosofía de las Luces. Lo que salvaba su argumento de un economicismo fatalista era la pedagogía revolucionaria de la acción: “sólo en el curso de largas y persistentes luchas adquirirá el proletariado el grado de madurez política que le permitirá obtener la victoria definitiva de la revolución”/4.
Esta concepción dialéctica de la educación por la lucha fue también uno de los principales ejes de su polémica con Lenin en 1904: “sólo en el curso de la lucha se recluta el ejército del proletariado y toma conciencia de los objetivos de esta lucha. La organización, los progresos de la conciencia (Aufklärung) y el combate no son fases particulares, separadas en el tiempo y de forma mecánica (...) sino, por el contrario, aspectos diversos de un solo y mismo proceso/5.
Desde luego, reconocía Rosa Luxemburg, la clase puede equivocarse en el curso de este combate, pero en última instancia, “los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente mucho más fecundos y más preciosos que la infalibilidad del mejor ‘Comité Central”. La autoemancipación de los oprimidos implica la autotransformación de la clase revolucionaria por medio de su experiencia práctica; ésta, a su vez, no sólo produce la conciencia –tema clásico del marxismo– sino también la voluntad:
El movimiento histórico universal (Weltgeschichtlich) del proletariado hacia su emancipación integral es un proceso cuya particularidad reside en que, por primera vez desde que existe la sociedad civilizada, las masas del pueblo hacen valer su voluntad conscientemente y en contra de todas las clases gobernantes (...). Ahora bien, las masas sólo pueden adquirir y reforzar esta voluntad en la lucha cotidiana contra el orden constituido, es decir, en los límites de este orden” ”/6 .
Podría compararse la visión de Lenin con la de Rosa Luxemburg por medio de la siguiente imagen: para Vladimir Illich, redactor del periódico Iskra, la chispa revolucionaria la aporta la vanguardia política organizada, desde fuera hacia el interior de las luchas espontáneas del proletariado; para la revolucionaria judía/polaca, la chispa de la conciencia y de la voluntad revolucionaria prende en el combate, en la acción de masas. Es verdad que su concepción del partido como expresión orgánica de la clase se correspondía más a la situación en Alemania que en Rusia o Polonia, donde se planteaba ya la cuestión de la diversidad de partidos referidos al socialismo.
Los acontecimientos revolucionarios de 1905 en el Imperio zarista ruso confirmaron a Rosa Luxemburg en su concepción de que el proceso de toma de conciencia de las masas obreras era menos el resultado de la actividad educadora –Aufklärung– del partido que de la experiencia de acción directa y autónoma de los trabajadores:
El brusco levantamiento general del proletariado en enero, desencadenado por los acontecimientos de San Petesburgo, fue, en su acción exterior, un acto político revolucionario, una declaración de guerra al absolutismo. Pero esta primera lucha general y directa de las clases tuvo un impacto aún más poderoso en su interior, despertando por primera vez, como una sacudida eléctrica (einen elektrischen Schlag), el sentimiento y la conciencia de clase en millones y millones de individuos (...). El absolutismo deberá ser derribado en Rusia por el proletariado. Pero el proletariado necesitará para ello un alto grado de educación politica, conciencia de clase y organización. No puede aprender todo esto en folletos o en octavillas, sino que adquirirá esta educación en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha” ”/7.
La polémica referencia a “los folletos y las octavillas” parece subestimar la importancia de la teoría revolucionaria en el proceso; por otra parte, la actividad política de Rosa Luxemburg, consistente en gran medida en redactar artículos periodísticos y folletos –por no hablar de sus obras teóricas en el campo de la economía política– demuestra sin ninguna duda el decisivo significado que concedía al trabajo teórico y a la polémica política en el proceso de preparación de la revolución.
En este famoso folleto de 1906 sobre la huelga de masas, la revolucionaria polaca seguía utilizando todavía los tradicionales argumentos deterministas: la revolución tendrá lugar “con la necesidad de una ley de la naturaleza”. Pero su visión concreta del proceso revolucionario coincidía con la teoría de la revolución de Marx, tal como la presentó en La Ideología Alemana (obra que no podía conocer, ya que no fue publicada hasta después de su muerte): la conciencia revolucionaria sólo puede generalizarse en el curso de un movimiento “práctico”, la transformación “masiva” de los oprimidos, en el curso de la propia revolución. La categoría de la praxis –que para ella, como para Marx, es la unidad dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, la mediación por la cual la clase en sí se convierte en clase para sí– le permitió superar el dilema paralizante y metafísico de la socialdemocracia alemana, entre el moralismo abstracto de Bernstein y el economicismo mecánico de Kautsky: para el primero, el cambio “subjetivo”, moral y espiritual, de los “seres humanos” era la condición para el advenimiento de la justicia social, mientras que para el segundo la evolución económica objetiva conducía “fatalmente” al socialismo. Esto permite comprender mejor por qué Rosa Luxemburg se opuso no sólo a los revisionistas neo-kantianos, sino también, desde 1905, a la estrategia de “atentismo” pasivo defendida por el así denominado “centro ortodoxo” del partido.
Esta misma visión dialéctica de la praxis le permitió, también, superar el tradicional dualismo encarnado por el Programa de Erfurt del SPD, entre las reformas, o “programa mínimo”, y la revolución, el “objetivo final”. Con la estrategia de huelga de masas que propuso en Alemania en 1906 –en contra de la burocracia sindical– y en 1910 –en contra de Karl Kautsky– Rosa Luxemburg esbozó un camino capaz de transformar las luchas económicas o el combate por el sufragio universal en un movimiento revolucionario general.
Al contrario que Lenin, que distingue entre la “conciencia trade-unionista (sindical)” y la “conciencia socialdemócrata (socialista)”, ella sugiere una distinción entre la conciencia teórica latente, característica del movimiento obrero en los períodos de dominación del parlamentarismo burgués, y la conciencia práctica y activa, que surge en el curso del proceso revolucionario, cuando las propias masas –y no sólo los diputados y dirigentes del partido– aparecen en la escena política; gracias a esta conciencia práctica-activa las capas menos organizadas y más atrasadas pueden llegar a ser, en período de lucha revolucionaria, el elemento más radical. De esta premisa deriva su crítica a quienes basan su estrategia política en una estimación exagerada del papel de la organización en la lucha de clases –acompañada por lo general de una subestimación del proletariado no organizado– olvidando el papel pedagógico de la lucha revolucionaria:
“Seis meses de revolución harán más por la educación de estas masas hoy desorganizadas que diez años de reuniones pública y distribuciones de octavillas”/8.
¿Era Rosa Luxemburg espontaneista? No del todo… En su folleto Huelga general, partido y sindicatos (1906) insiste, refiriéndose a Alemania, en que el papel de “la vanguardia más esclarecida” no es esperar “con fatalismo” a que el movimiento espontáneo “caiga del cielo”. Al contrario, la función de esta vanguardia es precisamente “anticipar (vorauseilen) el curso de las cosas, intentar precipitarlo”. Reconoce que el partido socialista debe tomar la dirección política de la huelga de masas, lo cual consiste en “proporcionar al proletariado alemán una táctica y objetivos para el período de luchas por venir”: llega a proclamar que la organización socialista es “la vanguardia de toda la masa de los trabajadores” y que “el movimiento obrero obtiene su fuerza, su unidad, su conciencia política de esta misma organización” ”/9.
Hay que añadir que la organización polaca dirigida por Rosa Luxemburg, el Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y de Lituania (SDKPiL), clandestino y revolucionario, se parecía más al partido bolchevique que a la socialdemocracia alemana… Hay que considerar también un aspecto poco conocido de Rosa Luxemburg: su actitud hacia la Internacional (sobre todo después de 1914), que concebía como un partido mundial centralizado y disciplinado. Resulta una gran ironía que Karl Liebnecht, en una carta a Rosa Luxemburg, critique su concepción de la Internacional como “demasiado centralista-mecánica”, con “demasiada ‘disciplina’ y demasiado poca esponteneidad”, considerando a las masas “demasiado como instrumentos de la acción, no como portadoras de la voluntad; como instrumentos de la acción deseada y decidida por la Internacional, y no en tanto que quieren y desean por sí mismas” ”/10.
Paralelamente a este voluntarismo activista, el optimismo determinista (económico) de la teoría del Zusammenbruch, el hundimiento del capitalismo víctima de sus contradicciones, no desapareció de sus escritos, al contrario: se encuentra en el centro mismo de su gran obra económica, La acumulación del capital (1911). Sólo después de 1914, en el folleto La crisis de la socialdemocracia, escrito en prisión en 1915 –y publicado en Suiza en enero de 1916 bajo el seudónimo de “Junius”– superó esta visión tradicional del movimiento socialista de comienzos de siglo. Este documento, gracias al lema “socialismo o barbarie”, representó un giro en la historia del pensamiento marxista. Curiosamente, la argumentación de Rosa Luxemburg comienza referiéndose a las “leyes inalterables de la historia”; reconoce que la acción del proletariado “contribuye a determinar la historia”, pero parece creer que se trata sólo de acelerar o retardar el proceso histórico. Hasta ahí, nada nuevo.
Pero en las líneas siguientes compara la victoria del proletariado con “un salto que hace pasar a la humanidad del reino animal al reino de la libertad”, añadiendo: este salto sólo será posible “si, del conjunto de las premisas materiales acumuladas por la evolución, se enciende la chispa incendiaria (zündende Funke) de la voluntad consciente de la gran masa popular”. Encontramos aquí la famosa Iskra, la chispa de la voluntad revolucionaria capaz de hacer estallar la pólvora seca de las condiciones materiales. ¿Qué produce esta zündende Funke? Sólo gracias a una “larga serie de enfrentamientos hará el proletariado internacional su aprendizaje bajo la dirección de la socialdemocracia e intentará tomar las riendas de su propia historia (seine Geschichte)…” ”/11. En otras palabras: sólo en la experiencia práctica prende la chispa de la conciencia revolucionaria de los oprimidos y explotados.
Introduciendo la expresión socialismo o barbarie, “Junius” acude a la autoridad de Engels, en un escrito de “hace una cuarentena de años” –una referencia sin duda al Anti-Duhring¨(1878): “Friedrich Engels dijo una vez: La sociedad burguesa se encuentra ante un dilema: o paso al socialismo o recaída en la barbarie’ ”/12. De hecho, lo que escribió Engels es bastante diferente:
Las fuerzas productivas engendradas por el modo de producción capitalista moderno, y el sistema de distribución de los bienes que ha creado, han entrado en contradicción flagrante con el propio modo de producción, hasta un que hace necesario un cambio radical del modo de producción y distribución, si no se quiere ver desaparecer toda la sociedad moderna” ”/13.
El argumento de Engels –fundamentalmente económico y no político, como el de “Junius”– era más bien retórico, una especie de demostración por el absurdo de la necesidad del socialismo, para evitar la “desaparición” de la sociedad moderna –una fórmula vaga cuyo alcance no se llega a entender bien. De hecho, fue Rosa Luxemburg quien inventó, en el sentido estricto de la palabra, la expresión “socialismo o barbarie”, que tanto impacto tendrá a lo largo del siglo 20. La referencia a Engels pretendía dar más legitimidad a una tesis bastante heterodoxa. La guerra mundial, y el hundimiento del movimiento obrero internacional en agosto de 1914, acabó por quebrar su convicción en la victoria inevitable del socialismo.
En los siguientes párrafos, “Junius” desarrolló su innovador punto de vista:
Nos situamos ante esta disyuntiva: o triunfo del imperialismo y decadencia de toda civilización, y como consecuencia, como en la antigua Roma, la despoblación, la desolación, la degeneración, un gran cementerio; o victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra. Es un dilema de la historia del mundo, un todavía indeciso “o esto - o lo otro”, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado consciente /14.
Se puede discutir el significado del concepto de “barbarie”: se trata sin duda de una barbarie moderna, “civilizada” –la comparación con la antigua Roma no es muy pertinente–, y en este caso la afirmación del folleto de “Junius” se reveló profética: el fascismo alemán, manifestación suprema de la barbarie moderna, pudo tomar el poder gracias a la derrota del socialismo. Pero lo más importante de la fórmula “socialismo o barbarie” es el término “o”: se trata del reconocimiento de que la historia es un proceso abierto, que el futuro no está todavía decidido –por las “leyes de la historia” o de la economía– sino que depende, en definitiva, de los factores “subjetivos”: la conciencia, la decisión, la voluntad, la iniciativa, la acción, la praxis revolucionaria. Es cierto, como señala Isabel Loureiro en su excelente libro, que incluso en el folleto de “Junius” –y en los textos posteriores de Rosa Luxemburg– se siguen encontrando referencias al hundimiento inevitable del capitalismo, a la “dialéctica de la historia” y a la “necesidad histórica del socialismo” ”/15. Pero en última instancia, la fórmula “socialismo o barbarie” sienta las bases de otra concepción de la “dialéctica de la historia”, distinta del determinismo económico y de la ideología iluminista del progreso inevitable.
Volvemos a encontrar la filosofía de la praxis en el centro de la polémica de 1918 sobre la Revolución rusa, otro texto capital redactado detrás de los barrotes. La trama esencial de este documento es bien conocida: por una parte, el apoyo a los bolcheviques, y a sus dirigentes, Lenin y Trotsky, que han salvado el honor del socialismo internacional al atreverse a llevar a cabo la Revolución de Octubre; por otra parte, un conjunto de críticas, algunas de ellas –sobre la cuestión agraria y la cuestión nacional– muy discutibles, mientras que otras –el capítulo sobre la democracia– resultan proféticas. Lo que inquietaba a la revolucionaria judía/polaca/alemana era sobre todo la supresión, por los bolcheviques, de las libertades democráticas –libertad de prensa, de asociación, de reunión–, que son precisamente la garantía de la actividad política de las masas obreras; sin ellas, “la dominación de las amplias capas populares es absolutamente impensable”. Las gigantescas tareas de la transición al socialismo “a las que se han dedicado los bolcheviques con coraje y determinación”, no pueden ser realizadas sin que “las masas reciban una educación política muy intensiva y acumulen experiencias”, lo que no es posible sin libertades democráticas. La construcción de una nueva sociedad es un terreno virgen que plantea “mil problemas” imprevistos; ahora bien, “sólo la experiencia permite las correcciones y la apertura de nuevas vías”. El socialismo es un producto histórico “surgido de la escuela misma de la experiencia”: el conjunto de las masas populares (Volksmassen) debe participar de esta experiencia, si no “el socialismo es decretado, otorgado por una docena de intelectuales reunidos alrededor de un tapete verde”. El único remedio para los inevitables errores del proceso de transición es la propia práctica revolucionaria: “la revolución en sí y su principio renovador, la vida intelectual, la actividad y la autorresponsabilidad (Selbsverantwortung) de las masas, en una palabra, la revolución bajo la forma de la más amplia libertad política es el único sol que salva y purifica” ”/16.
Este argumento es mucho más importante que el debate sobre la Asamblea Constituyente, donde se concentraron las objeciones “leninistas” al texto de 1918. Sin libertades democráticas, la praxis revolucionaria de las masas, la autoeducación popular por la experiencia, la autoemancipación de los oprimidos y el ejercicio del poder mismo por la clase de los trabajadores, son imposibles.
György Lukacs, en su importante ensayo “Rosa Luxemburg marxista” (enero 1921), mostró con gran agudeza cómo, gracias a la unidad de la teoría y la praxis –formulada por Marx en sus Tesis sobre Feuerbach– la gran revolucionaria había conseguido superar el dilema de la impotencia de los movimientos socialdemócratas, “el dilema del fatalismo de las leyes puras y de la ética de las intenciones puras”. ¿Qué significa esta unidad dialéctica?
Así como el proletariado como clase sólo puede conquistar y conservar su conciencia de clase, elevarse al nivel de su tarea histórica –objetivamente dada–, en el combate y la acción, de igual medida el partido y el militante individual sólo pueden apropiarse realmente su teoría realizando esta unidad en su praxis” ”/17.
Resulta por tanto sorprendente que, apenas un año más tarde, Lukacs redactase el ensayo –formando también parte de Historia y Conciencia de Clase (1923)– titulado “Comentarios críticos sobre la crítica de la revolución rusa en Rosa Luxemburg” (enero 1922), rechazando en bloque el conjunto de comentarios disidentes de la fundadora de la Liga Spartacus, pretendiendo que “se representa la revolución proletaria bajo las formas estructurales de las revoluciones burguesas/18–una acusación poco creíble, como lo demuestra Isabel Loudeiro/19. ¿Cómo explicar la diferencia, en el tono y en el contenido, entre el ensayo de enero de 1921 y el de enero de 1922? ¿Una conversión rápida al leninismo ortodoxo? Tal vez, pero lo más probable es la posición de Lukacs respecto a los debates en el seno del comunismo alemán. Paul Levi, el principal dirigente del KPD (Partido Comunista Alemán), se había opuesto a la “Acción de Marzo de 1921”, una tentativa fracasada de levantamiento comunista en Alemania, sostenida con entusiasmo por Lukacs (aunque criticada por Lenin...); excluido del partido, Paul Levi decidió en 1922 publicar el manuscrito de Rosa Luxemburg sobre la Revolución rusa, que la autora le había confiado en 1918. La polémica de Lukacs con este documento es también, indirectamente, un ajuste de cuentas con Paul Levi.
En realidad, el capítulo sobre la democracia de este documento de Luxemburg es uno de los textos más importantes del marxismo, del comunismo, de la teoría crítica y del pensamiento revolucionario en el siglo 20. Es difícil imaginar una refundación del socialismo en el siglo 21 que no tenga en cuenta los argumentos desarrollados en estas febriles páginas. Los representantes más lúcidos del leninismo y del trotskismo, como Ernest Mandel o Daniel Bensaid, han reconocido que esta crítica de 1918 al bolchevismo, en lo que se refiere a la cuestión de las libertades democráticas, estaba justificada. Por supuesto, la democracia a la que se refería Rosa Luxemburg es la ejercida por los trabajadores en un proceso revolucionario, no la “democracia de baja intensidad” del parlamentarismo burgués, donde las decisiones importantes son tomadas por banqueros, empresarios, militares y tecnócratas, fuera de cualquier control popular.
La zündende Funke, la chispa incendiaria de Rosa Luxemburg, brilló una última vez en diciembre de 1918, en su conferencia al Congreso de fundación del KPD (Liga Spartacus). En este texto también se encuentran referencias a la “ley de desarrollo objetivo y necesario de la revolución socialista”, pero se trata en realidad de la “amarga experiencia” que deben hacer las diversas fuerzas del movimiento obrero antes de encontrar el camino revolucionario. Las últimas palabras de esta memorable conferencia están directamente inspiradas por la perspectiva de la praxis autoemancipadora de los oprimidos: “La masa aprende a ejercer el poder ejerciéndolo. No hay otra manera de aprender. Hemos superado ya el tiempo en que se trataba de enseñar el socialismo al proletariado. Este tiempo no se ha cumplido al parecer para los marxistas de la escuela de Kautsky. Con ‘educar a las masas proletarias’ se quiere decir: hacerles discursos, difundir octavillas y folletos. No, la escuela socialista de los proletarios no necesita eso. Su educación se realiza cuando pasan a la acción (zur Tat greifen)”. Rosa Luxemburg se refiere aquí a una famosa cita de Goethe: “Am Anfang war die Tat!” (¡Al comienzo no era el Verbo, sino la Acción!). En palabras de la revolucionaria marxista: “Al comienzo era la Acción, ésta es nuestra divisa; y la acción consiste en que los consejos de obreros y de soldados se sientan llamados a convertirse en la única potencia pública en el país y que aprendan a serlo/20. Algunos días más tarde, Rosa Luxemburg sería asesinada por los Freikorps –“cuerpos francos” paramilitares– movilizados por el gobierno socialdemócrata, bajo la batuta del Ministro Gustav Noske, contra el levantamiento de los obreros de Berlín.
Rosa Luxemburg no era infalible, cometió errores, como cualquier ser humano y cualquier militante, y sus ideas no constituyen un sistema teórico cerrado, una doctrina dogmática aplicable en cualquier lugar y en cualquier época. Pero su pensamiento es una valiosa caja de herramientas para intentar desmontar la maquinaria capitalista y para pensar en alternativas radicales. No es casualidad que se haya convertido en estos últimos años en una de las referencias más importantes, sobre todo en América Latina, en el debate sobre un socialismo del siglo 21, capaz de superar los atolladeros de las experiencias que se reclamaron del socialismo en el pasado siglo; tanto la socialdemocracia como el estalinismo. Su concepción de un socialismo al mismo tiempo revolucionario y democrático –en oposición irreconciliable al capitalismo y al imperialismo– basado en la praxis autoemancipadora de los trabajadores, en la autoeducación por la experiencia y por la acción de las grandes masas populares alcanza una sorprendente actualidad. El socialismo del futuro no podrá prescindir de la luz de esta chispa ardiente.

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