Trotsky, Breton y el surrealismo tapatío,
En memoria de Vlady Kibalchich
En este 471 aniversario de la fundación de Guadalajara por los conquistadores españoles un 14 de febrero de 1542, uno de los temas más interesantes de tan larga historia son las crónicas de aquellos viajeros, especialmente de los extranjeros, por estas tierras tapatías. También podemos incluir los nombres de aquellos visitantes ilustres o de personajes históricos. Dejemos al margen el consabido discurso oficial u oficioso racista y clasista en este aniversario donde se rinde pleitesía a los conquistadores-fundadores, dejando ver una tendenciosa ideología de una percepción burocrática y oligárquica de la historia acorde con la visión de los vencedores.
Al terminar la década de los treinta, el municipio de Guadalajara contaba con una población aproximada de 220 mil habitantes; Jalisco tenía algo así como un millón 400 mil habitantes. Hoy día las cosas han cambiado bastante. La añorada ciudad provinciana, para algunos nostálgicos, se ha transformado en una delirante zona metropolitana cuyos pobladores suman cerca de cinco millones. Durante más de setenta años la fisonomía de Guadalajara se ha modificado visiblemente, sin embargo todavía conserva, afortunadamente, algunos viejos rasgos citadinos de aquel provincianismo apacible con sus remansos seductores. Era una mezcla de pueblo grandote y ciudad, la cual empezaba a mostrar los signos de una transición funesta hacia la modernización capitalista . A tan larga distancia histórica quizá muy pocos habitantes de la entonces Perla Tapatía se imaginaban lo que iba a suceder con el enorme crecimiento urbano y su secuela de contradicciones sociales.
León Trotsky escribió en 1906 en su libro Resultados y Perspectivas que la ciudad moderna, la ciudad capitalista, sigue siendo la expresión más acabada de la nueva sociedad burguesa, y que la naturaleza de las clases sociales en el capitalismo está íntimamente ligada a la historia del desarrollo de la industria y de la urbe. En México, su pensamiento político no se equivocó cuando presagiaba las consecuencias funestas que trae consigo la pérdida de autonomía política de la clase obrera mexicana, concedida por el estalinismo–lombardista –el Partido Comunista Mexicano y la Confederación de Trabajadores de México (PCM/CTM)– al aparato estatal; una de ellas es la creciente miseria social de las masas de trabajadores urbanos y campesinos.
En julio de 1938, Trotsky, acompañado por su esposa Natalia Sedova, André Breton y su mujer Jacqueline, Frida Khalo, y tres personas más, venían a Guadalajara para encontrarse con Diego rivera. Desde luego que uno de los motivos principales del viaje del dirigente revolucionario bolchevique exiliado era conocer a José Clemente Orozco. Le pidió, entonces, a su secretario, Jean Van Heijenoort, solicitara una cita con el pintor; al día siguiente, o a los días, lo vieron. “La conversación fue agradable –narra Heijenoort–, pero no tuvo la vivacidad ni la calidez que tenían frecuentemente los encuentros entre Trotsky y Rivera. Al salir, Trotsky nos dijo a Natalia y a mí. ¡Es un Dostoievsky! ” ¿Qué quiso decir con ello Lev Davídovich Bronstein? Según Fabienne Bradu en su libro André Breton en México (FCE), Víctor Arauz, fotógrafo y asistente de Orozco, narra que en el Paraninfo del edificio de la Universidad de Guadalajara en el encuentro del revolucionario y el gran pintor los primeros momentos fueron cordiales pero que, hacia el final, una discusión en inglés se inició entre ambos. Trotsky y su comitiva se habían hospedado en el desaparecido Hotel Imperial, de bella arquitectura, en la esquina de la calle Colón y Prisciliano Sánchez.
A su vez, es interesante captar la visión que tenía Orozco de Trotsky. Por lo menos podemos conocerla en uno de sus murales, por ejemplo, en el de Palacio de Gobierno: en el lado derecho se alcanza a percibir un perfil trotskyano caricaturesco. “Entretanto –abunda Heijenoort–, Rivera y Breton recorrían Guadalajara, en busca de cuadros y objetos antiguos, como cuenta Breton en su artículo Souvenir du Mexique , reproducido en La Clé des Champs ”. “Con Diego –escribe a su vez Jean Clarence Lambert–, Breton conocería en Guadalajara una de esas moradas misteriosas por las que manifestó predilección toda su vida. Se trata de un palacio barroco, aunque ya degradado y ocupado por indigentes sin vivienda. Breton lo bautiza Palacio de la Fatalidad . Por la precisión con que lo describe seguramente representa para él una de las experiencias más sorprendentes que haya tenido en México. El palacio de Guadalajara ocupa un sitio de elección en las lista de los lugares mágicos que lo cautivaron y en los cuales la imaginación y percepción intercambian sus datos”.
Breton escribió en Recuerdo de México (1938): “Antes de dejar la ciudad, quise volver a ver aquel palacio en ruinas por temor a olvidarme de alguno de sus ángulos, o perder la llave que le permitiría abrirse para mí a la distancia. Dentro de él me encontré con una admirable criatura de dieciséis a diecisiete años… se movía con suprema soltura y, contemplando sus ademanes tan turbadores como armoniosos, uno descubría lentamente que estaba desnuda bajo su vestido blanco de gala hecho jirones… ¿Quién podría ser ella? Poco importa: me bastó plenamente con agradecer que existiera. Así es la belleza .”
Si México era, dijo Breton, “la tierra misma del surrealismo”, Guadalajara era y es una de sus expresiones más notables. El encuentro de Trotsky con Breton dio lugar a la redacción del famoso Manifiesto por un arte revolucionario e independiente . A 72 años de la muerte de León Trotsky –asesinado por Ramón Mercader, un gánster de Stalin, el 21 de agosto de 1940–, hay quienes dicen que la Guadalajara de hoy tiene algo más de surrealista que la que conocieron el gran revolucionario marxista y André Breton. Puede ser. Mientras tanto, la metrópolis sigue en su crecimiento caótico ¿y surrealistamente?
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