Yo soy Fidel es unidad y también compromiso. Por Carlos Luque Zayas Bazán
Me motiva el respetuoso criterio de un forista de este blog, José Luis León Pérez, a compartir un comentario.
Cito como otro estímulo, un reciente criterio del trovador Silvio Rodríguez, expuesto en su blog, Segunda Cita:
“Las ideas humanistas y revolucionarias (evolutivas) que se enfrentan al poder hegemónico imperial están y estarán en condiciones guerrilleras todavía durante mucho. No hay que dejarse confundir por los que nos comparan a los que dominan por el hecho de defendernos. Tenemos el derecho y el deber de defendernos. Los que no nos lo reconocen es porque desean que desaparezcamos.”
El escenario de la libertad de prensa en Cuba: no a la impunidad de la agresión mediática.
Existen en Cuba muchos foros donde la gente dice lo que piensa, sin consecuencia posterior alguna, y sobre todo de lo que está, o considera que está mal en el país, y sobre cualquier tema o aspecto de la realidad. Podría citar varios testimonios personales, pero por brevedad expongo solo uno: a raíz del examen y discusión de los Lineamientos se abordaron en la empresa donde entonces yo trabajaba, todos los temas, incluso algunos que no estaban en el documento. Los trabajadores manifestaron las críticas más directas y crudas, sin cortapisas ni temor alguno. El Partido sólo moderó, no interrumpió ni refutó a nadie ni limitó o moderó el tiempo a ninguna intervención. Algún criterio opuesto a otro era de un trabajador a otro criterio. Ese es, digamos, un foro empresarial, colectivo, absolutamente democrático, y así ocurrió en todo el país.
Existen foros públicos y de la prensa, al que tiene acceso cualquier ciudadano, como el de los viernes en el órgano del Partido Comunista. En esa página se publican todas las críticas, denuncias, propuestas, sugerencias o quejas sobre cualquier tema, que llegan en las cartas al director, y la gente lo firma con sus nombres y apellidos. Son publicadas, y atendidas y gestionadas incluso aquellas que no se dan a conocer por limitación del espacio. En ocasiones directivos de algunas empresas o entidades aludidas no responden, pero ese es otro tema.
Organizan con regularidad foros y debates los intelectuales, investigadores, profesionales y artistas, y las distintas organizaciones sociales, donde se discute habitualmente. En especial destaca por su calidad la Revista Temas y su foro conocido como Último Jueves, donde cualquier tema es discutido con gran altura por especialistas y público asistente. Publican en libros y CD sus resultados, además de una revista de gran calidad de diseño. Los escritores tienen el suyo en distintos espacios de la UNEAC, los periodistas en la UPEC, los jóvenes creadores en la AHS…
En todos ellos se expone y discute, para usar un término algo maniqueo, lo que está mal, se opina sobre lo que hay que cambiar, o lo que hay que mejorar. Es una especie propagandística afirmar, como si de un absoluto de tratara, que la gente no puede exponer lo que piensa. En los debates se exponen criterios que apoyo: debe combatirse frontalmente cualquier tendencia triunfalista en nuestra prensa y dejar en el pasado el criterio de que abordar abiertamente nuestros problemas internos es regalarle argumentos o armas a nuestros enemigos. Ahora bien: igualmente opino que ni amarillismo ni el hipercriticismo superficial deben ser signos distintivos del periodismo cubano. Se impone cada vez más la necesidad del periodismo investigativo profundo que no oculte los problemas, las deficiencias ni las responsabilidades, pero que se desmarque claramente por su intencionalidad revolucionaria.
Ahora, se debe tener muy en cuenta un aspecto muy importante al que no le prestan atención suficiente, o ignoran a propósito ciertos criterios, aun cuando afirmen que optan por el proyecto socialista cubano, lo apoyan o se dicen socialistas, o de izquierda, o se escudan en las palabras de los dirigentes cubanos: y es la intencionalidad del discurso. La intencionalidad hipercrítica, que suele descontextualizar y sesgar, es tendenciosa. Contribuye a manipular los conceptos de derechos humanos y de libertad de prensa, y no aborda cómo verdaderamente se ejercen o no en el mundo de hoy. Evitan por ignorancia o negligencia intelectual la denuncia de los intereses que financian el llamado 4to poder, la (des)información y la guerra mediática y cultural. No es casual que ese discurso llegue a negar la evidencia ya atronadora de la existencia de una guerra cultural dirigida y financiada harto probada por la revelación de planes y documentos de sus mismos autores.
En los foros cubanos que he mencionado, y en los informales o callejeros, se observa una intencionalidad mayoritaria, precisamente dirigida a expresar y fundamentar mediante la crítica la necesidad siempre creciente de cambios, de transformaciones o la continua revolución, es decir, cambiar lo que deba ser cambiado, pero no con el objetivo de desmontar las esencias de la Revolución Cubana.
Es vital definir si se comprende y acepta, o no, un criterio que le dijera Fidel a una periodista norteamericana, que en estos días luctuosos volví a escuchar: nuestro concepto de la libertad de prensa no es la de esa falsa mercancía que venden e imponen, pero que no practican, sus promotores. Es una entelequia el abstracto, intemporal y apolítico concepto de libertad de prensa vaciado de su contenido de clase, y en todo caso, no es libertad lo que se disfruta en las sociedades que se dicen democráticas porque, por ejemplo, se pueda ofender a un presidente. En estos días Ramonet ilustra muy bien cómo funciona esa “libertad”.
Cuando el poder decisorio real radica en los férreos pero invisibles lazos del poder económico de las oligarquías, la supuesta libertad de prensa, tanto como la política, supuestamente conquistada mediante la pluralidad de partidos, resulta funcional para ocultar tras las apariencias de legitimidad, la ilegitimidad de los poderes de facto. Fernando Martínez Heredia declaraba que en la Cuba anterior al 59 existía esa ilusa libertad, pero nada de lo que debía ser cambiado, se cambiaba efectivamente. Una sociedad que revoluciona, como la cubana pese a todas los eventuales errores internos, está ejerciendo una concreta libertad política y un goce de reales derechos. Así ha ocurrido en la Revolución Cubana.
En aras de la mayor brevedad posible, no puedo argumentar en extenso este punto. Bastan los datos, análisis y argumentos expuestos por varios honestos y brillantes estudiosos del tema, que son apabullantes. Mencionemos a Ignacio Ramonet, o a Pascual Serrano, sólo dos ejemplos, que estudian profundamente el tema de la guerra comunicacional, y las varias plataformas alternativas con análisis muy esclarecedores al respecto.
Ahora, cuál es la pregunta: si el enemigo del socialismo no practica, como exige, la libertad de prensa y de expresión, (si reduce los derechos humanos sólo a los llamados civiles y políticos, apabullando en gran parte de la humanidad todo el resto de los derechos que condicionan el ejercicio real de las libertades), entonces, bajo ese pretexto, ¿debe el proyecto cubano, que es por esencia diametralmente opuesto, actuar de igual manera? Por supuesto que no se trata de esgrimir una burda justificación. La respuesta es no.
Se trata precisamente de que son dos prácticas distintas que emanan de dos concepciones diferentes: una, que ha demostrado su carácter espurio porque la libertad verdadera yace en la arquitectura del poder del dinero y las élites, y otra que puja dolorosamente en la historia por crear algo nuevo, con los inmensos obstáculos que le impone aquella y con las incertidumbres de lo inédito. Y sobre todo se trata de lo siguiente: que en el ámbito comunicacional el inmenso poder con que se ejerce la guerra psicológica y cultural, y la desinformación, funciona como apoyo de los elementos internos contrarios de aquellas naciones que se proponen cambios (y no sólo en Cuba), y que en ese campo de enfrentamiento adversan al socialismo. Y a cualquier intento de favorecer a las amplias masas de cualquier país. Sobran los ejemplos históricos y los actuales.
Son a esos elementos internos, instituciones, personas, proyectos, entidades, iniciativas de periodismos “independientes” que sin embargo aceptan apoyo financiero y publicitario de la maquinaria totalitaria que niega esos derechos a la mayor parte de la humanidad, a los que no se les debe reconocer el derecho a realizar su tarea interna, porque no ejercerían una libertad de expresión u opinión, sino una libertad de agresión. Hoy no hay diferencia entre la letalidad de una guerra caliente y la fría guerra mediática. Como hemos visto en Libia y Siria esta prepara a aquella. ¿Acaso los intereses de las grandes corporaciones de la información, que están indisolublemente unidas a los grandes intereses económicos corporativos, cuando estos últimos no son los propietarios de aquellos, se dejan no sólo agredir, sino simplemente cuestionar?
Solo un ejemplo. Léase lo que informa Carlos Fernández Liria sobre la realidad periodística española. Allí ya casi no se expulsan periodistas de esos medios, es que ya no tienen a quién expulsar, están sin trabajo todos aquellos incómodos al sistema.
Y así en otros lugares, donde no los expulsan de la vida, simplemente los asesinan… ¿Por qué, entonces, países más débiles en todo sentido, y además agredidos en todos los frentes, tendrían que aceptar que se incorpore, y despliegue como un frente interno, esa fuerza más? Quizás la no comprensión de este vital tema por donde el enemigo quiere ahondar una grieta, proviene de no tener clara conciencia de que se trata de una guerra, una guerra incruenta, donde al principio no se derrama sangre real sino se asesinan conciencias, pero que en muchas ocasiones prepara y propicia las guerras reales donde sí mueren miles de personas o dónde se destruyen naciones enteras. Y en la guerra uno no entrega posiciones.
Se debe también tener en cuenta que en la política de la civilización capitalista no hay terceras posiciones políticas válidas, ni posiciones verdaderamente neutras. Las tibiezas y la falta de firmeza conducen a reforzar las posiciones de los más fuertes, y los centrismos siempre han sufrido un indetenible desplazamiento hacia las derechas porque la ambivalencia política es en realidad una solapada opción de dominio que los explotadores quieren trasmutar en democracia.
Las propuestas conciliadoras acaban rindiendo sus buenas intenciones, precisamente porque el diálogo conciliador entre el fuerte y el débil, deviene en un monólogo final impositivo y la derrota de aquel débil que sostiene precariamente el poder a contracorriente de lo que dicta la economía global. No hay en la actualidad mejor ejemplo que el diálogo Cuba-USA. Sin con toda entereza Cuba no se hubiera resistido a entregar sus principios básicos, nunca hubiera llegado el minuto del reconocimiento del fracaso de la política enemiga, y jamás el respeto con que hoy se llevan a cabo las negociaciones.
¿Aceptamos que realizar la utopía socialista es en todo orden una meta superior, necesaria y de urgente realización para la humanidad? Sí es así, entonces hay otro componente para deslindar los dos escenarios de actuación con toda claridad: la libertad de prensa para ahogar y destruir las aspiraciones socialistas, la libertad para acusar a las revoluciones de todas las insuficiencias, tareas de ardua transformación realizadas o intentadas en medio de una guerra incesante que no ha conocido nunca la verdadera paz, no son ni incluso éticamente legítimas, para no decir que políticamente sería un suicidio otorgarles espacio de acción.
Es un terreno bien deslindado en la Revolución Cubana ya desde temprana fecha: “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada.” Los que hoy tratan de desvirtuar ese principio de manera directa o indirecta, quieren o contribuyen a demoler, no ejercen el criterio constructivo aunque lo aparenten parapetados en bellos conceptos que concitan la simpatía universal. Los que hoy piden la democracia al uso en Cuba y no reconocen la propia, repiten los deseos de aquellos que no dan muestras de implementarlas y respetarlas en otros lares. Se nota hasta en el lenguaje. Nunca aceptan que el rumbo es la actualización del socialismo. Dan muestra de falsa herejía y en un afán bien pagado, insisten en el uso de un vocabulario que gusta a los nortes del planeta: tenemos embargos y reformas, inmovilismo y dogmas.
Hagamos una pregunta, miremos un poco afuera: ¿por qué la persona y la obra política de Noam Chomsky es condenada a la invisibilidad y a un duro ostracismo intelectual en su país? ¿Por qué lo es el pensamiento y la obra de Ignacio Ramonet? El medianamente informado sabe la razón: el prestigioso académico Chomsky no es sólo autor de una importante contribución a la lingüística moderna, lo es también de un pensamiento muy crítico y peligroso para el sistema político y económico imperial.
Y es que ambos intelectuales crean y difunden un pensamiento funcional a los intereses de los pueblos que ven con toda razón en el imperialismo o sus apéndices locales los verdaderos enemigos orgánicos de sus aspiraciones. Es muy peligrosa la difusión de ese conocimiento porque pueden armar de razones, conocimientos y argumentos las rebeldías de los pueblos. ¿Cuál es la razón profunda de ese silenciamiento si, como dicen con mucha candidez algunos entusiastas, ahora todo está disponible y “democratizado” en internet? La publicación de los escritos de estos dos autores en los grandes medios de muy amplia circulación les otorgaría un aval que hay que negarles, e influiría poderosamente en las concepciones de millones de personas que están sometidas al bombardeo mediático que ellos denuncian y develan. ¿O por qué los medios monopólicos actúan como una afinada orquesta global, difundiendo ciertos temas, noticias, enfoques y mentiras, y silenciando otros? ¿Por qué cuando la derecha toma el poder se apresura a silenciar los medios alternativos, como TeleSur? Es decir, ellos no ejercen la libertad de prensa, que significa tributar la verdad, y a la vez exigen esa concepción a los países que desean someter. Como también exigen su concepto de democracia y esa la irrespetan cuando triunfa en algún país.
Hay que pedir disculpas por tener que repetir estas evidencias que ya son perogrulladas casi del sentido común, pero me temo que no la tienen presentes quienes adoptan esas bellas posturas defensivas de la “libertad de prensa”, como si existiera la libertad en un limbo abstracto apolítico y desideologizado, desasido de las luchas geopolíticas, del abismal desequilibrio de las fuerzas mundiales que se oponen a las revoluciones en su infatigable injerencia y su infame agresión, y sobre todo, de qué lado están los genuinos derechos a defenderse de los pueblos sometidos, agredidos o impedidos de intentar sus experiencias transformadoras con tranquilidad.
Breve consideración sobre algunos de los recursos, las ideas y el lenguaje del periodismo “independiente” que exige libertad de prensa.
Hagamos algunas observaciones sobre el lenguaje y el estilo del periodismo independiente.
El lenguaje político, por otra parte, nunca es neutral ni inocente. El signo no es sólo el vehículo del contenido semántico del significado: la forma misma trasmite contenido por sus connotaciones en el tejido de la comunicación política. Y los que simulan posturas de defensa del interés nacional cubano, o incluso intentan mimetizarse ahora dentro del apoyo prácticamente unánime al proyecto revolucionario citando convenientemente a Fidel o a Raúl, no lo olvidan por ignorancia: o escogen un discurso específico por conveniencia, o su universo de vocablos proclama una cosmovisión y una intencionalidad política.
El lenguaje compartido, pero dentro de la riqueza de sus opciones, crea y contribuye a la unidad, forja un espíritu de solidaridad e identidad. Sin excluir o negar la crítica y la diversidad, la unidad se forja en una cultura de valores compartidos. Como lo anterior está bien estudiado en los centros académicos de esta materia, que se dedican y asesoran y pagan, no es casual que determinadas plataformas de comunicación reciban con los brazos bien abiertos, – y con ese salario bien nutrido que no pueden recibir los escritores o periodistas que se niegan a mercadear su pluma-, a los “independientes”, y a los campeones del pensamiento que se dice libre.
Comentemos sólo un ejemplo. Como últimamente la discusión y examen de las ideas se trata de descreditar acusándolo a la vez de ser ataques personales, sólo interesa aquí destacar contenidos, aunque sea inevitable ejemplificarlos.
En los últimos días han aparecido artículos que no podían permanecer ajenos a la resonancia mundial y nacional por el deceso de Fidel. Por la línea editorial anterior de las plataformas donde publican algunos de esos textos, es visible el esforzado y forzado giro, y el intento por utilizar y aprovechar con notorio oportunismo el alto consenso nacional que existe alrededor de la vida y obra de Fidel. Plataformas que nunca llamaron a realizar el legado vivo de Fidel, ahora hasta advierten y aconsejan sobre cómo realizarlo. Esa intención la revelan no sólo las ideas, sino hasta el plumaje del estilo, las valoraciones, propuestas y solapadas sugerencias de rebeldías.
Veamos un ejemplo de esa peculiar selección de signos, elocuentes por sus connotaciones comunicacionales, por los términos que escoge y aquellos que desecha. Se hallan en textos que hacen el intento de replantear agendas ya conocidas pero ahora al calor de los acontecimientos, con una cuidadosa selección allí donde se sabe bien que no es bienvenido utilizar otros. Un universo de ideas y signos denotativos que procura erosionar los imaginarios culturales de la Revolución, algo bien conocido ya por su origen. Reparemos en esos enunciados en que el desapego desamorado procura inútilmente aparentar objetividad y neutralidad, pero que no es sólo distanciamiento emocional, sino también muy racional por los objetivos que persigue. El interés de este comentario es subrayar un aspecto del tema central de estas notas: la libertad de prensa por la que abogan ahora con tanta pretendida pureza a favor de los objetivos de la Revolución, está traicionada por el lenguaje y las concepciones que exponen, y en cómo adversan con sutileza el legado del líder cubano a quien dicen a última hora admirar, luego de años desacreditando su obra y culpándolo de todo lo que hay que cambiar. Con ello niegan la sinceridad política de las preocupaciones que expresan por el destino de Cuba mientras tratan de ampliar erosionar a una audiencia cada vez más fidelista.
Las opciones del vocabulario tienen una sutilísima influencia afectiva e inciden en los procesos racionales. Ese es uno de los objetivos de autores “independientes” y un denominador común de ciertas publicaciones. La picaresca moderna de las misiones mediáticas bien pagadas, tiene olfato fino para adoptar un tono, una terminología, un giro, y hasta una respiración del texto, que es bienvenido por sus patrocinadores. Así, conscientes de que la palabra bloqueo incomoda a los mecenas de los medios “independientes”, a cuanto más se aventuran ahora es a forzar un risible oxímoron, enunciando el embargo/bloqueo, como si uno y otro proceder tuvieran la razón jurídica e histórica, como si el bloqueo a toda una nación no se hubiera ya definido como un acto de genocidio, y el golfillo del idioma se atrinchera en una zona de su indefinido confort que no compromete ante el gusto de sus patrocinadores.
A través de ese estilo se expresan generalizaciones temerarias y sin fundamento para sostenerlas. Presunciones no probadas, dichas a la ligera mediante mensajes cortos e insustanciales, para impactar con la brevedad, para influir y posicionar criterios. Un botón de muestra es afirmar con algunas variantes que “de alguna forma muchos jóvenes (cubanos, se entiende) sienten que el país no les pertenece”. “Alguna forma”, expresión ambigua que no se precisa en su generalización, y adverbio de cantidad que se escoge alegremente. No son “quizás algunos”, “creo que algunos”, “supongo que ocurre”, sino muchos. Entrevistan a un joven y extienden el fenómeno. Es una matriz de opinión abonada por la irresponsabilidad en el ejercicio del criterio, y común a plataformas y autores “independientes” y los engendros de la hora como El Estornudo. Tratar el tema de la emigración con tanta superficialidad sin una mención siquiera de su complejidad multifactorial, de sus raíces y evolución, es un recurso tendencioso y muy socorrido por la efectividad con que opera el olvido y la descontextualización. Cargar sólo en la cuenta del proyecto cubano las causas profundas del fenómeno migratorio o las dificultades económicas, otro recurso falaz. Es el corte ideotemático, semántico y estilístico premiado con difusión, becas, asesorías y finanzas que por cierto aprenden los escribas en los cursos que con tanta generosidad les ofrecen.
Hay otras muy curiosas e inquietantes observaciones en algunos textos de estos días que revelan una clara hipocresía y oportunismo políticos. Tras negar, no de “alguna forma”, sino claramente, que la juventud cubana participe de la construcción del país-, sea la material o la espiritual y simbólica, y como hacen cubanos jóvenes y otros no tanto, incluso desde el exterior del país, están llamando, no tan sutilmente ya, a la rebelión juvenil, aunque ahora adornado con la exhortación de que hagan honor a la profesión de fe (Yo soy Fidel) que acaba de hacer la mayoría ciudadana en estos duros días de luto. Semejante hipocresía fuera sólo objeto de firme denuncia sino fuera tan peligrosa. Se debe estar muy atento a esa esbozada línea de comunicación.
Porque un escenario de alteración de la paz política ciudadana desea en Cuba ese llamado falsamente revolucionario, porque llaman a realizar el Yo soy Fidel mediante fórmulas y procesos ajenos a la realidad cubana. Dan por sentado que en la Revolución no participan los jóvenes a partir de las excepciones eventuales y los exhortan a la rebeldía antagónica. Por eso personalizan el poder político (ver raulismo), oponen artificialmente las políticas de uno y otro sin tener en cuenta los cambios de escenarios, especulan acerca del devenir del gobierno y hablan de relevo generacional, desconocen el papel del Partido al personalizar, proclaman fines de ciclo o de eras, (recurso tan caro al pensamiento único neoliberal), anuncian la división de poderes, cuando hoy se revisan, examinan y se replantea en el mundo del pensamiento la eficacia de esos conceptos tradicionales en las distintas realidades mundiales. Y parecen olvidar que incluso con Fidel en funciones gubernamentales, aunque él acepto el peso natural de su influencia, el poder político siempre fue colegiado en Cuba, y emanado y legitimado por la forma de democracia que ha querido y ha podido darse el país.
Podrían citar también, pero naturalmente no lo hacen, la otra parte del testamento político de Fidel: unidad y compromiso, la advertencia de un hombre que en su última intervención pública dijo “me hice socialista, pero más claramente, comunista”. Y ya por allí hay ardientes defensores de Cuba que están proponiendo que no hablemos de comunismo, sino de socialismo, aireando nuevamente el fantasma célebre que no acaba de recorrer y asustar en el mundo.
Pero ninguna de esas ideas significa el Yo soy Fidel. La crítica que seguirá abriendo el cauce histórico a la continuidad de la Revolución, es la que haga con una sola mente y un solo corazón y en la diversa unidad del pensamiento constructivo, que es un legado de la sabiduría política de Martí que Fidel resumió en aquellas dos palabras, cuando nos despedía, unidad, compromiso, para que cambiar lo que deba ser cambiado se realice sin perder de vista las poderosas fuerzas enemigas externas e internas, y para que se siga intentando con las propias energías y las concepciones soberanas de la nación. Es inolvidable lo que se le ha hecho a la humanidad en nombre de la libertad, y allí donde determinada concepción de las libertades han sido impuestas o por la falsa razón, o por la fuerza. Es la misión de las guerras mediáticas actuales. Fidel es reverenciado en el mundo entero por amigos y hermanos, y respetado por los enemigos decentes, o sabiamente diplomáticos. Cuba lo tiene de maestro. Algo – quizás todavía no lo suficiente, – aprendió, por lo menos a distinguir entre los cantos de sirenas, la voz que es auténtica, esa que sostuvo a la nación entre todas las terribles tempestades. Ello es resultado del instinto político bien visible, y este adverbio sí que es innegable, en muchos, en la mayoría, de los cubanos.