Cuba y EEUU antes de Girón (Parte II).
Por Fabián Escalante. 28 febrero, 2017
El 4 de marzo de 1960
explotaba en la bahía de La Habana el buque de bandera belga La Coubre, que
traía armas y municiones destinadas a la defensa de la Revolución. Fue una
operación de la CIA, mediante la cual varios saboteadores penetraron al buque
en su puerto de origen y colocaron explosivos detonantes por un dispositivo de
alivio de presión, que funcionaría cuando la carga fuera movida en su lugar de
destino. Setenta y cinco muertos y más, de 200 heridos fue el saldo de aquella
agresión. Todo el pueblo, en impresionantes honras fúnebres, despidió a los
caídos en una guerra que comenzaba y todavía no había sido declarada;
Al día siguiente,
Richard Bissell se reunía con los integrantes del grupo operativo cubano de la
CIA. En su oficina se encontraban, además, el coronel King y el inspector
Lyman Kirkpatrick. Todos tenían ante sí un documento TOP SECRET, que esbozaba
las ideas generales del proyecto cubano:
“Crear una responsable
y unificada oposición al régimen de Castro fuera de Cuba; desarrollar una
fuerte campaña de propaganda dirigida al pueblo cubano, con los fines dé
rebelarlo contra los comunistas que lo gobiernan; fomentar en la Isla una
organización secreta de inteligencia y acción que, acatando las órdenes de la
oposición en el exilio, lleve a cabo operaciones de subversión, sabotaje y
desestabilización, y prepara la “sublevación interna”; desarrollar una fuerza paramilitar,
fuera de Cuba, que después de infiltrada en la Isla, sería la responsable de
organizar la lucha guerrillera en las montañas y proveer de saboteadores y
terroristas a la resistencia clandestina en las ciudades y asesinar a Fidel
Castro.”
Finalmente se analizó
la justificación que debían manipular las transnacionales de la información
sobre la agresión que, se fraguaba. David Phillips aportó la idea: la
Revolución “traicionada” sería el argumento.
El 17 de marzo de
1960, el Presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, firmaba la directiva
del Consejo Nacional de Seguridad, por medio de la cual se aprobaba “el
programa de acciones encubiertas contra el régimen de Castro”, A partir de ese
momento la Casa Blanca dio luz verde a sus ejércitos de mercenarios,
politiqueros, depredadores y asesinos a sueldo para derrocar la Revolución
Cubana. Sin embargo, la historia les deparaba muchas amarguras.
Los primeros pasos de
Hunt se encaminaron a formar la infraestructura política que posibilitara al
gobierno-norteamericano esconderse tras ella. Era necesario unir a la
“responsable oposición” formada en la Florida. Tarea nada fácil. Se trataba de
conciliar a los viejos tiburones de la política cubana, que oteaban el
inminente regreso a la Isla. Las luchas estallaron inmediatamente. Los
batistianos querían obtener la mejor parte, argumentando su importante
representatividad en el exilio. Contaban además con cuadros militares y una
estructura en las principales ciudades norteamericanas. Por otro lado se encontraban
los seguidores de Prio y comparsa, y, finalmente, los nuevos exiliados, que
exigían su cuota de poder.
Así, después de muchas
discusiones
se escogió
al “prominente” político Manuel Antonio de Varona Loredo, alias Tony, con
influyentes amistades entre empresarios y mafiosos norteamericanos interesados
en Cuba. Varona había huido a la Florida después del golpe de Estado de Batista
en 1952 y allí se refugió. Era un próspero hombre de “negocios” y a finales de
la década del cuarenta había invertido en una sociedad de bienes raíces que
radicaba en el sur de la Florida, en contubernio con el sindicato del crimen. A
la sombra de sus amigos del Departamento de Estado se convirtió en un capitán
araña, pues donó cierto dinerito, “embarcó” a algún que otro revolucionario, y
devino así tribuno de una guerra verbal contra la dictadura de Batista, desde
su seguro refugio.
El otro personaje
seleccionado fue el ex coronel Eduardo Martín Elena, quien obtuvo sus grados en
las oficinas del campamento militar de Columbia, antigua sede de la jefatura
del ejército de la tiranía. Su responsabilidad sería la selección y preparación
de los futuros mercenarios que se infiltrarían en Cuba para “liberarla del
comunismo”.
Pero había más. Howard
Hunt tenía otra carta dentro de su manga. Se trataba de Manuel Artime Buesa, el
“héroe” de la clandestinidad cubana, que ya se había formado una reputación de
hombre de acción. Éste tenía sus propios proyectos y contaba con el apoyo de
las principales organizaciones católicas laicas en Cuba. Con ellas pensaba
estructurar un movimiento contrarrevolucionario que capitalizara la atención de
la CÍA.
En abril se crearon
las Brigadas Internacionales Anticomunistas, una organización mercenaria
dirigida por el agente de la CIA Frank Sturgis, con el propósito de
acondicionar una red secreta de casas de seguridad, instalaciones navales,
barcos, aviones, almacenes, en fin, lo necesario para que los reclutados
pudieran actuar desde una base segura en Miami. También estarían
responsabilizados con la conscripción de exiliados, la administración de los
campamentos de entrenamiento y la coordinación de las misiones para el abastecimiento
de los grupos contrarrevolucionarios en Cuba.
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