Opinión | Papá, ¿por qué somos de derechas?
Por Daniel Seijo
Con más de ochocientos imputados por corrupción y cerca de treinta casos en manos de los tribunales, uno no puede más que sorprenderse ante la imagen de un partido político hostigado por los casos de corrupción gobernando la quinta economía de Europa. El primer partido imputado en la historia de la democracia y cuyo presidente y actual jefe del Ejecutivo se verá obligado a declarar por su supuesta vinculación con un macrocaso de corrupción, ha llegado al poder no libre de culpa sino ya inmerso en una inmensa trama delictiva muy alejada de suponer un caso aislado de deshonestidad tal y como se nos quiso hacer creer, sino algo mucho más cercano a un modus operandi institucionalizado desde tiempos inmemoriales en las entrañas políticas y morales del propio partido. Quienes nunca perdonaron a los españoles haber vivido por encima de sus posibilidades y los mismos que con desparpajo pidieron una y otra vez a las clases proletarias un mayor esfuerzo como forma de expiación ante los “errores” cometidos durante el delirium tremens del crédito fácil y la ilusión de bonanza económica, han visto sin embargo como los pecados de prevaricación, asociación ilícita, tráfico de influencias, malversación, falsedad y cohecho, entre tantos otros, les eran perdonados por una masa de votantes quizás hipnotizados por la maquinaría mediática y electoral del PP, quizás también infectados al igual que el partido al que confían su voto por la avaricia, la ira y la soberbia propia una concepción peculiar de lo que en realidad debe representar la marca España.
El oxigeno plebiscitario de los conservadores españoles se encuentra en sus redes clientelares, en los periodistas dispuestos a tapar sus corruptelas y a lanzar mierda contra todo lo que suponga una amenaza o perpetuar falsos mitos como el de la excelente gestión económica de la derecha
Después de todo, cuando uno se dispone a buscar las motivaciones de quién vota (con plena libertad o al menos creyéndose en plena posesión de la misma) al partido de la Gürtel, Púnica, Imelsa, Taula, Emarsa, Brugal, Alviasa, Palma Arena etc, son varios los planteamientos que se pueden pasar por la cabeza. Si bien en un primer momento uno podría pensar que se trata exclusivamente de una mezcolanza de personajes pudientes, fascistas remozados y fervorosos meapilas, las cuentas no parecen cuadrarnos atendiendo a los resultados electorales y mucho menos si como últimamente se estila en la nueva izquierda nos centramos en Twitter como referencia única para lograr tomar la pulsión política de la sociedad. Pese a que se hacen notar, no son tantos los fascistas ni los magnates que pueblan nuestro peculiar reino y la iglesia, la iglesia ya no es lo que era. Sus casos de corrupción y los abusos a menores son más sonados que sus homilías y por si Instagram o Mujeres y Hombres y Viceversa no suponían ya una seria competencia para hacer llegar sus mensajes, la aparición de un papa rojo ha hecho que nuestros obispos se centren en posiciones defensivas y en la tarea de no perder parte de su electorado más que en emprender grandes cruzadas ideológicas para captar votos. Tampoco nos ayuda a deshacer el cubo de rubik de la atracción electoral de la derecha el añadir a ésta suma otros tópicos del votante conservador como el de la edad avanzada, la incultura o la preeminencia del rural, puede que con estos factores las cifras de votantes empiecen a cuadrar en mayor medida, pero se nos plantea entonces la necesidad de dar respuesta al motivo por el que los jubilados, las capas populares de la población y un rural que está sufriendo en sus propias carnes un genocidio cultural y económico a manos de las grandes empresas capitalistas, pueden mostrarse capaces de entregar su voto a un partido que sin duda parece representar la viva imagen de gran parte de sus males.
La explicación no se encuentra en una derecha indocta como podría desprenderse de la lluvia de memes que invaden las redes sociales con cada victoria electoral del Partido Popular, ni en el radicalismo y razonamiento arcaico de un electorado que prefiere una España arruinada y perniciosa políticamente a verla en manos de los rojos. El oxigeno plebiscitario de los conservadores españoles se encuentra en sus redes clientelares, en los periodistas dispuestos a tapar sus corruptelas y a lanzar mierda contra todo lo que suponga una amenaza o perpetuar falsos mitos como el de la excelente gestión económica de la derecha, se encuentra también en en los organismos internacionales capaces de todo tipo de tropelías intervencionistas para lograr impedir alternativas políticas al eterno servilismo de la clase obrera y especialmente lo hallamos en una quinta columna mediática y política (Véase el tándem Cebrián González) aceptada y consentida por una nueva izquierda más empeñada en sacar autobuses a la calle o en perpetuarse en un discurso desde la crítica que en cimentar nuevas redes comunicativas y políticas desde las que poder crear y dar voz a una nueva forma de hacer las cosas.
No basta con inundar las redes sociales en donde un sector ya mayoritariamente de izquierda se regodee con su conocimiento político e ironía digital, necesitamos presencia real en las fábricas, en los barrios, en los pueblos. No basta con acudir a circos políticos televisados en donde el debate se reduce a lo absurdo en un intento por lanzar píldoras electoralistas a espectadores que ya han renunciado a cualquier conclusión alejada del cómodo en el fondo son todos son iguales, pese a que algunos políticos se empeñen negarlo en medio de un eterno cruce de acusaciones, necesitamos nuestros propios medios de comunicación y necesitamos apoyarlos y trabajar con ellos. No basta con políticas de universitarios para obreros, ni con obreros votando a políticos profesionales, sino que necesitamos a obreros en los partidos al igual que necesitamos de nuevo a la política en las fábricas. No basta con un discurso hecho desde la crítica y el permanente foco sobre los errores del adversario, sino que necesitamos un discurso propio y una alternativa real al modelo económico y social que desde la derecha se nos propone con un capitalismo cada día más depredador. No basta con sentarse a pensar que el rural o los mayores son el problema y desde luego no basta con un autobús recorriendo las calles de España, para que deje de sorprendernos un pueblo capaz de votar a un partido acosado por la corrupción, quizás debamos darle a ese pueblo una alternativa en la que creer, una herramienta política con la que trabajar y no simplemente una papeleta distinta destinada a ser depositada en la misma urna de siempre.
“El capitalismo es un sistema construido sobre la corrupción, eso no quiere decir que en otros sistemas no haya personas corruptas, pero el capitalismo es un sistema corrupto en sí mismo.”
Luis Eduardo Aute
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