¿Quiénes fueron por tanto los principales actores que desencadenaron las revueltas que después fructificaron en el Golpe de Estado del General Franco? Pues básicamente la burguesía agraria, bancaria y empresarial afín a los postulados franquistas, y a su modelo de sociedad, y por otro lado, los altos mandos del Ejército (no todos, muchos continuaron siendo fieles a la República, incluso dieron su vida por ella), la Iglesia Católica y el partido fascista Falange Española (fundado por José Antonio Primo de Rivera), fueron los impulsores, y a la vez máximos beneficiados del franquismo. Mención especial nos merece cierta élite empresarial de la época, con Juan March a la cabeza, que financió directamente toda la logística, los medios y la organización del Golpe de Estado. Desde ahí, se construye el edificio de un nacionalcatolicismo inspirado en el modelo de Estado de las potencias fascistas. Podemos hablar de un fascismo nacionalcatólico español: toda una doctrina ideológica al servicio de las élites del país, que se hicieron definitivamente con el poder, aplastando y exterminando a sus enemigos. Un poder que convirtieron en despótico, autoritario, dogmático, represor, vengativo, asesino y genocida. Un poder basado en una ideología de carácter fascista y nacionalcatólica que finalmente sirvió de base para implantar un tipo de capitalismo, que llega hasta nuestros días, aliado y servil a los intereses del propio Estado, generando un monstruo corrupto y represor con diferentes flancos.
Y por supuesto, un fascismo aliado y servil a los intereses de la potencia mundial cuya principal preocupación ideológica consistió en combatir el comunismo, como es Estados Unidos. Como vemos, unos planteamientos que continúan en nuestro tiempo. El mismo Estados Unidos que siguió la política de no intervención impulsada por Gran Bretaña y Francia durante la Guerra Civil Española, y que luego se apresuró en reconocer al dictador. El mismo Estados Unidos que como potencia bélica mundial tiene como obsesión impedir que cualquier país intente por vías pacíficas y democráticas implantar algún tipo o modelo socialista, o aún siquiera distinto al neoliberalismo imperante, y ante lo cual no duda en sabotear, chantajear, someter a bloqueos económicos y sanciones, fomentar el terrorismo callejero, financiar golpes parlamentarios, financiar a dictadores genocidas, e incluso invadir dichos países. En esta serie de artículos (USA: Estado de Guerra Permanente), a la que remito a mis lectores y lectoras que no la hayan seguido, hacemos un profundo recorrido por el carácter belicista de la potencia norteamericana a lo largo de su historia. En este sentido, muy esclarecedoras fueron las palabras del dictador en un discurso de 1942: "Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos". Según cuenta el historiador Ángel Viñas, Franco comenzó la guerra sin fondos y con el sueldo congelado y la acabó con 32 millones de pesetas de la época (unos 388 millones de euros actuales).
Como hemos explicado en entregas anteriores, grandes obras de la época como los famosos pantanos, canales de riego o el Valle de los Caídos se hicieron con concesiones a empresas adictas al régimen que usaban mano de obra esclava de presos políticos republicanos. Muchas de estas empresas cotizan hoy en el IBEX-35, como sus herederas naturales, al igual que muchos políticos del PP son hijos o nietos de altos cargos franquistas de la época, o de alcaldes o concejales del régimen. Y es que la alargada sombra del franquismo llega hasta nuestros días.Otro hecho muy significativo tiene que ver con las ayudas internacionales recibidas por unos y otros. Unos utilizaron mercenarios a sueldo traídos desde Marruecos bajo las órdenes de Franco. También fue fundamental el apoyo material traducido en armas, tropas y aviones del fascismo italiano de Mussolini, el nazismo alemán de Hitler, y el salazarismo portugués. Acuerdos que gestionó el citado banquero Juan March, que negoció los apoyos del fascismo europeo al "Glorioso Movimiento Nacional". Italianos y alemanes eran los aviones que bombardearon pueblos enteros como Guernika, que inspirara a nuestro genio malagueño universal, Picasso, para su magna obra pictórica, quizá la que mejor refleja los horrores de la guerra. Por su parte, los defensores de la República recibieron oleadas de voluntarios (las Brigadas Internacionales) de todo el mundo, que llegaron a territorio español para luchar por ideales humanistas de justicia social plasmados en la República. Un capítulo épico y heroico de la historia de la humanidad, donde muchos de estos hermanos perdieron la vida.
Los primeros países a los cuales el Gobierno legítimo de la República pide ayuda son Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Ante la negativa de éstos, recurrieron desesperados a Moscú. Pero la Unión Soviética, interesada fundamentalmente en su alianza con Gran Bretaña y Francia, no ayudó a la República desde el principio, sino que fue el apoyo de las potencias fascistas (que apoyaron desde el principio la sublevación) lo que hizo, casi tres meses después de comenzado el conflicto, decidirse a prestar ayuda con asesores militares, material de guerra, alimentos o materias primas. Este apoyo fue clave para aumentar la resistencia de los defensores de la República hasta 1939, pero demasiado tibio como para ganar la guerra, habiendo constancia de recortes en el envío de armamento desde noviembre de 1937. Toda la ayuda fue pagada por el Gobierno de la República con buena parte de las reservas de oro del Banco de España, el famoso "Oro de Moscú". Y tras la Guerra Civil, llegó la terrible dictadura. Exilio, muertes, fusilamientos judiciales y extrajudiciales, soberbia y arrogancia de los vencedores, desapariciones forzadas, torturas, depuraciones administrativas, persecución a maestras y maestros, represión lingüística y cultural, censura y prohibición de manifestaciones populares, falsas amnistías que se convertían en trampas donde los supuestos amnistiados eran fusilados, robo de bebés (ya nos hemos ocupado profundamente de este tema en entregas anteriores) en cárceles femeninas a las presas políticas republicanas mediante una macabra trama que involucra al propio aparato del Estado, y un largo etcétera de aberrantes prácticas determinaron un terrorismo genocida y represor que se manifestó durante más de cuarenta años, pues continuó incluso después de la muerte del dictador.
Todo ello hoy sin resolver. Todo ello aún hoy día escondido, protegido y amparado por la mafia corrupta que nos gobierna, casi con la misma impunidad y arrogancia de entonces. Todo ello pendiente de facturar en las únicas monedas posibles: verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. Pues bien, una vez dejado claro la naturaleza, los medios y los objetivos de ambos frentes en disputa (mejor dicho, el frente que ataca y el que se defiende), y qué representaban cada uno de ellos, podemos entender que las posturas oficialistas que afirman que ambos "bandos" fueron iguales, que no podemos "reabrir heridas", que tenemos que reconciliarnos, que no podemos alimentar odios del pasado, y otras estupideces por el estilo, no hacen sino alimentar aún más no ya el odio, sino la impotencia de los perdedores de aquélla guerra, y por lo tanto, de los ideales que defendían. Muy al contrario, se enaltecen la vanidad y los ideales de los ganadores, es decir, de aquéllos que justifican y promueven la opresión, la exclusión y el clasismo. Aquéllos que defienden a los poderosos, mientras atacan a los débiles. Un error histórico e interesado consiste en habernos creído el cuento de que desde la Transición, la historia comienza de cero, sin vencedores ni vencidos, sin rojos ni azules. Esta falaz visión no tiene en cuenta que los vencedores, el régimen franquista y todo su andamiaje, estaban en condiciones prioritarias de poder para negociar las bases constitucionales y estructurales del régimen actual. Tal y como anunció Franco antes de morir, todo quedaba "atado y bien atado". ¿Cuál era pues esa atadura a la que se refería el dictador? Es fácil intuirla: un régimen surgido desde la figura de un Rey promovida por el dictador, que continuaría beneficiando a las élites económicas del país, que a su vez mantendrían la hegemonía del resto de poderes fácticos del Estado: las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y la casta corrupta de empresarios, aristócratas y latifundistas. Continuaremos en siguientes entregas.
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