domingo, 3 de septiembre de 2017

CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSA. El oscuro complot que intentó acabar con la Revolución rusa. A las puertas de una segunda rebelión de signo inequívocamente socialista, una conspiración entre determinados sectores políticos y militares intentó dar un golpe de Estado en Petrogrado e impedir el ascenso de las fuerzas del cambio.

CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSAEl oscuro complot que intentó acabar con la Revolución rusa

A las puertas de una segunda rebelión de signo inequívocamente socialista, una conspiración entre determinados sectores políticos y militares intentó dar un golpe de Estado en Petrogrado e impedir el ascenso de las fuerzas del cambio. 
El general Lavr Kornílov, llevado a hombros a su llegada a Moscú.



El general Lavr Kornílov, llevado a hombros a su llegada a Moscú.
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Tras las jornadas de julio, a pesar de la dura respuesta de las autoridades, Rusia estaba más, y no menos, dividida. La situación de “doble poder” (dvoevlastie) –el Gobierno Provisional a un lado, los consejos de soldados y obreros al otro– persistía. La tentación de buscar un 'superárbitro' –como lo llama León Trotsky en su Historia de la revolución rusa– que dirimiese la situación se acrecentaba a medida que se multiplicaban las llamadas, cada vez más estériles, a la conciliación nacional. En este contexto se desarrolló un complot que ha pasado a la historia como 'el golpe de Estado de Kornílov', una trama con recovecos oscuros cuyo desenlace únicamente sirvió para dejar el camino expedito a la inminente revolución bolchevique. 

La Conferencia de Moscú

“A Kerenski el terreno le vacilaba bajo los pies, como un pantano de turba”, escribe Trotsky. El ministro presidente buscó una salida, “como siempre, en las improvisaciones verbales, en reunir, proclamar, declarar”. El Gobierno Provisional convocó una Conferencia en Moscú con delegados de los partidos políticos y organizaciones sociales, comerciales e industriales así como representantes del ejército con el fin de lograr un entendimiento y crear una coalición de gobierno estable. Sin embargo, la Conferencia de Moscú, lejos de cumplir sus objetivos, sirvió para visibilizar más claramente el enfrentamiento. “Diríase que todos aquellos que estaban llamados a desaparecer en breve de la escena política se habían puesto de acuerdo para desempeñar por última vez sus mejores papeles”, comenta Trotsky.
La Conferencia terminó con una declaración que no ocultaba que "el país se dividía en dos bandos"
El Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú publicó una resolución especial prohibiendo el derecho de manifestación, lo que motivó la retirada de los bolcheviques en señal de protesta. Los sindicatos, a su vez, apoyaron a los bolcheviques convocando una huelga general. Según relata Osip Piátnitski, cuatrocientos mil obreros se sumaron al paro: “No había luz ni tranvías, no trabajaban las fábricas, los talleres ni los depósitos ferroviarios, hasta los camareros de los restaurantes fueron a la huelga.”
La propia Conferencia parecía condenada de por si al fracaso. A su llegada a Moscú, el comandante en jefe de las fuerzas armadas, el general Lavr Kornílov,fue recibido en la estación de tren por numerosas delegaciones. El discurso de bienvenida, leído por el diputado liberal Fiódor Ródichev, terminó con un inequívoco “¡Salve usted a Rusia y el pueblo, agradecido, le coronará!”, tras lo cual los oficiales se llevaron en hombros al general. Durante la conferencia, varios automóviles circulaban por la ciudad repartiendo panfletos con la biografía de Kornílov y su retrato. Por doquiera se especulaba con un golpe de Estado, manifestaciones contrarrevolucionarias encaminadas a poner a prueba el estado de las fuerzas y la creación de un comité de salvación de la patria que compitiera con los soviets.
La Conferencia fue tumultuosa, y los cruces de insultos y recriminaciones, constantes. A la entrada de Kornílov la bancada de la izquierda permaneció sentada mientras la de la derecha aplaudía. “El enemigo llama ya a las puertas de Riga”, adviertió Kornílov, “si este ejército se ha visto convertido en una turba que ha perdido la cabeza y no piensa más que en salvar la piel, ha sido gracias a una serie de medidas legislativas adoptadas después de la revolución por gente extraña al espíritu y la mentalidad del ejército.” Las declaraciones de Kerenski son a su turno recibidas con silencio por la bancada derecha y aplausos de la izquierda.
Lavr Kornílov, en una imagen histórica.


Lavr Kornílov.
La Conferencia de Moscú terminó con una declaración de clausura formal que no ocultaba, en palabras del presidente del Partido Democrático Constitucional (Kadet) Pável Miliukov, que “el país se dividía en dos bandos, entre los cuales no podía haber en el fondo conciliación ni acuerdo”. El fracaso público de la Conferencia de Moscú aceleró los planes secretos de establecer una dictadura. Elocuentemente, mientras se celebraba la propia conferencia, “en los días solemnes de la unidad nacional”, como escribe irónicamente Trotsky, “el ministro de la Guerra y el comandante en jefe del ejército se dedicaban ya a hacer desplazamientos estratégicos de fuerzas del uno contra el otro.” Nadie, añade, “quería ya el poder dual, por el contrario, todo el mundo ansiaba el poder fuerte, unánime, 'férreo' […] la idea de un árbitro de los destinos que se eleve por encima de las distintas clases.”
Los dos candidatos a 'superárbitro' eran por una parte el abogado y socialrevolucionario Aleksandr Kerenski, ministro presidente del Gobierno Provisional desde el 21 de julio y titular de la cartera de Defensa, “el lazo que unía a la burguesia y la democracia […] encarnación personal de la coalición misma”, intentando alzarse por encima de sus contradicciones y debilidades; alguien que “carecía de la fuerza del bonapartismo, pero tenía todos sus vicios”. Por la otra, el general Lavr Kornílov, dispuesto a pasar por encima de esas mismas contradicciones y restablecer, por lo menos, la primacía de los elementos sobre los que se sustentaba el viejo orden –la burguesía comercial y el clero– sobre el pujante movimiento obrero.

“Corazón de león y cerebro de carnero”

Para los liberales y los conservadores, en palabras de Miliukov, Kerenski “era el único hombre posible” pero “no el que era necesario”. Tras barajar varios nombres –entre ellos el del almirante Aleksandr Kolchak, que años después habría de liderar al Movimiento blanco en sus últimos estertores durante la guerra civil– finalmente optaron por el del general Lavr Kornílov. Sus orígenes modestos –hijo de cosacos calmucos, educado en Siberia– y carácter enérgico fueron convenientemente amplificados por los medios afines para preparar psicológicamente a la población a aceptarlo como caudillo. Al mismo tiempo, como indica Trotsky, la leyenda oficial creada a su alrededor “se hallaba dictada por la necesidad de la opinión pública patriótica” a ocultar sus considerables carencias, entre ellas la impulsividad, falta de capacidad de organización y carencia de dotes de liderazgo y visión política, unidas a un oportunismo y petulancia poco disimulados. El general Mijaíl Alekséyev llegó a describirlo como un “hombre de corazón de león y cebrero de carnero”.
Durante la Primera Guerra Mundial, Kornílov abandonó a su división para evitar su detención, sólo para entregarse cuatro días después a las tropas austríacas
Durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, Kornílov llegó a dejar abandonada a su propia suerte a la división que comandaba para evitar su detención, sólo para entregarse cuatro días después a las tropas austríacas. Pero a pesar de todo Kornílov era uno de los pocos activos a los que liberales y conservadores podían recurrir: sus diferencias con el Gobierno Provisional, su hostilidad hacia los soviets y la violencia de la que hizo gala en el frente –ordenando fusilar a desertores y amenazando con castigar a los campesinos que violasen los derechos de los terratenientes– le ameritaban para el cargo. “En el ejército, que casi no conocía más que derrotas humillantes, no era fácil encontrar un general popular”, valora Trotsky. Por eso, si apareció Kornílov, “fue mediante la expulsión de los candidatos restantes, aún más inservibles”.
“Antes de la revolución, Kornílov era un monárquico oscurantista”, consigna el autor de la Historia de la revolución rusa, pero “como sucede generalmente con la gente de su mentalidad, las ideas políticas le interesaban únicamente en la medida en que se referían a él mismo” y, después de la Revolución de febrero, “Kornílov se declaró sin dificultad republicano”. El general, sentencia, “jugaba con dos naipes”. 

El complot

La trama, con todo, es más complicada de lo que a primera vista parece y, tal y como lo define Trotsky, “bajo la apariencia de un plan único había dos planes, uno de los cuales iba dirigido contra el otro”. Varios historiadores coinciden en señalar que Kerenski participó del mismo y solamente se apartó en su fase final, cuando escapó a su control. En sus memorias, el general Anton Denikin explica que en las primeras conversaciones “sobre la dictadura, conversaciones que no tenían otro alcance que sondear el terreno, empezaron a principios de junio, esto es, cuando se estaba preparando la ofensiva en el frente”.
En esas conversaciones, continúa, “participaba a menudo Kerenski, con la particularidad de que, en tales casos, se daba como cosa entendida, sobre todo por lo que al propio Kerenski se refería, que él sería precisamente la figura central de la dictadura”, a la que se otorgaría el nombre oficial de Directorio, siguiendo el modelo de la Revolución francesa. Según Trotsky, Kerenski suponía que “podría dar la orientación conveniente al complot de los generales, dirigiéndolo, no sólo contra los bolcheviques, sino también, hasta cierto punto, contra los aliados y tutores enojosos pertenecientes al campo de los conciliadores.”
Imagen de marzo de 1917 de una manifestación en Moscú. - AFP


Imagen de marzo de 1917 de una manifestación en Moscú. - AFP
Pero Kerenski no contaba con los suficientes apoyos políticos y militares para imprimir el giro que deseaba al golpe. “Claro está que hubiera sido más ventajoso tener en Petrogrado a un regimiento personalmente adicto a Kerenski y que no estuviera ni con las derechas ni con las izquierdas”, comenta Trotsky, “pero, como demostrará el desarrollo ulterior de los acontecimientos, semejantes tropas no existían en la realidad”. Para la lucha contra la revolución, añade, “no había nadie, excepto la gente de Kornílov”. Y éstos, a su vez, tenían como objetivo prescindir de Kerenski llegado el momento.

El golpe de Estado

El 21 de agosto (2 de septiembre, según el calendario gregoriano) tropas alemanas ocupaban Riga. “La prensa decuplicó la campaña contra los 'obreros que no trabajan' y los 'soldados que no combaten'”, describe la situación Trotsky. “Se hacía responsable -prosigue- de todo a la revolución: ésta había cedido Riga y se disponía a ceder Petrogrado”. Los golpistas consideraron la ocupación de Riga como la señal para poner en marcha sus planes. Aunque los liberales creían que la situación no estaba todavía madura, “los banqueros, los industriales y los generales cosacos”, recuerda Trotsky, “metían prisa”.
A comienzos de agosto Kornílov ya había comenzado a ordenar la concentración de tropas cerca de la capital bajo la apariencia de crear reservas para posibles operaciones en Letonia y Finlandia. Estas divisiones –cosacos, caballería y tropas del Cáucaso norte, principalmente– habrían de caer sobre Petrogrado y ocuparla utilizando como excusa el estallido de desórdenes.
Aunque los liberales creían que la situación no estaba todavía madura, “los banqueros, los industriales y los generales cosacos”, recuerda Trotsky, “metían prisa”
Si éstos no se producían, los propios agentes de Kornílov se encargarían de provocarlos e incluso actuar como agentes provocadores, una operación de falsa bandera a cargo de la cual estaría el atamán cosaco Aleksandr Dútov. Los conjurados contactaron con sociedades patrióticas para movilizar hombres en la capital y crearon un servicio de espionaje secreto. Incluso la diplomacia aliada, particularmente la británica, participó en el complot ofreciendo armas, vehículos blindados y asesoramiento militar a los conspiradores.
El plan incluía la ocupación del Instituto Smolny y la detención de los líderes bolcheviques. Nadie se llamaba a engaño con lo que esto significaría. “Ya es hora de ahorcar a los agentes y espías alemanes, capitaneados por Lenin, y disolver el Soviet de obreros y soldados, pero disolverlo en forma tal que no tenga la posibilidad de reunirse en ningún sitio”, le confesó Kornílov al general Aleksandr Lukomski.
El antecesor de Kerenski en el cargo de primer ministro, el príncipe Lvov, que había tomado parte en los preparativos del golpe, y descontento con el cariz que tomaban los acontecimientos, se presentó al Palacio de Invierno y se ofreció a mediar entre el Gobierno Provisional y los militares. Su objetivo era frenar el golpe adelantándose a sus objetivos, esto es, formando un nuevo gabinete que satisficiese los intereses de ambas partes. La mediación resultó accidentada: el Gobierno Provisional utilizó a Lvov para comprobar lo que pasaba realmente en el Cuartel General, y éste interpretó la llegada del mediador como una muestra de debilidad y exigió la entrega inmediata de todo el poder a Kornílov. Algunos militares expresan abiertamente su apoyo a Kornílov, otros titubean. Pocos son los que desde el primer momento se ponen de lado del Gobierno Provisional. El golpe está en marcha.

El golpe fracasa

El golpe comenzó a perder fuelle cuando Kerenski se dio cuenta de que las intenciones de Kornílov incluían prescindir de él. Fue entonces cuando Kerenski pidió a Kornílov su dimisión y, ante la negativa de éste, lo destituyó. Kerenski ordenó retener el envío de tropas por telegrama. “El general Kornílov, que ha proclamado su patriotismo y su fidelidad al pueblo... ha tomado regimientos del frente... y los manda contra Petrogrado.” Kornílov respondió con otro telegrama ordenando hacer caso omiso del de Kerenski: “Los traidores no están entre nosotros sino en Petrogrado, donde por dinero alemán, con la complacencia criminal del gobierno, se ha vendido y se vende a Rusia”. El 26 de agosto (6 de septiembre) los ministros liberales presentan su dimisión, incrementando la presión sobre el Gobierno Provisional. Dos días después la Bolsa cerró la jornada con todos sus valores al alza ante la noticia de una sublevación militar.
Aleksandr Kerenski, en Nueva York, en una fotografía de 1938. - AFP


Aleksandr Kerenski, en Nueva York, en una fotografía de 1938. - AFP
“Todas estas voces llegaban al Palacio de Invierno y ejercían un efecto fulminante sobre sus moradores”, consigna Trotsky. “El éxito de Kornílov parecía inevitable […] La prensa burguesa acogía esas noticias con avidez y las hinchaba, creando una atmósfera de pánico.” Dos días después Miliukov se presentaría al palacio para aconsejar a Kerenski su dimisión y el nombramiento del general Alekséyev como su sustituto. Dándolo todo por perdido, los apoyos de antaño comenzaban a rehuir a Kerenski, quien en la noche del 28 al 29 “se paseó casi solo” por el Palacio de Invierno.
“En su estado de soledad y postración”, relata Trotsky, “Kerenski no halló cosa mejor que organizar otra interminable conferencia con sus ministros dimisionarios” para reorganizar el gobierno e incluso resucitar la idea de un Directorio mientras las tropas de Kornílov avanzaban hacia la capital. Fue en este momento cuando apareció en el Palacio de Invierno una delegación que había sido creada el día anterior por los Comités Ejecutivos de los consejos de obreros y soldados y el de campesinos. El nuevo órgano, llamado Comité para la lucha contra la contrarrevolución, obligó a Kerenski, después de una ardua negociación, a abandonar su idea de formar un Directorio y a conceder a los consejos un papel activo en la defensa de Petrogrado contra las tropas golpistas. La concesión, sin embargo, significaba en la práctica el reconocimiento de la inefacia de los órganos oficiales.
El Comité para la lucha contra la contrarrevolución no tardó en demostrar su efectividad. “Al mismo tiempo que Kerenski, agobiado bajo el peso de una 'responsabilidad sobrehumana', medía, solitario, el 'parquet' del Palacio de Invierno”, ironiza Trotsky, “el Comité de defensa, llamado también Comité militar revolucionario, desarrollaba una vasta labor. Desde por la mañana, se mandaron instrucciones telegráficas a los empleados de ferrocarriles, correos y telégrafos y a los soldados.”
Como en el concepto de “pueblo en acción” que tan del agrado era a Bertolt Brecht, los obreros, a través de sus órganos de representación a todos los niveles, se pusieron a trabajar para frustrar el golpe: los comités de fábrica organizan guardias, abren cursos de tiro e instrucción militar, cavan trincheras, extienden alambradas y trabajan día y noche para producir cañones y proyectiles.
Trotsky: "El Estado Mayor de los conjurados era el propio Estado Mayor zarista, oficina de gente sin cabeza"
“Los ferroviarios levantaron los rieles y pusieron obstáculos en las vías para contener el avance de las tropas de Kornílov […] los empleados de Correos y Telégrafos detenían y mandaban al Comité los telegramas y órdenes que partían del Cuartel general o copia de los mismos […] el sindicato metalúrgico puso al servicio del Comité de defensa sus numerosos empleados y una suma importante para sus gastos. El sindicato de chóferes puso a disposición del Comité sus medios técnicos y de transporte. El sindicato de tipógrafos llevó a la práctica el control efectivo de la prensa”, continúa Trotsky. Los soldados destituyen a sus oficiales leales al golpe en Kronstadt y también en Viborg. Petrogrado se refuerza con tropas leales a los soldados bolcheviques, los marineros del crucero 'Aurora', que habría de desempeñar un papel clave dos meses después, son los encargados de defender el Palacio de Invierno.
Con las fuerzas diseminadas por distintas líneas férreas –en un momento dado los cosacos sopesaron incluso la idea de avanzar a pie contra la capital, pero, desmoralizados, desistieron en el último momento– y sus comunicaciones cortadas, y Petrogrado alzado en armas, las posibilidades de éxito del golpe se evaporaban. Los conspiradores contribuyeron asimismo a su propio fracaso. “El Estado Mayor de los conjurados era el propio Estado Mayor zarista, oficina de gente sin cabeza, incapaz de meditar de antemano en la gran partida que había emprendido, dos o tres jugadas sucesivas”, explica Trotsky. “A pesar de que Kornílov había señalado el día del golpe de Estado con algunas semanas de anticipación, nada estaba previsto ni calculado como era debido.” Las tropas no estaban donde debían estar, y allí donde estaban no contaban con armas suficientes ni oficiales capaces de asumir decisiones por su propia cuenta. Del estado de corrupción de los militares zaristas da cuenta que los fondos destinados a la insurrección no llegasen en muchos casos a su destino y se perdiesen en los bolsillos de las casacas o se destinasen a juergas.
“Nunca había aparecido tan sombrío el futuro del país, ni tan lamentable y abrumadora nuestra impotencia”, se lamentaba Denikin. El general Piotr Krasnov, un cosaco monárquico, en su propia confesión se extrañaba de que “Kornílov, que se había propuesto llevar a cabo una empresa de tanto empuje, no se hubiera movido del palacio de Mohilev, rodeado de turcomanos y de soldados de batallón de choque, como si él mismo no tuviera confianza” en el desenlace del golpe. “El estado de espíritu de los conjurados oscilaba entre la altivez del que se cree vencedor indiscutible y la postración completa ante los primeros obstáculos reales”, resume Trotsky.
Jóvenes oficiales del Gobierno provisional en el Palacio de Invierno en la víspera de la Revolución de Octubre. - AFP


Jóvenes oficiales del Gobierno provisional en el Palacio de Invierno en la víspera de la Revolución de Octubre. - AFP

Después del golpe

Lavr Kornílov capituló y fue detenido junto con otros generales y posteriormente juzgado por su sublevación. Aleksandr Kerenski se nombró a sí mismo jefe de las fuerzas armadas. Kornílov, como tantos otros militares, fue liberado poco antes de la Revolución de octubre, y tras ésta se alineó con el Movimiento blanco que inició la guerra civil. Durante la ofensiva contra Yekaterinodar (actual Krasnodar), según Denikin, una granada entró en la tienda de campaña de Kornílov, estallando y provocándole la muerte el 13 de abril de 1918. Fue enterrado en secreto por sus camaradas, pero cuando los bolcheviques tomaron la posición tres días después, dieron fortuitamente con sus restos mientras buscaban documentos y otros enseres ocultados por los blancos enterrándolos. El cuerpo fue exhumado, trasladado a otro lugar e incinerado por los bolcheviques (en la versión posterior del Movimiento blanco, después de haber sido linchado y expuesto públicamente el cadáver).

El pulso mantenido durante aquellos días entre Kerenski y Kornílov –y, por extensión, entre las fuerzas que ambos representaban– terminó sin ningún vencedor y con dos derrotados. Los consejos de obreros y soldados, que habían demostrado ya su capacidad de organización con anterioridad, hicieron su acto de presencia como una fuerza colectiva que no podía ser definitivamente ignorada. “La tensión de la lucha ponía por doquier, en primer término, a los elementos más activos y audaces. Esta selección automática favorecía, naturalmente, el desarrollo de los bolcheviques, reforzaba su influencia, concentraba la iniciativa en sus manos, dándoles la dirección efectiva aún en aquellas organizaciones en que se hallaban en minoría”, valora Trotsky. El camino al asalto al Palacio de Invierno quedaba libre.

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