CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSAEl oscuro complot que
intentó acabar con la Revolución rusa
A
las puertas de una segunda rebelión de signo inequívocamente socialista, una
conspiración entre determinados sectores políticos y militares intentó dar un
golpe de Estado en Petrogrado e impedir el ascenso de las fuerzas del
cambio.
El
general Lavr Kornílov, llevado a hombros a su llegada a Moscú.
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Tras las jornadas
de julio, a pesar de la dura respuesta de las autoridades, Rusia
estaba más, y no menos, dividida. La situación de “doble
poder” (dvoevlastie) –el Gobierno Provisional a un lado, los
consejos de soldados y obreros al otro– persistía. La tentación de buscar un 'superárbitro' –como lo llama
León Trotsky en su Historia de la revolución rusa–
que dirimiese la situación se acrecentaba a medida que se multiplicaban las
llamadas, cada vez más estériles, a la conciliación nacional. En este contexto
se desarrolló un complot que ha pasado a la historia como 'el golpe de Estado
de Kornílov', una trama con recovecos oscuros cuyo desenlace únicamente sirvió
para dejar el camino expedito a la inminente revolución bolchevique.
La
Conferencia de Moscú
“A Kerenski el terreno le vacilaba bajo los pies, como un
pantano de turba”, escribe Trotsky. El ministro presidente buscó una salida,
“como siempre, en las improvisaciones verbales, en reunir, proclamar,
declarar”. El Gobierno Provisional convocó una
Conferencia en Moscú con delegados de los partidos políticos y
organizaciones sociales, comerciales e industriales así como representantes del
ejército con el fin de lograr un entendimiento y crear una coalición de
gobierno estable. Sin embargo, la Conferencia de Moscú, lejos de cumplir sus
objetivos, sirvió para visibilizar más claramente el enfrentamiento. “Diríase
que todos aquellos que estaban llamados a desaparecer en breve de la escena
política se habían puesto de acuerdo para desempeñar por última vez sus mejores
papeles”, comenta Trotsky.
La Conferencia terminó con una declaración que no ocultaba que "el país se dividía en dos bandos"
El Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú
publicó una resolución especial prohibiendo el derecho de manifestación, lo que
motivó la retirada de los bolcheviques en señal de protesta. Los sindicatos, a
su vez, apoyaron a los bolcheviques convocando una huelga general. Según relata
Osip Piátnitski, cuatrocientos mil obreros se sumaron al paro: “No había luz ni
tranvías, no trabajaban las fábricas, los talleres ni los depósitos
ferroviarios, hasta los camareros de los restaurantes fueron a la huelga.”
La propia Conferencia parecía condenada de por
si al fracaso. A su
llegada a Moscú, el comandante en jefe de las fuerzas armadas, el general Lavr Kornílov,fue recibido en la
estación de tren por numerosas delegaciones. El discurso de bienvenida, leído
por el diputado liberal Fiódor Ródichev, terminó con un inequívoco “¡Salve
usted a Rusia y el pueblo, agradecido, le coronará!”, tras lo cual los
oficiales se llevaron en hombros al general. Durante la conferencia, varios
automóviles circulaban por la ciudad repartiendo panfletos con la biografía de
Kornílov y su retrato. Por doquiera se especulaba con un golpe de Estado, manifestaciones
contrarrevolucionarias encaminadas a poner a prueba el estado de las fuerzas y
la creación de un comité de salvación de la patria que compitiera con los
soviets.
La Conferencia fue
tumultuosa, y los cruces de insultos y recriminaciones, constantes. A la
entrada de Kornílov la bancada de la izquierda permaneció sentada mientras la
de la derecha aplaudía. “El enemigo llama ya a las puertas de Riga”, adviertió
Kornílov, “si este ejército se ha visto convertido en una turba que ha perdido
la cabeza y no piensa más que en salvar la piel, ha sido gracias a una serie de
medidas legislativas adoptadas después de la revolución por gente extraña al espíritu
y la mentalidad del ejército.” Las declaraciones de Kerenski son a su turno
recibidas con silencio por la bancada derecha y aplausos de la izquierda.
Lavr Kornílov.
La Conferencia de Moscú terminó con una
declaración de clausura formal que no ocultaba, en palabras del presidente del
Partido Democrático Constitucional (Kadet) Pável Miliukov, que “el país se
dividía en dos bandos, entre los cuales no podía haber en el fondo conciliación
ni acuerdo”. El fracaso público de la Conferencia de Moscú
aceleró los planes secretos de establecer una dictadura. Elocuentemente,
mientras se celebraba la propia conferencia, “en los días solemnes de la unidad
nacional”, como escribe irónicamente Trotsky, “el ministro de la Guerra y el
comandante en jefe del ejército se dedicaban ya a hacer desplazamientos
estratégicos de fuerzas del uno contra el otro.” Nadie, añade, “quería ya el
poder dual, por el contrario, todo el mundo ansiaba el poder fuerte, unánime,
'férreo' […] la idea de un árbitro de los destinos que se eleve por encima de
las distintas clases.”
Los dos candidatos a 'superárbitro' eran
por una parte el abogado y socialrevolucionario Aleksandr Kerenski, ministro presidente del Gobierno
Provisional desde el 21 de julio y titular de la cartera de Defensa, “el lazo
que unía a la burguesia y la democracia […] encarnación personal de la
coalición misma”, intentando alzarse por encima de sus contradicciones y
debilidades; alguien que “carecía de la fuerza del bonapartismo, pero tenía
todos sus vicios”. Por la otra, el general Lavr Kornílov, dispuesto a pasar por
encima de esas mismas contradicciones y restablecer, por lo menos, la primacía
de los elementos sobre los que se sustentaba el viejo orden –la burguesía
comercial y el clero– sobre el pujante movimiento obrero.
“Corazón
de león y cerebro de carnero”
Para los liberales y
los conservadores, en palabras de Miliukov, Kerenski “era el único hombre
posible” pero “no el que era necesario”. Tras barajar varios nombres –entre
ellos el del almirante Aleksandr Kolchak, que años después habría de liderar al
Movimiento blanco en sus últimos estertores durante la guerra civil– finalmente
optaron por el del general Lavr Kornílov. Sus orígenes modestos –hijo de
cosacos calmucos, educado en Siberia– y carácter enérgico fueron
convenientemente amplificados por los medios afines para preparar
psicológicamente a la población a aceptarlo como caudillo. Al mismo tiempo,
como indica Trotsky, la leyenda oficial creada a su alrededor “se hallaba
dictada por la necesidad de la opinión pública patriótica” a ocultar sus
considerables carencias, entre ellas la impulsividad, falta de capacidad de
organización y carencia de dotes de liderazgo y visión política, unidas a un
oportunismo y petulancia poco disimulados. El general Mijaíl Alekséyev llegó a
describirlo como un “hombre de corazón de león y cebrero de carnero”.
Durante la Primera Guerra Mundial, Kornílov abandonó a su división para evitar su detención, sólo para entregarse cuatro días después a las tropas austríacas
Durante la Primera Guerra Mundial, por
ejemplo, Kornílov llegó a dejar abandonada a su propia suerte a la división que
comandaba para evitar su detención, sólo para entregarse cuatro días después a
las tropas austríacas. Pero a pesar de todo Kornílov era uno de los pocos
activos a los que liberales y conservadores podían recurrir: sus diferencias
con el Gobierno Provisional, su hostilidad hacia los soviets y la violencia de
la que hizo gala en el frente –ordenando fusilar a desertores y amenazando con
castigar a los campesinos que violasen los derechos de los terratenientes– le
ameritaban para el cargo. “En el ejército, que casi no conocía más que derrotas
humillantes, no era fácil encontrar un general popular”, valora Trotsky. Por
eso, si apareció Kornílov, “fue mediante la expulsión de los candidatos
restantes, aún más inservibles”.
“Antes de la
revolución, Kornílov era un monárquico oscurantista”, consigna el autor de la
Historia de la revolución rusa, pero “como sucede generalmente con la gente de
su mentalidad, las ideas políticas le interesaban únicamente en la medida en
que se referían a él mismo” y, después de la Revolución de febrero, “Kornílov
se declaró sin dificultad republicano”. El general, sentencia, “jugaba con dos
naipes”.
El
complot
La trama, con todo, es más complicada de
lo que a primera vista parece y, tal y como lo define Trotsky, “bajo la apariencia de un plan único
había dos planes, uno de los cuales iba dirigido contra el otro”.
Varios historiadores coinciden en señalar que Kerenski participó del mismo y
solamente se apartó en su fase final, cuando escapó a su control. En sus
memorias, el general Anton Denikin explica que en las primeras conversaciones
“sobre la dictadura, conversaciones que no tenían otro alcance que sondear el
terreno, empezaron a principios de junio, esto es, cuando se estaba preparando
la ofensiva en el frente”.
En esas
conversaciones, continúa, “participaba a menudo Kerenski, con la particularidad
de que, en tales casos, se daba como cosa entendida, sobre todo por lo que al
propio Kerenski se refería, que él sería precisamente la figura central de la
dictadura”, a la que se otorgaría el nombre oficial de Directorio, siguiendo el
modelo de la Revolución francesa. Según Trotsky, Kerenski suponía que “podría dar
la orientación conveniente al complot de los generales, dirigiéndolo, no sólo
contra los bolcheviques, sino también, hasta cierto punto, contra los aliados y
tutores enojosos pertenecientes al campo de los conciliadores.”
Imagen de marzo de 1917 de una manifestación en Moscú. - AFP
Pero Kerenski no
contaba con los suficientes apoyos políticos y militares para imprimir el giro
que deseaba al golpe. “Claro está que hubiera sido más ventajoso tener en
Petrogrado a un regimiento personalmente adicto a Kerenski y que no estuviera ni
con las derechas ni con las izquierdas”, comenta Trotsky, “pero, como
demostrará el desarrollo ulterior de los acontecimientos, semejantes tropas no
existían en la realidad”. Para la lucha contra la revolución, añade, “no había
nadie, excepto la gente de Kornílov”. Y éstos, a su vez, tenían como objetivo
prescindir de Kerenski llegado el momento.
El golpe
de Estado
El 21 de agosto (2 de septiembre, según el
calendario gregoriano) tropas alemanas ocupaban Riga. “La prensa decuplicó la
campaña contra los 'obreros que no trabajan' y los 'soldados que no combaten'”,
describe la situación Trotsky. “Se hacía responsable -prosigue- de todo a la
revolución: ésta había cedido Riga y se disponía a ceder Petrogrado”. Los golpistas consideraron la ocupación de
Riga como la señal para poner en marcha sus planes. Aunque los
liberales creían que la situación no estaba todavía madura, “los banqueros, los
industriales y los generales cosacos”, recuerda Trotsky, “metían prisa”.
A comienzos de agosto
Kornílov ya había comenzado a ordenar la concentración de tropas cerca de la
capital bajo la apariencia de crear reservas para posibles operaciones en
Letonia y Finlandia. Estas divisiones –cosacos, caballería y tropas del Cáucaso
norte, principalmente– habrían de caer sobre Petrogrado y ocuparla utilizando
como excusa el estallido de desórdenes.
Aunque los liberales creían que la situación no estaba todavía madura, “los banqueros, los industriales y los generales cosacos”, recuerda Trotsky, “metían prisa”
Si éstos no se producían, los propios agentes de Kornílov se
encargarían de provocarlos e incluso actuar como agentes provocadores, una
operación de falsa bandera a cargo de la cual estaría el atamán cosaco
Aleksandr Dútov. Los conjurados contactaron con sociedades patrióticas para
movilizar hombres en la capital y crearon un servicio de espionaje secreto. Incluso la diplomacia aliada, particularmente
la británica, participó en el complot ofreciendo armas,
vehículos blindados y asesoramiento militar a los conspiradores.
El plan incluía la
ocupación del Instituto Smolny y la detención de los líderes bolcheviques.
Nadie se llamaba a engaño con lo que esto significaría. “Ya es hora de ahorcar
a los agentes y espías alemanes, capitaneados por Lenin, y disolver el Soviet
de obreros y soldados, pero disolverlo en forma tal que no tenga la posibilidad
de reunirse en ningún sitio”, le confesó Kornílov al general Aleksandr
Lukomski.
El antecesor de Kerenski en el cargo de
primer ministro, el príncipe Lvov, que había tomado parte en los preparativos
del golpe, y descontento con el cariz que tomaban los acontecimientos, se
presentó al Palacio de Invierno y se ofreció a mediar entre el Gobierno
Provisional y los militares. Su objetivo era frenar el golpe adelantándose a
sus objetivos, esto es, formando un nuevo gabinete que satisficiese los
intereses de ambas partes. La mediación resultó accidentada: el Gobierno
Provisional utilizó a Lvov para comprobar lo que pasaba realmente en el Cuartel
General, y éste interpretó la llegada del mediador como una muestra de
debilidad y exigió la entrega inmediata de todo el poder
a Kornílov. Algunos militares expresan abiertamente su apoyo a
Kornílov, otros titubean. Pocos son los que desde el primer momento se ponen de
lado del Gobierno Provisional. El golpe está en marcha.
El golpe
fracasa
El golpe comenzó a perder fuelle cuando
Kerenski se dio cuenta de que las intenciones de Kornílov incluían prescindir
de él. Fue entonces cuando Kerenski pidió a Kornílov su dimisión y, ante la
negativa de éste, lo destituyó. Kerenski ordenó retener el envío de tropas por
telegrama. “El general Kornílov, que ha proclamado su patriotismo y su
fidelidad al pueblo... ha tomado regimientos del frente... y los manda contra
Petrogrado.” Kornílov respondió con otro telegrama ordenando hacer caso omiso
del de Kerenski: “Los traidores no están entre nosotros sino en Petrogrado,
donde por dinero alemán, con la complacencia criminal del gobierno, se ha
vendido y se vende a Rusia”. El 26 de agosto (6 de septiembre) los ministros
liberales presentan su dimisión, incrementando la presión sobre el Gobierno
Provisional. Dos días después la Bolsa cerró la jornada con
todos sus valores al alza ante la noticia de una sublevación militar.
Aleksandr Kerenski, en Nueva York, en una fotografía de 1938. -
AFP
“Todas estas voces llegaban al Palacio de
Invierno y ejercían un efecto fulminante sobre sus moradores”, consigna
Trotsky. “El éxito de Kornílov parecía inevitable […]
La prensa burguesa acogía esas noticias con avidez y las hinchaba, creando una
atmósfera de pánico.” Dos días después Miliukov se presentaría al palacio para
aconsejar a Kerenski su dimisión y el nombramiento del general Alekséyev como
su sustituto. Dándolo todo por perdido, los apoyos de antaño comenzaban a
rehuir a Kerenski, quien en la noche del 28 al 29 “se paseó casi solo” por el
Palacio de Invierno.
“En su estado de
soledad y postración”, relata Trotsky, “Kerenski no halló cosa mejor que
organizar otra interminable conferencia con sus ministros dimisionarios” para
reorganizar el gobierno e incluso resucitar la idea de un Directorio mientras
las tropas de Kornílov avanzaban hacia la capital. Fue en este momento cuando
apareció en el Palacio de Invierno una delegación que había sido creada el día
anterior por los Comités Ejecutivos de los consejos de obreros y soldados y el
de campesinos. El nuevo órgano, llamado Comité para la lucha contra la
contrarrevolución, obligó a Kerenski, después de una ardua negociación, a
abandonar su idea de formar un Directorio y a conceder a los consejos un papel
activo en la defensa de Petrogrado contra las tropas golpistas. La concesión,
sin embargo, significaba en la práctica el reconocimiento de la inefacia de los
órganos oficiales.
El Comité para la lucha contra la
contrarrevolución no tardó en demostrar su efectividad. “Al mismo tiempo que Kerenski, agobiado
bajo el peso de una 'responsabilidad sobrehumana', medía, solitario, el
'parquet' del Palacio de Invierno”, ironiza Trotsky, “el Comité de defensa,
llamado también Comité militar revolucionario, desarrollaba una vasta labor.
Desde por la mañana, se mandaron instrucciones telegráficas a los empleados de
ferrocarriles, correos y telégrafos y a los soldados.”
Como en el concepto
de “pueblo en acción” que tan del agrado era a Bertolt Brecht, los obreros, a través
de sus órganos de representación a todos los niveles, se pusieron a trabajar
para frustrar el golpe: los comités de fábrica organizan guardias, abren cursos
de tiro e instrucción militar, cavan trincheras, extienden alambradas y
trabajan día y noche para producir cañones y proyectiles.
Trotsky: "El Estado Mayor de los conjurados era el propio Estado Mayor zarista, oficina de gente sin cabeza"
“Los ferroviarios levantaron los rieles y pusieron obstáculos en
las vías para contener el avance de las tropas de Kornílov […] los empleados de
Correos y Telégrafos detenían y mandaban al Comité los telegramas y órdenes que
partían del Cuartel general o copia de los mismos […] el sindicato metalúrgico
puso al servicio del Comité de defensa sus numerosos empleados y una suma
importante para sus gastos. El sindicato de chóferes puso a disposición del
Comité sus medios técnicos y de transporte. El sindicato de tipógrafos llevó a
la práctica el control efectivo de la prensa”, continúa Trotsky. Los soldados
destituyen a sus oficiales leales al golpe en Kronstadt y también en Viborg.
Petrogrado se refuerza con tropas leales a los soldados bolcheviques, los
marineros del crucero
'Aurora', que habría de desempeñar un papel clave dos meses
después, son los encargados de defender el Palacio de Invierno.
Con las fuerzas
diseminadas por distintas líneas férreas –en un momento dado los cosacos
sopesaron incluso la idea de avanzar a pie contra la capital, pero,
desmoralizados, desistieron en el último momento– y sus comunicaciones
cortadas, y Petrogrado alzado en armas, las posibilidades de éxito del golpe se
evaporaban. Los conspiradores contribuyeron asimismo a su propio fracaso. “El
Estado Mayor de los conjurados era el propio Estado Mayor zarista, oficina de
gente sin cabeza, incapaz de meditar de antemano en la gran partida que había
emprendido, dos o tres jugadas sucesivas”, explica Trotsky. “A pesar de que
Kornílov había señalado el día del golpe de Estado con algunas semanas de
anticipación, nada estaba previsto ni calculado como era debido.” Las tropas no
estaban donde debían estar, y allí donde estaban no contaban con armas
suficientes ni oficiales capaces de asumir decisiones por su propia cuenta. Del
estado de corrupción de los militares zaristas da cuenta que los fondos
destinados a la insurrección no llegasen en muchos casos a su destino y se
perdiesen en los bolsillos de las casacas o se destinasen a juergas.
“Nunca había
aparecido tan sombrío el futuro del país, ni tan lamentable y abrumadora
nuestra impotencia”, se lamentaba Denikin. El general Piotr Krasnov, un cosaco
monárquico, en su propia confesión se extrañaba de que “Kornílov, que se había
propuesto llevar a cabo una empresa de tanto empuje, no se hubiera movido del
palacio de Mohilev, rodeado de turcomanos y de soldados de batallón de choque,
como si él mismo no tuviera confianza” en el desenlace del golpe. “El estado de
espíritu de los conjurados oscilaba entre la altivez del que se cree vencedor
indiscutible y la postración completa ante los primeros obstáculos reales”,
resume Trotsky.
Jóvenes oficiales del Gobierno provisional en el Palacio de
Invierno en la víspera de la Revolución de Octubre. - AFP
Después
del golpe
Lavr Kornílov
capituló y fue detenido junto con otros generales y posteriormente juzgado por
su sublevación. Aleksandr Kerenski se nombró a sí mismo jefe de las fuerzas
armadas. Kornílov, como tantos otros militares, fue liberado poco antes de la
Revolución de octubre, y tras ésta se alineó con el Movimiento blanco que
inició la guerra civil. Durante la ofensiva contra Yekaterinodar (actual
Krasnodar), según Denikin, una granada entró en la tienda de campaña de
Kornílov, estallando y provocándole la muerte el 13 de abril de 1918. Fue
enterrado en secreto por sus camaradas, pero cuando los bolcheviques tomaron la
posición tres días después, dieron fortuitamente con sus restos mientras
buscaban documentos y otros enseres ocultados por los blancos enterrándolos. El
cuerpo fue exhumado, trasladado a otro lugar e incinerado por los bolcheviques
(en la versión posterior del Movimiento blanco, después de haber sido linchado
y expuesto públicamente el cadáver).
El pulso mantenido durante aquellos días
entre Kerenski y Kornílov –y, por extensión, entre las fuerzas que ambos
representaban– terminó sin ningún vencedor y con dos derrotados. Los consejos
de obreros y soldados, que habían demostrado ya su capacidad de organización
con anterioridad, hicieron su acto de presencia como una fuerza colectiva que
no podía ser definitivamente ignorada. “La tensión de la lucha ponía por
doquier, en primer término, a los elementos más activos y audaces. Esta
selección automática favorecía, naturalmente, el desarrollo de los
bolcheviques, reforzaba su influencia, concentraba la iniciativa en sus manos,
dándoles la dirección efectiva aún en aquellas organizaciones en que se
hallaban en minoría”, valora Trotsky. El camino al asalto al Palacio de Invierno quedaba libre.
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