Cuba frente al huracán del tiempo. Por Javier Gómez Sánchezpor La pupila insomne |
La Cuba que enfrentó al reciente Huracán Irma es algo distinta a la que recibió los huracanes Michelle en el 2001 y Charley en el 2004. Estos azotaron fuertemente la capital cubana, pero La Habana de aquellos días no es igual a la de hoy. Entre esos años y el actual 2017 su población ha experimentado una serie de cambios.
Esas diferencias, se deben tener en cuenta para enfocar un contexto social impactado por la fuerza de la naturaleza. Mucho más visibles durante los huracanes que han tocado La Habana, en la cual por la concentración de población y su dinámica económica las diferencias referidas son más notables y profundas que en las zonas urbanas o rurales del resto del país
Con la compraventa de viviendas el rostro de varias zonas de la ciudad ha cambiado en este tiempo. Las viejas casas ruinosas que se veían en el Vedado, Santos Suárez o Miramar, han sido compradas y reconstruidas. Un cambio que no solo ha sido en lo estructural y estético de las construcciones, sino también en la proyección social de los nuevos residentes.
No son pocos los espacios que han ganado en limpieza, orden y tranquilidad. Otros al contrario han visto su vida residencial complicarse por la apertura de un bullicioso restaurante-bar-discoteca o una fregadora de autos. En cuadras donde antes solo había viviendas, ahora se alterna con negocios privados, cuyos propietarios no habitan en el lugar.
En algunas zonas de la capital, cuadras casi enteras han cambiado sus habitantes, o conviven en ellas los antiguos vecinos con los nuevos propietarios. Allí, la vida comunitaria de los trabajos voluntarios organizados por los CDR en la que buena parte de los residentes participaban activamente, se alterna cada vez más en minoría con un estilo de vida individual del otro lado de las rejas tapiadas por la vegetación de los jardines.
En esos lugares, la población formada bajo los valores comunitarios cada vez está más ausente por la ley de la vida. Disminuye o envejece el número de los vecinos que apenas pasado un huracán salen con machetes y escobas a hacer lo que pueden, hasta que llegue un refuerzo mejor equipado. Otro tipo de mentalidad que se va extendiendo, prefiere esperar a que las brigadas de trabajo organizadas por el gobierno municipal o provincial hagan las labores completas.
Al menos en mi entorno, en este huracán he escuchado con más frecuencia expresiones molestas o despectivas acerca de la demora de los trabajos de recuperación, pero al mismo tiempo, apelando a mi memoria es en el que menos disposición colectiva he visto para participar en ellos.
En mi cuadra, solo los 3 pequeños edificios de viviendas en su centro y algún otro vecino mantienen la tradición, comprimidos desde las esquinas por el avance de una ¨nueva clase media¨ o de los que intentan pertenecer a ella.
¿Qué pasará si esas familias ¨a la antigua¨ se mudan? ¿O cuando sus miembros más activos envejezcan más?
Pude ver cómo los dueños de un hostal contemplaban desde el umbral de su puerta a un grupo de trabajadores municipales que recogían la pesada acumulación de ramas y troncos frente a su fachada. Al terminar, los propietarios quedaron con cara de reproche porque las hojas quedaron cubriendo el parterre. Lo consideraron un trabajo incompleto.
Un compañero de profesión que vive en la Habana Vieja me cuenta que al igual que en épocas anteriores se enviaron pipas de agua para que sus habitantes las recojan en cubos. Pero la zona y sus necesidades no son las mismas, así que entre los propietarios de hostales y restaurantes necesitados del líquido se desató una especie de ¨quién da más¨ por corromper a los choferes para que llenen sus cisternas. Bajo la clásica sentencia de que ¨la oferta no satisface la demanda¨, lo que antes era un acto de algún escaso residente con más dinero que los demás, ahora pudiera ser la capacidad corruptiva de los corruptores la que supera la capacidad de corromperse de los corruptos. Me relata que patrullas de la policía acompañaron el trayecto de las pipas hasta su destino, vigilándolas para evitar los lucrativos desvíos.
De capacidades hablando, no se puede perder de vista que la producción de cuanta cosa necesaria que se pueda fabricar o importar al país, tiene que sortear las dentelladas de una enorme red de acaparamiento, reventa y especulación, al acecho de todo a lo que pueda sacarle alguna ganancia, arrasando las tiendas en contubernio frecuente con sus empleados. Un flagelo que ha aumentado con los años bajo la nula o insuficiente acción de las autoridades.
Así como con la necesidad de no solo alimentar el consumo doméstico y familiar diario, sino suplir el stock refrigerado de miles de restaurantes que, con la lógica de un negocio y por entendible necesidad, intentan cubrirlo para varios días. En condiciones habituales de producción agrícola, importación o disponibilidad de capital ya es una pesada carga para el suministro de hortalizas, bebidas, y otros productos en la ciudad, más aún en la situación posterior a un desastre de una economía que subsiste bajo un bloqueo que hace más difíciles sus importaciones.
Al parecer el gas por tubería no faltó, gracias a la experiencia de huracanes anteriores. Pero los inevitables cortes de electricidad y agua fueron aprovechados por los de siempre para presentar como antigubernamental una protesta de un grupo de personas en Diez de Octubre -de poca justicia en su exigencia en condiciones como estas- , que circuló en un video en el que no se escuchan consignas contra el gobierno ni se ve violencia y que finalmente se disolvió mediante el diálogo de la policía con los inconformes -algo insólito en un planeta donde no es normal ver a la policía dialogando- hasta que se restituyeron los servicios. A la larga el uso político del video les resultó contraproducente a sus promotores. En cambio, en los medios que los divulgaron, no se vieron los cientos de miles de personas que salieron a ¨manifestarse¨ trabajando para recuperarse más rápido de los daños.
Provocaron indignación las instituciones estatales que se negaron a cargar celulares, posiblemente porque nadie les había ¨orientado¨ tener ese gesto. La prensa remarcó a quienes en cambio se orientaron por la sensibilidad y el sentido común.
Ya transcurridos varios días posteriores, mientras intentaba como muchas familias encontrar algunos alimentos y productos, recorriendo las calles donde aún grupos de linieros y telefónicos alzaban postes, policías se turnaban bajo el sol para controlar el tráfico sin semáforos, y obreros comunales levantaban árboles caídos sin descanso, me resultó chocante cómo los empleados de algunas tiendas conversaban, sentados al fresco ante las puertas cerradas, sin poderse comprar las mercancías que con esfuerzo el Estado puso en los estantes, por la excusa de no tener luz y no poder usar la caja registradora.
Más chocante resultaba el supermercado Zona + de Miramar, cuya gerencia -contando con energía eléctrica, los estantes llenos de mercancía y más camiones descargando- prefirió poner un burdo y gigantesco cartel de ¨CERRADO¨ pintado sobre un cartón para las personas que intentaban comprarlas. Al recriminarle a un empleado si esa era la actitud que se debía tener luego de un ciclón, me respondió que no le importaba. El viento les llevó la responsabilidad social.
Cómo ya funcionó durante el Sandy que arrasó Santiago, pero más con el Matthew que lo hizo con Guantánamo, un circuito de medios financiados en Internet como herencia de la Era Obama intenta sacar el mayor provecho político bajo los preceptos de la neo contrarrevolución.
Con la reclamada y necesaria expansión del acceso a Internet, apenas existente en años anteriores, una derecha que fuera de Cuba destila odio y una maquinaria de producir rumores echa a andar temores más o menos inverosímiles para los que la única protección posible es el pensamiento lógico. Pero alegrándonos de ir viviendo poco a poco en un país donde la gente puede con un chat saber más rápido de sus hijos, hermanos y amigos en Estados Unidos o donde estén, y ellos de nosotros. Informarnos e informar mejor intercambiando fotos y noticias compartidas en nuestros muros es algo cada vez más común.
En este mapa tan distinto en que se dibujan hoy nuestros huracanes, lleno de tantas cosas nuevas, buenas y no tan buenas, llama la atención que parece ser que donde más participación se pudo ver fue en aquellos lugares más golpeados por ser más pobres. En los pueblos donde las casitas de madera fueron borradas, donde la gente tuvo que sacar lo que tenía por la certeza de perderlo si lo dejaban. Donde llega el Paquete cada semana pero la gente no sabe lo que es pedir una pizza a domicilio, donde no hay cocinas ni baños enchapados en mármol blanco, ni antenas Nano sobre los techos, ni pinitos de barras y estrellas colgando del retrovisor. Donde nadie busca en las tiendas pañales Pequeñín, ni fórmula Nan para sus bebés. Con paredes que cayeron por los vientos, sin splits ni televisores de 50 pulgadas.
Estas líneas no pretenden ser ni nostálgicas ni pesimistas. Menos aún una apología de la pobreza, que es el huracán de 500 años que debemos superar. Solo intentan sostener que los huracanes de unos días no pueden llevarse la identidad comunitaria y la conciencia social que hemos sembrado para salir de ese otro huracán mucho más largo y más terrible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario