sábado, 2 de septiembre de 2017

¿Qué es la economía?

¿Qué es la economía?

La economía es todo menos una ciencia racional. Y no es una ciencia por dos razones fundamentales, En primer lugar porque el capitalismo no es homogéneo ni en el tiempo, ni en el espacio, lo que impide definirlo bajo ninguna ley universal. Y en segundo lugar porque su doctrina hegemónica tiene tantos misterios como la religión. 
Así pues, los sacerdotes de ayer son los expertos de hoy, y tanto los ancestros, como sus hijos hablan del “motor” que mueve el mundo. Los antiguos creían en Dios, los expertos de hoy creen en TINA; las iniciales del acrónimo thatcheriano «There is no alternative» (No hay alternativa). Políticos y economistas reclaman hoy lo mismo que los curas medievales exigían a la feligresía cristiana y a los incrédulos de todo tipo; amar a Dios sin entenderle. Amar a TINA sin límite.
El misterio fue la clave de toda la larga Edad Media, y durante siglos la humanidad occidental amó a Dios bien porque no le entendía (tesis de los jesuitas; con su lema del fin que justifica los medios), o justo porque era imposible entenderlo (tesis de los cristianos fundamentalistas, con su metáfora del pastor que guía a sus ovejas leales)
Sin embargo en el siglo XXI la economía está en crisis porque al igual que sucedió con el cristianismo en el siglo XVIII, la crisis actual aflora la economía más como un misterio retórico (postular la incapacidad colectiva) que como una doctrina del misterio (postular el austericidio sin alternativa).
Los expertos explican siempre las crisis como efectos de la economía, y sus causas son siempre superficiales y jurídicas, con lo que toda crisis se salda con el establecimiento de la culpa en el chivo expiatorio. Nunca se diagnostica cáncer, sino una reacción alérgica. Nunca se cuestiona el núcleo de sus fundamentos. TINA es sagrada.

TINA y el ciudadano obsolescente que no suda
No obstante, la feligresía del mítico Estado del Bienestar concibe ya la economía como el imperio de una distinguida y colosal glosolaila donde todo el mundo converge sobre la inminencia de la gran crisis final del mundo civilizado; bien por explosión de la superburbuja global, bien por la revolución de las desigualdades, bien por la caída de las ganancias.
Es decir que la “economía” de hoy además de ser una criatura misteriosa y hostil que justifica guerras y robotiza los trabajos, amenaza ahora con implosionar de forma inminente porque su metabolismo no solo está devastando el planeta, sino que también está modificando al propio sujeto social mediante algoritmos y tecnologías que transforman la clásica figura del burgués autónomo y libertino en un sujeto obsolescente de actividad subsidiada con panes sin sudores de frente. Toda una herencia antropológica del viejo mundo que el nuevo parece querer conservar rindiéndole culto con el formol de un presente permanentemente indefinido.

La verdad de la curva del más acá bidimensional
Así pues, mientras que la religión hacía de la simbología eclesiástica y de la imaginería santoral el deleite de la feligresía beata medieval transmitiéndole eficazmente las eternas noticias doctrinales del mundo del más allá, la economía de hoy hace de la curva estocástica la verdad absoluta del nuevo mundo de los dos ejes XY del más acá bidimensional. Un mundo volátil, sin forma constante, compuesto sólo de categorías que se realizan cuando se cruzan al vuelo.
Permanentemente se publican tratados de expertos que afloran las curvas que recristalizan todas las percepciones ocultas de la realidad subyacente; el PIB contra deuda, las exportaciones contra las importaciones, la balanza de pagos, el índice de GINI, etc.
Se trata de realidades super objetivas que el político y el economista describen con un nutrido arte de preciosismo conceptual, hermetismo técnico y oblicuidad gráfica; “deuda”, “cinturón”, “austericidio” “expansión cuantitativa”, etc. son tan solo otros pocos ejemplos de esta doctrina retórica.

El misterio de “el valor”
Pero esto sólo son manifestaciones de la superficie. En cuanto a los misterios sobre los que se funda esta doctrina subsiste todavía con pleno vigor el enigma de “el valor” como sustancia objetiva de toda mercancía (1). Un misterio que alumbró la reforma marxista, pero que desarrolló en todo su esplendor quimérico la contrarreforma neoliberal del siglo XX.
Así Marx, buscando identificar esa sustancia mística la concibe como la cantidad de trabajo que encierra la producción de toda mercancía y los capitalistas contentos del hallazgo añaden a las mercancías sus propias plusvalías de costumbre.
La plusvalía no fue un proceso claro de mercaderes innovadores, sino que fue un secreto mantenido discretamente en el gremio mercantil hasta que los más ricos descubrieron en el siglo XVIII que para la captación de liquidez la mercancía era una rémora de costumbres primitivas.
Desde la más remota antigüedad, los mercados funcionaban adaptando los precios a la cantidad de dinero disponible en la plaza mediante un proceso de tanteo por regateo. Es decir la mercancía siempre ha sido un objeto de seducción manifiestamente neutral y no tenía más valor que aquel que el mercader podía obtener con sus trapicheos.

El valor del dinero como mercancía
Fue entonces cuando empezaron a experimentar con el dinero como mercancía desarrollando a escala el préstamo a interés. La alegría cundió entre los pobres amigos de los ricos que prestaron –en confianza–, expandiendo el comercio en cascada hasta los pueblos más recónditos de Occidente.
Hasta el siglo XVIII el dinero era algo oficialmente estéril y reclamar abiertamente una plusvalía por un dinero prestado era considerado como “usura”. Idea aberrante que la propia Iglesia condenaba con todas sus fuerzas hasta que los jesuitas adaptaron el cristianismo a la revolución burguesa que se estaba cociendo en Francia mediante su conocida doctrina del fin que justifica los medios. En este caso el fin es la riqueza y los medios son todos aquellos con los que se verifica el negocio en confianza. Es decir la desigualdad aceptada entre acreedor y deudor.

El mito del valor como sustancia de la economía
Luego los progresistas del siglo XIX y XX dedicaron sus mejores esfuerzos a pelear el mito del valor como sustancia de la mercancía. Los colectivistas antiburgueses abogaban por la socialización de los medios de producción del valor y los burgueses racionales abogaban por la redistribución fiscal de los excesos de ganancias en orden a conservar al principio de igualdad ciudadana del Estado del Bienestar.
Mientras tanto los capitalistas desarrollaron en paralelo la desigualdad como principio motor de la economía enfatizando la creación burguesa del individuo autónomo y libre de toda atadura, sea de origen  divino o colectivo. La iniciativa individual no debe restringirse con normas, y el Estado ha de ser mínimo.
Las viejas desigualdades de hecho se lograron revestir de desigualdades de derecho mediante la doctrina del mérito individual y la retórica de la igualdad de oportunidades. Una igualdad quimérica que no sólo invisibilizaba los abolengos de cuna, sino que además culpabilizaba al desigual desgraciado como concreto individual –“producto defectuoso”–, de la naturaleza. ¡Se es pobre por naturaleza!
Consecuentemente el Darwinismo había saltado ya de la naturaleza a la metrópoli, y en el mundo secularizado del siglo XX los neoliberales sistematizaron la vieja frase de Hobbes del siglo XVII; “Homo homini lupus est” (el hombre es el lobo del hombre), y Wall Street se convirtió en el nuevo Vaticano del orden económico tras el derrumbe estrepitoso del Kremlin.

¿Qué es la economía?
Responder a esta pregunta desde la retórica ortodoxa es morir en el intento de desvelar sus cuantiosos misterios de naturaleza irracional toda vez que el fundamento del valor intrínseco de la mercancía es materia de fe incluso visto desde la perspectiva de la utilidad (2).
La ecuación básica de la transacción mercantil ya no es M–D–M (Mercancía–Dinero–Mercancía), sino esta otra; D–M–D (Dinero–Mercancía–Dinero) (3). Siempre lo fue, pero desde que el dinero es una mercancía, la primera ecuación es un atrapador de sueños emancipatorios.
Los progresistas ignoran lo obvio; que el productor busca liquidez comprando trabajo D–W–D (Dinero–Trabajo (W)–Dinero); que el comerciante busca liquidez mediante su propia liquidez D–M–D (Dinero–Mercancía–Dinero); que el consumidor busca liquidez mediante trabajo para comprar producto W–D–M (Trabajo–Dinero–Mercancía); que el financiero busca liquidez con deuda; D–X–D (Dinero–Deuda (X)–Dinero); y que el Estado busca liquidez mermando la liquidez de sus ciudadanos mediante impuestos.
De momento digamos que la liquidez (4) señala un concepto complejo toda vez que hay que apreciarlo fuera de la teoría del valor ya que carece de núcleo sustancial, lo que invalida su configuración a partir de una posible estructura interna de valías y plusvalías totalmente irrelevante. Aquí el concepto de liquidez define dinero como elemento de poder.
Consecuentemente el dinero es aquí un cuantificador de poder y actúa organizando la sociedad desde un modelo taxonómico que estructura a los individuos por tramos de liquidez. El hombre moderno ya no se puede definir como un ser social, ni siquiera como un miembro del cuerpo místico de Cristo. Por primera vez en la historia de la humanidad aparece la figura de un ser relativamente aislado del colectivo humano, relacionado tan sólo por nómina con su empresa, por fiscalidad con el Estado y por consumo con el resto.
La democracia es otro misterio más de la economía, lo mismo que el Estado de Derecho fundado en un ordenamiento jurídico que pone al Estado al servicio de TINA mediante el Estado de Conveniencia del poder dominante.
La falacia de la doctrina económica vigente se muestra en sus propios fundamentos psudocientíficos llenos de penumbras y paradojas dirigidas a establecer la economía como una ley objetiva de la naturaleza y no como una doctrina arbitraria de la oligarquía dominante.
En realidad la situación actual podría caracterizarse como la contrarreforma a la Revolución Francesa de lema oficial; «Liberté, Égalité, Fraternité», ya que la crisis actual ha puesto sobre la mesa al dios  neoliberal conocido por el acrónimo thatcheriano «There is no alternative», (TINA) donde el «austericidio» ha dejado bien claro el nuevo lema del siglo XXI: “Sumisión, Desigualdad, Hostilidad.”
Si se acepta que el dinero es poder, entonces la economía no es otra cosa que “el derecho”, es decir; el ordenamiento jurídico. Y ahí si que hay alternativa. Sólo bastaría con cambiar el derecho mercantil, el derecho financiero, el código penal, la ley del IVA, el derecho laboral etc, etc.


NOTAS:(1) La “hipótesis sustancialista” tiende a “naturalizar” las relaciones comerciales porque da prioridad a los objetos dotándolos de un valor intrínseco que reduce a un segundo plano las voluntades de los agentes que realizan la transacción. Bajo esta hipótesis los agentes no influyen en los precios pues se supone una racionalidad objetiva paramétrica, no estratégica, donde el regateo está mal visto, ya que la transacción comercial se describe como un ideal automático; sin trapicheos, ni negociación posible.
(2) En la versión neoclásica de la doctrina económica de León Walras, las mercancías tienen un valor objetivo e independiente de las interacciones del mercado, siendo que la voluntad del comprador se dirige por su “cálculo de la utilidad”, una característica intrínseca de los bienes y externa al consumidor. Por el contrario, en la teoría marxista el valor de la mercancía viene determinado por el trabajo de su producción, que es el núcleo determinante de la relación de intercambio. Bajo la óptica marxista la tensión entre la oferta y la demanda fija el precio final. Pero este precio señala la desviación con relación al valor (trabajo) de la mercancía. Valor que asimismo se define como el centro de gravedad en torno al cual han de girar los precios del mercado.
(3) Aglietta, M. y A. Orléan. La violencia de la moneda, México, D. F., Siglo XXI, 1990, pág. 77–78
(4) Un determinado  concepto de liquidez es desarrollado por André Orléan, en L’empire de la valeur. Refonder l’économie, París, Éditions du Seuil, 2011. No obstante para Orléan el concepto de liquidez va asociado a la utilidad del dinero, ocupando el dinero un lugar central en su concepción de valor. La “hipótesis mimética” de Orléans otorga al dinero una naturaleza institucional de relación social basada en la confianza, la representación colectiva y las expectativas. Algo que difiere significativamente de la interpretación que se sugiere en este texto de “liquidez” como cuantificador de poder.
© 170824 PACO MUÑOZ 

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