Murió en la cárcel el genocida Jorge Rafael Videla, murió donde debía morir
por Kaos. Argentina
Viernes, 17 de Mayo de 2013 15:47
Murió condenado por crímenes de lesa humanidad. Murió en la cárcel
porque no abandonamos la lucha, porque reclamamos sistemáticamente
justicia. Porque los movimientos populares hicimos que cada uno de los
genocidas sintiera cada día "nuestro aliento en su nuca".
No hay otro camino: Justicia, verdad y memoria histórica.
Porque más pueblos vean a sus genocidas morir encarcelados y no en cómodas camas con su familia y el cura a su lado.
No como debemos tolerar en el Estado español que los genocidas están libres y mueren sin ser juzgados*
La noticia:
El ex presidente de facto, que gobernó
el país entre 1976 y 1981, fue la principal figura de la última
dictadura cívico-militar. El represor estaba condenado a prisión
perpetua en cárcel común por crímenes de lesa humanidad.
El dictador Jorge Rafael Videla falleció esta mañana. El represor, que gobernó durante la última dictadura cívico-militar entre 1976 y 1981, estaba condenado por crímenes de lesa humanidad y pasaba sus días recluido en una cárcel común en el penal de Marcos Paz.
El dictador Jorge Rafael Videla falleció esta mañana. El represor, que gobernó durante la última dictadura cívico-militar entre 1976 y 1981, estaba condenado por crímenes de lesa humanidad y pasaba sus días recluido en una cárcel común en el penal de Marcos Paz.
La noticia fue confirmada por la activista defensora de los represores, Cecilia Pando, en su cuenta de Twitter.
De 87 años, Videla se había presentado el último martes en los tribunales de Comodoro Py para declarar por los crímenes cometidos en el marco del Plan Cóndor. En la sala de audiencias, dijo asumir "íntegramente" la responsabilidad por los delitos cometidos por sus subordinados durante lo que él llamó la “guerra antiterrorista".
"No tiene sentido hacer una defensa en una justicia vacía de derecho", afirmó en esa oportunidad quien fuera responsable de anular todos los poderes de la República el 24 de marzo de 1976.
De 87 años, Videla se había presentado el último martes en los tribunales de Comodoro Py para declarar por los crímenes cometidos en el marco del Plan Cóndor. En la sala de audiencias, dijo asumir "íntegramente" la responsabilidad por los delitos cometidos por sus subordinados durante lo que él llamó la “guerra antiterrorista".
"No tiene sentido hacer una defensa en una justicia vacía de derecho", afirmó en esa oportunidad quien fuera responsable de anular todos los poderes de la República el 24 de marzo de 1976.
El 6 de julio de 2012, Videla fue
condenado a 50 años de prisión por idear y ejecutar un plan sistemático y
generalizado para robar y ocultar bebes nacidos en cautiverio durante
la última dictadura militar. Este proceso judicial reviste enorme
importancia, porque fue la primera vez que la Justicia comprobó que
existió un plan orquestado para hacer desaparecer a los hijos de las
personas detenidas ilegalmente.
"Los canallas viven mucho, pero a veces se mueren".
Vamos a festejarlo
Vengan todos
Los inocentes
los damnificados
los que gritan de noche
los que sueñan de día
los que sufren el cuerpo
los que alojan fantasmas
los que pisan descalzos
los que blasfeman y arden
los pobres congelados
los que quieren a alguien
los que nunca se olvidan
Vamos a festejarlo
Vengan todos
el canalla se ha muerto
se acabó el alma negra
El ladrón
El cochino
se acabó para siempre
hurra que vengan todos
Vamos a festejarlo
a no decir
La muerte
Siempre lo borra todo
Todo lo purifica
Cualquier día
La muerte no borra nada
Quedan Siempre las cicatrices
Hurra
murió el cretino
Vamos a festejarlo
a no llorar de vicio
que lloren sus iguales
y se traguen sus lágrimas
se acabó el monstruo prócer
se acabó para siempre
Vamos a festejarlo
a no ponernos tibios
a no creer que éste es un muerto cualquiera
Vamos a festejarlo
a no volvernos flojos
a no olvidar que éste
es un muerto de mierda.
Vamos a festejarlo
Vengan todos
Los inocentes
los damnificados
los que gritan de noche
los que sueñan de día
los que sufren el cuerpo
los que alojan fantasmas
los que pisan descalzos
los que blasfeman y arden
los pobres congelados
los que quieren a alguien
los que nunca se olvidan
Vamos a festejarlo
Vengan todos
el canalla se ha muerto
se acabó el alma negra
El ladrón
El cochino
se acabó para siempre
hurra que vengan todos
Vamos a festejarlo
a no decir
La muerte
Siempre lo borra todo
Todo lo purifica
Cualquier día
La muerte no borra nada
Quedan Siempre las cicatrices
Hurra
murió el cretino
Vamos a festejarlo
a no llorar de vicio
que lloren sus iguales
y se traguen sus lágrimas
se acabó el monstruo prócer
se acabó para siempre
Vamos a festejarlo
a no ponernos tibios
a no creer que éste es un muerto cualquiera
Vamos a festejarlo
a no volvernos flojos
a no olvidar que éste
es un muerto de mierda.
Texto sin nombre. Muerto sin lugar
Murió un canalla. Un asesino serial. Un genocida. Un criminal. Un culpable de muertes, torturas, exilios, prisiones, violaciones de mujeres, madres sin hijos, hijos e hijas sin padres y madres, niños y niñas expropiados en su identidad. Un fascista de esos que se dicen argentinos.
¿Qué hacer con ese muerto? ¿Qué pedazo de tierra vamos a contaminar con sus desechables restos? ¿Cuánto tiempo dedicaremos a escupir sobre sus palabras dichas en nuestro mismo lenguaje? ¿Qué piquetes haremos en nuestro infierno para que no pueda entrar?
Tendría que existir un no lugar para los tiranos. Una especie de basurero de la historia en el que no haya riesgo de reciclaje. Un lugar donde no tengamos que volver a encontrarlos jamás. Donde ellos definitivamente no estén… entre nosotras y nosotros. Cuando ya por suerte no respiran e infectan nuestro mismo aire, cuando ya no largan su pútrido aliento sobre el oxígeno que nos mantiene vivas… habría que inventar un no espacio para ellos.
Pero sospecho que no. Que ese no lugar no existe. Sospecho que seguirán ensuciando nuestras noches con pesadillas. Sospecho que todos lo “no” que me salen en este texto, son voces escapadas de nuestro espanto.
El canalla murió en la cárcel. Algo es algo, me digo. Pero se llevó pruebas y silencios a su tumba marmolada.
No voy a nombrarlo, me digo. No voy a contaminar mi texto. No quiero compartir ya nuestro lenguaje con el suyo. Es que las palabras no pueden significar lo mismo para ellos y para nosotras. No significan lo mismo, digo.
Pero tal vez sí. Tal vez haya que decir que su apellido es un insulto para la humanidad. Que los niños y niñas que hoy están naciendo, debieran saber algún día, que de las entrañas de una argentinidad fascista que nos espanta, nacieron tantos videlitas que dan asco y miedo… y que eso puede volver a suceder, si no sabemos identificarlos. Que tal vez por eso una y otra vez hay que marcarlos, señalarlos, escracharlos todos los días, si queremos quitarles el poder sobre nuestras vidas.
El canalla murió en la cárcel, como corresponde. En una cárcel común. Pero hay tanto fascista suelto. Y no hablo solamente de los dinosaurios viejos.
Hay tanto facho joven. Tanta desmemoria en territorios heridos de nuestra historia cotidiana.
Me cuesta pensar que murió esa pesadilla. Porque la muerte finalmente es parte de la vida. Y la vida es nuestra. El canalla se creyó dios, amo de la vida y de la muerte… pero no. Ni dios ni el papa lo salvaron del final tan ineludible. Murió en la cárcel me digo.
Y no habrá manera de quitarle las rejas de su cuerpo. Porque ni muerto será perdonado. Y porque, aunque ensucie todo lo que toca, tampoco será olvidado. Ni muerto.
Mientras el canalla se pudre en nuestra lastimada memoria… ahí seguimos. En un caminar colectivo, tumultuoso, caótico, fértil. Vamos encendiendo resistencias. 30000 veces 30000. Multiplicando rebeldías. Desmalezando de fachos nuestros territorios. Sacándolos de todos los rincones. Porque “a donde vayan los iremos a buscar”.
Y sembrando nuestro corazón en el camino. Amando definitivamente al pueblo.
Hasta la vida siempre.
Claudia Korol
17 de mayo, 2013
Murió un canalla. Un asesino serial. Un genocida. Un criminal. Un culpable de muertes, torturas, exilios, prisiones, violaciones de mujeres, madres sin hijos, hijos e hijas sin padres y madres, niños y niñas expropiados en su identidad. Un fascista de esos que se dicen argentinos.
¿Qué hacer con ese muerto? ¿Qué pedazo de tierra vamos a contaminar con sus desechables restos? ¿Cuánto tiempo dedicaremos a escupir sobre sus palabras dichas en nuestro mismo lenguaje? ¿Qué piquetes haremos en nuestro infierno para que no pueda entrar?
Tendría que existir un no lugar para los tiranos. Una especie de basurero de la historia en el que no haya riesgo de reciclaje. Un lugar donde no tengamos que volver a encontrarlos jamás. Donde ellos definitivamente no estén… entre nosotras y nosotros. Cuando ya por suerte no respiran e infectan nuestro mismo aire, cuando ya no largan su pútrido aliento sobre el oxígeno que nos mantiene vivas… habría que inventar un no espacio para ellos.
Pero sospecho que no. Que ese no lugar no existe. Sospecho que seguirán ensuciando nuestras noches con pesadillas. Sospecho que todos lo “no” que me salen en este texto, son voces escapadas de nuestro espanto.
El canalla murió en la cárcel. Algo es algo, me digo. Pero se llevó pruebas y silencios a su tumba marmolada.
No voy a nombrarlo, me digo. No voy a contaminar mi texto. No quiero compartir ya nuestro lenguaje con el suyo. Es que las palabras no pueden significar lo mismo para ellos y para nosotras. No significan lo mismo, digo.
Pero tal vez sí. Tal vez haya que decir que su apellido es un insulto para la humanidad. Que los niños y niñas que hoy están naciendo, debieran saber algún día, que de las entrañas de una argentinidad fascista que nos espanta, nacieron tantos videlitas que dan asco y miedo… y que eso puede volver a suceder, si no sabemos identificarlos. Que tal vez por eso una y otra vez hay que marcarlos, señalarlos, escracharlos todos los días, si queremos quitarles el poder sobre nuestras vidas.
El canalla murió en la cárcel, como corresponde. En una cárcel común. Pero hay tanto fascista suelto. Y no hablo solamente de los dinosaurios viejos.
Hay tanto facho joven. Tanta desmemoria en territorios heridos de nuestra historia cotidiana.
Me cuesta pensar que murió esa pesadilla. Porque la muerte finalmente es parte de la vida. Y la vida es nuestra. El canalla se creyó dios, amo de la vida y de la muerte… pero no. Ni dios ni el papa lo salvaron del final tan ineludible. Murió en la cárcel me digo.
Y no habrá manera de quitarle las rejas de su cuerpo. Porque ni muerto será perdonado. Y porque, aunque ensucie todo lo que toca, tampoco será olvidado. Ni muerto.
Mientras el canalla se pudre en nuestra lastimada memoria… ahí seguimos. En un caminar colectivo, tumultuoso, caótico, fértil. Vamos encendiendo resistencias. 30000 veces 30000. Multiplicando rebeldías. Desmalezando de fachos nuestros territorios. Sacándolos de todos los rincones. Porque “a donde vayan los iremos a buscar”.
Y sembrando nuestro corazón en el camino. Amando definitivamente al pueblo.
Hasta la vida siempre.
Claudia Korol
17 de mayo, 2013
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