martes, 25 de marzo de 2014

EL FENÓMENO DEL ESTALINISMO

EL FENÓMENO DEL ESTALINISMO
Aunque algunos compañeros puedan escandalizarse por esta afirmación, el estalinismo nunca fue una corriente en el seno del movimiento obrero. Nació del aislamiento y la degeneración de la revolución que dió lugar al primer estado obrero de la historia, entre las ruinas de la atrasada y semifeudal Rusia zarista. Marx había previsto que la primera revolución socialista surgiría en los países más avanzados de la Europa capitalista (aunque en sus últimos años de su vida intuyó que Rusia iba a dar mucho que hablar). Así lo entendieron los bolcheviques, que encabezaron la revolución socialista de Octubre, convencidos de que pronto Alemania y otros países europeos, iban a encabezar el principio de la revolución mundial, que ayudaría a la atrasada Rusia a quemar etapas en el camino hacia el socialismo. Lamentablemente no fue así, y se encontraron dirigiendo una revolución obrera en un país campesino destruido primero por una guerra europea, y después por una dura y sangrienta guerra civil. La NEP se puso en práctica después la tragedia de Kronstat, uno de los primeros signos de agotamiento de una revolución que pugnaba por sobrevivir, en un panorama de desolación, analfabetismo y hambre.
Estas fueron las condiciones que permitieron el surgimiento de una casta burocrática que acabó usurpando la bandera del socialismo e implantando una dictadura sobre el proletariado. En sus últimos meses de vida, postrado por la enfermedad, Lenin intentó frenar la degeneración burocrática del sistema. En su testamento advirtió contra las maniobras de Stalin, que según sus propias palabras, preparaba platos muy picantes. Todo fue inútil. La lucha contra la burocracia que amenazaba con ahogar la revolución, podía postergar el desenlace, pero la joven URSS era incapaz de darle la vuelta a su propia situación, sin el aire fresco de la revolución socialista europea.
A pesar de todo, Stalin y la corriente burocrática en ascenso que lideraba chocaron con la resistencia de la vieja guardia bolchevique, que había protagonizado la revolución y la guerra civil. Para que el triunfo de Stalin fuera completo, tuvo que exterminar al Comité Central que había dirigido a los bolcheviques en octubre de 1917, y a la mayor parte del partido. Los antiguos compañeros de Lenin fueron acusados de traicionar la revolución y asesinados uno por uno. Decenas de miles de revolucionarios fueron liquidados en los gulags, verdaderos campos de exterminio en Siberia, que pretendían acabar con todo brote de disidencia. Nadie podía apartarse y poner en duda los mandamientos del déspota. La joven Internacional Comunista fue disciplinada en la obediencia absoluta. Muchos de los fundadores del PCE fueron expulsados y tachados de traidores al servicio del capitalismo. El debate y la fraternidad que habían caracterizado a los bolcheviques, fue sustituido por la obediencia ciega e incondicional a la cúpula.
Si observamos con perspectiva histórica el cuerpo ideológico del estalinismo y sus continuos zigs zags veremos que sólo tiene coherencia al servicio de los intereses conservadores de esa casta. ¿Cómo explicamos que en 1933 la camarilla del Kremlin calificara a la socialdemocracia de “socialfascista” y menos de dos años después llamara a la formación de frentes populares con los antiguos socialfascistas y los partidos de la burguesía (ahora) “democrática”, para frenar al fascismo? La respuesta es categórica, en 1933 llega al poder y el nazismo se convierte en una seria amenaza para la URSS. Stalin no confía en el movimiento obrero internacional, prefiere la diplomacia para alcanzar un acuerdo con las potencias capitalistas “democráticas” y para ello no duda en mover sus peones (los PCs ferreamente controlados) para frenar los “excesos revolucionarios”, y llegado el caso sacrificarlos en aras de la defensa de la URSS, convertida en la patria de los trabajadores de todo el mundo (socialismo en un solo país). Tal como explicamos más arriba, el fracaso de los frentes populares, ante la negativa de Francia y Gran Bretaña de llegar a un acuerdo, Stalin buscó el acuerdo con Hitler, a cambio de sacrificar Polonia y evitar la guerra. El nuevo giro le estallaría en las manos, cuando los nazis invadieron por sorpresa la URSS con la operación Barbarroja (sorpresa que no era tal, porque hubo diferentes informes que alertaban sobre la inminente invasión, pero que nunca fueron tomados en serio). La confianza de Stalin en el acuerdo era tal, que unos meses antes se había permitido el lujo desbaratar la cúpula del ejército y encarcelar a sus mejores generales, al parecer poco serviciales.
Esta coherencia la volveremos a ver después de la II Guerra Mundial. Aplastada Alemania, Europa estaba en plena ebullición revolucionaria. La resistencia contra la invasión había estado en manos de los partidos comunistas, y son éstos los que habían capitalizado las simpatías populares en Francia, Italia; Grecia y gran parte del este europeo. Pero Stalin no aprovecha el momento para impulsar la revolución, sino que busca un acuerdo (Yalta y Postdam) con las potencias aliadas para repartirse los despojos del imperio derrotado. En los acuerdos, no se contempla la construcción de ningún estado “socialista”.
Stalin exige a sus peones que sean de nuevo un obstáculo para la revolución. En 1943 ordena la disolución de la Internacional Comunista, para dejar claro que lo que busca es la convivencia y no la revolución. Los partidos comunistas francés e italiano desarman a sus guerrilleros, en nombre de la unión sagrada con la burguesía democrática. Ya habrá tiempo para el socialismo, en un futuro lejano. En Francia, Italia, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumanía... aparecen gobiernos de unidad nacional. El capitalismo comienza a reconstruirse... de la mano de los partidos comunistas.
Esquemáticamente, la nueva política de Stalin se fundaba en la hipótesis de que una vez destruido el poder político de la oligarquía, desprovista de su poder económico mediante expropiaciones y nacionalizaciones, era posible una amplia alianza que uniría a la clase obrera, los pequeños y medianos campesinos, la burguesía y las clases medias, en una perspectiva que conduciría gradualmente al socialismo. Dimitrov, llegó a especular con que para llegar al socialismo ya no era necesaria la dictadura del proletariado, y que se podía llegar a él, a través de la vía parlamentaria. La idea persistió hasta 1947, cuando los inicios de la guerra fría, cuando quedó claro que USA y sus aliados no estaban por la labor, obligó a un nuevo giro. Gracias a la ocupación del Ejército Rojo de Europa del Este, desaparecieron los gobiernos de unidad nacional, para instaurar las “democracias populares”, bajo la dirección de los partidos comunistas de los respectivos países.
Pero algunos se resistieron al “padre de los pueblos”. Tito y sus partisanos acataron formalmente las órdenes, pero llevaron a cabo su propia política, uniendo la guerra de liberación contra los nazis y la guerra revolucionaria contra los chetniks monárquicos, que contaban con el apoyo de USA y Gran Bretaña. Dimitrov y Stalin presionaron a Tito para que aceptara la unión nacional con la burguesía, para no inquietar a los “aliados”. Esto condujo años después al cisma con Moscú.
El Partido Comunista de Grecia, el principal partido del país y eje de la resistencia contra los nazis (ELAS), contando con la simpatía de la mayor parte de la población, intentó llevar a cabo su propia línea. Pero según los acuerdos de Yalta, Grecia formaba parte del “área de influencia” de Gran Bretaña y Stalin no estaba dispuesto a que un nuevo foco revolucionario cuestionara su estrategia. En 1946 las tropas británicas, con el soporte material de USA entraron en el país para apoyar a los monárquicos. Las vacilaciones de los dirigentes y las presiones del Kremlin desenvocaron en el Pacto de Varkiza que supuso una capitulación en toda regla (según los propios dirigentes del KKE)
El estalinismo no puede ser considerado una corriente en el seno de la clase obrera. Su cuerpo teórico obedece a la defensa de los intereses de la casta burocrática que vampirizó durante décadas al movimiento comunista internacional. Criticar a los trotskistas porque nunca han dirigido o protagonizado ninguna revolución, comporta algo de malicia, con bastante ignorancia sobre la historia del trotskismo. Sin embargo volviendo al análisis y reflexión sobre el estalinismo, hay que remarcar que cada revolución triunfante conllevó crisis y rupturas. Hemos mencionado el caso de la Yugoslavia de Tito, pero también el triunfo de la revolución china provocó tensiones entre Stalin y Mao (el PC chino no quiso subordinar la lucha revolucionaria de los obreros y campesinos a la dirección política del Kuomintang como le mandaba el Kremlin y eso le permitió enfrentarse a la reacción nacionalista una vez derrotada la ocupación japonesa). Muerto el dictador, el estalinismo sin Stalin no fue distinto. Mencionemos el caso cubano, por ejemplo, donde la revolución es llevada a cabo por un grupo de nacionalistas revolucionarios, sin el apoyo del Partido Socialista Popular Cubano (que tuvo ministros con Batista y criticó el “aventurerismo pequeño burgués” de Fidel Castro).
La muerte de Stalin no supuso la muerte del estalinismo. Stalin pudo darle al régimen su “toque personal”, pero la casta que lo entronizó, continuó después de él. La burocracia que había florecido a la sombra del dictador necesitó desembarazarse de los aspectos más brutales que habían caracterizado su reinado, pero no hubo cambios cualitativos. El “revisionista” Kruschev, tan atacado por los nostálgicos de Stalin por sacar a la luz su régimen de purgas y de terror, se limitó a seguir la línea marcada por su predecesor: partido único, socialismo en un solo país y convivencia pacífica con el capitalismo. Lo mismo hicieron sus sucesores hasta la liquidación de la URSS.
El proletariado ruso (¡qué decir del del resto de los países del este europeo!) hacía muchas décadas que había dejado de considerar aquel sistema como propio. Dadas estas circunstancias, ¿A quién le puede sorprender que la caricatura sangrienta del socialismo que allí se había construido, se desmoronara apenas sin oponer resistencia?. La vieja burocracia del Partido-Estado fue el crisol en el que se formó la oligarquía mafiosa que gobierna bajo la batuta del nuevo zar Putin.

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