Cuando los fantasmas sustituyen a los hechos. Por Iroel Sánchez
Cuando
en 2015 Washington adaptó a su nueva política hacia Cuba, la lista
unilateral que cada año emite el Departamento de Estado sobre países
“patrocinadores del terrorismo” hizo evidente las motivaciones con las
que se elabora esa relación. Hasta un medio de comunicación como el
diario español El País, nada cercano al gobierno cubano, lo reconoció diciendo entonces que “lo cierto es que Cuba ha permanecido en esta lista más por cuestiones políticas que por un riesgo evidente para la seguridad de EEUU o el mundo” (las negritas son de El País).
Un año después, el State Department vuelve a emitir su lista y aunque ya Cuba no aparece en ella, el Country Reports on Terrorism continúa
siendo para muchos un instrumento de Washington contra gobiernos
adversarios como Siria e Irán, mientras él mismo y aliados como Israel
no han descontinuado la práctica del terrorismo de estado ni han
renunciado a entrenar y financiar organizaciones que utilizan métodos
terroristas.
Luego de que
cuatro científicos iraníes vinculados al programa nuclear pacífico de
se país fueran asesinados en atentados terroristas, Masud Ali Mohamadi
(enero de 2010), Mayid Shahriari (noviembre de 2010), Dariush Rezaineyad
(julio de 2011) y Mostafa Ahmadi Roshan (11 de enero de 2012), el
ministro de asuntos militares de Israel, Moshe Yaalon, reconocería
implícitamente la responsabilidad del gobierno israelí en esos
asesinatos con bomba en una entrevista al semanario alemán Der Speigel:
Yaloon: “…está muy claro, de una manera u otra (…) el programa nuclear iraní tiene que ser frenado”
Periodista:
¿Así que vamos a ver más muertes de científicos nucleares iraníes o
ataques ataques de software malicioso o comprometedoras redes de
ordenadores iraníes?
Yaloon: Debemos estar preparados para defendernos. No soy responsable de las vidas de los científicos iraníes
¿Apareció esta acción de Israel en el Country Reports on Terrorism? Ni pensarlo, las palabras de Yaloon se parecen demasiado a la respuesta de Obama
cuando le preguntaron en Argentina si haría alguna autocrítica “sobre
el papel de los Estados Unidos durante las dictaduras que padeció la
región”, en referencia a las décadas de terrorismo de estado patrocinado
desde Washington que costaron a los pueblos latinoamericanos decenas de
miles de muertes y desapariciones:
“Es
verdad que en los ‘70 el reconocimiento de los derechos humanos, cómo
encaramos la política exterior y cómo encaramos la diplomacia, fue tan
importante como la pelea contra el comunismo”.
Por otra parte, la confesión de Hillary Clinton a la revista The Atlantic -“Financiamos
mal a los rebeldes sirios y surgió el Estado Islámico”- es la de un
Doctor Frankeinstein que reconoce cómo su monstruosa creación se le
escapó de las manos y merecería que el gobierno norteamericano
encabezara sus propios informes sobre patrocinadores del terrorismo pero
es precisamente la víctima, Siria, y no el victimario, Estados Unidos,
quien está en ese listado.
La Señora
Clinton, que es ya la segura candidata a disputar la presidencia de EEUU
por el Partido Demócrata, tiene además el mérito de haberse divertido
en cámara con la ejecución extrajudicial del ex gobernate libio
Muamar el Gadafi cuando en una entrevista con la cadena de noticias CBS
conoció que este había sido asesinado.
“Fuimos,
vimos, murió”, afirmó , entre risas, la entonces Secretaria de Estado
del Presidente Barack Obama quien acababa de regresar de Trípoli tras
reunirse con los dirigentes del antigubernamental Consejo Nacional de
Transición de Libia (CNT). Después, se desató un caos que llega hasta
hoy y ha convertido el Mar Mediterráneo en un cementerio para miles de
personas que huyen de la guerra y la barbarie terrorista en el Norte de
África pero a juzgar por los reportes del State Department ese desastre criminal no tuvo patrocinadores.
Europa, que
recibe también la ola migratoria de quienes huyen por tierra de la
guerra en Siria, y ha acompañado a Washington en sus guerras
mediorientales se ha vuelto escenario para los atentados del Estado
Islámico que cobra vidas inocentes y alienta el ascenso de la
ultraderecha xenófoba. En
consecuencia, tanto allí como en la principal potencia económica
militar del planeta, crecen las barreras fronterizas, la vigilancia
masiva ilegal, el negocio de las empresas de seguridad y los discursos
extremistas de demagogos como Donal Trump en Estados Unidos, Jean Marie
Le Pen en Francia o Norbert Hofer en Austria; ellos como George W. Bush,
Dick Cheney, o Donald Rumsfeld -iniciadores, culpables y grandes
beneficiarios económicos en esta historia- nunca aparecerán en el
listado de patrocinadores del terrorismo del State Department, donde “más por cuestiones políticas que por un riesgo evidente para la seguridad de EEUU o el mundo” -gobierne quien gobierne- los fantasmas suelen sustituir a los hechos.