La izquierda ante las políticas de
austeridad: lecciones y mitos de la deuda alemana
Desde mediados de 2010 la Eurozona está experimentando una crisis
estructural propia de un diseño defectuoso de la Unión Económica y Monetaria
(UEM). Hoy por hoy, se mantiene la integridad del área monetaria a causa del
desarrollo de unas medidas comunitarias excepcionales.
A grandes rasgos, por una parte, se ha creado el Mecanismo Europeo de
Estabilidad (MEDE) y el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF). Por
otra, menos original, se han reforzado las paredes maestras del Tratado de
Maastricht (1992) y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (1997) con el llamado
Pacto Fiscal Europeo (2012); en términos generales, suponen una revalidación
institucional de las políticas de consolidación fiscal.
No obstante, aunque la evidencia empírica ha indicado en numerosas
ocasiones el potencial destructivo de la llamada austeridad expansiva, el directorio europeo ha señalado la
necesidad de ser estrictos con los objetivos de déficit; ya que, argumentan,
que esta es la razón principal del retraso en el crecimiento potencial de los
países de la zona euro y la debilidad exterior de ciertas economías
periféricas. Esta ortodoxia en política económica está llevando a límites
interesantes al Banco Central Europeo (BCE), que se está viendo obligado, ante
la losa deflacionista y el riesgo de default de algunas economías, a decir y
hacer cosas poco habituales dada la naturaleza inicial del euro.
Como es obvio, este marco de ajuste macroeconómico impuesto combinado con
la libre circulación de capitales y la moneda única, dificulta objetivamente la
aplicación de políticas contracíclicas. En consecuencia, varios países europeos
han sufrido grandes contracciones del Producto Interior Bruto (PIB) y altas
tasas de desocupación. Esta espiral contractiva, la nefasta gestión de la
crisis de la deuda y el coste de empezar a reestructurar el sistema financiero
ha llevado a muchos países a contraer grandes obligaciones financieras.
El elevado coste social de estos sucesos ha acelerado el proceso de
redefinición del contrato social en distintos países, hecho que en ocasiones ha
derivado en crisis institucionales. La llegada de algunos gobiernos
tecnocráticos a la dirección nacional de algunos países de la Unión no hace más
que reafirmar el relato de excepcionalidad en que se ha movido –y se mueve- la
UEM. Desde esta perspectiva, la izquierda ha planteado repetidamente la
necesidad de construir artefactos políticos que sean capaces de llegar a las
oficinas de los gobiernos nacionales e iniciar procesos de democratización
varios.
Quedándonos en la economía, una reflexión pertinente ha sido pensar cómo
evitar aplicar políticas de ajuste fiscal. Básicamente hay cuatro vías: la
creación de dinero, la venta de activos, el crecimiento económico y la
reestructuración/impago de la deuda. En el marco de este principio de realidad la
izquierda ha hecho algunas consideraciones, cambiantes y poco claras, entorno a
la cuestión de la deuda.
Un ejemplo paradigmático es el caso de Syriza, que ha ido modificando sus
posicionamientos sobre la deuda griega conforme se iba aproximando a la
victoria electoral. Esta modificación se podría resumir en una progresiva
relajación de los supuestos de unilateralidad entorno al pago de la deuda y la
apuesta por supuestos que incluyen necesariamente la resolución multilateral.
De aquí que del posicionamiento inicial de ejecutar una moratoria y una
auditoria de la deuda vinculante se pasase a una reformulación ambigua como es
el caso de la propuesta de organizar una Conferencia Europea de la Deuda
inspirada en el Acuerdo de Londres de 1953. Efeméride que supuso una quita
superior al 50% de la deuda externa de la República Federal Alemana (RFA).
Curiosamente, este episodio de la segunda posguerra ha estado citado en
varias ocasiones por diferentes organizaciones de izquierdas, tanto en
apariciones en los medios de comunicación como en mensajes más formales como es
el caso de la “Declaración de Barcelona” en el marco del I Foro del Sur de Europa
celebrado en enero 2015.
El caso de la posguerra de Alemania Occidental es, sin duda, una historia
de éxito. La evolución económica de la RFA, que no representaba más del 40% del
territorio de la Alemania del Tercer Reich, realizó un proceso de reconstrucción
económica excepcional y que ha sido definido por la historiografía moderna como
el milagro económico alemán. No
obstante, aunque resulta obvio que la liberación de obligaciones financieras
dio oxígeno a la administración de Konrad Adenauer, es un mito considerar que
este fuera el factor determinante del milagro.
Prueba de ello está en que la RFA ya presentaba síntomas de una
recuperación espectacular previa a la quita de la deuda en 1953. Por ejemplo,
en 1949 la RFA ya superó en PIB per cápita a la joven república italiana.[1]
Alemania Occidental, generó unas ratios en formación de capital domestico
respecto la ayuda norteamericana del Plan Marshall constantemente superior a
sus competidores entre 1948 y 1951.[2]
En términos relativos, la capacidad exportadora germánica a Europa Occidental
se multiplicó por más de seis entre 1948 y 1951, cuando Francia no fue capaz de
acercarse a tres.[3] Esta
tendencia también se confirma con el primer instrumento europeo de coordinación
monetaria, la Unión Europea de Pagos (UEP), donde Alemania ya acumulaba un
superávit de 584 millones de dólares durante el ejercicio de 1951-52, dato que
contrasta con los déficits de 602 y 1492 millones de Francia y Gran Bretaña,
respectivamente.[4]
El factor determinante del milagro se encuentra en la modificación de la
política de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial respecto Alemania. En
resumen, se pasa de una cierta política de contención a Alemania a una
colaboración pragmática a partir de 1947. Según Josep Fontana a “Por el bien
del Imperio”[5],
Europa Occidental a principios de 1947 se encontraba a 18 meses de suspender
pagos con Estados Unidos dada la rápida polvorización de divisas causadas por
la dependencia comercial europea a la área dólar. Tanto Estados Unidos como sus
potencias aliadas en Europa, entendieron que ante la incapacidad de Francia de sustituir
la centralidad económica alamana, el inicio de la Guerra Fría y la alarmante
crisis de abastecimiento sufrida durante el duro invierno de 1946; resultaba
políticamente arriesgado y económicamente poco realista – como ya habían
señalado varios analistas- prescindir del potencial económico alemán. Es en
este punto donde, la política más o menos promovida de 1944 a 1947 basada en el
castigo político y económico a Alemania se transformó en una reticente pero
necesaria política de colaboración.
Por tanto, el inicio de la historia del éxito alemán se encuentra en dos
grandes cuestiones: la primera, en la necesidad de las potencias aliadas de
apropiarse de un abastecimiento regular de exportaciones alemanas que redujese el
riesgo sistémico de una crisis posbélica por desequilibrio exterior causada por
la excesiva dependencia a los Estados Unidos, y
la segunda, dotar a Europa Occidental de la estabilidad política
suficiente que permitiera una aplicación eficaz de la estrategia inicial de Containment contra la Unión Soviética.
Fue entonces cuando la multilateralidad del Acuerdo de Londres de 1953 fue una
consecuencia lógica una vez decidido –o impuesto- el papel que debía jugar la
RFA en el nuevo orden económico internacional.
Capitulando, resulta de difícil comprensión la razón por la cual ciertos
sectores de la izquierda sitúan el caso alemán como referencia para los países
periféricos. Alemania pudo negociar la deuda gracias a un apoyo internacional
de los Estados Unidos y una demanda real de sus productos de exportación que lo
hacían imprescindible dentro de una coyuntura excepcional. En el caso de la
Europa periférica es exactamente lo contrario, lo que pasa es que estos países
tienden a tener una balanza de pagos negativa, hecho que les da un poder de
negociación realmente escaso y una dependencia exterior prácticamente
estructural.
En esencia, la coyuntura internacional y las composiciones orgánicas de las
economías son clave para una comprensión integral de la segunda posguerra y
representan una buena lección para los que hoy quieren comprender mejor el
funcionamiento de Europa y las complejidades de los cambios políticos de
profundidad.
En conclusión, el triste caso de Syriza es un aviso a navegantes: el
análisis de las izquierdas es sesgado y la evidencia empírica lo demuestra.
Resultará complicado construir una alternativa razonable a las políticas de
austeridad sin dimensionar cuál es la situación y el papel de nuestros países
en el Proyecto Europeo. Tampoco sin alternativas unilaterales preparadas para
ser ejecutadas en caso de que, por ejemplo, el escenario de la Conferencia
Europea de la Deuda fracase. Si no se modifica la línea política de sumisión a
la multilateralidad, se correrá el grave riesgo de entonar, como parte de la
izquierda griega, el “no hay alternativa”.
Albert Medina es miembro de Espai Marx y EReNSEP. Tiene estudios en
Ciencias Económicas por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
[1] Angus
Maddison contents, http://www.ggdc.net/MADDISON/oriindex.htm , Section
“Stadistics on World Population, GDP and Per Capita GDP”
[2]
Maier, Charles S. 1981. The two postwar eras and the conditions for stability
in twentieth-century Western Europe.American Historical Review 86(2): 327-352
[3] Alan
S Milward, The Reconstruction of Western Europe, 1945-51 (United Kingdom: Methuen
and Co. Ltd, 1984), 257,Table 30
[4] Milward,
The European Rescue of Nation-State, (United Kingdom, Routledge, 1992) 401
[5] Ed.
Pasado&Presente, 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario