Parece que hay entendimiento. Después de dos votaciones en la Vouli, el parlamento griego, por las que se aprueban nuevas medidas de austeridad masivas, el Eurogrupo se propone conceder a Atenas, este 24 de mayo, la liberación de unos 11 000 millones de euros, de creer a la agencia Bloomberg, que cita un documento de la Comisión Europea. Al entrar en la reunión, el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, ha confirmado que los fondos podrían estar disponibles “en las próximas semanas”. De esta cantidad, Grecia debería utilizar 7 200 millones de euros para para cubrir los reembolsos previstos de la deuda, a corto y largo plazo, hasta el mes de noviembre, en particular 2 400 millones al Banco Central Europeo (BCE) y 1 070 millones al Fondo Monetario Internacional (FMI). El resto, 3 800 millones, deberá servir para pagar una parte de los atrasos del Estado griego. Esta será la primera vez, por cierto, que los fondos europeos se destinarán a “atender”, no a los acreedores del Estado griego, sino más bien a sus deudores, es decir, a la economía griega.
¿Fin de la crisis griega?
Alexis Tsipras, por tanto, debería mostrar su mejor sonrisa a la salida de esta reunión. Sin duda no dejará de cantar victoria y de proclamar, como ya comenzó a hacer la semana pasada, “el fin de la crisis griega” y “el retorno de la confianza”. Espera que, una vez superadas las incertidumbres de la negociación, se reanude el crecimiento y que este le permita recoger los frutos de su estrategia, la que viene aplicando desde el 13 de julio de 2015. Para ello, cuenta con aquellos 3 800 millones de euros, nada menos que el 2 % del PIB griego, que servirán para aliviar la situación de un gran número de empresas y permitirles, a su vez, pagar las facturas pendientes. También podrá contar con un gesto del BCE, consistente en conceder de nuevo a los bancos griegos el derecho a refinanciarse depositando la deuda helénica como garantía, o bien en incluir esta deuda en su programa de recompra de títulos, con lo que descenderían los tipos de interés en el país.
Reequilibrar la austeridad
Tsipras puede pretender asimismo haber cumplido su promesa, formulada durante la campaña de las elecciones legislativas del 20 septiembre de 2015, de “reequilibrar” la austeridad y de cargar el esfuerzo sobre las espaldas de los más ricos. El aumento del impuesto sobre la renta, en efecto, será mayor para las rentas más altas, y además se incrementará el impuesto sobre el capital, la temida reforma de las pensiones no afectará a las pensiones actuales, la rebaja del importe exento del impuesto sobre la renta se ajustará en función del tamaño de la familia y los deudores más pobres de los bancos se verán menos afectados. Tsipras también ha creado un fondo de solidaridad para los más frágiles, financiado por toda “buena noticia” presupuestaria futura.
Un régimen seco bajo una lluvia de impuestos
Por tanto, el primer ministro tendrá por lo visto motivos para felicitarse. Claro que el coste de esta “victoria” es desorbitado. Es tan elevado que pone en peligro los propios fundamentos de esta esperanza. Las medidas de austeridad votadas este domingo y el domingo anterior son toda una cura de caballo. La ley de este domingo abarca nada menos que 7 000 páginas e incluye medidas fuertemente recesivas: aumento del IVA y del impuesto de sociedades cuando muchas empresas se plantean seriamente la posibilidad de trasladar su actividad a Bulgaria; creación de un nuevo impuesto sobre la hostelería, sin contar el aumento de las cotizaciones sobre los salarios y las pensiones o el aumento del impuesto sobre la renta para las clases medias, decidido la semana pasada. La lista es interminable y el diario conservador Kathimerini titulaba con razón el lunes: “Llueve impuestos”. El efecto negativo de estas medidas, como siempre, se ha subestimado, particularmente a largo plazo, cuando entre en vigor la nueva reforma de las pensiones.
Las razones del pesimismo
Porque esta vez las medidas adoptadas vendrán acompañadas de dos elementos que amenazan duraderamente la recuperación. En primer lugar, las enérgicas medidas de “recuperación” de los créditos dudosos de los bancos. Los bancos griegos se han recapitalizado a un coste menor el año pasado, para hará falta que entre dinero. Para ello, los bancos recurrirán al apoyo del fondo estadounidense KKR. Es cierto que existen quitamiedos para los más frágiles, pero el efecto en la demanda interior será importante. Así, el FMI ya ha avisado que bien podría ser que haya que añadir otros 10 000 millones de euros para reflotar los bancos. Segundo elemento: la koftis o “pinza cortante”, un mecanismo exigido por los acreedores y votado este domingo, que prevé una recorte automático de los gastos del Estado, sin contar el gasto social, de hasta el 2,5 % del PIB, en caso de desvío del objetivo presupuestario de aquí a 2018. Un objetivo que, recordemos, es sumamente ambicioso: un excedente primario (sin contar el servicio de la deuda) del 3,5 % del PIB.
Perspectivas sombrías
En estas condiciones, ¿quién invertirá duraderamente en Grecia en los próximos años, en un país sin demanda, con un sector bancario exangüe que no presta y condenado a una austeridad automática y, como veremos, casi perpetua? En los próximos años, únicamente los fondos. Pueden producirse sobresaltos o estabilizaciones del PIB, pero el crecimiento será necesariamente débil. En su análisis de la sostenibilidad de la deuda, publicado el lunes 23 de mayo, el FMI lo reconoce cuando revisa a la baja el crecimiento medio previsto a largo plazo de Grecia, cifrándolo en el 1,75 % anual. Cuando el país ha perdido cerca del 28 % de su riqueza en siete años, esto no abre muchas perspectivas.
Tsipras promete por tanto dar con una mano lo que quita con la otra. Habida cuenta de los excedentes primarios reclamados y de los que se exigirán en el futuro para el reembolso de la deuda, incluso en el caso más favorable, que es el que presenta el FMI, caben pocas esperanzas de que el “fondo de solidaridad” llegue a dotarse algún día de una cantidad significativa. Y si llega a dotarse, las sumas correspondientes vendrían de excedentes que, en realidad, estrangulan la economía griega. Será por tanto, en el mejor de los casos, una forma de caridad para un pueblo condenado a un crecimiento débil.
Aceptación de la lógica de los acreedores
En realidad, a pesar de las “resistencias” que aduce, sin duda con razón habida cuenta de su situación (el gobierno griego no dispone de ningún medio de presión), Tsipras ha adoptado plenamente la lógica de los acreedores. Cree o finge creer que esta nueva cura de austeridad, disimulada con el habitual vocablo de “reformas”, relanzará la economía. Sin embargo, dentro de esta lógica contable, reforzada todavía más por la koftis, las verdaderas reformas son imposibles. Tsipras lo sabe perfectamente, puesto que él mismo denunció esta lógica cuando la empezaron a aplicar los gobiernos precedentes. El programa de 2015 de Syriza preveía justamente la necesidad de hacer una pausa en la austeridad para reformar el Estado sin presión, antes de poder contar con un aumento de los ingresos fiscales. Porque dentro de una lógica de objetivos de excedentes primarios se cuenta, pero no se reforma. Se prefiere, por “eficacia”, recortar gastos antes que mejorar realmente el funcionamiento de la administración. Al final, la administración está destrozada y es aún menos eficaz. El gobierno tratará de cubrir una de cada cinco vacantes que se produzcan por jubilación. Seguirá ajustándose a la lógica precedente, aunque debilitada por la política agresiva de privatizaciones impuesta por los acreedores.
La lógica de las privatizaciones
El nuevo fondo TAIPED deberá aportar, en efecto, 13 000 millones de euros en privatizaciones, en su totalidad de aquí a 2018. La mitad de esa suma se destinará a la devolución de la deuda. Ahora bien, en una economía en depresión, vender los bienes del Estado rápidamente es como una venta de liquidación que, por lo demás, priva en ocasiones al Estado de unas fuentes de ingresos útiles para alcanzar sus objetivos presupuestarios en caso de retorno al crecimiento. Se trata por tanto de una garantía adicional de austeridad, habida cuenta de las deudas acumuladas. La cesión de 14 aeropuertos rentables a la empresa alemana Fraport, que acaba de concluir, es la mejor ilustración de esta realidad. La privatización de una actividad rentable en un país como Grecia no es comparable a una privatización en otro lugar. No es una cuestión anodina: supone debilitar un poco más a un Estado que ya es frágil y privarle duraderamente de ingresos útiles.
Deuda: Tsipras, mero espectador
La apuesta de Tsipras parece por tanto perdida de antemano. No obstante, puede que su derrota principal se sitúe en otro asunto: en las discusiones sobre la restructuración de la deuda. A comienzos de año, el primer ministro rechazó la alianza con el FMI apostando por la benevolencia de los acreedores europeos. Dio la espalda a la restructuración de la deuda deseada por el FMI para dar preferencia a la revisión de los objetivos de excedentes primarios. Una apuesta desventurada: los europeos impusieron el cumplimiento de los objetivos presupuestarios y ahora las negociaciones en torno a la deuda se limitan a un diálogo entre el Eurogrupo y el FMI, al que Tsipras solo puede asistir como espectador. El primer ministro siempre puede decir que sin su obediencia no habría habido jamás un diálogo sobre la deuda, pero este discurso olvida dos hechos: la falta de alternativas del gobierno griego y la presión del FMI para abrir este diálogo desde el verano pasado.
La propuesta del FMI
Este diálogo, por lo demás, es de lo más preocupante. El FMI ha aceptado la exigencia de mantener el valor nominal de la deuda y ha procedido a un “cambio de perfil”. Su propuesta, publicada el lunes 23 de mayo, abandona la idea de una moratoria hasta 2040, pero reclama una prórroga de 10 a 40 años según el tipo de préstamo y un máximo del 1,5 % para los intereses. En estas condiciones, las necesidades de financiación se mantendrán por debajo del 10 % del PIB hasta 2040. La deuda sería entonces sostenible a condición de que el excedente primario alcance el 1,5 % del PIB y de que el crecimiento sea efectivamente del 1,75 %. Sin embargo, hay que señalar que el FMI avisa que la deuda griega será entonces muy vulnerable a los choques externos. Y las necesidades de financiación crecerán entonces rápidamente al 20 % del PIB en 2060. Las condiciones seguirán por tanto siendo draconianas, el efecto deflacionista será posible y el efecto en la confianza, dudoso.
Siempre probar más
Claro que si al final se aprueba esta propuesta, es que Grecia no puede esperar nada mejor. Alemania sigue negándose a un gesto tan generoso, particularmente en materia de excedentes primarios y de prórroga de vencimientos. Por consiguiente, el compromiso será necesariamente más “duro” para Atenas. El Eurogrupo no tomará ninguna decisión este martes, habrá que seguir discutiendo. En todo caso, la propuesta del FMI es un máximo, no un mínimo. La conclusión es un golpe para un Tsipras que no influye para nada en estos acontecimientos. El domingo pretendía que Grecia volvía a inspirar confianza a los acreedores europeos, pero nada es menos cierto, como demuestra el hecho de que Berlín y sus aliados denieguen una confianza a largo plazo que requiere el plan del FMI.
El rechazo por el Eurogrupo del plan del FMI corre el riesgo, en efecto, de basarse en la denegación de la incondicionalidad de esta restructuración. El FMI no desea fijar objetivos para más allá del fin del programa actual en 2018, para no reducir todavía más el crecimiento y entrar en el círculo vicioso en que se encuentra Grecia desde 2010. Sin embargo, los acreedores europeos quieren seguir “atando en corto” al gobierno griego, obligándole a trabajar por el reembolso de la deuda, es decir, mantener el actual peonaje por deudas para salvar sus préstamos. La confianza no es de recibo. Los esfuerzos de Tsipras no habrán sido suficientes. A pesar de su “conversión”, el jefe de Syriza tendrá que aceptar para su país un régimen de austeridad duradero, con objetivos de excedentes elevados que lastrarán cada vez más un crecimiento estructuralmente débil.
La primacía del calendario electoral alemán
En realidad, Berlín trata, como de costumbre, de aplazar el problema. Primero hasta después de las elecciones federales de 2017, para evitar que la cuestión griega acapare el interés durante la campaña, ahora que los sondeos dan un 15 % de los votos a Alternative für Deutschland (AfD), el partido euroescéptico. De ahí la propuesta de aplazar hasta 2018, cuando concluye el programa, la cuestión de la deuda, lo que sería un desaire para Tsipras. Es la hipótesis con la que trabaja el FMI. Sin embargo, es probable que la AfD siga preocupando a la CDU y que ante cada cita electoral regional se replantee la idea de aplazar esta cuestión de la restructuración de la deuda… El calendario electoral alemán amenaza con seguir primando sobre las demás prioridades.
Lasitud griega
Y este es sin duda el núcleo del drama griego: en este país, cuya economía está siendo dirigida por los acreedores en su exclusivo interés, la obediencia no basta nunca y los griegos siguen estando obligados a “someterse a examen”. La reciente humillación de la koftis se lo ha recordado: se trataba de pasar por alto, en adelante, la opinión griega sobre las nuevas medidas. Esta actitud juega claramente con los nervios de los griegos. Tsipras es cada vez más impopular, mientras que el paisaje político se fragmenta y cunde el sentimiento de decepción con la democracia. Un sondeo reciente, realizado por Public Issue, muestra que el equilibrio entre la voluntad de permanecer en la zona del euro y la lasitud de la austeridad parece alterarse cada vez más. En un año, los griegos que ven con buenos ojos la moneda única han pasado del 66 % al 54 %, y los que opinan lo contrario, del 32 % al 44 %. Más que nunca, son los acreedores los que con su ceguera socavan las bases de la moneda única.
Fuente: http://www.latribune.fr/economie/union-europeenne/grece-les-paris-perdus-d-alexis-tsipras-573713.html
Traducción: VIENTO SUR
Alexis Tsipras, por tanto, debería mostrar su mejor sonrisa a la salida de esta reunión. Sin duda no dejará de cantar victoria y de proclamar, como ya comenzó a hacer la semana pasada, “el fin de la crisis griega” y “el retorno de la confianza”. Espera que, una vez superadas las incertidumbres de la negociación, se reanude el crecimiento y que este le permita recoger los frutos de su estrategia, la que viene aplicando desde el 13 de julio de 2015. Para ello, cuenta con aquellos 3 800 millones de euros, nada menos que el 2 % del PIB griego, que servirán para aliviar la situación de un gran número de empresas y permitirles, a su vez, pagar las facturas pendientes. También podrá contar con un gesto del BCE, consistente en conceder de nuevo a los bancos griegos el derecho a refinanciarse depositando la deuda helénica como garantía, o bien en incluir esta deuda en su programa de recompra de títulos, con lo que descenderían los tipos de interés en el país.
Reequilibrar la austeridad
Tsipras puede pretender asimismo haber cumplido su promesa, formulada durante la campaña de las elecciones legislativas del 20 septiembre de 2015, de “reequilibrar” la austeridad y de cargar el esfuerzo sobre las espaldas de los más ricos. El aumento del impuesto sobre la renta, en efecto, será mayor para las rentas más altas, y además se incrementará el impuesto sobre el capital, la temida reforma de las pensiones no afectará a las pensiones actuales, la rebaja del importe exento del impuesto sobre la renta se ajustará en función del tamaño de la familia y los deudores más pobres de los bancos se verán menos afectados. Tsipras también ha creado un fondo de solidaridad para los más frágiles, financiado por toda “buena noticia” presupuestaria futura.
Un régimen seco bajo una lluvia de impuestos
Por tanto, el primer ministro tendrá por lo visto motivos para felicitarse. Claro que el coste de esta “victoria” es desorbitado. Es tan elevado que pone en peligro los propios fundamentos de esta esperanza. Las medidas de austeridad votadas este domingo y el domingo anterior son toda una cura de caballo. La ley de este domingo abarca nada menos que 7 000 páginas e incluye medidas fuertemente recesivas: aumento del IVA y del impuesto de sociedades cuando muchas empresas se plantean seriamente la posibilidad de trasladar su actividad a Bulgaria; creación de un nuevo impuesto sobre la hostelería, sin contar el aumento de las cotizaciones sobre los salarios y las pensiones o el aumento del impuesto sobre la renta para las clases medias, decidido la semana pasada. La lista es interminable y el diario conservador Kathimerini titulaba con razón el lunes: “Llueve impuestos”. El efecto negativo de estas medidas, como siempre, se ha subestimado, particularmente a largo plazo, cuando entre en vigor la nueva reforma de las pensiones.
Las razones del pesimismo
Porque esta vez las medidas adoptadas vendrán acompañadas de dos elementos que amenazan duraderamente la recuperación. En primer lugar, las enérgicas medidas de “recuperación” de los créditos dudosos de los bancos. Los bancos griegos se han recapitalizado a un coste menor el año pasado, para hará falta que entre dinero. Para ello, los bancos recurrirán al apoyo del fondo estadounidense KKR. Es cierto que existen quitamiedos para los más frágiles, pero el efecto en la demanda interior será importante. Así, el FMI ya ha avisado que bien podría ser que haya que añadir otros 10 000 millones de euros para reflotar los bancos. Segundo elemento: la koftis o “pinza cortante”, un mecanismo exigido por los acreedores y votado este domingo, que prevé una recorte automático de los gastos del Estado, sin contar el gasto social, de hasta el 2,5 % del PIB, en caso de desvío del objetivo presupuestario de aquí a 2018. Un objetivo que, recordemos, es sumamente ambicioso: un excedente primario (sin contar el servicio de la deuda) del 3,5 % del PIB.
Perspectivas sombrías
En estas condiciones, ¿quién invertirá duraderamente en Grecia en los próximos años, en un país sin demanda, con un sector bancario exangüe que no presta y condenado a una austeridad automática y, como veremos, casi perpetua? En los próximos años, únicamente los fondos. Pueden producirse sobresaltos o estabilizaciones del PIB, pero el crecimiento será necesariamente débil. En su análisis de la sostenibilidad de la deuda, publicado el lunes 23 de mayo, el FMI lo reconoce cuando revisa a la baja el crecimiento medio previsto a largo plazo de Grecia, cifrándolo en el 1,75 % anual. Cuando el país ha perdido cerca del 28 % de su riqueza en siete años, esto no abre muchas perspectivas.
Tsipras promete por tanto dar con una mano lo que quita con la otra. Habida cuenta de los excedentes primarios reclamados y de los que se exigirán en el futuro para el reembolso de la deuda, incluso en el caso más favorable, que es el que presenta el FMI, caben pocas esperanzas de que el “fondo de solidaridad” llegue a dotarse algún día de una cantidad significativa. Y si llega a dotarse, las sumas correspondientes vendrían de excedentes que, en realidad, estrangulan la economía griega. Será por tanto, en el mejor de los casos, una forma de caridad para un pueblo condenado a un crecimiento débil.
Aceptación de la lógica de los acreedores
En realidad, a pesar de las “resistencias” que aduce, sin duda con razón habida cuenta de su situación (el gobierno griego no dispone de ningún medio de presión), Tsipras ha adoptado plenamente la lógica de los acreedores. Cree o finge creer que esta nueva cura de austeridad, disimulada con el habitual vocablo de “reformas”, relanzará la economía. Sin embargo, dentro de esta lógica contable, reforzada todavía más por la koftis, las verdaderas reformas son imposibles. Tsipras lo sabe perfectamente, puesto que él mismo denunció esta lógica cuando la empezaron a aplicar los gobiernos precedentes. El programa de 2015 de Syriza preveía justamente la necesidad de hacer una pausa en la austeridad para reformar el Estado sin presión, antes de poder contar con un aumento de los ingresos fiscales. Porque dentro de una lógica de objetivos de excedentes primarios se cuenta, pero no se reforma. Se prefiere, por “eficacia”, recortar gastos antes que mejorar realmente el funcionamiento de la administración. Al final, la administración está destrozada y es aún menos eficaz. El gobierno tratará de cubrir una de cada cinco vacantes que se produzcan por jubilación. Seguirá ajustándose a la lógica precedente, aunque debilitada por la política agresiva de privatizaciones impuesta por los acreedores.
La lógica de las privatizaciones
El nuevo fondo TAIPED deberá aportar, en efecto, 13 000 millones de euros en privatizaciones, en su totalidad de aquí a 2018. La mitad de esa suma se destinará a la devolución de la deuda. Ahora bien, en una economía en depresión, vender los bienes del Estado rápidamente es como una venta de liquidación que, por lo demás, priva en ocasiones al Estado de unas fuentes de ingresos útiles para alcanzar sus objetivos presupuestarios en caso de retorno al crecimiento. Se trata por tanto de una garantía adicional de austeridad, habida cuenta de las deudas acumuladas. La cesión de 14 aeropuertos rentables a la empresa alemana Fraport, que acaba de concluir, es la mejor ilustración de esta realidad. La privatización de una actividad rentable en un país como Grecia no es comparable a una privatización en otro lugar. No es una cuestión anodina: supone debilitar un poco más a un Estado que ya es frágil y privarle duraderamente de ingresos útiles.
Deuda: Tsipras, mero espectador
La apuesta de Tsipras parece por tanto perdida de antemano. No obstante, puede que su derrota principal se sitúe en otro asunto: en las discusiones sobre la restructuración de la deuda. A comienzos de año, el primer ministro rechazó la alianza con el FMI apostando por la benevolencia de los acreedores europeos. Dio la espalda a la restructuración de la deuda deseada por el FMI para dar preferencia a la revisión de los objetivos de excedentes primarios. Una apuesta desventurada: los europeos impusieron el cumplimiento de los objetivos presupuestarios y ahora las negociaciones en torno a la deuda se limitan a un diálogo entre el Eurogrupo y el FMI, al que Tsipras solo puede asistir como espectador. El primer ministro siempre puede decir que sin su obediencia no habría habido jamás un diálogo sobre la deuda, pero este discurso olvida dos hechos: la falta de alternativas del gobierno griego y la presión del FMI para abrir este diálogo desde el verano pasado.
La propuesta del FMI
Este diálogo, por lo demás, es de lo más preocupante. El FMI ha aceptado la exigencia de mantener el valor nominal de la deuda y ha procedido a un “cambio de perfil”. Su propuesta, publicada el lunes 23 de mayo, abandona la idea de una moratoria hasta 2040, pero reclama una prórroga de 10 a 40 años según el tipo de préstamo y un máximo del 1,5 % para los intereses. En estas condiciones, las necesidades de financiación se mantendrán por debajo del 10 % del PIB hasta 2040. La deuda sería entonces sostenible a condición de que el excedente primario alcance el 1,5 % del PIB y de que el crecimiento sea efectivamente del 1,75 %. Sin embargo, hay que señalar que el FMI avisa que la deuda griega será entonces muy vulnerable a los choques externos. Y las necesidades de financiación crecerán entonces rápidamente al 20 % del PIB en 2060. Las condiciones seguirán por tanto siendo draconianas, el efecto deflacionista será posible y el efecto en la confianza, dudoso.
Siempre probar más
Claro que si al final se aprueba esta propuesta, es que Grecia no puede esperar nada mejor. Alemania sigue negándose a un gesto tan generoso, particularmente en materia de excedentes primarios y de prórroga de vencimientos. Por consiguiente, el compromiso será necesariamente más “duro” para Atenas. El Eurogrupo no tomará ninguna decisión este martes, habrá que seguir discutiendo. En todo caso, la propuesta del FMI es un máximo, no un mínimo. La conclusión es un golpe para un Tsipras que no influye para nada en estos acontecimientos. El domingo pretendía que Grecia volvía a inspirar confianza a los acreedores europeos, pero nada es menos cierto, como demuestra el hecho de que Berlín y sus aliados denieguen una confianza a largo plazo que requiere el plan del FMI.
El rechazo por el Eurogrupo del plan del FMI corre el riesgo, en efecto, de basarse en la denegación de la incondicionalidad de esta restructuración. El FMI no desea fijar objetivos para más allá del fin del programa actual en 2018, para no reducir todavía más el crecimiento y entrar en el círculo vicioso en que se encuentra Grecia desde 2010. Sin embargo, los acreedores europeos quieren seguir “atando en corto” al gobierno griego, obligándole a trabajar por el reembolso de la deuda, es decir, mantener el actual peonaje por deudas para salvar sus préstamos. La confianza no es de recibo. Los esfuerzos de Tsipras no habrán sido suficientes. A pesar de su “conversión”, el jefe de Syriza tendrá que aceptar para su país un régimen de austeridad duradero, con objetivos de excedentes elevados que lastrarán cada vez más un crecimiento estructuralmente débil.
La primacía del calendario electoral alemán
En realidad, Berlín trata, como de costumbre, de aplazar el problema. Primero hasta después de las elecciones federales de 2017, para evitar que la cuestión griega acapare el interés durante la campaña, ahora que los sondeos dan un 15 % de los votos a Alternative für Deutschland (AfD), el partido euroescéptico. De ahí la propuesta de aplazar hasta 2018, cuando concluye el programa, la cuestión de la deuda, lo que sería un desaire para Tsipras. Es la hipótesis con la que trabaja el FMI. Sin embargo, es probable que la AfD siga preocupando a la CDU y que ante cada cita electoral regional se replantee la idea de aplazar esta cuestión de la restructuración de la deuda… El calendario electoral alemán amenaza con seguir primando sobre las demás prioridades.
Lasitud griega
Y este es sin duda el núcleo del drama griego: en este país, cuya economía está siendo dirigida por los acreedores en su exclusivo interés, la obediencia no basta nunca y los griegos siguen estando obligados a “someterse a examen”. La reciente humillación de la koftis se lo ha recordado: se trataba de pasar por alto, en adelante, la opinión griega sobre las nuevas medidas. Esta actitud juega claramente con los nervios de los griegos. Tsipras es cada vez más impopular, mientras que el paisaje político se fragmenta y cunde el sentimiento de decepción con la democracia. Un sondeo reciente, realizado por Public Issue, muestra que el equilibrio entre la voluntad de permanecer en la zona del euro y la lasitud de la austeridad parece alterarse cada vez más. En un año, los griegos que ven con buenos ojos la moneda única han pasado del 66 % al 54 %, y los que opinan lo contrario, del 32 % al 44 %. Más que nunca, son los acreedores los que con su ceguera socavan las bases de la moneda única.
Fuente: http://www.latribune.fr/economie/union-europeenne/grece-les-paris-perdus-d-alexis-tsipras-573713.html
Traducción: VIENTO SUR
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