Qué puede estar fuera del muro y qué dentro de él
Un Estados Unidos en el que debéis poneros a cubierto
Tom Engelhardt. TomDispatch
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García |
Un mensaje para los graduados universitarios en la era Trump
A la promoción 2018. Siempre me han dicho que un buen chiste es la mejor manera de iniciar una conversación. La cuestión es romper el hielo, aunque en el día de vuestra graduación, con la temperatura alrededor de los 30 ºC, es posible que la imagen no sea la más apropiada. Aun así, ya sabéis qué quiero decir: un intento de aligerar la atmósfera antes de entrar en lo más fuerte. A pesar de que, una vez más, en nuestro mundo –por si acaso no os habéis dado cuenta de ello, en noviembre de 2016, prácticamente la mayoría de los votantes estadounidenses eligió a Donald Trump como presidente–, alegrar el ambiente puede pasar por una broma en sí misma (me parece haber oído que alguien se ríe por ahí atrás).
Es igual, aquí está mi chiste oficial en esta soleada tarde en este hermoso cuadrilátero del parque del campus
Bang, Bang. ¡Estoy muerto!
No, en nuestro mundo de hoy, ¿puede esto realmente pasar por una broma? Pensad en lo dicho como mi forma de echar luz sobre una sombría realidad de vuestra vida de estudiantes. Después de todo, imaginad a algún compañero vuestro, enfadado vaya uno a saber por qué, o sencillamente –como sugirió hace poco tiempo el nuevo jefe de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y ex traficante ilegal de armas Oliver North, adicto al Ritalin y a los videojuegos violentos–, ver a alguien acechando en este mismo campus, esta misma tarde. Él –lo más probable es que sea un varón– está estropeándolo todo para vengarse por algo –¿quién dudaría que este es el estados Unidos del siglo XXI?–, y lleva un arma de guerra. La posibilidad es que, de pie en este podio frente a vosotros cuando él empieza a disparar contra la gente, sea el primero en recibir un balazo. ¡De ahí mi chiste! Estoy seguro de que lo habéis captado, ¿no es así?
Los adultos debajo del pupitre
Seamos claros, no estoy sólo bromeando en vuestro día de graduación. También estoy haciendo lo que de verdad la gente mayor –tengo casi 74 años– trata de hacer: penetrar de algún modo en el espíritu de los jóvenes para dar un paso dentro –no fuera– de nuestro mundo. La verdad es que –en el neolítico– cuando yo iba a la escuela, teníamos nuestra propia versión de ser liquidados y de tiradores activos, y del temor de morir que eso provocaba.
Cuando éramos niños, estábamos –como se decía entonces– “agachados y escondidos”, esto es, para protegernos, nos zambullíamos debajo de nuestro pupitre y nos cubríamos la cabeza con las manos como hacía Bert, la Tortuga (que aparecía en unos dibujos animados de la defensa civil de esos tiempos) cuando se metía en su caparazón. Nos protegíamos contra un ataque nuclear por parte de un país que quizá ni siquiera recordáis: la antigua Unión Soviética, que colapsó antes de que vosotros hubieseis nacido (RIP 1991), alias los rusos o el Imperio del Mal. Así es; mirando hacia atrás, aquellos pequeños en cuclillas debajo de los pupitres –uno de ellos era yo– no podrían haber representado la imagen más patética de la “seguridad”, el concepto que ha dominado este siglo XXI estadounidense. Ciertamente, aunque éramos niños, lo sabíamos. El tablero de un pupitre y nuestras manos no eran defensa alguna contra una bomba atómica en la ciudad de Nueva York (que era donde yo vivía en esos años, igual que hoy). De hecho, ¿os habéis preguntado qué patético grupo de adultos puede haber ideado tan brillante maniobra para unos niños aterrorizados?
Esas eran las instrucciones de protección contra tiradores de ese momento especial: todos nosotros debajo del pupitre mientras el CONELRAD* aturdía con sus advertencias desde una radio en el escritorio de la maestra y las sirenas aullaban en la calle. Incluso a tan temprana edad, sabíais que todos –vosotros, vuestros padres, abuelos y amigos– teníais los minutos contados si ese tirador tan particular, la Unión Soviética, irrumpía en vuestro mundo. Por supuesto, sus “disparos” se habrían oído no solo en esa aula sino en lo que hubiese quedado de un mundo nuclearizado. Entonces, podéis creerme, todas vuestras pesadillas protagonizadas por asesinos masivos en vuestra escuela, también las teníamos nosotros.
La parte risueña en este momento es que las bombas atómicas –gracias en parte a un presidente a quien le agradan las cosas GRANDES– están claramente regresando a lo grande en nuestro mundo de hoy. Desde los años de Obama, se han programado más de un billón de dólares (una suma que seguramente crecerá) para producir aun más de esos artilugios en versiones más utilizables para reforzar un arsenal que ya es pasmoso, un stock de armas nucleares capaz de destruir varios planetas de las dimensiones de la Tierra. Estamos hablando de un arsenal al que se refirió nuestro presidente la semana pasada** cuando canceló su encuentro con el jefe de Estado norcoreano Kim Jong-un: “Habla usted de su capacidad nuclear, pero la nuestra es de tal magnitud y tan poderosa que ruego a Dios que nunca deba ser utilizada”. Ese, por supuesto, es el mismo arsenal con el que hace algún tiempo había amenazado que dejaría caer sobre Corea del Norte “fuego y furia como el mundo jamás los ha visto”.
Ahora bien, en estos tiempos, mientras estáis agachados en la oscuridad del aula, sin decir una palabra, preparándoos para el momento en que un estudiante o un ex alumno puedan estar paseándose con un fusil de asalto por los pasillos de vuestra escuela dispuestos a disparar contra vosotros, vuestros miedos son mucho más reales y personales que los vividos por mí, pero no menos horripilantes. Hace poco tiempo, el New York Times informó de lo sucedido en un instituto que está a 1.600 kilómetros del escenario del último asesinato escolar masivo en Santa Fe, Texas:
“Calysta Wilson y Courtney Fletcher, estudiantes de tercer año en el Instituto de Mount Pleasant, Iowa, creían que su mesa en la cafetería sería la primera a la que dispararía un pistolero que entrara en el salón. ‘Nos sentamos a la mesa más cercana a la puerta’, decía Calysta, de 17 años, mientras recogía un equipo de softball. “En caso de que tú vengas en plan de tirador y mates a la primera persona que veas, yo moriría. No tendría salvación’.”
Es así como hoy me siento tan viejo aquí ante vosotros. Ni siquiera puedo imaginar tanta sangre fría como lo cotidiano de alguien que está en la educación. Sin embargo, para la versión tejana de Calysta y Courtney, el vicegobernador Dan Patrick (que propuso portar un arma oculta a la iglesia) tiene una solución: Más guardias, menos puertas de entrada en las escuelas (“Hay demasiadas entradas y salidas en nuestros más de 8.000 campus universitarios”) o, como diría un bromista: “Las armas de fuego no matan a las personas; las puertas, sí”.
No obstante, enfrentemos la cuestión; cuando se trata de semejantes soluciones para los problemas de la sociedad, Patrick no está solo. Desde que el asesinato escolar de Parkland, Florida, provocara la creación de un movimiento para poner un freno a la venta de armas de fuego en Estados Unidos los llamamientos para armarse más, para fortificar y militarizar la educación en este país –desde la NRA hasta el presidente Trump– han adquirido densidad y regularidad (aunque las compañías de seguros los obstaculicen y pongan en duda que las escuelas armadas sean un lugar más seguro). Y la solución de Patrick está muy en línea con el momento que vivimos todos. Por ejemplo, encaja perfectamente con la célebre respuesta a los “violadores mexicanos” y otros supuestos peligros nacionales. Ponerles detrás de un muro o amurallarnos nosotros. ¿Podéis oír en el fondo a los seguidores de Trump cantando “Construye ese muro”?
Una somera idea de vuestro mundo que se amuralla: los muros no funcionan; al menos no por mucho tiempo. La Gran Muralla China, con sus 7.200 kilómetros quizá siga siendo el paradigma de ese tipo de construcción (aunque en realidad no sea visible desde el espacio exterior), no impidió que los “bárbaros” de las estepas asiáticas se las arreglaran para invadir e instalar sus dinastías en el corazón de China. En Estados Unidos, el rodear la educación de una muralla, la transformación de las escuelas en fortalezas sin salidas, difícilmente resuelva algún problema. Pensemos un instante el hecho tan simple de que los jóvenes en edad escolar también se reúnen en otros sitios –cafeterías, restaurantes de comida rápida, gimnasios... ya sabéis. Realmente, ¿fortificaremos a la sociedad entera? ¿Pondremos guardias armados en cada McDonald? Realmente, ¿convertiremos la “educación” estadounidense en una cuestión militar?
En otras palabras, ¿podría ser acaso que una educación que –al menos teóricamente– se supone que debe “abriros” al mundo, en realidad os dejara desesperadamente fuera de él y aterrorizados por él (aunque la escuela continúe siendo –estadísticamente– el sitio más seguro para un joven en esta sociedad?
De hecho, experiencias como la fortificación total de las escuelas son en realidad el equivalente adulto del siglo XXI de guarecerse debajo de un gigantesco pupitre y cubrirse la cabeza con las manos. ¡Que pena!
La realidad de este momento es que lo que de verdad os pone en peligro –y especialmente a vosotros, los graduados de 2018– posiblemente no pueda ponerse detrás de una muralla (ni amurallarse para defenderse de ello). Odio decirle esto al vicegobernador de Texas, por ejemplo, pero cuando se trata del propio planeta, al contrario de las escuelas tejanas, no podemos crear con facilidad menos salidas (ciertamente, es imposible en tiempos de la Sexta Extinción) o armar mejor a los guardias. Es por esto que el negacionismo climático –la más mayúscula forma de agacharse y cubrirse– resulta tan conveniente. Significa, que se puede ignorar (de momento) la mayor amenaza contra el planeta (aparte, quizás, de las armas nucleares) que no puede rodearse de una muralla ni amurallarnos para defendernos del cambio climático. Pero volveré sobre esto en un momento; mientras tanto, proyectaré algunas sombras más sobre estos gloriosos días vuestros.
He aquí, entonces una realidad con puertas de entrada y de salida con la que empezar a trabajar: es imposible armar a una ciudadanía como ninguna otra sobre la Tierra (los yemeníes vienen en un lejano segundo lugar) y después amurallarse contra esa realidad con menos puertas de entrada y aun más armas. Es imposible dejar 300 millones de armas sin control en un solo país, millones de ellas son fusiles de asalto como los utilizados por las fuerzas armadas, como si estuviéramos preparándonos para una guerra civil y pensar que nada pasará (en estas circunstancias, no es sorprendente que este país lidere al resto del mundo en lo que muy educadamente se llaman “tiroteos masivos”). Es imposible dotar a las fuerzas policiales de todo el país con las armas y otros equipos provenientes de distantes campos de batalla en los que nuestras fuerzas armadas han estado luchando durante casi 17 años o integrar en sus filas y sus cuerpos SWAT de todo el país a los veteranos llegados de esos mismos campos de batalla que empleaban esas mismas armas y suponer que nada cambiará.
No es posible librar guerras durante más de una década y media, guerras que todavía continúan extendiéndose en esas mismas regiones remotas, y no esperar que de alguna manera regresen a casa, incluso como el ‘personajes de fantasía’ de refugiado con mentalidad de terrorista contra el cual pensamos construir esa muralla e instituir esas prohibiciones de viaje. No es posible tener un Washington en el que en 2003, y otra vez en 2018 –a pesar de todo lo que sucedido en el Gran Oriente Medio en el ínterin–, se ha dicho que “los hombres de verdad quieren ir a Teherán” y amurallarse exitosamente ante los resultados de ese impulso. No es posible esperar todo eso y al mismo tiempo suponer que de una manera u otra –citando el título de mi nuevo libro– no tengamos un país deshecho por la guerra***.
No existen muros, no hay puertas de entrada ni de salida que puedan cerrarse para contener el daño producido la locura destructiva de Washington ni para proteger de ella al pueblo estadounidense.
Hacia las puertas de entrada, no las de salida
Sin duda se trata de una ironía mayúscula; de cara a nuestros peligros históricos, que los estadounidenses hayan puesto en la Casa Blanca a un hombre dispuesto a montar una administración que haría sudar tinta al propio avestruz que esconde la cabeza en la arena de la conocida película de dibujos animados. Así es, Donald Trump aseguró una vez que el cambio climático era “un cuento chino”, pero ¿quién podría haber imaginado que muy deliberadamente integraría su administración con los más conspicuos negacionistas del cambio climático imaginables; o que él y sus amigotes pondrían tanto empeño en el aumento del consumo de combustibles fósiles en todo el mundo; o que mientras fanfarroneaba con la construcción de muros y el establecimiento de prohibiciones de viaje para proteger al pueblo de Estados Unidos, trabajaría tan denodadamente en la creación de todavía más destructivas “salidas” y “entradas” en este planeta?
De cualquier modo, todo lo que hoy podamos argüir respecto de esas montañas de armas en este país o del extraño potencial autocrático hoy presente en la Casa Blanca forma parte justamente de la historia normal de la humanidad en la que han surgido y caído tantos imperios y autócratas; tanta gente se ha rebelado y fracasado, sufrido y muerto; y tantos Kim Jung-un han gobernado su país hasta que tuvieron que dejarlo. El cambio climático es algo absolutamente diferente. No opera según los tiempos del ser humano, sino en uno muy distinto: los tiempos planetarios. Observad, por ejemplo, que según la Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) cada uno de los 400 meses (desde la presidencia de Ronald Reagan) ha sido más cálido que la pauta histórica y, del mismo modo, 16 de los últimos 17 años han sido el más caluroso registrado. Esto da una pista de lo que se viene.
El cambio climático funciona en una escala de tiempos completamente distinta, una que sitúa al ser humano en una sombría circunstancia. Entonces, sean cuales sean los horrores y los crímenes del momento presente, el mayor de ellos (salvo la destrucción nuclear) es, sin duda alguna, ayudar y estimular el futuro calentamiento del planeta Tierra, un fenómeno disparado por nosotros, los seres humanos, y que probablemente no acabará en los tiempos de la escala de la vida humana. Dicho de otro modo, si el presidente Trump y su equipo siguen en lo suyo demostrarán ser unos verdaderos terroristas de la Tierra –terraristas, sería la palabra–, los más grandes criminales de la historia de la humanidad. Habrán elegido deliberadamente ayudar y estimular la destrucción del hábitat de nutrió a la humanidad en toda su historia. Serán los tiradores en el patio de la escuela de la humanidad.
Lo expuesto más arriba significa que todos vosotros, todos nosotros estamos viviendo una versión del Apocalipsis muy personal, captémosla o no en su totalidad, en parte debido a que este momento potencialmente apocalíptico durará siglos, incluso miles de años. Y esto no es una broma.
Es posible que ahora esté rondando por vuestra mente la idea de que casi sería mejor no graduaros y marcharos de este hermoso instituto. En lugar de ello, ¿por que no cerrar y poner un candado en esa enorme puerta que está ahí, fortificar este campus y agacharse durante la versión humana de la eternidad, o sencillamente arrastrase ahora mismo debajo de la silla, en medio de esta ceremonia, unir vuestras manos y negarse a salir?
Pero permitidme que os proponga otra alternativa, promoción 2018. Quizás sea este el momento perfecto para que vosotros, vuestros padres y abuelos, vuestros amigos y parientes os pongáis de pie, os forméis en apretadas filas, vistiendo vuestra toga y la gorra en la mano a punto de ser lanzada al aire. Es posible que ahora sea el momento de erguiros orgullosamente y encaminaros hacia una de las muchas salidas de este campus, que no son más que otras tantas entradas a nuestro mundo; unas entradas del tipo del que tantos otros están deseando cerrar y blindar. Tal vez ahora sea el momento de que empecéis a abandonar este campus y entréis en un mundo en el que las puertas, tanto las de entrada como las de salida, deban ser abiertas de par en par, no cerradas, y todo deba ser verdaderamente mucho mejor que lo que es. Este es el momento de entrar en nuestro mundo tan atribulado y os pongáis a trabajar. Os necesitamos, promoción 2018, no debajo de un pupitre sino ahí fuera dispuesta a cambiar el mundo para mejor.
* CONELRAD (siglas en inglés de Control of Electromagnetic Radiation [Control de la Radiación Electromagnética]); era un servicio de radiodifusión de emergencia para el público de Estados Unidos ante la eventualidad de un ataque nuclear durante la Guerra Fría. (N. del T.)
** El original en inglés de esta nota fue publicado el 31 de mayo de 2018. (N. del T.)
*** El último libro del autor de la nota es A Nation Unmade by War. (N. del T.)
Tom Engelhardt es cofundador del proyecto American Empire y autor de The United States of Fear como también de la historia de la Guerra Fría The End of Victory Culture. Es miembro del Nation Institute y administrador de TomDispatch.com. Su sexto y más reciente libro, que acaba de publicarse, es A Nation Unmade by War (Dispatch Books). Hoy pronuncia un discurso desde el campus de su mente.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176430/tomgram%3A_engelhardt%2C_what_can%27t_be_walled_out_--_or_in/#more
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.
A la promoción 2018. Siempre me han dicho que un buen chiste es la mejor manera de iniciar una conversación. La cuestión es romper el hielo, aunque en el día de vuestra graduación, con la temperatura alrededor de los 30 ºC, es posible que la imagen no sea la más apropiada. Aun así, ya sabéis qué quiero decir: un intento de aligerar la atmósfera antes de entrar en lo más fuerte. A pesar de que, una vez más, en nuestro mundo –por si acaso no os habéis dado cuenta de ello, en noviembre de 2016, prácticamente la mayoría de los votantes estadounidenses eligió a Donald Trump como presidente–, alegrar el ambiente puede pasar por una broma en sí misma (me parece haber oído que alguien se ríe por ahí atrás).
Es igual, aquí está mi chiste oficial en esta soleada tarde en este hermoso cuadrilátero del parque del campus
Bang, Bang. ¡Estoy muerto!
No, en nuestro mundo de hoy, ¿puede esto realmente pasar por una broma? Pensad en lo dicho como mi forma de echar luz sobre una sombría realidad de vuestra vida de estudiantes. Después de todo, imaginad a algún compañero vuestro, enfadado vaya uno a saber por qué, o sencillamente –como sugirió hace poco tiempo el nuevo jefe de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y ex traficante ilegal de armas Oliver North, adicto al Ritalin y a los videojuegos violentos–, ver a alguien acechando en este mismo campus, esta misma tarde. Él –lo más probable es que sea un varón– está estropeándolo todo para vengarse por algo –¿quién dudaría que este es el estados Unidos del siglo XXI?–, y lleva un arma de guerra. La posibilidad es que, de pie en este podio frente a vosotros cuando él empieza a disparar contra la gente, sea el primero en recibir un balazo. ¡De ahí mi chiste! Estoy seguro de que lo habéis captado, ¿no es así?
Los adultos debajo del pupitre
Seamos claros, no estoy sólo bromeando en vuestro día de graduación. También estoy haciendo lo que de verdad la gente mayor –tengo casi 74 años– trata de hacer: penetrar de algún modo en el espíritu de los jóvenes para dar un paso dentro –no fuera– de nuestro mundo. La verdad es que –en el neolítico– cuando yo iba a la escuela, teníamos nuestra propia versión de ser liquidados y de tiradores activos, y del temor de morir que eso provocaba.
Cuando éramos niños, estábamos –como se decía entonces– “agachados y escondidos”, esto es, para protegernos, nos zambullíamos debajo de nuestro pupitre y nos cubríamos la cabeza con las manos como hacía Bert, la Tortuga (que aparecía en unos dibujos animados de la defensa civil de esos tiempos) cuando se metía en su caparazón. Nos protegíamos contra un ataque nuclear por parte de un país que quizá ni siquiera recordáis: la antigua Unión Soviética, que colapsó antes de que vosotros hubieseis nacido (RIP 1991), alias los rusos o el Imperio del Mal. Así es; mirando hacia atrás, aquellos pequeños en cuclillas debajo de los pupitres –uno de ellos era yo– no podrían haber representado la imagen más patética de la “seguridad”, el concepto que ha dominado este siglo XXI estadounidense. Ciertamente, aunque éramos niños, lo sabíamos. El tablero de un pupitre y nuestras manos no eran defensa alguna contra una bomba atómica en la ciudad de Nueva York (que era donde yo vivía en esos años, igual que hoy). De hecho, ¿os habéis preguntado qué patético grupo de adultos puede haber ideado tan brillante maniobra para unos niños aterrorizados?
Esas eran las instrucciones de protección contra tiradores de ese momento especial: todos nosotros debajo del pupitre mientras el CONELRAD* aturdía con sus advertencias desde una radio en el escritorio de la maestra y las sirenas aullaban en la calle. Incluso a tan temprana edad, sabíais que todos –vosotros, vuestros padres, abuelos y amigos– teníais los minutos contados si ese tirador tan particular, la Unión Soviética, irrumpía en vuestro mundo. Por supuesto, sus “disparos” se habrían oído no solo en esa aula sino en lo que hubiese quedado de un mundo nuclearizado. Entonces, podéis creerme, todas vuestras pesadillas protagonizadas por asesinos masivos en vuestra escuela, también las teníamos nosotros.
La parte risueña en este momento es que las bombas atómicas –gracias en parte a un presidente a quien le agradan las cosas GRANDES– están claramente regresando a lo grande en nuestro mundo de hoy. Desde los años de Obama, se han programado más de un billón de dólares (una suma que seguramente crecerá) para producir aun más de esos artilugios en versiones más utilizables para reforzar un arsenal que ya es pasmoso, un stock de armas nucleares capaz de destruir varios planetas de las dimensiones de la Tierra. Estamos hablando de un arsenal al que se refirió nuestro presidente la semana pasada** cuando canceló su encuentro con el jefe de Estado norcoreano Kim Jong-un: “Habla usted de su capacidad nuclear, pero la nuestra es de tal magnitud y tan poderosa que ruego a Dios que nunca deba ser utilizada”. Ese, por supuesto, es el mismo arsenal con el que hace algún tiempo había amenazado que dejaría caer sobre Corea del Norte “fuego y furia como el mundo jamás los ha visto”.
Ahora bien, en estos tiempos, mientras estáis agachados en la oscuridad del aula, sin decir una palabra, preparándoos para el momento en que un estudiante o un ex alumno puedan estar paseándose con un fusil de asalto por los pasillos de vuestra escuela dispuestos a disparar contra vosotros, vuestros miedos son mucho más reales y personales que los vividos por mí, pero no menos horripilantes. Hace poco tiempo, el New York Times informó de lo sucedido en un instituto que está a 1.600 kilómetros del escenario del último asesinato escolar masivo en Santa Fe, Texas:
“Calysta Wilson y Courtney Fletcher, estudiantes de tercer año en el Instituto de Mount Pleasant, Iowa, creían que su mesa en la cafetería sería la primera a la que dispararía un pistolero que entrara en el salón. ‘Nos sentamos a la mesa más cercana a la puerta’, decía Calysta, de 17 años, mientras recogía un equipo de softball. “En caso de que tú vengas en plan de tirador y mates a la primera persona que veas, yo moriría. No tendría salvación’.”
Es así como hoy me siento tan viejo aquí ante vosotros. Ni siquiera puedo imaginar tanta sangre fría como lo cotidiano de alguien que está en la educación. Sin embargo, para la versión tejana de Calysta y Courtney, el vicegobernador Dan Patrick (que propuso portar un arma oculta a la iglesia) tiene una solución: Más guardias, menos puertas de entrada en las escuelas (“Hay demasiadas entradas y salidas en nuestros más de 8.000 campus universitarios”) o, como diría un bromista: “Las armas de fuego no matan a las personas; las puertas, sí”.
No obstante, enfrentemos la cuestión; cuando se trata de semejantes soluciones para los problemas de la sociedad, Patrick no está solo. Desde que el asesinato escolar de Parkland, Florida, provocara la creación de un movimiento para poner un freno a la venta de armas de fuego en Estados Unidos los llamamientos para armarse más, para fortificar y militarizar la educación en este país –desde la NRA hasta el presidente Trump– han adquirido densidad y regularidad (aunque las compañías de seguros los obstaculicen y pongan en duda que las escuelas armadas sean un lugar más seguro). Y la solución de Patrick está muy en línea con el momento que vivimos todos. Por ejemplo, encaja perfectamente con la célebre respuesta a los “violadores mexicanos” y otros supuestos peligros nacionales. Ponerles detrás de un muro o amurallarnos nosotros. ¿Podéis oír en el fondo a los seguidores de Trump cantando “Construye ese muro”?
Una somera idea de vuestro mundo que se amuralla: los muros no funcionan; al menos no por mucho tiempo. La Gran Muralla China, con sus 7.200 kilómetros quizá siga siendo el paradigma de ese tipo de construcción (aunque en realidad no sea visible desde el espacio exterior), no impidió que los “bárbaros” de las estepas asiáticas se las arreglaran para invadir e instalar sus dinastías en el corazón de China. En Estados Unidos, el rodear la educación de una muralla, la transformación de las escuelas en fortalezas sin salidas, difícilmente resuelva algún problema. Pensemos un instante el hecho tan simple de que los jóvenes en edad escolar también se reúnen en otros sitios –cafeterías, restaurantes de comida rápida, gimnasios... ya sabéis. Realmente, ¿fortificaremos a la sociedad entera? ¿Pondremos guardias armados en cada McDonald? Realmente, ¿convertiremos la “educación” estadounidense en una cuestión militar?
En otras palabras, ¿podría ser acaso que una educación que –al menos teóricamente– se supone que debe “abriros” al mundo, en realidad os dejara desesperadamente fuera de él y aterrorizados por él (aunque la escuela continúe siendo –estadísticamente– el sitio más seguro para un joven en esta sociedad?
De hecho, experiencias como la fortificación total de las escuelas son en realidad el equivalente adulto del siglo XXI de guarecerse debajo de un gigantesco pupitre y cubrirse la cabeza con las manos. ¡Que pena!
La realidad de este momento es que lo que de verdad os pone en peligro –y especialmente a vosotros, los graduados de 2018– posiblemente no pueda ponerse detrás de una muralla (ni amurallarse para defenderse de ello). Odio decirle esto al vicegobernador de Texas, por ejemplo, pero cuando se trata del propio planeta, al contrario de las escuelas tejanas, no podemos crear con facilidad menos salidas (ciertamente, es imposible en tiempos de la Sexta Extinción) o armar mejor a los guardias. Es por esto que el negacionismo climático –la más mayúscula forma de agacharse y cubrirse– resulta tan conveniente. Significa, que se puede ignorar (de momento) la mayor amenaza contra el planeta (aparte, quizás, de las armas nucleares) que no puede rodearse de una muralla ni amurallarnos para defendernos del cambio climático. Pero volveré sobre esto en un momento; mientras tanto, proyectaré algunas sombras más sobre estos gloriosos días vuestros.
He aquí, entonces una realidad con puertas de entrada y de salida con la que empezar a trabajar: es imposible armar a una ciudadanía como ninguna otra sobre la Tierra (los yemeníes vienen en un lejano segundo lugar) y después amurallarse contra esa realidad con menos puertas de entrada y aun más armas. Es imposible dejar 300 millones de armas sin control en un solo país, millones de ellas son fusiles de asalto como los utilizados por las fuerzas armadas, como si estuviéramos preparándonos para una guerra civil y pensar que nada pasará (en estas circunstancias, no es sorprendente que este país lidere al resto del mundo en lo que muy educadamente se llaman “tiroteos masivos”). Es imposible dotar a las fuerzas policiales de todo el país con las armas y otros equipos provenientes de distantes campos de batalla en los que nuestras fuerzas armadas han estado luchando durante casi 17 años o integrar en sus filas y sus cuerpos SWAT de todo el país a los veteranos llegados de esos mismos campos de batalla que empleaban esas mismas armas y suponer que nada cambiará.
No es posible librar guerras durante más de una década y media, guerras que todavía continúan extendiéndose en esas mismas regiones remotas, y no esperar que de alguna manera regresen a casa, incluso como el ‘personajes de fantasía’ de refugiado con mentalidad de terrorista contra el cual pensamos construir esa muralla e instituir esas prohibiciones de viaje. No es posible tener un Washington en el que en 2003, y otra vez en 2018 –a pesar de todo lo que sucedido en el Gran Oriente Medio en el ínterin–, se ha dicho que “los hombres de verdad quieren ir a Teherán” y amurallarse exitosamente ante los resultados de ese impulso. No es posible esperar todo eso y al mismo tiempo suponer que de una manera u otra –citando el título de mi nuevo libro– no tengamos un país deshecho por la guerra***.
No existen muros, no hay puertas de entrada ni de salida que puedan cerrarse para contener el daño producido la locura destructiva de Washington ni para proteger de ella al pueblo estadounidense.
Hacia las puertas de entrada, no las de salida
Sin duda se trata de una ironía mayúscula; de cara a nuestros peligros históricos, que los estadounidenses hayan puesto en la Casa Blanca a un hombre dispuesto a montar una administración que haría sudar tinta al propio avestruz que esconde la cabeza en la arena de la conocida película de dibujos animados. Así es, Donald Trump aseguró una vez que el cambio climático era “un cuento chino”, pero ¿quién podría haber imaginado que muy deliberadamente integraría su administración con los más conspicuos negacionistas del cambio climático imaginables; o que él y sus amigotes pondrían tanto empeño en el aumento del consumo de combustibles fósiles en todo el mundo; o que mientras fanfarroneaba con la construcción de muros y el establecimiento de prohibiciones de viaje para proteger al pueblo de Estados Unidos, trabajaría tan denodadamente en la creación de todavía más destructivas “salidas” y “entradas” en este planeta?
De cualquier modo, todo lo que hoy podamos argüir respecto de esas montañas de armas en este país o del extraño potencial autocrático hoy presente en la Casa Blanca forma parte justamente de la historia normal de la humanidad en la que han surgido y caído tantos imperios y autócratas; tanta gente se ha rebelado y fracasado, sufrido y muerto; y tantos Kim Jung-un han gobernado su país hasta que tuvieron que dejarlo. El cambio climático es algo absolutamente diferente. No opera según los tiempos del ser humano, sino en uno muy distinto: los tiempos planetarios. Observad, por ejemplo, que según la Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) cada uno de los 400 meses (desde la presidencia de Ronald Reagan) ha sido más cálido que la pauta histórica y, del mismo modo, 16 de los últimos 17 años han sido el más caluroso registrado. Esto da una pista de lo que se viene.
El cambio climático funciona en una escala de tiempos completamente distinta, una que sitúa al ser humano en una sombría circunstancia. Entonces, sean cuales sean los horrores y los crímenes del momento presente, el mayor de ellos (salvo la destrucción nuclear) es, sin duda alguna, ayudar y estimular el futuro calentamiento del planeta Tierra, un fenómeno disparado por nosotros, los seres humanos, y que probablemente no acabará en los tiempos de la escala de la vida humana. Dicho de otro modo, si el presidente Trump y su equipo siguen en lo suyo demostrarán ser unos verdaderos terroristas de la Tierra –terraristas, sería la palabra–, los más grandes criminales de la historia de la humanidad. Habrán elegido deliberadamente ayudar y estimular la destrucción del hábitat de nutrió a la humanidad en toda su historia. Serán los tiradores en el patio de la escuela de la humanidad.
Lo expuesto más arriba significa que todos vosotros, todos nosotros estamos viviendo una versión del Apocalipsis muy personal, captémosla o no en su totalidad, en parte debido a que este momento potencialmente apocalíptico durará siglos, incluso miles de años. Y esto no es una broma.
Es posible que ahora esté rondando por vuestra mente la idea de que casi sería mejor no graduaros y marcharos de este hermoso instituto. En lugar de ello, ¿por que no cerrar y poner un candado en esa enorme puerta que está ahí, fortificar este campus y agacharse durante la versión humana de la eternidad, o sencillamente arrastrase ahora mismo debajo de la silla, en medio de esta ceremonia, unir vuestras manos y negarse a salir?
Pero permitidme que os proponga otra alternativa, promoción 2018. Quizás sea este el momento perfecto para que vosotros, vuestros padres y abuelos, vuestros amigos y parientes os pongáis de pie, os forméis en apretadas filas, vistiendo vuestra toga y la gorra en la mano a punto de ser lanzada al aire. Es posible que ahora sea el momento de erguiros orgullosamente y encaminaros hacia una de las muchas salidas de este campus, que no son más que otras tantas entradas a nuestro mundo; unas entradas del tipo del que tantos otros están deseando cerrar y blindar. Tal vez ahora sea el momento de que empecéis a abandonar este campus y entréis en un mundo en el que las puertas, tanto las de entrada como las de salida, deban ser abiertas de par en par, no cerradas, y todo deba ser verdaderamente mucho mejor que lo que es. Este es el momento de entrar en nuestro mundo tan atribulado y os pongáis a trabajar. Os necesitamos, promoción 2018, no debajo de un pupitre sino ahí fuera dispuesta a cambiar el mundo para mejor.
* CONELRAD (siglas en inglés de Control of Electromagnetic Radiation [Control de la Radiación Electromagnética]); era un servicio de radiodifusión de emergencia para el público de Estados Unidos ante la eventualidad de un ataque nuclear durante la Guerra Fría. (N. del T.)
** El original en inglés de esta nota fue publicado el 31 de mayo de 2018. (N. del T.)
*** El último libro del autor de la nota es A Nation Unmade by War. (N. del T.)
Tom Engelhardt es cofundador del proyecto American Empire y autor de The United States of Fear como también de la historia de la Guerra Fría The End of Victory Culture. Es miembro del Nation Institute y administrador de TomDispatch.com. Su sexto y más reciente libro, que acaba de publicarse, es A Nation Unmade by War (Dispatch Books). Hoy pronuncia un discurso desde el campus de su mente.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176430/tomgram%3A_engelhardt%2C_what_can%27t_be_walled_out_--_or_in/#more
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.
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