Todos sabemos que el fútbol es un gran negocio y que la FIFA es una de las principales trasnacionales del planeta, pero esta realidad evidente es resultado de otras realidades evidentes que la anteceden, pues por algo la humanidad ha erigido al fútbol en deporte Rey.
El juego en la cultura y el juego como cultura
Podríamos decir que el juego nació con el primer homo sapiens y sería verdad, salvo que con toda evidencia el juego es una manifestación de todo el mundo animal. Los biólogos y antropólogos y filósofos se han partido el cráneo preguntándose a qué responde el juego, por qué los animales y en particular el hombre abren una realidad dentro de la realidad, con un tiempo, espacio y reglas específicas.
El juego nos permite adoptar roles que sólo son válidos dentro del círculo mágico creado. Aceptadas las reglas del círculo, como actores nos colocamos una máscara que permitirá expresar algo que no podríamos canalizar fuerza del círculo, aunque las reglas del círculo guardan relación con el mundo exterior, precisamente porque permiten canalizar algo que de otra manera sería imposible o en todo caso, perjudicial. Cuanto más intensas sean las fuerzas instintivas que se canalicen en el juego, más cosas entrarán “en juego” y por eso más interés se manifestará en jugarlo.
Esto explica el éxito arrollador del fútbol: permite simbolizar la lucha del hombre en esta vida y permite canalizar una agresividad y deseo de conquista innato, por lo que aúna el instinto guerrero y el instinto sexual. Lo interesante del fútbol es que logra todas estas simbolizaciones a partir de una prohibición fundamental, es decir, a partir de una prohibición se han diseñado y elaborado centenares de aptitudes y estrategias que de otra manera no hubieran existido. Estas estrategias para moverse dentro del límite de lo prohibido, coadyuvan a la canalización de las fuerzas instintivas que explican todo juego.
Con respecto a su hermano el rugby, la distinción fundamental del fútbol y la causa de su riqueza es la prohibición de tocar la pelota con la mano, la primera de las reglas establecidas en el círculo mágico creado por un lapso de noventa minutos. Toda cultura se estructura en función de prohibiciones, y en esta actividad cultural que estamos analizando, la prohibición de tocar la pelota con la parte más hábil del cuerpo, esa parte que precisamente fue determinante en el desarrollo de nuestra especie, fue la que abrió un mundo de maravillas. Como los pies no permiten atrapar la pelota, se posibilita perderla y por eso se elaboran todas esas estrategias individuales y colectivas para mantenerla en nuestro poder. Además, al ser desplazada mediante un golpe con cualquier parte del cuerpo excepto los brazos, se abren más posibilidades de tratar la pelota, muchas más que en el handbol o el basquetbol. En el fútbol tenemos más de treinta formas de impulsar el esférico.
Que la pelota sea llevada con la parte menos hábil genera la magia provocada por la habilidad desarrollada con la parte menos hábil, como si todo el tiempo el fútbol fuera una puerta abierta a capacidades desconocidas de la especie. Con el fútbol se rompe simbólicamente con una estructura milenaria y esa ruptura, ese desequilibrio, genera una nueva cosa, así como genera una nueva cosa el síncopa en la música.
Bien, ya tenemos establecida la prohibición fundamental que permitirá ese estímulo tan típico de este primate sin cola que no descansa hasta llegar a la luna, pues el espíritu de conquista es inherente a nuestra especie. Ahora vayamos a las simbolizaciones que el fútbol permite.
Existen deportes individuales y existen deportes colectivos. Cada uno tiene su virtud, pues es hermoso ver representado en un individuo algo que se juega dentro nuestro, la lucha por vencer todos las dificultades para salir airoso y es hermoso el juego en equipo pues, como ya se dijo, “cada uno de nosotros, solo, no vale nada” y por lo tanto la clave es ver representada esta verdad inherente a la especie.
Ahora bien, una virtud destacada del fútbol es que siendo un deporte colectivo que genera adhesión por el vínculo con las necesidades colectivas, habilita la lucha individual y un ejemplo claro de esto es el futbolista que seguimos juegue donde juegue. Un equipo triunfa en tanto despliegue una estrategia colectiva, pero en ese entramado, el plus lo agrega un accionar individual, como si un jugador fuera la punta de un diamante.
Tenemos ese rectángulo a cielo abierto, es decir, tenemos la representación de la tierra y tenemos un círculo en el centro y sobre todo tenemos a esa figura geométrica perfecta, la esfera, que como sabe todo historiador del arte, simboliza el infinito, o si se quiere, el cielo. Digamos que allí tenemos las dos partes constitutivas del hombre, el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu, algo maravillosamente representado por Leonardo en su Hombre de Vitruvio.
Cualquiera que haya jugado al fútbol de salón, con cinco jugadores por cuadro, conoce las diferencias, la menor carga emocional con respecto al fútbol de cancha. Once jugadores es la exacta proporción con respecto al tamaño del terreno y esa cantidad impar de jugadores permite representar con más fidelidad las diversas funciones, amén de hacer más difícil, y por lo tanto más deseable, que la pelota entre al arco. Un vasto terreno de juego permite una mejor representación de un campo de batalla donde se enfrentarán dos ejércitos, con dos capitanes y dos generales que verán desarrollarse la batalla, es decir, el juego, desde afuera, como hacen los generales en las guerras.
Tenemos también las historias, las leyendas, los relatos transmitidos de generación en generación que mentan las hazañas del equipo, tenemos héroes o guerreros legendarios del pasado y del presente, tenemos los uniformes de los jugadores, tenemos las banderas y el pueblo o la hinchada que está pendiente del resultado de la batalla y tenemos el himno del cuadro y los cánticos identificatorios.
En el fútbol la lanza es la pelota y uno hiere al rival con cada pared y cada dribbling y cuando se hace un caño, cuando la lanza pasa entre las piernas, se genera la máxima humillación porque se agregan a la herida, obvias implicancias. Se hiere al rival, pero se lo mata cuando la pelota entra en el arco, nuevamente el círculo penetrando en el rectángulo.
En cuanto al impulso sexual en el fútbol, amén de lo dicho, no es difícil imaginar qué simboliza la pelota, es decir, la lanza que se mete en el arco para alcanzar el orgasmo del juego, ese grito de gol que unirá a los jugadores en una abrazo, así como un abrazo unirá a los espectadores en la tribuna y frente al televisor. Sumemos a esto los típicos cantos como el “despacito despacito despacito” o “entregá el marrón” y sumemos todas las estrategias elaboradas para llevar a cabo nuestro objetivo.
Mucho más tendríamos para decir a este respecto, pero con lo dicho alcanza para que el lector realice sus propias asociaciones, así que vayamos a otro aspecto ineludible del fútbol.
El gran espectáculo mundial
Ni la coronación del Papa, ni el casamiento de Megan y el Príncipe, ni la declaración de una guerra tienen tantos espectadores como la final de la copa del mundo. Tantas mentes, tantas emociones ¡y qué emociones! unidas al mismo tiempo en una misma actividad, no significan otra cosa que un poder inaudito que no alcanza ningún Estado o religión.
Las consecuencias económicas de este poder son bien conocidas, mas resulta interesante añadir que así como se crea un círculo mágico en el tiempo y el espacio con reglas muy precisas, la FIFA crea también un círculo donde las leyes de la trasnacional tienen preeminencia sobre las leyes de cualesquier Estado, un perfecto anuncio de lo que sucede en nuestro mundo y de lo que sucederá de forma intensificada. La imagen sobresaliente del partido inaugural, el perfecto símbolo de lo que hablamos, fue el Príncipe de Arabia y Vlad Putin, subordinados a la diestra y la siniestra de Dios Padre, el presidente de la FIFA.
Amén de hacer fortunas, amén de asociarse con otras empresas que hacen fortunas, la FIFA es un ente regulador de nuestra sensibilidad. Paolo Guerrero no fue suspendido por doparse para lograr mayor eficiencia. No se le detectó una sustancia usada para correr, se le detectó cocaína que, con toda evidencia, utilizó en una ocasión que nada tenía que ver con el juego y sin embargo, allí estuvo la sanción. Uruguay fue amonestado por el ingreso de los suplentes a la cancha para festejar el gol de Josema y se sanciona, desde hace tiempo, no sólo al que muerde y evoca el canibalismo y nuestra animalidad, sino al que saca su camiseta para gritar el gol.
En este proceso de disciplinamiento, amén de las multas por los cánticos “agresivos” de las hinchadas (una estúpida intromisión políticamente correcta en la representación) y amén de la disciplina aplicada al pasto con el césped “híbrido”, peligrosísima palabra, encontramos el disciplinamiento aplicado por el VAR que genera un fútbol más aséptico, un fútbol que limita el engaño, es decir, algo constitutivo del juego. Hay reglas, pero en la vida también hay reglas entre las cuales una de ellas permite saltearlas mediante la astucia. El juego donde se dribblea o se engaña con una pared, no excluye otros engaños, no excluye a Prometeo y Juan el Zorro ni cierto cuerpeo, el caminar por ese límite filoso del contacto físico entre rivales.
El VAR, a su vez, resta la emoción del azar, del error humano, y resta esa pimienta que significa el mar de discusiones posteriores originadas por un penal mal cobrado. El juez que antes, con toda sabiduría, vestía de negro, ahora, pintado de rosa o amarillo, es convocado por otros jueces, invisibles para nosotros pero con el poder real desde que utilizan decenas de ojos cibernéticos, para que, luego de obligarlo a enfrentar “la verdad”, transforme de inmediato su decisión. Cuando pasado un minuto el juez detiene el juego y acude al VAR, ya sabemos que el penal será cobrado.
Un penal, luego de esta interrupción, luego de esta verdadera intromisión en el círculo mágico, si luego se concreta en gol no alcanzará la misma emoción que un penal sin intervenciones desafortunadas. Para ser gráficos, un gol así genera un orgasmo de medio pelo. Por otra parte, sospechamos que el VAR incidirá en un mayor número de penales errados.
Un motivo accesorio por el cual este poder disciplinador de la trasnacional se inclina por el VAR está asociado a su transparencia, es decir, a la necesidad de mostrarse transparente. Las sospechas sobre irregularidades, confirmadas por varios procesamientos, no le hacen ningún bien a ninguna empresa que pretende además de lucrar, representarnos y unirnos a todos. No es por amor universal que la FIFA obliga a los jugadores a portar carteles que dicen Say no to racism, ni es por razones revolucionarias que realiza Conferencias para la igualdad y la inclusión. Detrás de toda esta hipocresía se huele el viejo y peludo asunto del dinero.
Así como la industria de Hollywood intenta lavar su imagen apoyando al movimiento MeToo, la FIFA pretende lavar su imagen mediante la transparencia del VAR, transparencia precisamente usada para ocultar lo que verdaderamente importa.
Lo que necesitamos representar
Para aquel lector que está a punto de abandonar esta lectura a causa de las barbaridades dichas más arriba, agrego una última prueba inculpatoria: estampar el nombre de Dostoievski en este ensayo sobre el deporte Rey. El escritor eslavo, reaccionario y archizarista, quien satirizó como nadie a los grupúsculos de izquierda en Los demonios, fue a su vez quien retrató con fuego la decadencia moral de una aristocracia y una sociedad que iba derecho a su ruina, y fue uno de los artistas que más ahondó en los misterios del alma humana, al tiempo que asestaba, junto a otros, un golpe mortal al positivismo.
Durante el Renacimiento, con su obra, más de un científico y artista cristiano se sumó al asalto a la ciudadela de la dictadura espiritual de la Iglesia, pues nada en este mundo es una sóla cosa.
El gran negocio y uso político que espanta a quienes denuncian la política de Pan y circo no alcanza para explicar el fenómeno del fútbol y en rigor, el negocio y la política se aúpan en todo aquello que se pone en juego en un partido.
Hemos hablado del vínculo con la guerra y el sexo y sin negarlo, diremos algo más que los encierra y proyecta. En el fútbol no siempre gana el “mejor” o el cuadro que tiene mejores individualidades, el cuadro que ha puesto más dinero para comprar jugadores. Primero que nada, en ocasiones incide el momento social que está viviendo el pueblo que representa un cuadro o selección, y de ahí vamos al triunfo de Uruguay en la gloriosa década del 20, como a la derrota del campeón Argentina cuando las Malvinas y al empate logrado en estos días por Islandia. Pero esto es un asunto acaso menor. Lo que importa decir es otra cosa y es que no siempre el mejor cuadro triunfa, en caso contrario asistiríamos a una función aburridísima. Lo que atrapa es que los débiles pueden llegar a vencer y esto se da porque han hecho de la suma de individualidades una nueva individualidad, un equipo, y han permitido que surja algo inesperado y vinculado a la inspiración llamado espíritu del fútbol . Allí, entre las estrategias y tácticas elaboradas, conjurado por el espíritu del fútbol aparecerá un elemento determinante llamado coraje, con el cual se han ganado unas cuantas batallas, tanto en el campo de la guerra como en el terreno del amor.
El coraje, esa virtud elogiada entre los antiguos, esa virtud que tiende a desaparecer en nuestro híbrido, utilitario y desapasionado tiempo presente, nos conduce al elemento supremo de esta creación cultural. Ya se ha dicho: “hombre cobarde no consigue mujer bonita” y aquel que no apela al coraje no consigue nada importante en esta vida.
En un terreno de juego que no es otra cosa que la representación de este mundo, veremos once gladiadores contra once gladiadores persiguiendo esa figura perfecta en base a la fuerza y la inteligencia. Unos saldrán vencedores y otros derrotados, pero la vida siempre da revancha. Unos irán perdiendo, mas no está muerto quien pelea y mientras haya vida hay esperanzas. Unos usarán de una fría y perfecta táctica, otros apelarán a lo que pueden, a ese coraje que nace de adentro y en el último momento nos reivindica
¿Podemos encontrar, amable lector, una representación más humana de la eterna lucha entre la vida y la muerte?
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