INTERVENCIÓN IMPERIALISTA Y CRISIS POLÍTICA EN UCRANIA
¡Los
trabajadores y la juventud Ucrania deben levantar un programa revolucionario de
clase e internacionalista!

En el último periodo, la respuesta del régimen capitalista de
Putin ante la pérdida creciente de influencia sobre los países del Este de
Europa y para contener la penetración del imperialismo occidental en
territorios estratégicos para el capital ruso (como el Caucaso y las antiguas
repúblicas que integraban parte de la
URSS) ha sido la creación de la Unión Aduanera.
Con ella, el imperialismo ruso trata de establecer una “Unión Económica
Euroasíatica”, un mercado común alternativo a la Unión Europea, bajo
su hegemonía. Por ahora la
Unión Aduanera (UA) está compuesta por Rusia, Bielorrusia,
Kazajistán y recientemente Armenia, un agrupamiento claramente insuficiente
para los intereses del imperialismo ruso, de ahí que Putin se haya marcado como
objetivo lograr la integración de Ucrania en la UA en 2015.
La estrategia de Putin y la oligarquía rusa ha chocado frontalmente
con el imperialismo alemán. Ucrania es una zona de expansión fundamental para
los capitalistas germanos, que ya han convertido los antiguos países del Este
(Polonia, Hungría, Rumania, Eslovaquia, la República Checa,
además de los territorios en los que se desintegró la antigua Yugoslavia), en
sus colonias económicas y políticas. La penetración de la burguesía alemana en
Ucrania viene de lejos, y sus conexiones con los capitalistas y la oligarquía
ucraniana más pro-occidental, cuyos representantes políticos lideran la
oposición al gobierno actual, son muy notorios. Desde hacía siete años venían
preparando un acuerdo de libre comercio entre Ucrania y la UE, convenio que debería
haberse firmado en Noviembre de 2013 pero que el presidente ucraniano pro-ruso,
Yanukovich, se negó a ratificar en el último momento.
La oposición pro-occidental intenta aprovechar el
descontento social
La renuncia al tratado llevó a la oposición a impulsar
movilizaciones de masas —unas doscientas mil personas— a mediados del mes de
noviembre en Kiev, inflamadas desde un primer momento por Alemania y la UE por los jugosos negocios que
se vislumbran, a costa de las condiciones de vida de los ucranianos, de
firmarse el acuerdo.
Sin embargo, el motivo por el que esta protesta se convirtió en
un verdadero estallido social, en el que no sólo participan personas afines a
la oposición —tan corrupta como el gobierno—, fue la represión gubernamental
desatada el 30 de noviembre; cuando ya no eran centenares, sino unas decenas de
miles de personas las que volvían a salir a la calle exigiendo la firma del
tratado con la UE;
en esta ocasión se encontraron con la brutalidad gubernamental en estado puro.
Los más de 100 heridos y las imágenes de la salvaje actuación policial,
lograron que el sábado 1 de Diciembre salieran a las calles más de 350.000
personas en Kiev. En ese momento la ocupación de plazas y nuevas movilizaciones
se extendieron por otras ciudades del país.
Un aspecto muy significativo en estas movilizaciones fue que las
reivindicaciones, más que centrarse en la firma del acuerdo con la UE, iban en la línea de
denunciar la represión, la situación de crisis económica que asola todo el país
y la corrupción cada vez más sistemática y evidente dentro del gobierno y sus
allegados. Obviamente, el enfoque que tanto la oposición como la propaganda de la UE tratan de transmitir es que
la movilización es el reflejo de la voluntad unánime de la población para
lograr la firma del acuerdo y poco más. Tratan de crear una atmósfera proclive
en la opinión pública de Europa a lo que está siendo una descarada intervención
imperialista.

El impacto económico que el Gobierno de Yanukovich había
estimado que acarrearía la firma sería tan brutal, que exigieron una ayuda de la UE de 160.000 millones de euros
para poder asegurar la estabilidad económica del país y afrontar la decadente
situación financiera que asola Ucrania. Desde la UE se le contestó con la oferta de una ayuda de
1.000 millones en 7 años. Tal es la catastrófica situación de la economía
ucraniana que, con intermediación de la
UE, el FMI ya había concedido un crédito de 15.000 millones
de dólares al país, de los cuáles actualmente sólo se han liberado un 20%,
moneda de cambio que también quería usar Yanukovich antes de firmar nada
pidiendo que se abriese la mano al resto del montante. En este caso la
respuesta recibida fue que para eso era necesario “reducir el déficit
presupuestario, limitar el papel del Estado en la economía y abrir el mercado
interior a los productos europeos”. Es decir: recortes, congelación salarial,
subidas de las tasas de gas hasta el 40%, privatizar servicios públicos, y
permitir que el juego del dumping[1] entrase en escena. Una forma descarada
de desestabilizar al gobierno y provocar la llegada de uno pro-europeista que
asegurase con más garantías el nuevo mercado a explotar.
La respuesta del imperialismo ruso

La extrema derecha gana posiciones en el frente opositor
En las calles de Kiev, la oposición trata de aprovecharse del
enorme descontento social. La
situación de extrema tensión ha vivido un claro recrudecimiento en la última
semana, donde los tradicionales partidos de la oposición pro-europeistas, Batkivshina (Patria) y UDAR (Golpe) han ido perdiendo su
influencia en las acciones callejeras frente a otras organizaciones de corte
abiertamente fascista como Svoboda (Libertad).
Svoboda se reclama heredera de los fascistas
ucranios que lucharon del lado de Hitler en la Segunda Guerra
Mundial exterminando judíos, polacos y comunistas mientras duró la ocupación de
Ucrania por el ejército nazi. De estos elementos poco o nada se habla en la prensa
internacional, cuando son los que han jugado un papel más activo en la
ocupación del Ayuntamiento de Kiev desde el día 1 de Diciembre, los que
derribaron la estatua de Lenin también en Kiev, designados en las crónicas
internacionales como “jóvenes manifestantes pro-europeos”, o los que
parapetados y pertrechados militarmente se enfrentan a las fuerzas policiales
del régimen.
El desarrollo de este y otros grupos similares se ha alimentado
por los discursos y la participación, en las mismas calles de Kiev, de
diferentes “estrellas políticas” de la escena internacional. Distinguidos
políticos occidentales que han llamado una y otra vez a derrocar al gobierno y
a mantener la movilización insistiendo en la necesidad de cerrar el acuerdo con
al UE. Los personajes que se han dejado ver o se han dirigido directamente a
los manifestantes van desde el senador republicano de Estados Unidos John
McCain, a diferentes eurodiputados del Partido Popular o el mismísimo ministro
de Relaciones Exteriores de Alemania.
Un programa de clase, revolucionario e internacionalista

¿Cuáles son las perspectivas inmediatas? Es difícil contestar
rotundamente a este interrogante. Está claro que Putin no se quedará con los
brazos cruzados. No puede aceptar sin más que Ucrania pase al bloque alemán,
como ocurrió hace una década y media con Europa del Este y los territorios de
la antigua Yugoslavia. Ucrania es un mercado fundamental y estratégico
para burguesía rusa. De hecho está moviendo sus fichas en las zonas del
sur y el este de Ucrania, ruso-hablantes, donde los gobiernos regionales en
Odessa o la península de Crimen, han lanzado duros ataques contra la oposición
pro-occidental apelando al gobierno a utilizar “las medidas adecuadas a la amenaza”
surgida para la “seguridad nacional”.
El riesgo de que la situación acabe deslizándose hacía un
enfrentamiento abiertamente militar, un auténtico crimen contra la población,
es algo que ya ha sido destacado en diferentes medios de comunicación occidentales,
cuando se habla de que “lo que está en peligro es la propia unidad del país”,
que los “líderes de la oposición no pueden controlar los asaltos de los
radicales”, o en las “diplomáticas” palabras del embajador de la UE en Kiev con sus peticiones de
no exacerbar una situación “que ya de por sí es difícil y peligrosa”.
Debido a la escalada cada vez mayor en la confrontación, los
mismos que han creado el incendio se apresuran a tratar de apagarlo antes de
que se les vaya de las manos. Los líderes de la oposición hacen llamamientos a
que no se tomen nuevos edificios y se abandonen la mayoría de ellos. El
ministro de exteriores ruso hace solemnes declaraciones en las que asegura que
Rusia no quiere “apoyar las declaraciones provocadoras sobre una división de
Ucrania”; y mientras tanto, Yanukovich acepta el cese de todo su gobierno al
completo y permite la retirada de las leyes represivas aprobadas hace una
semana para intentar ganar tiempo y que se calme la situación mostrando, sin
embargo, la debilidad del régimen y su desgaste creciente.
Los trabajadores y la juventud de Ucrania deben levantar su
propio programa de clase, revolucionario e internacionalista. La alternativa
que ofrece la UE y
Alemania ya se conoce: más paro, más miseria, bajos salarios, degradación
social, envuelta en la bandera de la “democracia”. De triunfar esta solución,
los grandes monopolios alemanes y la banca internacional se convertirán en el
amo que esclavizará aún más a la población ucrania. Pero Putin y su régimen
neozarista no son ninguna alternativa. No hay el más mínimo sentido progresista
a las medidas privatizadoras y autoritarias del Estado burgués ruso que
encabeza Putin; su política exterior no es más que una continuación de su
política interior. No, aquí no cabe apelar a la “geoestrategia”, al “enemigo de
mi enemigo es mi amigo”. ¡Ningún apoyo a la oposición pro-occidental, ni al
régimen podrido de Yanukovich! ¡Por la renacionalización de toda la economía de
Ucrania bajo el control democrático de los trabajadores! ¡Por la formación de
comités obreros en las fábricas y las ciudades, con un programa revolucionario
e internacionalista, apelando a la solidaridad de clase de los trabajadores
rusos y de Europa! ¡Combatir a las organizaciones fascistas ucranias con la
organización de los trabajadores y la juventud! ¡Por el socialismo
internacional!
[1] Práctica mediante la que una empresa
establece un precio inferior de venta al coste de producción que tiene, y por
debajo de los de sus competidores en el país de destino, sacando del mercado a
la empresa local.
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