jueves, 8 de septiembre de 2016

Lo viejo, lo nuevo, y lo feo, en el periodismo bifronte. Por Carlos Luque Zayas Bazán


Lo viejo, lo nuevo, y lo feo, en el periodismo bifronte. Por Carlos Luque Zayas Bazán



El siguiente texto tiene el objetivo de examinar fraternalmente algunas de las tesis expuestas en el artículo “Ante la historia“, publicado en el blog La Joven Cuba. En las presentes circunstancias, se impone una aclaración inicial. Los recientes intercambios de opiniones acerca de la problemática de la comunicación periodística en Cuba, suscitan alarmas entre algunos autores y foristas que van desde el extremo de acusar una persecución malintencionada, hasta la advertencia fraternal de no provocar enfrentamientos entre aquellos autores o comentaristas que exponen sus consideraciones con el noble objetivo, se afirma, de servir a la causa del país. Aunque un debate no puede ni debe evitar la exposición clara y frontal de los argumentos, nada más lejos, antes, y ahora, que proponerse este comentarista el ataque infértil u otro avieso objetivo. Menos en este caso, en que el autor del texto que comentaremos ha hecho útiles contribuciones a la reflexión de este y otros temas relacionados con Cuba. Para cualquier mala interpretación, sobre todos de aquellos a los que conviene fomentar las falsas divisiones, y ven incordio donde hay examen, entonces valga lo expuesto, sin que ello pueda ir en merma, desde el respeto y las leyes de la polémica sana, de la sinceridad que exige la exposición.
Le asiste, creo yo, determinado acierto a esta interrogante expuesta por el autor: “no sabemos (es) cómo puede existir un esquema de comunicación pública distinto en un país socialista, que responda a los intereses de la Revolución Cubana y especialmente al poder revolucionario.”
Como ese tema es correlativo al socialismo, y al ejercicio del poder socialista, y como la sociedad socialista no ha podido existir plenamente todavía, de suyo se entiende y comparte la pertinencia de esa duda. El socialismo es una página en construcción y, además, objeto de constante adaptación a la agresión y la destrucción. Y es sumamente incómodo construir cuando a la vez se intenta destruir a cada paso lo levantado. Es como la tarea de Sísifo y el periodismo debe contribuir a levantar las piedras cada vez, renunciando solo “a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”, frase proveniente del mismo texto que mal se cita en el artículo – “dentro de la revolución todo, contra la Revolución nada”, – sustituyendo “contra” por “fuera”, lo que le disminuye su carácter inclusivo y subraya un efecto excluyente que no se propuso su autor. Se supone que todavía hoy estamos de acuerdo, en primer lugar, en que no es lícito ir contra la Revolución, aunque el término cobrara su justa intención en aquellas circunstancias, pero aún entonces no expulsaba fuera sino a los que, por sus intereses, se situaban ante la historia, no sólo fuera, además también muy agresivamente en contra de la legitimidad indiscutible de la Revolución. Esas palabras, en efecto, pero cualesquiera otras, han sido pasto de la infamia en las interpretaciones contrarrevolucionarias y, por lo tanto, por ese mismo razonamiento del autor, deben exponerse e interpretarse con rigor, y como se ha hecho recientemente en el recordatorio de la fecha, tener en cuenta la coyuntura en que fueron pronunciadas.
Pero este lector cree saber algo de la respuesta por negación, es decir, aquello que no debe ser el periodismo en Cuba. Sería muy largo de argumentar, y no es gusto del lector digital el texto muy extenso, pero existen abundantes y definitivos estudios y razones teóricas y empíricas para saber ya a estas alturas que la prensa privada defiende los intereses privados y que, por lo tanto, el esquema de comunicación “distinto” en un país socialista puede concebirse todo lo “distinto” que se quiera, menos en manos de intereses privados.
Pero no sólo no debe estar bajo el control de los intereses privados, sino tampoco al servicio de los intereses privados, o al servicio de las múltiples formas indirectas que se han inventado para tercerizar recursos privados a instituciones y plataformas aparentemente independientes con las que podría colaborar el periodista “verdaderamente revolucionario” dejándolo de ser al instante. Quizás en este punto no haya diferencias en concebir lo “verdaderamente revolucionario” en cuanto al tema del periodismo.
¿Por qué hemos utilizado varias veces los términos “verdaderamente revolucionario”?
En uno de los párrafos del artículo puede leerse que:
“Ese ingrediente principal es el dilema de qué papel va a jugar cada cual ante la Historia. Y no ante una historia cualquiera, si no ante la historia de la Revolución. En la cual el único papel digno dentro de ella no es el maquiavélico, si no el verdaderamente revolucionario.”
Es notorio que en este párrafo lo “revolucionario” se opone a lo “maquiavélico”, pero de suyo se entiende que el resto de las tesis están sostenidas bajo el concepto de lo que para el autor es lo “verdaderamente revolucionario” porque si no, no podría entenderse la finalidad del texto mismo, ni la anterior contraposición.
El autor de estas líneas no cree que haya sido sencillo nunca definir “lo revolucionario”, quizás porque el concepto no cabe en la gris teoría, sino, como dijera Goethe, sólo en el árbol verde de la vida, o al decir de Lenin, como resultado del “análisis concreto de las situaciones concretas”. El pecado de la ultraizquierda, o del dogmatismo del marxismo mal entendido, quizás más dañina que cualquier derecha que al fin es un enemigo bien visible, es intentar aplicar un purismo político e ideológico desasido de las coyunturas. Así se escuchan advertencias y acusaciones sobre el rumbo hacia el capitalismo de los actuales acontecimientos en Cuba, lo que estaría haciendo las delicias de muchos. Pero tampoco el análisis concreto de las situaciones concretas debe conducir al relativismo y el abandono de las invariantes, que son las convicciones fundamentales aportadas por la experiencia y la teoría. Como todos estaremos de acuerdo, una de esas invariantes del concepto, y en la que coinciden todas las corrientes de izquierda, pese a sus muchas conocidas rebatiñas teóricas, es que la médula de lo revolucionario está en el anticapitalismo militante. Así como se ha intentado diluir las diferencias básicas entre los conceptos de izquierda y derecha, que se declaran ya poco menos que inoperantes para el análisis y la praxis política, – algo que recuerda las peregrinas tesis del fin de la historia y la supuesta irrelevancia de los enfrentamientos de clases -, también se ha estado proclamando que ya nadie sabe qué es lo revolucionario. Ambas tesis son verdaderamente contrarrevolucionarias y además, ahistóricas, que vienen a ser casi lo mismo. Ya que se menciona el concepto, no está demás aclararlo.
Dejemos quizás para después la afirmación contenida en el párrafo citado, según la cual lo contrario de lo “verdaderamente revolucionario” es el papel “maquiavélico”, que algunos estarían jugando en la política comunicacional, o en la ejecutoria pública de los funcionarios administrativos o partidistas. Una mala lectura de cierta parte de la obra del genial italiano ha convertido el término en despectivo, pero atendamos al llamado que desde la misma plataforma donde se publica ese escrito se ha hecho para que no se utilicen términos duros entre los que se consideren en el mismo lado en la búsqueda del camino a seguir para el mejor destino del país.
Como en el resto del artículo se exponen una serie de consideraciones, acerca del tema del manejo de la información en la Revolución Cubana desde una posición que se asume socialista (“lo sabemos los socialistas”, se afirma en algún lugar), atendamos a los argumentos explícitos e implícitos que estarían sosteniendo lo que se considera verdaderamente revolucionario en la comunicación social, y no simplemente declarando, el carácter revolucionario de los argumentos.
Concretamente interesa analizar cómo su autor da muestras en su artículo de lo que propone, es decir, como concreta un ejemplo de lo nuevo que no acaba de nacer, frente a lo viejo, que no acaba de morir, según la tesis de Antonio Gramsci que le sirve de introducción.
Si “lo maquiavélico” se refiere a esa “…estructura partidista formada por cuadros de distintos niveles que no desean que exista una prensa que critique su funcionamiento político y por otro una tecnocracia administrativa a la que tampoco le conviene que esa prensa cuestione su manejo económico…” en mi parecer, está expuesta la tesis con demasiada e injusta generalización, que no contribuye ni al viejo ni al nuevo periodismo por el que aboga el autor. Lo que me interesa subrayar con respecto a esta generalización es que resulta muy visible y evidente la tarea de descrédito y desprestigio del Partido y la Revolución que se han propuesto los que no pertenecen ni militan en las filas revolucionarias, como sí es la militancia declarada del joven revolucionario y verdaderamente revolucionario. Un juicio rotundo y omniabarcante de esa índole viene a contribuir, aunque no se pretenda, como en este caso me inclino a pensar que no se pretende, con una sinergia positiva para aquella tarea. Pero que no haya confusión. No estamos hablando aquí de lo que no conviene decir para no contribuir con las tareas del enemigo. Consideramos que no por esa razón la crítica o la denuncia a esos fenómenos, cuando ocurra, deba acallarse. Eso no sería, efectivamente, “verdaderamente revolucionario”. Pero si el autor afirma contundentemente ese juicio, no será, como me inclino también a pensar, que es porque lo ha escuchado, o porque lo supone, o lo imagina de mayor envergadura a partir de los casos que la Contraloría General de la República detecta y somete a los tribunales. Y si no es de oídas, o por suposición, lo verdaderamente revolucionario sería denunciarlo en el mismo u otros artículos, como se dice, con nombre y apellidos. O es una “estructura partidista formada por cuadros de distintos niveles que no desean que exista una prensa que critique su funcionamiento político”, o son concretas personas, falsos militantes o corruptos solapados. Creo que eso es lo que se le pide a lo nuevo que emerge contra lo viejo que no acaba de morir. De lo contrario se está repitiendo lo viejo, con distinto signo, pero quizás con peores resultados. Se puede alegar que no se tienen los datos a mano, ni las pruebas del caso. Entonces, ¿es el buen periodismo que necesitamos el ejercicio de generalizaciones tan graves, y dirigida a toda una estructura partidista de todos los distintos niveles, y a un número indefinido y brumoso de sus funcionarios? No podemos argüir que “sabemos” que eso efectivamente ocurre, lo cual es tarea del rumor, y de las suposiciones, cuando no de otros más arteros objetivos que con toda seguridad no es el objetivo del valioso autor de La Joven Cuba. El nuevo periodismo, ni aun cualquier periodismo, deben adoptar, con razón y eficacia, esa forma de exponer. Y no se diga que es cuestión de mera forma porque en el uso de la palabra la forma tiene carga semántica, es decir, es contenido.
Por otra parte, al final del artículo sí hay una más clara referencia a lo “maquiavélico” comunicacional, que abordaremos al final.
Hay un argumento muy clara y acertadamente expuesto en el artículo, y sin lugar a ninguna duda, uno de los rasgos de lo que ayer, hoy y siempre será considerado revolucionario en el socialismo: denunciar la corrupción en cualquier nivel que ocurra, y para que la prensa pueda cumplir cabalmente esa tarea, propiciar el acceso a la información sobre la ejecutoria de las responsabilidades de cualquier funcionario. Quien esto escribe no es periodista, sino lector de periodistas y otros papeles, y por lo tanto no puede argumentar con conocimiento de causa al respecto de si esas posibilidades existen o no, o en qué medida, y si hay algún funcionario que impone dificultades a una investigación sobre la corrupción. Sí sabe que la Contraloría cumple esa función, por lo que la corrupción en Cuba no es impune. Pero este lector al menos ha leído en la prensa, y en los noticieros ha escuchado, denuncias sobre funcionarios que no han permitido, por ejemplo, que un periodista investigue un tema que le perjudica a un funcionario, o que ha tratado de impedir que se acceda a un local para hacer su tarea. El hecho ha ocurrido, la denuncia periodística se ha hecho. Lo cual prueba nuevamente que la generalización es improcedente, o que se debió tener en cuenta en la exposición.
Es decir, para dejarlo más claro: este lector sí puede afirmar que varias veces, presumiblemente menos de las urgentemente necesarias, ha leído en la prensa las investigaciones y las denuncias sobre casos de corrupción o incumplimiento de responsabilidades. No puede afirmar que sean todas, no afirma que no haya personas que escudadas en su autoridad, dificulten una investigación. Afirmarlo no sólo no sería revolucionario, sino simplemente necio, conociendo que no todos los delitos son detectados. Pero exagerarlo, o generalizarlo, tampoco lo es, porque no es verdadero. En Cuba, cualquier caso de corrupción, en el nivel que ocurra, cuando es detectado, se denuncia, se juzga y se castiga. Lo que sí no ha visto en la prensa cubana, y ojalá nunca se vea, es el amarillismo político, el regodeo, ese sí, morboso, buscando satisfacer los instintos más bajos del ser humano, como ocurre minuto a minuto en cierta prensa del ancho mundo.
En cuanto al ejercicio del nuevo periodismo, una descripción tal del problema que deje la impresión de que la censura a denuncias sobre la labor de funcionarios es prevaleciente en Cuba es, cuanto menos, exagerada, y falta a la verdad.
Relacionado con lo anterior hay un punto de mucha mayor importancia. Si lo nuevo que emerge se sustenta sobre el razonamiento siguiente, resultaría algo muy viejo recién nacido. En el artículo se afirma que 
“Un periodista que escribe en dos medios distintos con libertades distintas, uno estatal y otro no, al menos está utilizando ese espacio para decir lo que verdaderamente piensa y le está vedado a decir en uno de ellos. Los que ni siquiera hacen eso están reservándose un papel más triste. Y los que los persiguen uno muchísimo más triste aún.”
Francamente no se puede entender el carácter de argumento verdaderamente revolucionario del concepto encerrado en esa afirmación. Y nótese que me veo obligado a utilizar el término subrayado, porque lo expone el artículo desde la posición y las concepciones de los que “nos sabemos socialistas”. En primer lugar no se entiende bien lo que significan “dos medios distintos con libertades distintas” como fundamento de la idea. ¿De cuál libertad se habla?¿Es que existen, desde el punto de vista anticapitalista y revolucionario, dos libertades distintas?. Y si existieran, ¿cómo se puede servir a esas dos libertades distintas, que, de existir, serían en todo caso excluyentes, tanto de fines, como de medios, tanto política como éticamente?. Una vieja tarea que ha ganado muchos imaginarios, éxito rotundo de la guerra psicológica y cultural, es demonizar lo estatal y, sobre todo, lo estatal socialista. No importa que esté harto estudiado y demostrado que el neoliberalismo tiene como esencia de su doctrina el ahogo y el adelgazamiento del estado. No importa que también esté harto argumentado, y demostrado, que el capital transnacional forma ya una especie de supraestado global que subsume y fagocita las soberanías nacionales, incluso en la vieja Europa. Hay que seguir machacando sobre el carácter nefasto del estado cubano, hay que seguir poniendo en duda que represente los intereses legítimos que convienen a toda la sociedad. Hay que seguir con el mantra descalificatorio, sin conocer, al menos, o refutar, los criterios acerca de Cuba de Carlos Fernández Liria, y tantos otros autores. Y por lo tanto, hay que seguir demonizando el control que debe hacer, mejor, distinto, pero hacer, de la comunicación social, aunque no se desconozca, o quizás porque no se conoce lo suficiente, que la punta de lanza de las agresiones en este siglo es el cuarto poder y que las guerras más dañinas – porque dan cauce, justifican y mienten para dar paso a las mortales – son hoy las mediáticas. Hoy la palabra es un misil que lleva una ojiva en cada sílaba.
Por eso nos preguntamos: ¿no es estatal un medio de comunicación que al igual que hace la Voz de los Estados Unidos con Martí noticias, tiene un servicio exclusivo para Cuba, financiado por un gobierno europeo miembro de la OTAN, con militares en Afganistán, colonias en el Caribe y una reina que nadie eligió como jefa del estado?¿cómo se pueden ejercer “dos libertades”, expresar solidaridad con la Revolución bolivariana y a la vez, trabajar para un medio de comunicación propiedad de un gobierno cuyo ejército es parte del sistema de bases militares listo para convertirla en polvo?¿no hace una función estatal un medio de comunicación privado que es tribuna de los altos funcionarios norteamericanos que visitan Cuba?
Pero tratemos de examinar el argumento de modo más general, diríamos, hasta filosófico. En peligro de caer ya en una extensión que no deseo, entre las tantas pruebas que hay de la falsa libertad en los medios privados, o la absoluta falta de libertad, o en aquellos camuflados de su carácter privado, o, si se quiere, por el contrario, de la libertad allí existente sólo para defender los intereses de las oligarquías, o para desacreditar todo lo que tenga algún tufo de ideas contrarias a sus intereses, me veo obligado a tomar una sola muestra de mis lecturas recientes: Carlos Fernández Liria, filósofo español, en una serie de artículos, pero sobre todo en “Periodismo e insolidaridad”, nos ofrece un panorama muy descriptivo y elocuente de la situación del periodista que no se quiere comprometer con la prensa privada en España, o con la estatal al servicio de los intereses privados. Sencillamente no son despedidos en la España actual, porque tan siquiera, son ya contratados. Afirma Fernández Liria:
“Hay millares y millares de periodistas sin trabajo, que no encuentran sitio en los medios precisamente porque no están dispuestos a plegarse a las exigencias de los medios que, al fin y al cabo, son empresas privadas que pueden despedir y contratar a su antojo…”
Son,  dice, Carlos Fernández Liria:
“…magníficos profesionales que han demostrado su valía en medios marginales y en las redes porque jamás se les ha ofrecido ni se les ofrecerá trabajar en ningún medio de comunicación privado o estatal.”
Y finalmente:
“Aquí no hacen falta las tijeras franquistas. Hay un sistema de censura mucho más eficaz. Sencillamente, todos los periodistas a los que habría que censurar, están en paro.”
Y no es sólo una realidad española, por supuesto. Sucede en estos mismos meses en Argentina y en Uruguay, y allí en todo país donde la prensa está en manos privadas, o bajo su financiamiento: sólo contratan a quien ya saben, por su perfil, que les va a servir, de alguna manera. Pero acabemos de despertar si queremos un periodismo nuevo y revolucionario: no es lo mismo servir a Dios que al Diablo, pero mucho menos a los dos a la vez. No es lo mismo servir a la libertad de una causa justa, que siempre será compleja y preñada de errores, que a la injusta causa de la gran propiedad privada neoliberal, que puede por supuesto, pagar mejor.
Ahora bien. ¿Vamos a situar en un mismo plano ético, o político, ambas “libertades”? El argumento, por demás, le hace un flaco favor a cualquier periodista que se refiera y/o que haya optado por ese camino. Si no puede decir lo que verdaderamente piensa en un medio (lo cual corresponde, por cierto, a la ética de la profesión), entonces, ¿lo dirá en el otro?
O preguntemos de otra guisa: ¿puede existir la lealtad, incluso con la propia conciencia, que es la base de toda lealtad, cuando se acepta permanecer en un medio donde se afirma no se puede decir lo que se piensa, y se acepta esa situación, y a la vez, se colabora en otro donde se supone que puede hacerse? ¿En qué lugar dirá, verdaderamente lo que piensa? En mi opinión, en ese trance, no se puede ser leal ni en uno, ni en otro medio, y sobre todo porque está probado que los medios privados, o aquel que de algún torcido modo responda, en última instancia, a intereses privados, contrata a quien va a servir a sus intereses. En eso nunca se equivocan. O no pagan. O ya, como detecta el español citado, ni se contrata. Y por lo tanto también allí, en ese limbo, un periodista tendrá que morderse la lengua, entonces sí, en una muy triste división de su tarea, cual un Jano que querrá mirar a la vez, a su derecha y a su izquierda, pero que siempre tendrá su pluma, y su conciencia, dividida entre rostros que se oponen, que miran hacia objetivos muy opuestos, uno quizás hacia el norte, y otro tal vez hacia el sur. No hay una tercera posición válida en la política del mundo actual, y por lo tanto, tampoco para el periodismo. Pero mucho menos hay una posición indefinida, cual partícula cuántica que obedece a la ley de la incertidumbre, y no se puede servir a la vez a Agamenón y a su porquero. Son dos “verdades” distintas, y dos “libertades” opuestas.
Apostilla final sobre el “nuevo” periodismo.
Por cierto, una nota final. Si el pago por hacer las siguientes observaciones es seguir recibiendo acusaciones plañideras de intentos de persecución, creo que resulta peor no percatarse de lo siguiente. Casi al terminar estas líneas veo el artículo que comento replicado en Cartas desde Cuba, pero con otro título. Un comentarista, autonombrado Chachareo, ha hecho una relación de varios artículos publicados en La Joven Cuba, y luego rebautizados en Cartas desde Cuba.
Veamos:
  Nov 29  LJC (La Joven Cuba): post de Osmani titulado Un golpe de autoridad, que Cartas rebautiza: LJC se rinde ante la TV cubana.
Oct 5 LJC: post de Roberto titulado Salario Justo, que Cartas rebautiza: LJC reclama salario justo.
Junio 22 LJC: post de Harold titulado Señales en casa, que Cartas rebautiza: Es esto “lo que tenías que tener?”
Mayo 28 LJC: post de Harold titulado Ser, parecer y dirigir que Cartas rebautiza: ¿Demagogia o comunicación política?
Y agrega el comentarista Chachareo:
“Hay más ejemplos, cuando el título es de su agrado lo mantiene, cuándo quiere otra cosa lo mutila. Vean cuanto cambia un título mutilado los verdaderos objetivos de un post”.
Añado por mi parte un post firmado por Harold Cárdenas y Roberto Peralo, y titulado “Prohibiciones, prejuicios y principios”, que apareció en Cartas… con un pie de firma de sus autores! y la clásica declaración “Tomado de La Joven Cuba”, pero que debía decir “retocado”, con este título: “Prohíben a los periodistas trabajar con medios no oficialistas”. No importa que los autores no hayan empleado la palabra “oficialistas”. Si en todo caso, todos esos nuevos “títulos”, son comentarios del autor, al menos debía aparecer el verdadero, “tomado” de la otra fuente. Puede ser el derecho de un bloguero situar un comentario con letras tan destacadas, pero al menos que aparezca el título auténtico.
No tengo conocimiento si La Joven Cuba protesta o no esos cambios, o si es parte de la ética periodística no hacerlo, o no permitirlo, o al menos contar con el consentimiento de la fuente. Sería muy útil aclararlo, ya que rasgamos tantas vestiduras por la pureza de una prensa verdaderamente revolucionaria. No sé si eso es parte de lo nuevo que emerge, o si el que critica a la prensa cubana, puede decir “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Pero si eso no es artera manipulación, y si esa es la prensa que se propone, que venga Dios y nos coja confesados.

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