Emigración y deporte a propósito de las Olimpiadas. Por Sergio Rodríguez y Rafael Cuevas
Continuando
con el abordaje del tema que tanta polémica suscitó durante los Juegos
Olímpicos de Río de Janeiro, traemos estos dos textos del dossier que a
propósito publicó el sitio Con Nuestra América, del capítulo costarricense de la AUNA (Asociación por la Unidad de Nuestra América).
Migración y deportes: la hipocresía de los países ricos
Mientras
los gobiernos reprimen brutalmente la emigración, y tratan de impedirla
por la fuerza, se vanaglorian por los éxitos que sus naciones obtienen a
través de estos talentos que independientemente del país por el que
compitieron son expresión de lo mejor de esta humanidad diversa y
multicultural que tiene todo el derecho de desplazarse a donde quiera
por el sueño de una vida mejor.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Las
investigaciones científicas han demostrado que los seres humanos se han
desplazado a lo largo y ancho del planeta desde que se conoce su
existencia en el mismo. Es una de sus condiciones naturales, tal vez una
de las más importantes y trascendentes. Lo particular han sido los
estudios que se han hecho a partir de las circunstancias en que se
produjeron y las repercusiones en términos políticos, económicos,
sociales y culturales que han tenido en sus diferentes contextos a
través de la historia. Los instrumentos que los poderosos utilizaron en
cada etapa, signan su validez o repudio según sea el caso.
La creación
de Estados nacionales en Europa a partir del siglo XVII y la expansión
por la fuerza de las monarquías del viejo continente, creo regímenes
coloniales que dividieron pueblos, alteraron tradiciones, culturas y
costumbres, además de violentar fronteras donde existían y establecerlas
donde no las había. El colonialismo creó nuevos países en los que se
impusieron las usanzas, cultura, religión e idioma de las metrópolis.
Sin embargo, a pesar del esfuerzo por imponer una lógica universal
eurocéntrica, en cada rincón del globo, los pueblos avasallados,
enfrentaron, -en virtud de su mayor o menor potencia cultural y de su
fuerza civilizatoria- la propagación maligna que se les impuso a
través de esta avalancha, dada en llamarse modernidad.
El siglo XIX
impuso una aceleración del proceso colonial a través de la ocupación de
territorios y la reducción de los pueblos, utilizando para ello
cualquier instrumento que los poderes europeos tuvieran a su alcance.
Por supuesto, este “nuevo acontecimiento” iba a tener impactos
significativos en los movimientos poblacionales que durante
aproximadamente un siglo y medio hicieron que el planeta se fuera
construyendo demográficamente de otra manera. Además, la irrupción de
Estados Unidos como potencia que desde finales del siglo XIX pugnaba por
ganarse un espacio en el concierto de los países que tomaban las
decisiones, mientas que de forma similar, Rusia aspiró a lo mismo desde
principios del siglo XX, –aunque desde otra perspectiva ideológica-, y
la ubicación geográfica de ambos actores, fuera de la Europa Occidental
irrumpió en la estructura política del planeta durante la segunda mitad
de la pasada centuria, estableciendo una nueva lógica a partir, -sobre
todo- de la ilimitada expansión de la economía estadounidense, lo cual
instauró expresiones inéditas de los desplazamientos humanos.
En tiempos
más recientes (desde finales del siglo XX), este proceso generó
indudables transformaciones identitarias, que han conllevado entre otras
cosas a la cuasi desaparición de ciertas “homogeneidades”, las
innovaciones en la creación de políticas públicas en materia de
educación y cultura y a profundas mutaciones en las estructuras de la
sociedad y la economía.
Estados
Unidos y Europa se han visto sometidos, casi desde los mismos comienzos
del siglo XXI a una serie de sucesos que han puesto en evidencia el
fracaso de sus políticas migratorias: incremento de acciones violentas,
manifestaciones crecientes de inmigrantes afectados por decisiones
gubernamentales, exclusión de las minorías y exacerbación del racismo,
el chovinismo y la xenofobia, todo lo cual ha sido acentuado por la
suposición mecánica de que un inmigrante es un terrorista potencial a la
luz de la política de “guerra al terrorismo” inaugurada por el
Presidente Bush después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en
Estados Unidos.
La ola
humana de migrantes proveniente de los países del Oriente Medio, que se
calcula en alrededor de 18 millones de ciudadanos indocumentados
llegados a territorio europeo, antes de la “primavera árabe” y el
comienzo de la guerra en Siria han cambiado para siempre la perspectiva
del quehacer gubernamental de los países de Europa, haciendo de este
tema una prioridad en la discusión para la toma de decisiones políticas
y económicas. A mediados de la década pasada, se calculaba que
Palestina, Turquía, Marruecos y Egipto tenían cada uno dos millones y
medio de ciudadanos viviendo en Europa, así mismo, la cifra alcanza a un
millón para Argelia y medio millón para Túnez y Líbano según cifras que
aporta el reconocido antropólogo e investigador mexicano Andrés
Fábregas Puig. La guerra en Siria, el surgimiento del Estado Islámico,
la expansión de Al Qaeda, todo bajo paraguas y visto bueno occidental ha
venido a incrementar a niveles alarmantes estas cifras.
Sin embargo,
revisando alguna información, encontramos que en Estados Unidos la
cifra más alta a la que llegó el número de migrantes indocumentados fue
de 12,2 millones en 2007, lo cual representaba el 4 % de su población,
Italia, recibió 167 mil inmigrantes en 2014 según Euronews. Por su parte
datos oficiales de la Unión Europea señalan que en 2013 todos los
países que la conforman recibieron 3.4 millones, aunque en el mismo año
salieron de ella, 2.8 millones, incluyendo ciudadanos de un país de la
Unión que se trasladaron a otro. Los mayores receptores fueron Alemania
con 693 mil dentro de una población total de alrededor de 80 millones,
es decir menos del 1% y Reino Unido con 526 mil en una población de 58
millones es decir un poco más del 1%. Al mirar estas cifras no se
entiende el escándalo que han armado a fin de tratar de encontrar
respuestas para un problema que ellos mismos han creado. Solo desde una
visión racista y xenófoba que ha incubado en las élites del poder y la
política puede explicarse la histeria frente a un problema que como
hemos explicado es tan antiguo como la humanidad misma. ¿Qué hubiera
pasado si -como Venezuela-, recibieran a 6 millones de migrantes, de
una población total de alrededor de 30 millones, es decir el 20 % de la
población (solo contando a los colombianos) que han llegado al país por
un problema que Venezuela no generó y que responde exclusivamente a las
paupérrimas condiciones de vida del país vecino, la guerra interna, la
delincuencia organizada y el paramilitarismo?. ¿Acaso el Presidente
Chávez pidió ayuda internacional para concederle a esos inmigrantes
todos los derechos sociales con que cuentan los ciudadanos nacidos en el
país, incluyendo, salud y educación enteramente gratuita y posibilidad
de obtener una vivienda digna en igualdad de condiciones que los
venezolanos?
Pero, en
realidad lo que motivó esta nota, es la consumación ante miles de
millones de ciudadanos de todo el mundo de un acto que devela la mayor
hipocresía que se jamás se podría haber esperado de los “dueños del
planeta”. La inauguración de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro
mostró el desfile de una delegación de migrantes que compitieron bajo
las banderas del Comité Olímpico Internacional (COI), decenas de litros
de lágrimas se derramaron por tal “acto de humanidad” que se insertaba
en un supuesto espíritu olímpico. Espíritu que por cierto, borró del
juramento inicial de los juegos la palabra Patria, que se utilizó por
primera vez en Amberes 1920, cuando los deportistas se comprometían
“…por el honor de nuestra patria y por la gloria del deporte” para
mutarla a “por la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos”
que se usa ahora, por supuesto, en el proceso de mercantilización del
deporte que tiende a olvidar los valores insuflados al olimpismo por el
Barón de Coubertin y que son expresión del verdadero espíritu que
debería primar en los Juegos.
Lo risible
de esta delegación de migrantes (seguramente inventada para darse golpes
de pecho por los mafiosos que dirigen el deporte mundial) es que cuando
comenzaron los eventos, se pudo observar por ejemplo, al equipo de
futbol de Suecia compuesto por tres deportistas de origen africano y
cuatro árabes, o a una jugadora alemana de tenis de mesa de origen
chino, recibiendo instrucciones… en mandarín de su técnica también
alemana, y de origen chino. Asimismo, un ucraniano de origen croata que
competía en el mismo deporte con un bosnio que representaba a
Eslovenia. Vimos a un pesista mexicano de origen cubano, a un
voleibolista ruso participando por Italia y a Pedroso una cubana que
también compitió por Italia en 400 mts. con vallas. No dejó de
sorprenderme la judoca alemana de apellido Vargas, la futbolista de
Dinamarca, en cuyo dorsal pudo leerse “Gómez” y el pesista Robles de
Estados Unidos, así como el atleta británico de 400 mts. de apellido no
muy inglés Uhorhogu, y al voleibolista italiano Egoru, negros ambos como
sus ancestros evidentemente venidos de África.
Pero, lo que
rebasó todo umbral de ironía y descaro respecto del origen de los
atletas y la inmoralidad que conlleva esta mirada sobre los inmigrantes
es que de la delegación de Bahréin compuesta por 35 deportistas, 10
nacieron en Kenia, 7 en Etiopía, 6 en Nigeria, 3 en Marruecos, 2 en
Jamaica, 1 en Rusia y solo 6 en su país. Este caso, no es más que un
vulgar robo de talentos por parte de una monarquía corrupta y
desvergonzada.
No tengo
duda que si los migrantes, o los hijos de migrantes hubieran integrado
una sola delegación, ésta sería la más numerosa de todas las que
participaron y posiblemente la que mayor cantidad de medallas hubiera
obtenido. Mientras los gobiernos reprimen brutalmente la emigración, y
tratan de impedirla por la fuerza, se vanaglorian por los éxitos que sus
naciones obtienen a través de estos talentos que independientemente del
país por el que compitieron son expresión de lo mejor de esta humanidad
diversa y multicultural que tiene todo el derecho de desplazarse a
donde quiera por el sueño de una vida mejor. También son expresión de
lo peor del capitalismo putrefacto y decadente que lamentablemente ha
transformado al deporte en un negocio y a los atletas en mercancía.
Olimpiadas: Cuando vea a un alemán competir por Tanzania sabré que las cosas están cambiando
Los
países del Primer Mundo han estado drenando talentos de todo tipo desde
su periferia para su propio provecho. Las Olimpiadas no son más que un
caso más.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El diario
ABC, publicado en Madrid, se escandaliza por el caso de Bahrein en estas
Olimpiadas que se llevan a cabo en Rio de Janeiro. El titular dice: “El
escándalo olímpico de Bahrein para engordar su medallero”[1].
Según el diario, el problema es que el país árabe, rico en petróleo y,
por ende, en petrodólares, ha inscrito bajo su bandera a 35 atletas, de
los cuales solamente 6 son de origen bahrení. Esto le parece censurable
al diario, y atribuye la situación al cambio sufrido por la
juramentación de los juegos, en donde se sustituyó el término “patria”
por “nuestro equipo”.
La mirada del diario español es colonialista.
Le sorprende
y censura la situación de Bahrein pero, al ver la paja en el ojo ajeno
se olvida de la viga en el suyo. Cuando decimos “suyo” nos referimos no
solo a España sino, en general, a los países del Primer Mundo (perdón
por usar terminología demodé), que hacen su agosto en estos juegos (pero
no solo en ellos), con gente que tiene dotes o formación especial o
sobresaliente, y que llega hasta sus costas atraídos por las mejores
condiciones que pueden ofrecerles.
¿Recuerdan,
por ejemplo, el combinado francés de fútbol que ganó el Mundial de ese
deporte en 1998? Refiriéndose al fútbol, el sitio INFOBAE dice: “Si en
términos generales se define a un ‘extranjero’ como cualquier persona
con al menos un progenitor nacido en otro país, la selección suiza
habría perdido a dos tercios de sus jugadores para jugar el Mundial de
Brasil 2014. Francia y Holanda habrían quedado desarmadas y quizás no
habrían logrado pasar la primera ronda. En cambio, Argelia, Ghana o
Turquía se habrían reforzado en grande”[2].
Francia
habría perdido a 12 jugadores del plantel de 23 que llevó a Brasil.
Bélgica no habría tenido al defensor Vincent Kompany y al atacante
Romelu Lukaku que nacieron en la República Democrática del Congo, al
delantero Kevin Mirallas cuyo padre nació en España, a Marouane
Fellaini, cuyos padres nacieron en Marruecos, a Axel Witsel cuyo padre
es de Martinica y al central Mousa Dembele cuyo padre nació en Malí.
España habría restado a David Silva, ya que su madre es de Japón y su
padre de las islas Canarias, y al brasileño nacionalizado Diego Costa. Y
así sucesivamente.
Este robo de
talentos se da en todos los ámbitos de la vida. En el famoso Silicon
Valley de los Estados Unidos, los hindús y chinos conforman casi dos
tercios de la llamada “gente talentosa” que impulsa la industria
tecnológica norteamericana. Consciente de esta situación Marc
Zuckerberg, el creador y dueño de Facebook, argumentaba en abril de 2013
en el periódico Washington Post[3]que
en la “economía del conocimiento” no tiene sentido rechazar a gente con
talento, comparando a este talento con el petróleo u otros recursos
naturales del tipo que alimentaron booms industriales anteriores.
Se trata,
pues, de un fenómeno viejo y muy conocido: los países del Primer Mundo
han estado drenando talentos de todo tipo desde su periferia para su
propio provecho. Las Olimpiadas no son más que un caso más.
Pero cuando
no son ellos los que sacan ganancia de la situación, se asustan, les
parece escandaloso y se rasgan las vestiduras: mentalidad colonial.