La verdad del
teatro
Este psicodrama
colectivo en que el unionismo español de derechas, izquierdas y extrarradio ha
hundido el país es ya tan complicado que huele a desenlace. En Hamlet,
la verdad sale a la luz en una obra de teatro, "La muerte de
Gonzago", que el príncipe ordena escenificar a unos cómicos en Elsinor. Es
un ejemplo de la archicomentada paradoja del teatro dentro del teatro que ha
hecho correr ríos de tinta sobre las relaciones entre la realidad y la ficción.
La vida es teatro y se representa como tal, y, dentro de la representación, se
escenifica otra obra teatral que contiene la clave para entender todo el
enredo.
Paralelamente, en
España, el teatro del sistema político de la IIIª Restauración no consigue
desenredarse ni exponerse coherente o autónomamente por más que lo intenta. Y
no puede, ya que depende de un conflicto, el de España-Catalunya, que, a su
vez, no controla porque se dirime en otros lugares. ¿En cuáles? De un lado, en
la efervescencia de la sociedad catalana, la evolución del sistema político
catalán que poco o nada tiene que ver con el español. De otro, el teatro dentro
del teatro ("La muerte de Gonzago", "La causa contra el
independentismo"), que corresponde en este caso al proceso en el Supremo,
convertido en la representación dentro de la representación y en la que se
revela la clave del embrollo: en Hamlet, el asesino del padre,
en La causa contra el independentismo, los rebeldes culpables. El
asesino de Hamlet se descubría él solo; los rebeldes no solo no llevan ese
camino sino el contrario, el de probar en el escenario judicial que su rebeldía
es política, ideológica, pero no penal y que, por lo tanto, el proceso es una
farsa. Y, al revelarse como farsa, descubre la verdad del teatro político
español, empeñado en llamar Estado democrático de derecho a una clara tiranía
de la mayoría con ribetes coloniales.
El primer día de
este teatro dentro del teatro español no pudo ser más característico. La aviesa
intención del tribunal de aplicar la "justicia" del enemigo queda
patente en todos los momentos, tiempos, plazos y protocolos procesales por
nimios que sean. Desde llenar el escaso aforo de legionarios de Cristo o
similares hasta hostigar a los procesados, obstaculizando su derecho a la
defensa por todos los medios, físicos y psíquicos. Las arbitrariedades, el
comportamiento de unos policías no identificables, las restricciones
caprichosas, todo va quedando patente a los ojos del mundo. Es imprevisible en
qué pueda acabar este esperpento, jalonado de irregularidades que han hecho
trizas toda esperanza de un juicio justo. Todo el mundo tiene por segura ya
antes de empezar la última y contraria palabra de las instancias judiciales
europeas. Hasta el tribunal la da por pronunciada, con la consiguiente
tendencia a hacer de su toga un sayo.
Las defensas
siguieron dos líneas, la más técnica, atenida a las cuestiones específicas en
un proceso penal y la más política que cuestionaba la legalidad y, por
supuesto, la legitimidad de toda la causa. Los dos criterios son
complementarios y deben seguir siéndolo, pero el de mayor impacto mediático es
el político. Quizá haya una diferencia de matiz en el objetivo propuesto (conseguir
el fallo más favorable para el defendido o el mayor eco posible para la
finalidad común de la independencia de Catalunya), al margen de las
consecuencias judiciales. Pero eso no es importante, en tanto no dé lugar a
contradicciones.
El intento del
sistema político español (los diputados, los medios, los analistas, el Ibex,
etc.) de seguir funcionando como si no hubiera proceso político y como si los
poderes estuvieran separados, ha sido un fracaso mayor que el de la manifa del
trío calaveras en Colón. Enfocar desesperadamente el asunto en el pretendido
interés general de los PGE, llamando "normalidad" a una situación en
que unos presos políticos están siendo juzgados en un procedimiento
inquisitorial no sirve de nada.
La política
española depende de la catalana y el conflicto no podrá resolverse si no es
dialogando (pero no al estilo Sánchez, sino de verdad) sobre todo, negociando
algo para conseguirlo todo: la estabilidad de la monarquía española y la
república catalana como vecinas bien avenidas.
Por cierto, el hallazgo de la foto del juicio a Companys con que se ilustra el
artículo, es muy significativa. Sin embargo, si es en verdad
una foto de Companys (no me atrevo a pronunciarme), lo que sí parece es que no
corresponde al juicio brevísimo y sumarísimo de guerra que se le siguió en
Montjuic ante un tribunal militar por "adhesión a la rebelión
militar". Pero no haya cuitas, probablemente corresponde al juicio que se
le siguió en junio de 1935 ante el Tribunal de Garantías Constitucionales de la
República por el delito de rebelión por el que fue condenado a 30 años de
reclusión.
Nada
nuevo bajo el sol imperial; ese que, en algunos sitios, se obstina en no
ponerse.
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