Construir una alternativa al sistema capitalista aprendiendo de los errores del pasado
- Domingo, 18 Agosto 2013
A partir de una intervención de la CUP en el Parlamento
de Cataluña, se ha generado un debate sobre la participación de
determinadas personas de izquierdas en los consejos de administración de
las Cajas de Ahorro. El debate es oportuno y pienso que también puede
contribuir a sacar lecciones sobre la participación en los consejos de
administración de las empresa municipales de Reus (Tarragona). Pero
sería un error darle un contenido meramente municipal o local. Mi punto
de vista es que estamos ante un tema fundamental que debemos aclarar
todos juntos si verdaderamente queremos construir una alternativa al
actual orden capitalista.
No se trata, en todo caso, ni de insultar ni de hacer daño a nadie.
Lo importante es aclarar las cosas lo antes posible y rectificar
errores, en el caso de que se hayan cometido.
En primer lugar, hay que decir que un consejo de administración no
es una institución impuesta a los capitalistas. Es justamente lo
contrario: una institución de origen típicamente burgués. Esto no
implica que las clases trabajadoras sean indiferentes a la forma que
tenga la empresa que este consejo administra. No es lo mismo, por
ejemplo, el consejo de administración de una empresa creada con el único
fin de obtener beneficios que el de una empresas municipal o el de una
caja de ahorros. Comparada con las empresas privadas, una entidad
pública puede priorizar la satisfacción de necesidades sociales en vez
de buscar la extracción de plusvalía para enriquecer a los capitalistas.
Ahora bien, esto último no garantiza un modelo alternativo y es muy
fácil que este tipo de empresas acaben contaminadas por los criterios de
gestión propios del sistema capitalista. De hecho, como explicaré a
continuación, es justamente lo que ha ocurrido en las últimas décadas.
Personalmente, soy partidario de la extensión y consolidación de
las empresas de titularidad pública. Pero sin olvidar que esta opción
choca permanentemente con los intereses de los capitalistas y con las
ideas hegemónicas en la sociedad, muy influenciadas hoy día, por el
neoliberalismo. Partiendo de esto, es inevitable un conflicto entre las
concepciones capitalistas y socialdemócratas de gestión de estas
empresas y las posiciones claramente anticapitalistas.
Y aquí es donde está la contradicción más flagrante en las
conductas que desde la izquierda mayoritaria ha mantenido (hemos
mantenido) en las últimas décadas. Mientras por un lado se ha hablado de
la extensión de los derechos democráticos y sociales y de la
democracias participativa, por la otra, se ponía estas empresas en manos
de gestores que cobraban sueldos astronómicos, se mimaba a los miembros
de los consejos de administración y al mismo tiempo se degradaban las
condiciones laborales de sus trabajadores y trabajadoras.
Considero un error creer, como se ha hecho, que con la
participación indirecta de los plenos municipales o de las diputaciones a
las empresas de titularidad pública o en las cajas, el problema
democrático queda resuelto. Estas instituciones, aunque se elijan por
sufragio universal, siguen siendo un prototipo de institución de la
democracia representativa indirecta y suelen manifestar una profunda
desconfianza respecto a la capacidad de las clases trabajadores de
gestionar directamente sus propios asuntos.
Quiero recordar, una vez más, que llevo años y años reivindicando
la figura de Antonio Gramsci, aunque más de uno me ha querido silenciar.
En sus escritos sobre los Consejos de Fábrica, Gramsci contrapone
democracia obrera y democracia capitalista y considera que los consejos
de fábrica son, precisamente una expresión de la primera.
Por ello, Antonio Gramsci decía que el sistema de democracia obrera
en las empresas daría forma y disciplina a las masas, sería una
magnífica escuela de experiencia política y administrativa, que
permitiría darse cuenta de que las clases trabajadoras pueden gestionar
ellas mismas su destino .
La izquierda mayoritaria, en la que yo personalmente de momento
todavía me incluyo, ha caído en una trampa y ha actuado en la dirección
contraria a la que Gramsci sugería. Proclamar, por una parte, la
necesaria extensión de la democracia, y exigir, por otra parte, el
fortalecimiento de la gestión corporativa de cada empresa, equivale a
querer conciliar el agua con el fuego. Es una tarea imposible y que
tarde o temprano tiene que acabar mal como de hecho ya ha pasado.
Por desgracia, algunas personas han ido muy lejos en esta vía y han
reclamado plenos poderes para ellas; después han hecho lo mismo en
relación a los gerentes de estas empresas. En lugar de promocionar los
trabajadores de la empresa y sugerir formas de autogestión, como Gramsci
proponía, se ha puesto todo el poder en manos de personas externas.
Este tipo de actuaciones conllevan, evidentemente, una restricción y no
una extensión de las libertades democráticas, e incluso perjudican la
democracia en el seno de los respectivos partidos políticos.
No seré yo quien ahora sugiera cuál debe ser la alternativa, ya que
esta es una tarea colectiva. En todo caso considero que es importante
señalar que la actuación dentro de las empresas públicas reviste una
cierta importancia. Se trata de garantizar que este sector se estructure
como un verdadero contrapoder, donde no rijan las estructuras y las
jerarquías propias de la empresa capitalista. Si no es así, no habrá
ninguna alternativa. Sólo habrá la sustitución de una "élite de
derechas" por una "elite de izquierdas" Pero al final, se tratará de una
élite que no cuestionará la cúspide del sistema capitalista y
continuará ignorando a la mayoría.
Fuente: apuigsole.blogspot.com
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