¡Sólo la revolución socialista puede poner fin a la catástrofe capitalista!
Tras cinco años de recesión económica
mundial, los cimientos de la sociedad capitalista se han visto sacudidos
de arriba abajo. En este periodo, las medidas adoptadas por los
gobiernos que aceptan la lógica de la austeridad y los recortes han
inducido a un agravamiento de todos los indicadores económicos, dejando
paso a un ambiente general de desconcierto, temor y enfrentamientos cada
vez más profundos y abiertos entre las grandes potencias. La crisis de
sobreproducción general no remite en ningún país clave y amenaza con
hacerse más dura, conduciendo en no pocos casos a la depresión.
La crisis capitalista, y la destrucción
de fuerzas productivas que ha provocado, arrastran a la miseria, al
desempleo y la marginalidad a millones de hombres y mujeres en todo el
mundo. Todo el sistema ha entrado en un periodo de decadencia y
descomposición que obliga a la clase dominante a lanzar una ofensiva
furiosa contra todas las reformas del periodo precedente. Esa es la
esencia de las políticas de ajuste y austeridad, de expoliación y
empobrecimiento de las masas, que lejos de suponer un capricho de la
reacción muestran la putrefacción del sistema capitalista. Esta es la
base material y objetiva que explica precisamente la deslegitimación del
parlamentarismo burgués, y la perdida de arraigo y apoyo social de los
partidos tradicionales de la burguesía y de las direcciones reformistas
de los sindicatos y partidos obreros. Como el marxismo señala, los
grandes fenómenos políticos tienen, siempre, profundas causas sociales.
Si los efectos económicos de la crisis
han sido excepcionales, lo más importante es comprender sus
consecuencias en la lucha de clases: la irrupción de las masas en la
arena de los acontecimientos políticos es el factor decisivo de la
actual etapa histórica. La crisis capitalista representa una dura
escuela de aprendizaje para millones de jóvenes y trabajadores. Tal como
señaló Engels hay periodos en que las masas aprenden en pocos meses más
que en décadas enteras, y este es uno de ellos; es la propia burguesía y
la dictadura del capital financiero en que se sustenta, lo que empuja a
millones a sacar conclusiones revolucionarias. No sólo en las filas de
la clase obrera. El giro hacia la izquierda de la juventud, y de amplios
sectores de las capas medias proletarizadas y arruinadas por las
crisis, muestran la naturaleza revolucionaria de la situación actual.
La
maravillosa revolución de los trabajadores y la juventud en el mundo
árabe, que se prolonga por dos años, los grandes movimientos de rebelión
social vividos en Europa, especialmente la cascada de huelgas generales
y lucha de clases emprendida por los trabajadores de Grecia, Portugal y
el Estado español, o la vitalidad de la masas latinoamericanas en su
lucha por la transformación social, reflejan el enorme potencial
revolucionario existente. La burguesía, con sus ataques, está generando
las condiciones para su derrocamiento, tal como señalaron Marx y Engels
en El Manifiesto Comunista.
Ruptura del equilibrio capitalista
Asistimos a un cambio dramático en la
historia contemporánea, un punto de inflexión hacia una fase de
decadencia y senectud del modo de producción capitalista, marcado por la
ruptura del equilibro construido cuidadosamente en las décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y que se volvió a recomponer
tras la derrota de la oleada revolucionaria de los años setenta y el
colapso del estalinismo.
Una ruptura que se expresa en todos los
frentes: en el resquebrajamiento político y económico de la Unión
Europea; en la lucha despiadada que las grandes potencias libran por el
mercado mundial, que tiene su reflejo en el recrudecimiento de los
enfrentamientos militares como estamos observando con la intervención
imperialista en Malí o las hostilidades diplomáticas en el sureste
asiático. En la inestabilidad crónica de la política capitalista, el
cuestionamiento y la desautorización de las instituciones de la
democracia burguesa, y una crisis profunda del parlamentarismo. Pero
sobre todo, en la brutal guerra de clases que se extiende por todos los
rincones del planeta, y que ha supuesto una sacudida en la forma de
pensar de millones de oprimidos, en la recomposición de la conciencia de
clase, y en una polarización política y radicalización de las masas
hacia la izquierda que pone en el orden del día la posibilidad real de
la revolución socialista.
Después de cinco años el capitalismo
sigue completamente empantanado en la crisis más profunda desde los años
30, sin que haya ninguna razón sólida para pronosticar una salida
inmediata a esta situación. La burguesía ha evitado el colapso de la
economía mundial gracias al mayor rescate público del sistema financiero
que jamás ha conocido la historia, y a la imposición de políticas de
austeridad que están socavando las conquistas del movimiento obrero
logradas en las cinco décadas pasadas. Eso significa que los
desequilibrios de fondo acumulados en la economía mundial siguen sin
resolverse, pero que otros nuevos se están desarrollando. El salvamento
con dinero público de la gran banca ha colocado la deuda pública de las
naciones capitalistas en unos niveles sin precedentes, cuando ya antes
de la crisis había alcanzado cotas históricas y actuando como uno de sus
agravantes. La especulación financiera sigue dominando la actividad
económica, alimentada por un acceso ilimitado y barato a la liquidez, y
la sobreproducción persiste en todos las ramas fundamentes de la
economía. A lo sumo, lo que han conseguido es disfrazar temporalmente
todas esas contradicciones, preparando el terreno para que emerjan
nuevas sacudidas y convulsiones en un futuro más o menos próximo.
A
pesar de la propaganda sobre la “inminente” recuperación económica, que
recurrentemente se anuncia desde hace cuatro años, las tendencias de
todos los bloques económicos y países fundamentales son claramente
negativas. La crisis del capitalismo mundial se expresa en la crisis del
capitalismo norteamericano, el más poderoso. En este escaparate del
sistema, se muestra como la voracidad del capital financiero paraliza
las fuerzas productivas y debilita progresivamente, con crisis
recurrentes, el organismo general del modo de producción capitalista.
EEUU se mueve en el filo del estancamiento y el crecimiento raquítico,
que ha sido de un 2% en 2012. Aunque ha conseguido atenuar el golpe de
la crisis a través de la inyección monetaria más grande de su historia,
la burguesía estadounidense ha disparado el endeudamiento del país sin
resolver las crisis de sobreproducción. En 2011 Estados Unidos estuvo al
borde de la bancarrota en sus finanzas públicas, y hoy el pago de
intereses de la deuda está por encima del gasto en defensa.
Paralelamente a esta inyección monetaria, la burguesía norteamericana
devaluó el dólar con lo que mejoró su posición en el mercado mundial a
costa de sus competidores. Pero esta salida “nacional” a la crisis, que
echa por tierra las viejas tesis de una “solución coordinada
internacionalmente”, agudiza aún más la dinámica descendente de la
recesión: no es de extrañar que en la última cumbre del G-20 celebrada
en Rusia el mes de febrero, se señalara como la principal amenaza para
la economía capitalista una guerra de divisas.
La zona euro también entró en recesión
el año pasado, por segunda vez desde el inicio de la crisis, y todas las
previsiones son que la situación se agrave en 2013. En el último
trimestre de 2012 la economía alemana ha decrecido un -0,5 por ciento,
alcanzado de nuevo su punto más bajo desde 2009. Las perspectivas para
Francia, Italia, Gran Bretaña también son de clara recesión en 2013, y
en el caso de las economías del sur este año será un nuevo descenso a
los infiernos. La clave de la situación europea es la crisis de
sobreproducción que ha conducido a una caída espectacular de la
inversión productiva. La inversión en la UE declinó un promedio anual de
más de 350.000 millones de euros entre 2007 y 2011, un declive superior
en 20 veces a la caída del consumo privado y en cuatro veces la caída
del conjunto total de la economía europea. A esto se suma la crisis de
la deuda (provocada por el rescate público al capital financiero) que
sitúa el conjunto de la economía capitalista europea al borde del
precipicio, en el que cualquier acontecimiento puede hacer saltar el
precario equilibrio existente, provocando nueva y más profundas
convulsiones.
También se ha producido un notable
enfriamiento de las perspectivas para el llamado bloque de los BRIC
(Brasil, Rusia, India y China): de una media de crecimiento del 8% entre
2000-2008 se cae a un 4,5% en 2012. Brasil crecerá un débil 2,5%. La
economía china avanzó un 7,8% el año pasado, el ritmo más lento de los
últimos 13 años. Lo mismo sucede con Japón, que volvió a entrar en
recesión a finales de 2012 debido a la caída de las exportaciones.
Catástrofe social
En todos los países el peso de las
rentas salariales están cayendo en picado en proporción a las rentas del
capital, lo que indica una enorme aceleración de la polarización
social. El impacto de la crisis económica ha dejado al borde de la
pobreza y la exclusión social a 119,6 millones de personas en la Unión
Europea durante 2011. La tasa de desempleo mundial ha alcanzado una cota
histórica, con más de 200 millones de parados según cifras oficiales, a
lo que se suma una tendencia imparable a la precarización laboral y una
ofensiva sin cuartel contra las conquistas sociales y los derechos
democráticos del periodo precedente. Medidas que buscan la recuperación
rápida de la tasa de ganancias de los capitalistas, y asestar un golpe
decisivo contra la capacidad de resistencia de la clase obrera. A la
desvalorización de la fuerza de trabajo a través del hundimiento de los
salarios, por la existencia de un ingente ejército de reserva y la
incapacidad de las direcciones reformistas de la clase obrera por
presentar batalla, se une una nueva oleada de privatizaciones de los
sectores públicos esenciales.
Las grasas sociales y políticas que el
sistema acumuló en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial,
especialmente en los países capitalistas avanzados, se han dilapidado.
La ruina y el empobrecimiento de las capas medias, sostén de las
políticas burguesas en las décadas precedentes, constituye un fenómeno
político de primera magnitud. Las viejas formas de dominación política
del capital, basadas en el mecanismo del parlamentarismo burgués, cada
vez se ven más cuestionadas. La clase dominante se prepara para la etapa
histórica que vivimos recurriendo a recortes drásticos de los derechos
democráticos, la utilización constante de los medios represivos del
aparato del Estado, y todo tipo de legislación excepcional.
Si ésta es la cruz de la crisis, la cara
está siendo el cuestionamiento general del sistema por parte de
extensas capas de la población y un auge de los conflictos sociales y de
la lucha obrera que afecta a todas las zonas del planeta.
Ascenso de la lucha de clases
Es
imposible detenerse en todos los focos de la lucha de clases mundial,
pues en los dos últimos años hemos visto una escalada de tal dimensión
que hay que remontarse a los años setenta y los treinta para establecer
un punto de comparación. Citaremos en cualquier caso algunos de los
ejemplos más sobresalientes.
Los acontecimientos revolucionarios en
Egipto, Túnez y Libia de finales de 2010 y principios de 2011 tuvieron
un tremendo impacto mundial, animando la protesta social en Europa,
especialmente en el Estado español, en Israel y en EEUU. A lo largo de
todo el año 2012 la prensa burguesa ha realizado una intensa campaña
ideológica en la que se ha ligado de forma falsa e intencionada la
revolución árabe al integrismo fundamentalista. Sin embargo, los
recientes acontecimientos en Egipto y Túnez están volviendo a poner las
cosas en su sitio, destacando de nuevo el papel revolucionario de las
masas. En el caso de Egipto, seis meses de gobierno islamista, amparado y
respaldado por los militares y las potencias occidentales, ha revelado
el papel contrarrevolucionario del integrismo. Las recientes
movilizaciones han tenido como desencadenante la constitución
bonapartista diseñada por Mohamed Morsi para afianzar su poder
presidencial; los islamistas han tenido enormes dificultades de
contraponer las urnas al movimiento de las masas. En el referéndum ganó
el SI, pero con un nivel de participación bajísimo. En el Cairo y en
Alejandría, que son los dos principales bastiones del movimiento obrero
egipcio, ganó el NO a la constitución. El gobierno tampoco ha podido
ampliar su base de masas, aunque sí ha organizado bandas de tipo
fascista para enfrentarse a la oposición. La posibilidad de que la
burguesía, el Ejército y las potencias occidentales puedan estabilizar
la situación es improbable, pues el margen para las reformas
democráticas, con el trasfondo de la crisis económica mundial, es
realmente muy limitado.
En Túnez, la caída de Ben Alí fue el
resultado del movimiento revolucionario de la clase obrera y la juventud
(especialmente de sus sectores más combativos, desempleados y
estudiantes). En esos momentos, se desarrolló una oleada de huelgas y
manifestaciones por todo el país de dimensiones históricas, se formaron
comités nucleados en torno a los activistas de la UGTT, que con una
política marxista y una estrategia revolucionaria consecuente podrían
haber tomado el poder. Las maniobras del régimen moribundo, de la
socialdemocracia internacional y del imperialismo, permitió que tras las
primeras elecciones se formara un gobierno integrista, que rápidamente
aplicó las recetas del FMI, del BM y el BCE, es decir de La Troika.
El Gobierno islamista de Enhanda,
apoyado por partidos burgueses, no ha evitado que se produjera un
fortísimo movimiento huelguístico impulsado desde abajo por la base de
la UGTT, pese al obstáculo de su dirección conciliadora y
desmovilizadora. Esta contradicción entre la dirección y la base del
sindicato, está marcando el desarrollo de la revolución en Túnez. El
intento del gobierno integrista de parar el movimiento, utilizando las
bandas fascistas de los salafistas para intimidar a los activistas de la
UGTT, y con el asesinato a manos de sicarios de Chokri Belaïd,
reconocido dirigente de la izquierda, ha sido la espoleta que ha
provocado un nuevo alzamiento. La fuerza de la clase obrera es enorme,
como ha demostrado la última huelga general. La dirección de la UGTT
podría tomar en sus manos el poder y terminar con el orden burgués y la
oligarquía proimperialista. Pero sigue insistiendo en su política de
conciliación entre las clases y de reformas constitucionales en el marco
del podrido capitalismo árabe.
A pesar de que el factor que introduce
más distorsiones en el proceso revolucionario árabe es la falta de un
partido marxista con influencia de masas, la naturaleza progresiva y
anticapitalista del movimiento que derribó las dictaduras de la región
está fuera de toda duda y continúa vivo. La revolución va tomando líneas
de clase cada vez más definidas, reflejando un aumento de la madurez
de las masas tras la primera etapa, el febrero árabe, y la nueva en que
se deslindan los dos campos fundamentales entre la burguesía y el
proletariado.
No hay salida para las masas del pueblo
árabe bajo la dominación capitalista e imperialista. Cualquier derecho,
cualquier avance en las libertades democráticas y en las condiciones de
vida de la población, deberá ser arrancada a la oligarquía y sus aliados
occidentales, y cuestiona directamente las bases de la dominación
burguesa. La lucha por la democracia carece de sentido si no está
vinculada a la transformación socialista de la sociedad, a la
expropiación de la banca, los monopolios, los terratenientes, y al
derrocamiento de la casta militar. El desarrollo de los acontecimientos
en el mundo árabe confirma las tesis de la revolución permanente sobre
el carácter socialista de la revolución en los países más atrasados y
oprimidos por el imperialismo.
En Venezuela, cuyos acontecimientos
ejercen una influencia decisiva para toda América Latina, lo más
significativo es que a pesar de la muerte del Presidente Chávez, y el
golpe que esto ha supuesto para las masas venezolanas, el proceso
revolucionario que se ha prolongado más de doce años sigue vivo aunque
es evidente que ha entrado en una nueva etapa, más turbulenta. Las
elecciones del domingo 14 de abril, en las que Nicolás Maduro, el
candidato del chavismo, tan sólo sacó 234.935 votos más que el candidato
de la oposición reaccionaria, obteniendo una victoria muy ajustada,
confirma que el peligro de contrarrevolución está presente en la
situación y que la situación es muy volátil.
Efectivamente,
en las últimas elecciones presidenciales a las que se presentó Chávez,
en octubre de 2012, este volvió a ganar con contundencia, representando
para la oposición burguesa una derrota sin paliativos tras albergar
muchas expectativas de victoria. A esta derrota siguió la debacle en las
elecciones a los Estados del 16 de octubre, en las que se produjo otro
auténtico barrido del chavismo, que logró ganar incluso en plazas muy
significativas de la oposición, como Zulia, Carabobo y Táchira. Estos
datos revelan la fuerza del movimiento revolucionario y la debilidad de
la burguesía y el imperialismo. Sin embargo, el peligro de la
contrarrevolución está presente, sobre todo por el nefasto papel de la
burocracia bolivariana, que sabotea la revolución desde dentro en
colaboración con la burguesía. Aunque sería un error identificar la
desaparición de Chávez de la escena política con el fin de la
revolución, tampoco podemos subestimar los peligros que la acechan. Sin
duda, los ajustados resultados de las elecciones presidenciales de abril
no son positivos y serán utilizados por parte de la burguesía
venezolana y del imperialismo para tratar de insuflar ánimos a su base
social y machacar la moral de la base social de la revolución. No
obstante, cualquier intento de la burguesía o incluso de un sector de la
burocracia de aprovechar este acontecimiento para poner fin a este
proceso a corto plazo, puede provocar una reacción de las masas, que se
encuentran muy activas, muy sensibles, y que han acumulado una gran
experiencia en los últimos años.
También
en EEUU estamos asistiendo a un ascenso del movimiento obrero y de la
protesta social; recientemente se ha producido una importante huelga de
25.000 maestros en Chicago, contra los recortes y en defensa de la
educación pública, que centró la atención política en plena campaña
electoral. Fue una movilización impulsada por abajo, con un gran nivel
de implicación de los maestros y que se saldó con una victoria parcial.
También los trabajadores de Wal-Mart plantaron cara a la empresa. En el
pasado reciente, la rebelión sindical de Wisconsin, el movimiento Occupy
Wall Street y la huelga general en Oackland, son indicativos del enorme
fermento político que se está acumulando en la sociedad estadounidense,
donde el sentimiento de odio hacia los ricos y el cuestionamiento del
capitalismo representa un cambio fundamental en la situación política
del país. Es evidente que las reservas sociales y políticas de la
burguesía norteamericana, otrora las más consistentes de todos los
países capitalistas desarrollados, están claramente mermadas. La
preocupación de Obama por una recaída de la economía norteamericana en
la recesión tiene claramente que ver con el miedo a la perspectiva de
explosiones sociales por toda la geografía de EEUU.
China, a pesar de que las tasas de
crecimiento de su economía son —por el momento— una excepción en
comparación con el resto de las potencias occidentales, es un verdadero
volcán social, un epicentro de la conflictividad laboral mundial.
Precisamente el desarrollo económico de las últimas décadas ha creado un
proletariado poderoso, joven y que ahora está despertando
aceleradamente a la vida política, empezando por la reivindicación de
sus derechos laborales fundamentales. Es un proceso similar al que
experimentó el proletariado ruso a principios del siglo XX o el
proletariado brasileño a finales de la década de los 70. El movimiento
huelguístico en China no ha parado de crecer en los últimos años y ahora
está en pleno apogeo. Un punto muy importante es que, dada la fuerza y
la radicalización del movimiento huelguístico, en muchas ocasiones el
régimen no se atreve a emplear la represión de forma generalizada y
muchas luchas acaban en victorias, consiguiéndose aumentos salariales
importantes. Esta situación comporta una dinámica difícil de detener,
pues incrementa poderosamente la confianza de la clase obrera china en
sus propias fuerzas. El auge de lucha obrera es uno de los principales
problemas y contradicciones del capitalismo chino, que sigue dependiendo
de forma fundamental de la competitividad de sus exportaciones, basada
precisamente en la utilización masiva de la mano de obra barata. China
es una de las mayores reservas de la revolución mundial, sino la
principal. El estallido de una situación revolucionaria en este país
gigantesco, inevitable tarde o temprano, tendrá un impacto brutal en
toda la situación internacional, en la economía, en las relaciones entre
las potencias y en la dinámica interna de lucha de clases de todos los
países.
Pero sin duda donde el enfrentamiento
político y social ha llegado más lejos es en el continente Europeo, y
específicamente en Portugal, el Estado español y Grecia. El pasado 2 de
marzo, más de un millón y medio de personas salieron a la calles de
decenas de ciudades de Portugal para exigir el fin de los recortes y la
dimisión del Gobierno conservador de Passos Coelho. La decisión del
Tribunal Constitucional luso, a principios de abril, de anular una parte
de los recortes del gobierno es un reflejo de la tremenda polarización
social y política alcanzada en el país y del tremendo impacto de las
recientes movilizaciones de protesta. Es una clara victoria del
movimiento obrero y de la juventud portuguesa. El empecinamiento del
gobierno portugués de compensar de forma inmediata este brutal revés
político con más recortes en sanidad, educación y pensiones puede dar un
carácter todavía más virulento y explosivo a la protesta social. Tras
el rescate financiero a este país y los constantes y brutales planes de
ajuste, Portugal se ha hundido definitivamente en una depresión
económica siguiendo los pasos de Grecia. En el último año el PIB se ha
contraído un 3,2 %, mientras el paro subía del 11 al 17 % y la pobreza
se extendía entre el conjunto de la población alcanzando al 25 % de la
misma. Las manifestaciones del 2 de marzo fueron las más multitudinarias
desde que comenzó la crisis, participando directamente en las mismas un
15 % de la población. Bajo el lema “El pueblo es el que ordena”,
estrofa del himno “Grandola, Vila Morena”, cientos de miles de
jubilados, trabajadores, sanitarios, profesores, estudiantes, parados,
sindicatos y partidos de la izquierda, y militares, recorrieron las
calles de Lisboa, Oporto y más de una treintena de ciudades. Miles de
personas portaban rosas evocando las famosas imágenes de la Revolución
de los Claveles, cuando el pueblo confraternizando con los soldados
derroco la dictadura de Marcelo Caetano. Y ese es el auténtico temor de
la clase dominante lusa: después de varias huelgas generales y
manifestaciones históricas, en la conciencia de millones de trabajadores
y jóvenes está prendiendo la idea de que es necesaria otra revolución
de abril, una revolución social que barra definitivamente con el
capitalismo.
Portugal
es uno de los epicentros de la lucha de clases europea, pero no el
único. Grecia vive una situación prerrevolucionaria y la polarización
política se ha agudizado al máximo. Según las últimas encuestas Syriza
sería el partido más apoyado y la ultraderecha de Amanecer Dorado el
tercero. El PASOK, otrora uno de los partidos socialdemócratas más
poderoso de Europa, y que después del gigantesco batacazo de las
elecciones generales de 2012 ha seguido totalmente involucrado en la
política de recortes mano a mano con Nueva Democracia, está en fase de
colapso: su intención de voto ha bajado hasta el 5%. En Grecia se están
anticipando muchos procesos que se vivirán en el Estado español y otros
países del sur de Europa.
La democracia burguesa griega está
sumida en una profunda crisis. El plan de la clase dominante de
sustituir al gobierno “técnico” de Papademos, impuesto por la Troika en
noviembre de 2011, por uno “legitimado” en las urnas y que contara con
el fuelle suficiente para emprender nuevos y brutales ataques, fracasó
completamente. En sus cálculos estaba que, pasase lo que pasase, entre
el PASOK y Nueva Democracia, los dos partidos comprometidos con los
planes de ajuste impuestos por la Troika (BCE, FMI y UE), obtendrían la
mayoría absoluta en el Parlamento y que la asignación automática (y
antidemocrática) de los 50 diputados al partido más votado compensaría
el castigo que iban a sufrir en las urnas. Sin embargo, la debacle de
ambos partidos en las elecciones de mayo de 2012, especialmente del
PASOK, fue de tal calibre que les resultó imposible formar gobierno y
tuvieron que convocar nuevas elecciones para el 17 de junio.
Tan significativo como el hundimiento de
los dos principales partidos políticos griegos, que han sido el
sustento fundamental de la democracia burguesa desde la caída de la
dictadura, es que Siryza superó ampliamente al PASOK en las elecciones
de junio y se convirtió en la segunda fuerza parlamentaria y a tan solo
130.000 votos de Nueva Democracia. La burguesía griega y europea estaba
aterrorizada con la perspectiva de una victoria electoral de Syriza en
las segundas elecciones (que podría haber supuesto formación de un
gobierno de izquierdas opuesto a los planes de recorte y con un fuerte
apoyo en la calle, incluso con la participación del KKE) y desató una
campaña brutal de miedo, augurando el caos y la guerra civil. A pesar de
ello Syriza aumentó sus resultados de mayo aunque podrían haber sido
mejores, lo que equivale a afirmar que podría haber ganado las
elecciones, si no hubiera rebajado el contenido de su programa y su
discurso. Por su parte, el KKE pagó en las urnas su programa estalinista
y la orientación extremadamente sectaria de su dirección.
A corto plazo los capitalistas
consiguieron evitar lo peor, pero el gobierno encabezado por Nueva
Democracia es extremadamente débil. Un sector de la burguesía está
apostando por incrementar la actividad de las bandas fascistas, que
encuentran un caldo de cultivo en una situación de gran descomposición
social. La oleada de atentados contra varias instituciones oficiales a
mediados de enero, representa una maniobra organizada por sectores del
propio aparato del Estado con el objetivo de crear un clima de tensión
que paralice la protesta social y justifique una intervención
“excepcional” de las fuerzas represivas para poner en orden la
situación. Es obvio que las tendencias bonapartistas se están reforzando
en el seno de la clase dominante griega, aunque otra cosa es que vayan a
jugar, a corto plazo, la carta de una dictadura. Si lo hicieran,
podrían precipitar la revolución en Grecia e incluso radicalizar todavía
más la protesta social en todo el sur de Europa.
A pesar de las alzas y bajas, el
movimiento obrero griego está muy activo y alerta. Ha protagonizado más
de diez huelgas generales en los últimos dos años que han paralizado el
país y han demostrado el músculo revolucionario de los trabajadores y
jóvenes griegos. Es cierto que las huelgas no han detenido los planes
del gobierno, pero han sido decisivas a la hora de cohesionar a los
trabajadores, amentar su conciencia colectiva y dar confianza a sus
acciones. Como señaló Trotsky refiriéndose a los acontecimientos
revolucionarios franceses de 1935-36: “La huelga general, como lo saben
todos los marxistas, es uno de los medios de lucha más revolucionarios.
La huelga general no se hace posible más que cuando la lucha de clases
se eleva por encima de todas las exigencias particulares y corporativas,
se extiende a través de todos los compartimentos de profesiones y
barrios, borra las fronteras entre los sindicatos y los partidos, entre
la legalidad y la ilegalidad y moviliza a la mayoría del proletariado,
oponiéndola activamente a la burguesía y al Estado. Por encima de la
huelga general, no puede haber sino la insurrección armada. Toda la
historia del movimiento obrero testimonia que toda huelga
general, cualesquiera que sean las consignas bajo las cuales haya
aparecido, tiene una tendencia interna a transformarse en conflicto
revolucionario declarado, en lucha directa pon el poder. En otras
palabras: la huelga general no es posible más que en condiciones de
extrema tensión política y es por eso que siempre es expresión
indiscutible del carácter revolucionario de la situación”.
Precisamente,
las huelgas generales en Grecia han puesto encima de la mesa la
cuestión del poder, y de la dirección revolucionaria, de una forma
ineludible. Objetivamente la situación es claramente favorable para los
trabajadores griegos, pero el problema fundamental está en su dirección.
Tanto Syriza como el KKE deben converger en un Frente Único y defender
una estrategia política socialista para que los trabajadores tomen el
poder. Como señalamos en la declaración de la Corriente Marxista
Revolucionaria de marzo de 2012: “al poder de la burguesía hay que
oponer el poder de los trabajadores: impulsar la formación de comités
revolucionarios en todas las empresas, industrias, tajos, escuelas,
universidades y barrios. Comités basados en las asambleas, cuyos
miembros deben ser elegidos democráticamente por los trabajadores y la
juventud para llevar a cabo las tareas de la revolución socialista: el
control obrero de la producción, y de la vida social; la organización de
una huelga general indefinida con ocupaciones para tomar el control de
los centros de poder económico y político; el establecimiento de un
Parlamento Revolucionario integrado por los delegados de todos estos
comités para adoptar las medidas descritas anteriormente; la
organización de la autodefensa de la clase obrera, en cada fábrica, en
cada sindicato, en cada centro de estudio, en cada barrio; un
llamamiento fraternal a los soldados e incluso a los miembros de los
sindicatos de la policía a servir al pueblo, estableciendo comités
revolucionarios y plenos derechos democráticos en su seno; y la
extensión de este plan de acción al conjunto de la clase obrera europea:
bajo la UE de los capitalistas y los banqueros no hay salida, pero bajo
una Grecia fuera de la UE pero capitalista tampoco. Es necesario
levantar la bandera del internacionalismo proletario que lleva inscrita
la consigna de los Estados Socialistas de Europa”.
En cuanto al Estado español, en 2012 se
han producido cambios con implicaciones muy importantes en muchos
terrenos, empezando por un incremento extraordinario de la movilización
social, que incluye dos huelgas generales y movilizaciones de masas
ininterrumpidas en defensa de la sanidad y la educación públicas, además
de demostraciones y acciones contra los desahucios impuestos por la
banca que cuentan con el apoyo de la inmensa mayoría de la población. En
estos años se ha producido un gran salto en el proceso de toma de
conciencia y de radicalización hacia la izquierda. 2012 también ha sido
un año de profundo desgaste político del gobierno del PP, que ha perdido
una parte considerable de su apoyo social y se encuentra en una
situación de extrema debilidad; de profundización de la crisis de la
socialdemocracia y de una clara extensión del descrédito general del
sistema capitalista y de sus instituciones.
Todos estos factores tienen como nexo
común una gravísima crisis económica, marcada por la destrucción de
fuerzas productivas, caída de la inversión, tasas de desempleo en
niveles históricos, empobrecimiento de amplias capas de la población y
una crisis financiera que proyecta una larga sombra hacia el horizonte.
Existe una incapacidad manifiesta de la clase dominante de dirigir la
sociedad hacia otra situación que no sea la de una catástrofe social. La
burguesía española no es capaz de crear la más mínima expectativa, y
menos aún de generar ningún tipo de ilusión en un cambio a mejor en el
futuro. Esta realidad es percibida por una parte muy amplia de la
sociedad, y tiene implicaciones muy hondas en la conciencia de millones
de personas, especialmente en las filas de la clase obrera pero también
entre las capas medias. Según una encuesta reciente de Metroscopia, el
73% de la población piensa que “España está al borde de un estallido
social a causa del nivel de paro y de pobreza existente”, (El País, 20 de enero).
Tras décadas de política de pactos y
concesiones a los capitalistas, la autoridad política y moral de los
dirigentes reformistas de la clase obrera está muy mermada; la crisis ha
remachado todavía más ese descrédito. Una situación cualitativamente
diferente a la que se vivió en los llamados años de la Transición.
Las viejas capas del movimiento obrero, cansadas y escépticas, tienen
un peso cada vez menor en el ambiente general, en las luchas y en las
conclusiones políticas que se derivan de las mismas, aunque siguen
teniendo un peso muy importante en las estructuras burocráticas de los
partidos y sindicatos obreros. Los sectores más jóvenes de la clase
obrera está jugando un papel cada vez más protagonista, creando las
condiciones objetivas y subjetivas para la recuperación de las mejores
tradiciones del movimiento y sentando las bases para la penetración y el
arraigo de las ideas marxistas revolucionarias. La dinámica de fondo de
la lucha de clases y la decadencia orgánica del capitalismo español
empujan la situación objetiva hacia una crisis prerrevolucionaria. Es
difícil determinar con exactitud los ritmos de los acontecimientos pero
lo cierto es que todos los pilares que han sostenido la estabilidad
política del régimen en los últimos 30 años se encuentran seriamente
resquebrajados.
Inestabilidad capitalista y lucha entre las potencias
La
situación en Portugal, Grecia y el Estado español, se enmarca dentro de
la profunda crisis política y económica de la Unión Europea. Detrás de
la crisis en torno al euro subyace el enfrentamiento de intereses
nacionales de las distintas burguesías europeas y las sombrías
perspectivas para la economía mundial, que lo agrava todavía más. La
última cumbre europea de diciembre, en la que se iba a dar un impulso a
la unión bancaria, ha acabado de nuevo en un fiasco: lo fundamental es
que no va a haber ayudas directas a la banca sino que los distintos
estados serán, en último término, los garantes de estas ayudas; tampoco
se establecerá un fondo de garantía común que corte la fuga de capitales
del sur al centro de Europa.
El mensaje de Alemania en todos los
puntos de discusión es claro: que cada burguesía asuma el coste
económico y político de su situación nacional. Por supuesto que Alemania
está totalmente atada al desarrollo general de la economía europea y
tiene que sopesar continuamente todos los pasos que da. No puede dejar
caer a la banca de los países periféricos sin que ello suponga arrastrar
a su propia banca; pero no quiere perder en absoluto el control sobre
la política monetaria de la UE y del BCE, ni dotarlo de mecanismos
“automáticos”. Todos los rescates e inyecciones de liquidez tienen que
estar bajo control de la burguesía alemana. Pero en esta estrategia, que
trata de garantizar los créditos alemanes y europeos a las bancas
nacionales en quiebra, a costa de planes de ajuste, más austeridad e
incluso “corralitos” financieros, puede desembocar en un estallido
social de incalculables consecuencias. Lo que está pasando en Grecia, en
Portugal, en el Estado español, se ha visto ahora reforzado por los
acontecimientos en Chipre, dónde el intento de la UE de incautar una
parte de los ahorros de la población chipriota para salvar al sistema
financiero, amenaza con una revuelta revolucionaria. Es una advertencia
de lo que puede ocurrir, en cualquier momento, en otros países del sur
de Europa que tienen además una larga tradición revolucionaria.
La burguesía europea, y la alemana, se
encuentran en un auténtico dilema. La posibilidad de una ruptura del
euro, que permitiría a las burguesías nacionales volver a tener el
control de la política monetaria, significaría una hecatombe de
dimensiones imprevisibles para el capitalismo mundial y por eso todos
los sectores fundamentales de la clase dominante quieren evitar esta
perspectiva. Por otro, los avances hacia la unificación, siempre
incompletos, lentos e inestables, solo se pueden producir bajo la
dictadura del capital alemán, dando pie a continuos choques de intereses
nacionales y acentuando todavía más el descrédito de las políticas de
austeridad, y de las propias burguesías nacionales, ante las masas.
La crisis de la UE refuerza la idea que
subrayamos los marxistas hace años, justo en los momentos en que la
“euforia europeista” cegaba a los dirigentes socialdemócratas del
movimiento obrero: la crisis económica pondría a prueba la unidad
europea sobre bases capitalistas. Como señalamos en los momentos en que
nuestra voz nadaba contracorriente de la opinión pública, cuando
estallara la crisis los estrechos intereses de las burguesías nacionales
se superpondrían a las tendencias hacia la “unidad europea”. Y en la
actualidad, lo que está ocurriendo es que se está imponiendo los
intereses nacionales de la burguesía más fuerte de la que dependen el
resto de los capitalistas del continente. La crisis en la UE ha
fortalecido a la burguesía alemana como potencia dominante. La
influencia alemana en la política europea es ahora la más grande desde
la segunda guerra mundial, de ahí las reticencias cada vez mayores de la
clase dominante británica, entre otras, a continuar en el barco de la
UE.
Los trabajadores tenemos la obligación
de denunciar a los que apelan a “más Europa” pero bajo las mismas
coordenadas capitalistas, y aquellos que denuncian la integración y
recurren a la demagogia nacionalista pero sin romper tampoco con las
cadenas de la propiedad privada y las relaciones de explotación de la
economía de mercado. La alternativa a la actual catástrofe exige
defender y conquistar una Federación Socialista Europea, basada en la
expropiación del sistema financiero, de los grandes monopolios, y en el
derrocamiento de la actual dictadura del capital sustituyéndola por un
régimen democrático de los trabajadores.
Otra
vertiente de la crisis es la acentuación de las tensiones entre las
potencias, un aspecto central de la situación política mundial. El
escenario más caliente de estas disputas es la zona de Asia-Pacífico,
con el enfrentamiento entre EEUU y China, y también la implicación de
Japón como protagonista fundamental. China, cuyo crecimiento económico
fue uno de los factores más importantes que ayudaron a prolongar el
crecimiento económico en los 90 y primeros años de este siglo, se ha
convertido paradójicamente en su contrario: en un poderoso factor de
inestabilidad a nivel económico, político y militar. Las diferentes
potencias de la zona y particularmente el imperialismo norteamericano
temen, no sin razón, que China se convierta en la nación imperialista
dominante. El creciente enfrentamiento de China con países de la zona
(Japón, Filipinas) es muestra de ello. Todo el proceso se expresa en la
espectacular carrera armamentística que se está produciendo en la zona.
Por una parte, el imperialismo norteamericano está reequilibrando sus
fuerzas militares hacia el Pacífico en un intento de mantener su
supremacía política, económica y militar, y poner un cortafuegos al
creciente poder Chino (para 2020, el 60% de la flota naval de Estados
Unidos estará basada en la región del Pacífico). A su vez, China está
adecuando también su poder militar al incremento de su peso e influencia
en la economía mundial, mientras Japón está promoviendo una reforma
constitucional para poder disponer de un ejército preparado para
intervenir en el exterior, un veto impuesto por EEUU después de la
Segunda Guerra Mundial. Es en este contexto global como hay que situar
la escalada de tensión la península de Corea, con las maniobras
militares de EEUU y Corea del Sur y la respuesta de Corea del Norte y
China.
Las crecientes tensiones entre las
potencias, y el nuevo reequilibrio de poder que provocarán, tenderán a
remover profundamente las sociedades de las potencias en litigio. Una
sociedad en las que la polarización social y política ya ha alcanzado
grados críticos, como hemos analizado. El incremento del militarismo y
las guerras, en el marco de la lucha por cada pedazo del mercado mundial
y por el control de las fuentes estratégicas de materias primas, tienen
un doble efecto en la lucha de clases. Por un lado refuerzan la
necesidad de las burguesías en intensificar la utilización del veneno
del nacionalismo, pero por otro lado agudiza la crisis general del
sistema, la percepción de que los capitalistas empujan el planeta hacia
el desastre más completo y por tanto a un cuestionamiento todavía mayor
de la clase obrera hacia su dominio. Todos estos factores conforman la
base material y política, las condiciones objetivas y subjetivas, que
impulsan la revolución socialista y sus perspectivas de triunfo.
Construir la Corriente Marxista Revolucionaria
La crisis más importante desde el crack
de 1929 ha puesto en primer plano una idea fundamental: las fuerzas
productivas se rebelan contra la camisa de fuerza que representa las
fronteras nacionales y la propiedad privada de los medios de producción.
El capitalismo ha sobrepasado sus límites y ya no juega ningún papel
progresista, pero no caerá por si sólo, y la burguesía mundial se
prepara para sostenerlo cueste lo que cueste. No podemos olvidar que la
dureza de la recesión, junto con las medidas de ajuste salvaje, crean
las condiciones para una nueva fase de acumulación capitalista. Mediante
una desvalorización todavía mayor de la fuerza del trabajo y una
recuperación de la plusvalía cedida a través del gasto social (sanidad,
educación, infraestructuras, subsidios…); acabando con las conquistas
históricas de la clase trabajadora obtenida en una dura lucha de clases a
lo largo de sesenta años, la burguesía mundial pretende estabilizar la
situación. Sin embargo, hay factores políticos implicados que
condicionan, y mucho, esta perspectiva.
La
profundidad y extensión de la crisis, con un desempleo de masas de
carácter estructural, y la política actual de los gobiernos en todo el
mundo, está precipitando una guerra social que lleva directamente a un
proceso agudo de diferenciación social, la ruina de las clases medias y
la proletarización general de la sociedad. Acontecimientos históricos
que están provocando un cambio radical en la psicología y la actitud de
millones de trabajadores, jóvenes y desempleados para avanzar hacia una
alternativa socialista.
La clase obrera está comprendiendo a
través de su experiencia que no se puede hacer frente a este ataque
devastador de manera aislada, fábrica a fábrica, o sector a sector. En
las condiciones actuales, para obligar a los capitalistas a realizar
concesiones serias es necesario quebrar su voluntad; y no se
puede llegar a esto más que mediante una ofensiva revolucionaria Pero
una ofensiva revolucionaria que opone una clase contra otra no puede
desarrollarse bajo consignas económicas parciales. La tesis marxista
general de que las reformas sociales no son más que los subproductos de
la lucha revolucionaria, en la época actual de decadencia
capitalista tiene la importancia más sobresaliente. Los capitalistas no
pueden ceder algo a los trabajadores, más que cuando están amenazados
por el peligro de perder todo.
Todas las condiciones objetivas para la
revolución están maduras. Los estallidos que hemos vivido son el
preludio de movimientos más profundos y extensos en los próximos años;
pero culminar con éxito la tarea requiere también de la presencia de
otros factores no menos importantes y decisivos. La ausencia de una
organización marxista de masas determina la distorsión de estos procesos
y su prolongación en el tiempo. De esa ausencia se aprovecha la
burguesía que, basándose en los dirigentes reformistas del movimiento
obrero, intenta descarrilar con todos los medios a su alcance el empuje
revolucionario. Obviamente, la debilidad del factor subjetivo, o dicho
de otra manera, el papel completamente reaccionario que juegan los
dirigentes reformistas y socialdemócratas de la clase obrera, hace que
el proceso de toma de conciencia también sea más traumático y complejo.
La construcción de una organización
marxista revolucionaria a escala internacional se ha convertido en la
tarea más urgente del momento, la clave de toda la situación mundial.
Para llevarla a cabo es necesario, en primer término, una sólida base
teórica, una comprensión profunda de la dinámica del capitalismo, y una
atención escrupulosa a los cambios y giros de la lucha de clases, de la
economía, de las relaciones entre las naciones. La teoría es clave, a
condición de que sirva para educar una organización marxista que tenga
la decisión de intervenir con fuerza en la lucha y que construya raíces
en el movimiento real y en las organizaciones de masas de la clase
trabajadora y la juventud. La crisis en las organizaciones obreras
tradicionales, sus partidos y sindicatos, se puede retrasar un tiempo
mayor. La inercia juega un papel poderoso en los procesos sociales, y
las direcciones reformistas pueden sobrevivir a una época en que su
política está completamente superada por los acontecimientos. Pero,
inevitablemente, a un ritmo u otro, la presión de la lucha de clases
provocará una fuerte diferenciación interna abriendo posibilidades de un
desarrollo rápido a las fuerzas del marxismo revolucionario.
La premisa fundamental, económica, del
socialismo, existe desde hace mucho tiempo. Pero el capitalismo no
desaparecerá de la escena por si mismo. En cualquier caso, los
revolucionarios no esperamos con los brazos cruzados a que mejoren las
circunstancias subjetivas para realizar nuestro trabajo. En este periodo
forjamos nuestras filas en el programa, métodos y tradiciones del
marxismo, combatiendo ideas oportunistas y ultraizquierdistas,
resistiendo las presiones políticas y materiales del sistema, ganando
pacientemente posiciones en el seno del movimiento obrero y sus
organizaciones utilizando tácticas flexibles. A pesar de todas las
dificultades, tenemos plena confianza en nuestras fuerzas y nuestras
ideas, en la capacidad revolucionaria de la clase obrera, y en que la
corriente de la historia se mueve a favor de los explotados.
¡Únete a la Corriente Marxista Revolucionaria (Internacional)!
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