Rosalía Mera y los doctorados honoris causa
Sin ninguna intención de lanzarme corvinamente sobre un cadáver reciente. Lejos de mi esa tropelía. De hecho, no quiero hablar propiamente de Rosalía Mera [RM]. RM, la mujer –se “informa” en la prensa [1] como si fuera un detalle importante, esencial o incluso simplemente significativo- “más rica de España y la 66ª en la lista del ‘Forbes” [2], estuvo al frente de la Fundación Paideia, que creó, se señala, “como ayuda a los niños discapacitados empujada por su propia experiencia familiar”. Más allá del disparate –con más precisión: insulto- social que representa que esa ayuda (ésta sí esencial) dependa en gran medida de la voluntad, interés, implicación directa, afectación personal o la razón que fuere de una ciudadana acaudalada, suponiendo además que no haya (como seguramente no existe en este caso) ningún trasfondo calculístico-crematístico en la constitución de la fundación (deducciones en el pago de impuestos, por ejemplo), también yo, desde mi experiencia familiar, le agradezco esa decisión y sus esfuerzos.
No es propiamente de RM, de su 7% en Inditex, de la inmensa fortuna acumulada mediante estrategias empresariales no siempre modélicas (a pesar de haber abandonado el consejo de administración de la multinacional en 2004), de sus inversiones inmobiliarias en capital variable (SICAV) o en empresas farmacéuticas, o incluso en fondos manejados por el estafador encarcelado de alto copete Bernard Madoff, de lo que quería hablar en esta nota. Me gustaría referirme a una foto (a la segunda de la edición impresa) que ha aparecido en el global-imperial del viernes 16 de agosto.
En la fotografía en cuestión, se puede ver a la ya doctora RM leyendo su discurso de aceptación del doctorado honoris causa otorgado en 2011 por la Universidad Menéndez Pelayo. Detrás de ella, Maria Teresa Fernández de la Vega, la que fuera vicepresidenta de gobierno con José Luis Rodríguez Zapatero, aquel magnífico vendedor de humor republicano, e Iñaki Gabilondo, el de las profundas y sesudas reflexiones poliéticas. Observen, si tienen ocasión, la cara de la ex vicepresidenta. Transmite felicidad, acuerdo con lo oído e incluso, si se me permite, un cierto orgullo de género.
La cuestión que –insisto- no refiere propiamente a la persona fallecida: ¿un doctorado honoris causa otorgado a alguien que ha sido, que era en aquel momento, una empresaria bañada en oro, plata y diamantes con determinadas arterias filantrópicas? ¿No recuerda un pelín, sólo en pelín, el caso de Mario Conde, que también tenía sus inquietudes “fundacionales” según dicen? ¿Cuántos doctorados honoris causa deberíamos haber otorgado entonces a Marcos Ana? ¿Cuántos tiene? ¿Cuántos ha obtenido hasta el momento Francisco Téllez, un trabajador de la construcción catalano-andaluz torturado y encarcelado, dos o tres años más joven que ella, que por supuestísimo jamás estuvo en ningún consejo de administración ni montó ningún imperio empresarial pero que construyó o ayudó a construir tantas viviendas como tomos tendrá la nueva edición de las obras completas de Marx? ¿Cuántos doctorados honoris causa obtuvo Francisco Fernández Buey fallecido casi a la misma edad que Rosalía Mera?
¿Qué hay detrás de esos honoris causa? ¿Qué cosmovisión envuelve a los comités de esas Universidades distinguidas que otorgan esas “condecoraciones sociales”?
Notas:
[1] El País, 16 de agosto de 2012, p. 20.
[2] Mirado con distancia crítica: ¿qué infamia es esa? ¿Cómo se puede hablar de la muerte de alguien en esos términos crematísticos? ¿Se trata de escribir una apología de la riqueza? ¿De dónde esa mitificación absurda del primer ordinal, del número 1? ¿Primera, segunda, tercera, cuarta? ¿Un atributo, una virtud de excelencia?
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia).
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