El poder del dinero
nuevatribuna.es |
23 Agosto 2013 - 21:08 h.
Berlusconi tuvo un
ministro que amonestó a los periodistas que le hablaban de cultura con
el argumento de que la Divina Comedia no servía para comer pues con ella
no podían hacerse bocadillos. Sin embargo, es fama en la literatura
gastronómica que los vikingos habían descubierto que los más suculentos
asados se hacían con fuego de libros. Llegaban a depredar una ciudad,
entraban en la catedral, cogían los libros del coro, en pergamino, de
aquellos canónigos grecolatinos, quemándolos, y a su fuego, asaban
gansos, lechones, lo que se terciara. Cuando las huestes vikingas
invadieron Sevilla no es raro que hubiera en sus asados mucho de Gonzalo
de Berceo, san Isidoro o el mismo rey Sabio.
En ambos casos la dictadura de la rapiña se convierte en
una realidad impuesta como inconcusa. Para Ortega cuando se volatilizan
los demás valores queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento
material, no puede volatilizarse. O, de otro modo: el dinero no manda
más que cuando no hay otro principio que mande. Quizá no sea casual que
haya aparecido en este tiempo el esqueleto de Ricardo III hallado en un
aparcamiento de Leicester, y a quien la historia señaló como un hombre
desagradable, ambicioso, cruel y sin escrúpulos, que, como Creonte,
anteponía su soberanía a cualquier otro valor.
El poder del dinero se ha encargado de anestesiar
cualquier principio que pudiera anteponerse a su imperante influencia.
Decir que las ideologías resbalan sobre la sociedad, que la dejan
intacta, que son expectoradas por ella, ha sido una trampa de la
ideología más ingeniosa de todas, la ideología de la no-ideología. Es un
intento de convertir en flatus vocis cualquier consideración
política, metafísica o ética como orientación de la vida social y que
los ciudadanos no descubran, en palabras de Ezra Pound, que esclavo es
aquel que espera por alguien que venga y lo libere. La estrategia de las
élites económicas-financieras es arrojar a las mayorías sociales a la
necesidad, necesidad material y la necesidad que surge de la carencia de
alternativas. Nuestra vida, volviendo a Ortega, es en todo instante y
antes que nada conciencia de lo que nos es posible. Si en cada momento
no tuviéramos delante más de una sola posibilidad, carecería de sentido
llamarla así. Sería más bien pura necesidad.
En realidad las posiciones de los conservadores y la consagración del poder de las élites suponen un autoritarismo tout court
ya que representa un determinado principio formal de deformación del
antagonismo social. Se obvia que política y democracia son sinónimas: el
objetivo de la política antidemocrática es y siempre ha sido, por
definición, la despolitización, es decir, la exigencia innegociable de
que “cada cual ocupe su lugar”, el que le designan los poderes fácticos,
mientras que la verdadera lucha política, como explica Rancière, no
consiste en una discusión entre intereses múltiples, sino que es la
lucha paralela por conseguir oír la propia voz y que sea reconocida como
la voz de un interlocutor legítimo. En palabras de Slavoj Zizek el
populismo de derecha, dice hablar en nombre del pueblo cuando en
realidad promueve los intereses del poder.Es aquí donde hay que clamar por la resurrección de la ideología, pues en momentos como éste su tarea no sería exclusivamente política, sino también moral. Moral, en primer término, porque se da el infortunio de que cada vez más nos apoyamos en lo contingente para elaborar un nuevo concepto de vida, y política porque en ese esquema la ideología podría ser un instrumento para concebir y realizar la Historia como una ética de transformación social.
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