Existen hombres y mujeres como Alfonso Sastre, luego existimos
Iroel Sánchez
Si existiera justicia literaria en este mundo, Alfonso Satre recibiría, al menos en lengua castellana, todos los premios, reconocimientos y difusión que hasta hoy se le han negado.
Pero Alfonso Sastre tiene un defecto muy grave: ha sido coherente. Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín, y muchos se apresuraron a cambiar de bando, este gigante del teatro y el pensamiento se ratificó en sus dichos y militancia. Considerado por muchos un clásico vivo del teatro en lengua castellana, es un intelectual total pero sus columnas de opinión fueron pasando de El País a El mundo para terminar en el diario vasco Gara, en la misma medida en que la gran prensa española fue abandonando todo vestigio de pluralidad. Él no hizo concesiones, en 2007 pronunció en Bilbao una conferencia con el impublicable título de “Por qué sigo siendo comunista”
Narrador, poeta, ensayista y dramaturgo, el silencio de las editoriales que desde la península ibérica dictan el canon de lo que debe leerse en lengua española, obligó a su esposa, la valiente e incansable Eva Forest, a fundar una editorial para que los libros de Alfonso pudieran ver la luz. Así nacióHiru que, además de a Alfonso, tiene en su catálogo a autores como Howard Zinn y Noam Chomsky, entre muchos otros malpensantes.
En 2003, cuando en Miami levantaban carteles diciendo “Iraq now, Cuba after” y en el poderoso Grupo PRISA pasaban lista para cercar a la isla, Alfonso Sastre alzó su voz a contracorriente para decir lo que otros callaron.
De paso por el País Vasco, visité a Alfonso en su casa de Hondarribia, hablamos de Cuba, de Venezuela, del 15M, de Fidel y de Chávez ,y de los desafíos que implica Internet. Lúcido y vital a sus 86 años. Él me obsequió su más reciente libro y me contó de lo que está escribiendo ahora mismo.
Autor de una obra inmensa, Alfonso es más conocido y reconocido en Latinoamérica que en la España que le vio nacer. Invisibilizado por la industria cultural que reparte premios y hace listas de éxitos literarios, su incomodante definición del intelectual “bienpensante”, su rigor creativo, su negativa a complacer los estereotipos de moda y su coherencia ética lo hacen insoportable para quienes pastan entre el rebaño mediático afín al capital.
Conocerlo es admirarlo. Saliendo de Hondarribia vinieron a mi mente las palabras que, tras leer los versos de Alfonso que rezan “Existe Cuba, amigos/Luego existo”, pronunció la teatróloga cubana Vivian Martínez Tabares cuando la Universidad de las Artes de La Habana le otorgó a este gigante, a quien ni la censura ni el mercado han podido doblegar, el título de Doctor Honoris Causa: “Por hombres y mujeres como usted, Alfonso Sastre, también seguimos existiendo.”
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