La pobreza: El gran escandalo de la economía mundial
nuevatribuna.es |
17 Octubre 2013 - 19:40 h.
Sistema Digital |
El jueves 17 de octubre se convocaron en varias ciudades españolas
manifestaciones de lucha contra la pobreza. Todos los años se llevan a
cabo este tipo de protestas pero los avances que se consiguen son muy
escasos. La pobreza se sigue dando en proporciones muy elevadas, a pesar
de los progresos que han tenido lugar en la medicina, tecnología, renta
y riqueza. De manera que en la economía mundial conviven la opulencia y
la pobreza, la riqueza y la miseria.
Desde que se implantó el capitalismo industrial a finales del siglo XVIII se han conseguido importantes logros en la eliminación de las grandes privaciones que han atenazado a la humanidad durante siglos. Las mejoras en el bienestar material han sido muy desiguales y se dan grandes diferencias entre la situación de los países ricos y pobres. Las mejoras sociales conseguidas en los países avanzados deben mucho a las luchas de los trabajadores y otros movimientos reivindicativos, que son las que, en definitiva, han logrado la consecución de los derechos sociales y su posterior consolidación. El camino en los países desarrollados no ha sido un camino de rosas.
En los países subdesarrollados también se han dado mejoras, aunque de una forma desigual entre ellos. Pero es en estos países en los que se concentra el mayor número de pobres y hambrientos. El insuficiente desarrollo económico y la elevada desigualdad, que se produce en muchas de estas sociedades, son las principales razones de la existencia de tantas gentes -sobre todo mujeres- que viven en este estado tan lamentable. La pervivencia de la pobreza no es ajena a la existencia de la riqueza, pues vivimos en un sistema económico que se caracteriza por la explotación entre clases sociales y entre países. En suma, hay pobres porque hay ricos, y hay ricos porque hay pobres a quien explotar. Las relaciones de dominación y subordinación, entre clases sociales, regiones y países, explican, en gran parte, estas grandes desigualdades.
Las desigualdades, sin embargo, como se ha demostrado en la historia se pueden atenuar, pues se han introducido en la economía, sobre todo en los países desarrollados aunque no solamente, elementos correctores y mecanismos redistributivos, que han hecho posible mejoras en la distribución de la renta y en la igualdad en derechos y oportunidades. En los últimos años, no obstante, se está sufriendo una regresión y la desigualdad dentro de los países ricos se está volviendo a acentuar. El recorte en los derechos sociales y la implantación del pensamiento económico basado en el fundamentalismo de mercado está contribuyendo a ello. La desigualdad entre países sigue siendo muy elevada, aunque se produce una cierta controversia sobre si ha disminuido o se ha mantenido en las últimas décadas.
Más allá de este debate en función de los estudios empíricos que se llevan a cabo, lo que es muy grave es que la desigualdad entre países sigue siendo muy alta, como lo es la que se da dentro de los países emergentes, tales como Brasil y China, por poner dos ejemplos. De forma que si se mide la desigualdad entre los extremos está ha tendido al aumento, y si se estima la que existe dentro de los países es posible que la desigualdad internacional también haya crecido. La desigualdad ha tenido una tendencia a bajar si se miden las diferencias entre países, sin considerar la desigualdad interna, y si se valora al conjunto, como consecuencia del fuerte crecimiento que han tenido algunas economías.
La desigualdad tiene mucho que ver con la pobreza, aunque no hay una relación directa, pero lo cierto es que la pobreza es muy elevada en la economía mundial actual y no se corresponde con el nivel de conocimientos adquiridos, ni con el grado de desarrollo que han alcanzado determinados países. El problema no es de falta de recursos, sino de mala distribución de éstos. Las estructuras económicas son las que fallan a la hora de combatir la pobreza con un determinado grado de eficacia.
La crisis económica que está azotando a la mayor parte de los países ricos está creando entre los ciudadanos una sensación de incertidumbre, inseguridad y miedo. La angustia generada por esta situación parece de orden menor si observamos la realidad de tantos países que padecen verdaderas calamidades. El hambre, la pobreza, y las grandes privaciones que se padecen en bastantes países subdesarrollados -falta de agua potable, analfabetismo, malnutrición y baja esperanza de vida, entre tantas otras- ofrece una imagen verdaderamente aterradora de las miserias que afectan a millones de personas.
Además, de esta situación verdaderamente escandalosa hay que añadir la cantidad de refugiados que huyen de sus países de origen, como consecuencia de guerras, dictaduras, fundamentalismo religioso y violencia de género. Gran parte del mundo es un verdadero infierno para un porcentaje muy elevado de la población mundial. Esto contrasta con la opulencia que se da en los países ricos, pero también entre ciertas élites de los países subdesarrollados. Un infierno que tiene lugar por motivos económicos, sociales y políticos.
Una parte considerable de las poblaciones desfavorecidas económica y socialmente, así como la gran cantidad de refugiados que existen, tratan de emigrar hacia las naciones ricas, o hacia países vecinos más desarrollados, o que no sufren las condiciones de violencia que se padecen en el país de origen. Los movimientos migratorios hacia los países desarrollados responden a la necesidad de huir del infierno en busca de un paraíso. Pero el paraíso no existe para estas gentes, sino que se convierten en los parias de los países que les acogen, cuando les acogen. Muchos mueren en el camino. La tragedia de Lampedusa debería azotar nuestras conciencias y saber que cuando suceden estos hechos trágicos las cosas se están haciendo mal. Esta tragedia es fruto del egoísmo de los países ricos y de parte de sus poblaciones, que, por un lado, quieren que haya emigrantes para realizar ciertos trabajos, pero cada vez más se encuentran influidas por ideologías racistas y xenófobas.
La crisis económica que se desencadena en el año 2007, supone un gran número de damnificados, que no solamente afecta a los emigrantes, sino también a las clases sociales medias y bajas en nivel de renta. Ante el panorama desolador que ofrece gran parte del mundo, las protestas que se dan en los países ricos frente a los recortes que se están sufriendo puede parecer una lucha por mantener un determinado bienestar, que contrasta con tantas privaciones. Pude parecer incluso que se actúa con un cierto egoísmo frente a los que menos tienen.
Las cosas, no obstante, no son así, pues los recortes sociales en educación, sanidad, y otras prestaciones sociales, así como la disminución de los sueldos y el aumento del desempleo afecta, sobre todo, a la gran mayoría de la población, mientras los ricos crecen y aumentan su porción de la tarta. La desigualdad aumenta en los países desarrollados. Las políticas de austeridad no sirven para salir de la crisis, causan un gran daño social, y suponen pérdidas de derechos humanos, mientras que no resuelven los problemas de los pobres de la tierra, sino que los agravan. Estas políticas tienen unos resultados: hacen a los ricos más ricos y los pobres se incrementan.
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Desde que se implantó el capitalismo industrial a finales del siglo XVIII se han conseguido importantes logros en la eliminación de las grandes privaciones que han atenazado a la humanidad durante siglos. Las mejoras en el bienestar material han sido muy desiguales y se dan grandes diferencias entre la situación de los países ricos y pobres. Las mejoras sociales conseguidas en los países avanzados deben mucho a las luchas de los trabajadores y otros movimientos reivindicativos, que son las que, en definitiva, han logrado la consecución de los derechos sociales y su posterior consolidación. El camino en los países desarrollados no ha sido un camino de rosas.
En los países subdesarrollados también se han dado mejoras, aunque de una forma desigual entre ellos. Pero es en estos países en los que se concentra el mayor número de pobres y hambrientos. El insuficiente desarrollo económico y la elevada desigualdad, que se produce en muchas de estas sociedades, son las principales razones de la existencia de tantas gentes -sobre todo mujeres- que viven en este estado tan lamentable. La pervivencia de la pobreza no es ajena a la existencia de la riqueza, pues vivimos en un sistema económico que se caracteriza por la explotación entre clases sociales y entre países. En suma, hay pobres porque hay ricos, y hay ricos porque hay pobres a quien explotar. Las relaciones de dominación y subordinación, entre clases sociales, regiones y países, explican, en gran parte, estas grandes desigualdades.
Las desigualdades, sin embargo, como se ha demostrado en la historia se pueden atenuar, pues se han introducido en la economía, sobre todo en los países desarrollados aunque no solamente, elementos correctores y mecanismos redistributivos, que han hecho posible mejoras en la distribución de la renta y en la igualdad en derechos y oportunidades. En los últimos años, no obstante, se está sufriendo una regresión y la desigualdad dentro de los países ricos se está volviendo a acentuar. El recorte en los derechos sociales y la implantación del pensamiento económico basado en el fundamentalismo de mercado está contribuyendo a ello. La desigualdad entre países sigue siendo muy elevada, aunque se produce una cierta controversia sobre si ha disminuido o se ha mantenido en las últimas décadas.
Más allá de este debate en función de los estudios empíricos que se llevan a cabo, lo que es muy grave es que la desigualdad entre países sigue siendo muy alta, como lo es la que se da dentro de los países emergentes, tales como Brasil y China, por poner dos ejemplos. De forma que si se mide la desigualdad entre los extremos está ha tendido al aumento, y si se estima la que existe dentro de los países es posible que la desigualdad internacional también haya crecido. La desigualdad ha tenido una tendencia a bajar si se miden las diferencias entre países, sin considerar la desigualdad interna, y si se valora al conjunto, como consecuencia del fuerte crecimiento que han tenido algunas economías.
La desigualdad tiene mucho que ver con la pobreza, aunque no hay una relación directa, pero lo cierto es que la pobreza es muy elevada en la economía mundial actual y no se corresponde con el nivel de conocimientos adquiridos, ni con el grado de desarrollo que han alcanzado determinados países. El problema no es de falta de recursos, sino de mala distribución de éstos. Las estructuras económicas son las que fallan a la hora de combatir la pobreza con un determinado grado de eficacia.
La crisis económica que está azotando a la mayor parte de los países ricos está creando entre los ciudadanos una sensación de incertidumbre, inseguridad y miedo. La angustia generada por esta situación parece de orden menor si observamos la realidad de tantos países que padecen verdaderas calamidades. El hambre, la pobreza, y las grandes privaciones que se padecen en bastantes países subdesarrollados -falta de agua potable, analfabetismo, malnutrición y baja esperanza de vida, entre tantas otras- ofrece una imagen verdaderamente aterradora de las miserias que afectan a millones de personas.
Además, de esta situación verdaderamente escandalosa hay que añadir la cantidad de refugiados que huyen de sus países de origen, como consecuencia de guerras, dictaduras, fundamentalismo religioso y violencia de género. Gran parte del mundo es un verdadero infierno para un porcentaje muy elevado de la población mundial. Esto contrasta con la opulencia que se da en los países ricos, pero también entre ciertas élites de los países subdesarrollados. Un infierno que tiene lugar por motivos económicos, sociales y políticos.
Una parte considerable de las poblaciones desfavorecidas económica y socialmente, así como la gran cantidad de refugiados que existen, tratan de emigrar hacia las naciones ricas, o hacia países vecinos más desarrollados, o que no sufren las condiciones de violencia que se padecen en el país de origen. Los movimientos migratorios hacia los países desarrollados responden a la necesidad de huir del infierno en busca de un paraíso. Pero el paraíso no existe para estas gentes, sino que se convierten en los parias de los países que les acogen, cuando les acogen. Muchos mueren en el camino. La tragedia de Lampedusa debería azotar nuestras conciencias y saber que cuando suceden estos hechos trágicos las cosas se están haciendo mal. Esta tragedia es fruto del egoísmo de los países ricos y de parte de sus poblaciones, que, por un lado, quieren que haya emigrantes para realizar ciertos trabajos, pero cada vez más se encuentran influidas por ideologías racistas y xenófobas.
La crisis económica que se desencadena en el año 2007, supone un gran número de damnificados, que no solamente afecta a los emigrantes, sino también a las clases sociales medias y bajas en nivel de renta. Ante el panorama desolador que ofrece gran parte del mundo, las protestas que se dan en los países ricos frente a los recortes que se están sufriendo puede parecer una lucha por mantener un determinado bienestar, que contrasta con tantas privaciones. Pude parecer incluso que se actúa con un cierto egoísmo frente a los que menos tienen.
Las cosas, no obstante, no son así, pues los recortes sociales en educación, sanidad, y otras prestaciones sociales, así como la disminución de los sueldos y el aumento del desempleo afecta, sobre todo, a la gran mayoría de la población, mientras los ricos crecen y aumentan su porción de la tarta. La desigualdad aumenta en los países desarrollados. Las políticas de austeridad no sirven para salir de la crisis, causan un gran daño social, y suponen pérdidas de derechos humanos, mientras que no resuelven los problemas de los pobres de la tierra, sino que los agravan. Estas políticas tienen unos resultados: hacen a los ricos más ricos y los pobres se incrementan.
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