Las
personas debieran valorarse recíprocamente por la utilidad de la virtud. El ser
siempre por encima del tener. Los objetos fetiches no pueden definir a los
seres humanos, pues ellos valen por sí mismos, por sus valores y actitudes ante
la vida. Después de satisfechas las necesidades básicas del ser humano, la
preocupación de éste por lo material debiera estar concentrada fundamentalmente
en cómo lo material puede contribuir en algún sentido a su crecimiento
espiritual y el de los demás. Estoy pensando en este caso, en aquellos objetos
que facilitan al ser humano el acceso al conocimiento y otros que permiten el
buen desempeño de sus profesiones y oficios.
Cuando
se conoce a alguien, la primera pregunta no debiera ser tan frívola como ¿qué
tiene?, sino ¿cómo es?, ¿qué hace?, ¿cuáles son sus valores? Hay personas que
materialmente poseen mucho y sin embargo como seres humanos son espiritualmente
muy pobres. Necesitan ostentar lo que tienen para valer ante los demás, pero
solo los que comparten esa mísera concepción del sentido de la vida los
acompañan en tanta superficialidad. Tanto unos como otros, se convierten en
esclavos de las cosas. Nunca llegan a satisfacer sus necesidades crecientes de
tener y por lo general terminan siendo personas infelices. Los objetos moldean
el sentido de sus vidas, cuando simplemente debieran ser medios para mejorar su
existencia, no el fin de la existencia misma. Algunos, incluso, llegan a
apartarse totalmente de esa idea martiana que dice: “la pobreza pasa: lo que no
pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres
sobre sí”.
El
capitalismo ha tenido éxito al trabajar no en función de satisfacer las
necesidades de la gente, sino en fabricar continuamente estas necesidades a
partir de nuevos objetos. No crea mercancías, sino sueños esclavizantes. El
socialismo, por el contrario, debe trabajar incansablemente por lograr que los
ciudadanos tengan a partir de lo que son, “a cada cual según su trabajo, de
cada cual según su capacidad”, pero buscando siempre la creación de un hombre
que, por encima de todo, encuentre el sentido de su vida en el SER y que en ese
SER esté también su reconocimiento social. (Tomado de Dialogar,
dialogar)
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