domingo, 29 de marzo de 2015

Fachas, abducidos, objetivos, imparciales… y el «caso Cintora»


Fachas, abducidos, objetivos, imparciales… y el «caso Cintora»



Resulta, además de deprimente, casi ridículo ponerse ahora a enarbolar la bandera de la objetividad del único presentador decente y empático que quedaba en la televisión. Y lo es, primero, porque la objetividad, como la imparcialidad, son condiciones subjetivas dependientes del criterio general contemporáneo (a.k.a. moral), y segundo, porque meterse en ese jardín sería legitimar el absurdo argumento de Mediaset. Cintora es todo lo objetivo que queramos decir que es (y para mí lo es), pero lo que sí ha sido sin duda, es el periodista que ha sabido conectar de forma más sincera con las preocupaciones de esa gran parte de la población que nunca había tenido altavoz para que la escucharan ni cámaras para que la vieran. Lo que también ha sido es el único presentador capaz de transitar sin aspavientos ni teatro por este estercolero político y corrupto al que algunos llaman España. Su éxito ha sido ser natural; una persona normal. Su éxito ha sido no pretender parecer equidistante o imparcial como hace de forma tristemente infantil el resto del periodismo orgánico de este país (aunque cada día se les vea más el plumero). Su éxito ha sido tener el suficiente coraje como para poder dejar guardado el miedo en un cajón. Todo lo demás está de más.
Es normal que se monte todo este revuelo que se está montando en las redes. El pueblo, aunque muchas veces calle, sí diferencia lo importante de lo que no lo es. Nos han dejado huérfanos en el panorama mediático nacional. Otra vez nos hemos quedado sin nadie ahí, a merced de lo que quieran que nos cuenten los grandes poderes financieros. A partir de ahora España volverá a ir bien, aunque para disimular pongan en el guión de los peleles cuatro pequeños “escandalitos”, para que unos hagan de actores de tercera, y otros puedan vociferar: “primicia”, y parezca que hay información.
Cada día engañan a menos gente. Y ahora, si quieren, que los paniaguados que pululan redacciones y redes pierdan su tiempo hablándonos del derecho que tenía Cuatro a quitárselo de encima. Que nos intenten marear y nos digan que es una empresa de propiedad privada (en un servicio público que utiliza bienes comunes y que es asignado siempre, por los mismos políticos, a los magnates afines… a sus jefes). Igual si insisten tendremos que plantearnos eso de que existan ciertas propiedades privadas con carácter público. O que insistan con lo de la objetividad, así nos reímos. Que lo invadan todo, aunque nadie les haya llamado.
Setenta años ininterrumpidos de cultura facha (franquistas, neoliberales, conservadores y liberal-progresistas), aunque por periodos haya sido disfrazada de lagarterana (a ver quién tiene valor para decir sin balbucear que Solchaga, Boyer, Morán, De la Vega, Rubalcaba et al siquiera parecieron alguna vez socialistas), hacen imposible que en este país no exista una importante cantidad de acólitos y abducidos. Casi podría decirse que es milagroso que la proporción no sea exagerada. Y es que, se mire como se mire (aunque seguro que tienen poco que ver los milagros), sí es inexplicable que no sean más, aunque no sean pocos. Lo que no es sorprendente es que, esos que no son pocos, sean ruidosos y muy activos. De hecho no pueden permitirse no serlo: no es fácil mantener una estructura artificial. Si fallara un solo día la ingente fuerza centrífuga (contracultural, contrasocial) que se ejerce, principalmente desde los medios, para sostener esta aberración, la gravedad devolvería de inmediato la materia (la cultura, el criterio, la cognición) a su posición natural.
No son pocos, no; pero parecen más de los que son. Y parece que ocupen todos los espacios. Pero es solo porque son selectivos e incansables, y suelen concentrarse, más allá de escarceos generales, en aquellas noticias y cuestiones que, por evidentes, ponen en jaque convicciones prefabricadas; ponen en riesgo el frágil velo del artificial imaginario colectivo. Dicho esto, no sería justo no aclarar que la mayoría de esos otros personajes que vomitan sus frustraciones de forma vulgar en la sección de comentarios de los diferentes medios digitales, lo hacen motu proprio y no pertenecen a los famosos grupos de opinadores-perturbadores patrocinados, o al de los “periodistas” del circo del terror. Son el fruto del sistema, y aunque hay muy pocos que sean convincentes y la mayoría irrita más que otra cosa, siempre son útiles porque son incluso más baratos que los ya mentados.
Pero que la actualidad no nos estropee un buen titular (sin retranca). Se ha dicho en público, y dicho por altos cargos políticos, que Cintora molestaba. Se ha dicho, por tanto, desde el propio Estado, que cierto posicionamiento ideológico, el de la naturalidad y la realidad, molestaba. Y el resultado ha sido que ya no molesta. Este hecho, por sí solo, ya determina en qué tipo de régimen vivimos. Y no creo que haga falta decir nada más.
Unos apuntes finales obligados.
1. Volvemos a la televisión anterior a Podemos, e incluso a la anterior al 15-M, pero más cooptada, servil y nociva.
2. Los boicots a las televisiones no son útiles si no se dirigen contra los anunciantes. A los que hay que señalar es a los que financian a esos medios. El dinero es muy miedoso, y si en lugar de apuntar a las productoras, se apunta a las marcas que las mantienen, pronto se consiguen objetivos.
3. Me encantaría –aunque si no ocurre no se acabará el mundo– que no apareciese el neolingüista de turno a corregirme o advertirme sobre el significado etimológico de la expresión “facha”. Ya sé que desde hace unos años, en esta sociedad tan primavera que “nos hemos dado”, hay mucha gente que ha ingresado en la cofradía de Ntra. Sra. de la selectiva exquisitez, y sé que se ha conseguido que, incluso desde cierta progresía, o cierta “ciudadanía transversal”, ecléctica e intelectual, se actúe de palanca para que también nos ganen la batalla del lenguaje coloquial, del román paladino. Y allá ellos, que quizá tengan razón. Pero a los cofrades, os agradecería que –a los que no profesamos vuestra fe– nos dejéis expresarnos a nuestra manera, y que si sentís un irrefrenable impulso por, particularmente, llevarme al mundo de la reflexión expresiva, lo hagáis desde los comentarios de un artículo de otro medio mejor integrado en el régimen. Gracias.

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