Netanyahu en Washington. Sionismo y política exterior estadounidense. Rubén Alexis Hernández
La reciente visita del
primer ministro israelí al Congreso de Estados Unidos, con discurso
incluido, viene a confirmar, entre otras cosas, el notable poder del
lobby sionista-estadounidense y su presión continua para que en el
Cercano y Medio Oriente estalle una conflagración de mucha mayor
proporción que la actual (con el Estado Islámico, Al Qaeda e Israel como
protagonistas), que podría desembocar, a juicio de algunos expertos, en
una tercera guerra mundial, considerando que allí convergen y chocan
los intereses de Estados Unidos, Israel, China, Rusia y otras potencias.
Tercera guerra mundial que ya pudiera estar en pleno desarrollo, tras
el decreto, en el 2001, de la famosa lucha global contra el terrorismo,
cortesía de George Bush hijo.
Más aún, la bienvenida que recibió
Netanyahu en el Congreso, en medio de una gran ovación, denota
claramente la influencia del sionismo en la política interna y externa
de la nación norteamericana; el hecho de que este sujeto asistiera sin
invitación de la Casa Blanca refleja la desafiante prepotencia de dicho
movimiento (sionismo), cuyos capitales han sido fundamentales para
mantener el poderío económico y militar de Estados unidos, y su
hegemonía en el mundo entero. De cierta forma, el Imperio estadounidense
ha sido movido por los hilos sionistas, y sus gobiernos han respondido
en parte a los intereses de la entidad político-territorial creada por
el sionismo, como es Israel.
Y nada parece cambiar el
panorama descrito en el párrafo precedente, más allá de que algunos
funcionarios estadounidenses hayan calificado de inconveniente,
inoportuno y fuera de tono al discurso de Netanyahu, aparentemente
inconforme con un acuerdo nuclear entre el país norteamericano, Rusia,
Irán y otras naciones. Las palabras del ministro israelí en tal discurso
no trascienden la simple retórica irracional y la preocupación
injustificada, en el contexto de las próximas elecciones en Israel y de
la situación conflictiva en el Cercano y Medio Oriente, incluida la
ocupación progresiva de territorio palestino por colonos israelíes.
Considérense, en este sentido, los siguientes elementos: 1) No conviene
para nada al Imperio estadounidense, que un Estado con respetable poder
militar, y con una influencia relativamente fuerte sobre territorios
vecinos, como es Irán, sea, ni por asomo, una potencia nuclear; b)
Israel sí cuenta con armas nucleares, es un enemigo mortal para
palestinos y otros pueblos del Cercano y Medio Oriente, y apoya de
frente a Isis, a Al Qaeda y a otros grupos terroristas. El sionismo es
el más grande enemigo de la paz en la región, y acusa a diversos
gobiernos de lo que ellos si han hecho muy bien.
La única
realidad de las relaciones Israel-Estados Unidos es que hay gran
entendimiento y armonía, reflejados, por ejemplo, en la casi sumisión de
numerosos grupos y sectores norteamericanos a los intereses sionistas.
Además tanto Obama como Netanyahu han admitido en reiteradas
oportunidades, que Estados Unidos ha sido un aliado y colaborador
“incondicional” del Estado “judío” en diversos aspectos. Tan aliados han
sido los gobiernos estadounidenses del sionismo, que la política
exterior del águila imperial ha respondido en buena parte a los
intereses del perverso movimiento en el mundo entero. En este contexto
se enmarca la política agresiva de Estados Unidos en medio planeta, en
respuesta a varios factores que han debilitado económicamente al Imperio
norteamericano; el poderío creciente de China es uno de ellos, y las
corporaciones de ambos países luchan ferozmente por lograr la supremacía
mundial de cara un Nuevo Orden Mundial capitalista. Y los intereses
sionistas obviamente forman parte de esa lucha.
Para
entender mejor lo anteriormente señalado, considérense dos escenarios en
los que se aprecia con claridad la intervención sionista en la política
exterior estadounidense (sin que los otros carezcan de importancia): El
primero, el más evidente ante la opinión pública internacional, en el
Cercano y Medio Oriente, donde el accionar de mercenarios como el Estado
Islámico, refleja la crudeza de la violencia proisraelí y
proestadounidense para la consecución de resultados económicos y
geopolíticos. Allí, la guerra contra el terrorismo disfraza la creciente
conflictividad entre corporaciones por el control, la administración,
el uso y la cotización del petróleo y de otros recursos naturales. Por
desgracia centenares de miles pobladores de la región han pagado con su
sangre toda la violencia ejercida, en buena medida, por Estados Unidos,
Israel y sus aliados políticos y fundamentalistas, quienes a toda costa
intentan frenar las apetencias de China y Rusia en la región, sometiendo
a pueblos enteros en los ámbitos financiero, comercial e industrial. El
mensaje del lobby sionista-estadounidense para China, por ejemplo, es
claro: aquí mandamos nosotros. Intereses en juego que han convertido al
Cercano y Medio Oriente en un verdadero polvorín, a punto de originar un
conflicto de enorme magnitud (como si lo que pasa actualmente fuera
poco), bien riesgoso por la existencia de numerosas armas nucleares, la
casi totalidad en manos de las potencias globales.
El otro
escenario es América Latina, región en la que es notable la creciente
presencia de China en diferentes sectores: energético,
telecomunicaciones, transporte, construcción, minería, textil, bancario,
entre otros. Como respuesta del Imperio estadounidense, para intentar
preservar su alto perfil y su hegemonía en este lado del planeta, no se
ha hecho esperar la presión por distintos medios a casi todos los
gobiernos regionales, incluso desde el punto de vista militar. Y está
plenamente demostrada la intervención sionista en planes y acciones
imperialistas, justificada en parte por la participación de Irán en el
ámbito comercial latinoamericano, y por la supuesta “amenaza”, contra
los intereses judíos, de terroristas musulmanes que habrían estado
operando en varios países. Claro que en la realidad lo que preocupa a
los sionistas, tal como en otras partes del orbe, es proteger sus
privilegios económicos frente a la competencia capitalista global.
Tristemente la lucha intercorporativa en América Latina, y la pérdida de
poder del Imperio estadounidense, ha desencadenado intervenciones
violentas indirectas en ciertos países, como en Venezuela, cuyo gobierno
no es realmente enemigo del imperialismo norteamericano, ni es
socialista o algo por el estilo, pero su fuerte alianza comercial con
China, la presencia en su territorio de empresas iraníes, y sus vínculos
militares con Rusia, habrían generado mucha molestia en el lobby
sionista-estadounidense, y la participación de éste en la actual ola de
violencia sociopolítica de la nación suramericana. Incluso se podría
estar preparando, desde Washington y otras capitales, la caída
sangrienta del gobierno de Nicolás Maduro.
A manera de
conclusión, es más que evidente la influencia del sionismo en la
política externa de Estados Unidos, con participación directa en la
prolongada intervención imperialista en el Cercano y Medio Oriente, y en
otras partes en las que los intereses sionistas han entrado en escena. Y
en el marco de la actual “crisis” capitalista, con la economía
estadounidense como protagonista, el sionismo espera sacar el máximo
provecho posible en la competencia global por la supremacía.
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